La primera vez que vi el mar quedé asombrado, sobrecogido, toda esa inmensidad de agua delante de mi ojos absorbieron mis pensamientos, la mente quedó en silencio y la conciencia vacía en un estado natural de poder percibir ese mar de profunda belleza.
La primera vez que fui de acampada a la montaña y por la noche vi el cielo con todo ese infinito despliegue de espacio lleno de estrellas, no me sentí pequeño sino grande y una sensación de gozo recorrió mi cuerpo al darme cuenta que formaba parte de algo inmensamente bello.
La primera vez que vi el despliegue de la primavera hacer brotar los árboles de las ramas secas y cubrir los campos de margaritas y amapolas con toda una gama de colores y olores, sentí despertar a la vida y comprender que todo surge de la nada.
La primera vez que me fije en el rostro de una persona anciana y vi toda una vida escrita en su figura, con esa mirada serena que da la sabiduría y esa quietud que todo lo calma, admiré mi naturaleza y alcancé a ver mi destino en el alma humana.
La primera vez que vi el amanecer de un nuevo día desplegarse en el horizonte con una suave luz anaranjada mientras la luna aun brillaba como un espejo en las alturas, fui testigo de toda esa pasión y esa energía que surge a la vida en cada instante.
La primera vez que te mire y vi en tus ojos el reflejo de los míos mirándote, que acaricie tu mano con la mía y sentí con profundo cuidado y respeto el calor de tu cuerpo recorrer el mío entre sollozos, descubrí que en el alma de todo ser humano está mi propio alma llamándome.
La primera vez que vi el tiempo detenerse y caer precipitándose hacia la nada ilusiones y esperanzas como hojas muertas en otoño y sentir la ausencia de deseos de logro o de aspiraciones como si nunca hubieran existido, me hizo ver ese preciso instante eterno en el ahora y comprendí por primera vez que nunca hay una segunda vez, que todo instante es único y que es en ese instante donde por primera vez te das cuenta de las cosas.