miércoles, 29 de febrero de 2012

La pasión

Uno se pregunta si alguna vez hacemos algo con una energía tal que todo nuestro ser vibre con lo que hacemos sin necesidad de medir los resultados y sin dudar de lo que mueve nuestro corazón.

Todo lo que hacemos tiene su impulso en alguna clase de energía. Pero ¿de dónde surge la energía?

El simple hecho de levantarnos de la cama requiere una energía física. Necesitamos tener fuerzas para levantarnos y también necesitamos tener ganas para ello. Por una parte existe un tipo de energía que nos permite hacer cualquier clase de esfuerzo físico y por otra parte existe otro tipo de energía como la motivación que dirije nuestra actividad hacia un propósito concreto.

Es evidente que la energía física que mueve nuestro cuerpo es la que procede principalmente de la alimentación, de la respiración y del sol. Sin embargo la energía psicológica que mueve nuestro cuerpo a través de nuestra mente procede principalmente de nuestros deseos en forma de  motivaciones, propósitos, intereses, valores, ideales, etc.

Todo el mundo es consciente que hay momentos en la vida en que de repente rebosamos de energía y esa energía nos conduce mientras dura su causa.

Lo que suele sucedernos cuando nos enamoramos es que nuestro cuerpo se llena de vitalidad, surge una alegría espontánea que se muestra en todas nuestras relaciones, los contratiempos que puedan aparecer en la vida cotidiana o en el trabajo nos lo tomamos con cierta tolerancia y flexibilidad y nos volvemos más dialogantes y comprensivos con los demás.

El enamoramiento suele ir acompañado de admiración y deseo hacia la otra persona a la vez que uno se siente admirado y deseado. Cualquier cosa que hace la otra persona es bien visto y uno sabe ver el lado positivo de los inconvenientes.

La idea, o el hecho, del enamoramiento es como una gran energía que ocupa todo nuestro ser.

De la misma forma cuando tenemos una creencia o una fe en Dios, en Alá, en Krisna o en cualquier divinidad eso nos hace llenarnos de esperanza porque sabemos que al final todo tendrá un final feliz al lado de nuestro Dios.

Creer en Dios, ser devoto de su inmaculada palabra, orar o rogar por su perdón, nos llena de energía y nos hace ser más comprensivos con la ignorancia de los demás a la vez que nos volvemos más caritativos y más tolerantes.

La idea, o el hecho, de la creencia en Dios es como una gran energía que ocupa todo nuestro ser.

Igualmente sucede con los ideales políticos o filosóficos o cuando uno cree estar en posesión de la verdad, de alguna forma surge una energía que nos motiva a relacionarnos y nos impulsa hacia un camino personal en la realización de dicha idea o verdad.

La cuestión es ¿de dónde surge la energía cuando nos conducimos por ese tipo de ideas como el enamoramiento, las creencias, los ideales o las verdades?

¿Surge la energía de la idea o es la idea la que se apodera de nuestra propia energía?

Parece importante distinguir si las ideas que adquirimos nos traen nuevas energías o si sencillamente las ideas se apoderan de nuestra propia energía.

En el ser humano no es tan importante determinar la cantidad de energía potencial que tiene sino la forma en cómo la gestiona. Todos los seres humanos tenemos más o menos la misma cantidad de energía como consecuencia de la alimentación pero el uso, o el gasto, de dicha energía va a depender en gran medida de las ideas que sostenemos en forma de deseos, creencias, ideales, valores, prejuicios, etc.

Podemos gastar energía apasionados en el amor o en algún tipo de ideal pero algo muy diferente es vivir con pasión.

La pasión, que no es pasión por algo, no es un gasto de energía, no es la energía dirigida hacia algo, es la energía misma y su propia manifestación.
Nosotros podemos apasionarnos en el trabajo por esa búsqueda de seguridad o podemos apasionarnos en el amor por esa búsqueda de cariño y aprecio pero cuando la pasión es quien se apodera de nosotros entonces todo lo que hacemos es su expresión y en esa expresión hay compasión y amor a la verdad.

martes, 28 de febrero de 2012

El misterio de la vida (4)

La observación nos abre una ventana a la realidad que no tiene límites y miremos donde miremos siempre veremos que hay un orden natural que está impreso en todas las cosas.

El ser humano ha intentado utilizar ese movimiento natural para obtener beneficio y por eso ha desarrollado una gran cantidad de conocimiento con el objeto de utilizar materias primas y producir un sinfín de útiles o herramientas.

Hoy en día sacamos un gran provecho a la tierra de una forma muy eficaz pero también es cierto que producimos una gran cantidad de basura contaminante y que empobrecemos la misma tierra.

Hemos alcanzado un enorme nivel tecnológico en los últimos cien años que nos ha permitido mejorar las condiciones de vida pero no podemos perder de vista el coste que ello ha supuesto y que supondrá.

Todo lo que forzamos a que tenga un orden determinado está destinado a volver a su orden natural y tendrá que pasar el tiempo que sea pero finalmente el orden natural volverá.

Desde un punto de vista personal de alguna forma tratamos de forzar situaciones o relaciones pensando que con ello nuestra vida mejorará pero no somos conscientes que todo aquello que perseguimos y que no está en orden producirá conflicto y siempre volverá a su origen.

En este sentido cuando estamos en desorden, cuando estamos creando o forzando una situación ficticia, ello también tiene su propio orden. Ese desorden tiende a crear situaciones cíclicas o situaciones que se repiten en el tiempo. Es bastante normal ver como pasamos en nuestra vida cotidiana de la desilusión a la ilusión y de la ilusión a la desilusión. En realidad ilusión y desilusión son una misma cosa que nosotros hemos creado identificándonos con una y rechazando la otra.

¿Qué podemos hacer para vivir en consonancia con el orden natural? ¿Cuál es nuestro cometido o cual ha de ser nuestra actitud en ese orden natural?

Es evidente que el orden natural no se basa en el esfuerzo. La diminuta semilla que se desprende de la flor seca y surca el espacio mecida por el viento hasta caer en algún lugar cualquiera esperará a que vengan las lluvias para unirse a la tierra y germinar convirtiéndose de nuevo en una bella flor. El orden natural es un movimiento sin esfuerzo.

Todo lo que ha creado el ser humano es su propio orden. La cultura con su historia y sus guerras, las organizaciones, las naciones, los libros religiosos y filosóficos, las leyes, las ciudades, todo ello es un orden inventado con sumo esfuerzo a través del tiempo que está predestinado a morir.

La observación nos permite ver las consecuencias de nuestras actitudes y de nuestros actos y también nos permite ver el futuro como si se tratara de un momento presente. Podemos evitar esfuerzos y sacrificios si nos damos cuenta de las consecuencias que trae intentar imponer un orden propio, unas ideas personales, en lugar de viajar en ese orden natural que fluye a través de los tiempos sin tiempo alguno.

lunes, 27 de febrero de 2012

¿Qué es la paz?

¿Podemos reflexionar sobre la paz, de tal forma que podamos “aprender juntos” su significado profundo?

Aprender juntos significa que en este momento no hay nadie que nos va a enseñar, que tanto la persona que habla como las personas que escuchan aprenden a la vez, ya que en estos asuntos de la vida, como son la paz, el amor, la belleza o el arte de vivir, no hay maestros, uno mismo tiene que ser su propio maestro.

Esto no es una clase donde un profesor nos explica ciertos conocimientos que nosotros debemos memorizar porque luego habrá un examen, esto es más bien una charla entre amigos que desean comprender, darse cuenta, por si mismos sobre que es la paz y ver si es posible vivir en un mundo sin conflictos, sin guerras.

En el instituto, o en el colegio, nos enseñan lo que tenemos que pensar al respecto de las asignaturas de cada curso escolar: matemáticas, física, geografía, naturaleza del medio, inglés o francés, etc. nos enseñan conocimientos que van a ser útiles para que podamos más adelante ejercer una profesión, tener un empleo y poder ganarnos la vida, pero en el instituto, o en el colegio, no nos enseñan como pensar, es decir, nos enseñan lo que hay que pensar respecto de cualquier cosa pero no nos enseñan cómo se piensa, de tal forma que la habilidad de pensar se limita a repetir lo que nos han explicado.

En nuestras casas, los padres también nos enseñan el conocimiento que ellos han adquirido a través de su experiencia y de esa forma nuestro cerebro se va llenando de conocimientos o experiencias de segunda mano que no ayudan a desarrollar la habilidad de pensar con libertad, eso es algo que tenemos que desarrollar o descubrir nosotros mismos o de lo contrario nos convertiremos en máquinas que únicamente, repiten, hacen lo que se les ha programado y quién sabe si en esa programación está el hacer la guerra como un medio para alcanzar fines personales.

Parece que hay dos maneras de aprender: una es adquirir una gran cantidad de conocimientos, bien sea por el estudio o bien sea por la propia experiencia, y hay otra manera de aprender que es observando, observando las cosas que nos rodean, observando la naturaleza, observando a las personas, sus gestos, las palabras que utilizan, su forma de vestir, su forma de relacionarse. También aprendemos observándose uno mismo, observando los pensamientos, observando cómo nos comportamos, etc.

Cuando el aprender se basa en la observación entonces ese aprender conduce a la comprensión, a la percepción de lo que es observado y ese aprender hace que la verdad se non muestre.

Sin embargo nuestra capacidad de observación es prácticamente anulada porque adquirimos conocimientos que condicionan o deforman la realidad. Estos conocimientos son opiniones, creencias, prejuicios, valores, temores, conclusiones, deseos, ideales, etc. Este tipo de conocimiento no es producto de nuestra observación sino que es contagiado o enseñado por la propia cultura a través de las personas adultas.

Este tipo de conocimiento que podríamos nombrar como conocimiento psicológico no permite desarrollarnos como seres humanos sanos y equilibrados, y nos convierte en esclavos de ideas que nos llevan a enfermar psicológicamente y a crear conflictos en nuestras relaciones y en última instancia este tipo de conocimiento es la principal causa de las guerras.

Llegados a este punto debemos poner énfasis en que hay un tipo de conocimiento, como es aprender a cocinar, a hablar un idioma, a pintar o tocar el piano, etc., que es necesario para poder vivir, para poder optar a un trabajo, sin embargo hay otro tipo de conocimiento del que tenemos que estar alerta, poner toda nuestra atención porque ese tipo de conocimiento nos hace ser esclavos de ideas, ser esclavos de creencias, ser esclavos de miedos, ser esclavos de deseos, y cuando uno es un esclavo ya no es más un ser humano, es más bien una máquina al servicio de un sistema que funciona de manera mecánica, repitiendo siempre lo mismo, sin capacidad de dialogar ni compartir ni aprender, a la vez que va enfermando física y psicológicamente, y creando conflictos en sus relaciones.

La causa de los conflictos, de las guerras, es el egoísmo humano. Los adultos hemos sido educados y ahora los jóvenes estáis siendo educados en el egoísmo, en el logro personal, en la realización personal, en el deseo de conseguir en el menor tiempo posible dinero y propiedades, en llegar a ser famosos y alcanzar la gloria, en la búsqueda de placeres y entretenimientos… y para lograr todo ello necesitamos luchar, necesitamos combatir, necesitamos pelearnos, necesitamos competir con el único objetivo de vencer y ganar.

El egoísmo, el individualismo, parte del supuesto hecho de que somos seres únicos y separados del resto de los demás seres, lo cual nos produce un sentimiento de soledad que hemos de suplir tratando de poseer todo lo posible para sentirnos unidos a algo. De esa manera nos pasamos la vida deseando tener más y más, y nos convertimos en seres ansiosos, apegados y posesivos.

Entonces uno se pregunta: ¿qué es la paz?, ¿es la paz algo que uno puede poseer, algo que uno puede conseguir como comprar un coche, o es la paz algo completamente diferente?

¿Para qué quiere un ser egoísta la paz? Un ser egoísta piensa que son los demás los causantes de los conflictos. Seguramente que a un ser egoísta le gustaría seguir acumulando sin necesidad de tener conflictos y no se da cuenta que el origen del conflicto es el propio acumular.

¿Es la paz una idea, una ilusión, una esperanza, algo que está en mi cabeza pero que no es parte de mi vida cotidiana? ¿Es la paz algo imaginario o es algo real?

No debemos engañarnos a nosotros mismos identificándonos con la paz, manifestándonos a favor de la paz y al volver a casa darle una patada al perro, pelearnos con nuestro hermano o jugar con la PlayStation a matar soldados.

Se supone que la paz es el período entre dos guerras, pero durante ese período los países desarrollan mejores aviones de caza, fragatas, carros de combate, desarrollan nuevas armas y nuevas estrategias diplomáticas, espías más eficaces y en definitiva ese período es la preparación de una nueva, más potente y destructiva guerra.

Todos nosotros hemos heredado un mundo lleno de guerras y violencia. Hay guerras entre países, hay guerras nacionalistas, hay guerras entre grupos religiosos, pero también hay guerras y disputas entre el hombre blanco y el negro, entre el pobre y el rico, entre hombre y mujer, y también está la guerra contra los animales que llegamos a matarlos para comerlos o incluso los matamos por diversión.

Nosotros no somos diferentes del mundo, no somos diferentes de otro ser humano, lo que nos diferencia de otro ser humano es la apariencia física o la forma de vestir y las etiquetas que nos han impuesto de ser español, francés, católico, protestante, comunista o capitalista. Dichas etiquetas o ideas, como ser español o católico, se han hecho más importantes que el hecho de ser humano y por consiguiente estamos dispuestos a matarnos cuando alguien desprecia nuestro país o nuestra religión o incluso nuestro equipo de futbol.

Nosotros no somos diferentes de aquellos alemanes que mataron judíos en el holocausto, ni tampoco somos diferentes de esos judíos que matan palestinos y los echan de sus tierras porque los estorban para crear su nación. En realidad toda esa crueldad y violencia que hemos tenido a lo largo de siglos y también la que estamos teniendo actualmente y aquella que queda por venir, que está llamando a la puerta, la sostiene nuestra actitud patriótica, nacionalista plagada de ideales políticos y creencias religiosas.

Si somos conscientes que cada uno de nosotros, jóvenes y adultos, con nuestras guerras y disputas personales estamos creando un mundo de guerras, entonces nos hemos de preguntar ¿Qué podemos hacer para acabar con todas las guerras?

Nadie nos va a solucionar este asunto por nosotros, políticos, religiosos, economistas o diplomáticos, todos ellos han fracasado una y mil veces, somos nosotros mismos quienes debemos comprender que la solución está en nuestras propias manos.

¿Qué podemos hacer para acabar, no solo con todas las guerras que hay en el mundo sino, con todas las guerras y conflictos que hay en nosotros mismos?

Las guerras que hay en el mundo, aunque son espectacularmente sangrientas, nos son en esencia diferentes de las disputas personales que tenemos en nuestra vida diaria y son en definitiva el resultado colectivo de nuestras actividades individuales. Por lo tanto, somos nosotros los responsables de las guerras y para detenerlas hemos de empezar deteniendo nuestras propias guerras personales.

Lo que causa las guerras evidentemente es nuestro deseo de poder, de posición, de prestigio, de dinero, así como esa enfermedad llamada nacionalismo, con el culto a una bandera, y enfermedad de las religiones o sectas organizadas con el culto a un dogma. Todo esto es causa de guerras y si nosotros como individuos pertenecemos a cualquiera de estas creencias organizadas, si codiciamos el poder, si somos envidiosos, inevitablemente crearemos una sociedad que acabará destruyéndose.

Depende de nosotros y no de los políticos o de los dirigentes acabar con todas las guerras, porque dicha responsabilidad no podemos delegarla en otros.

Pero parece ser que no nos importa mucho y no queremos ser conscientes de nuestra responsabilidad. Sólo se detendrán las guerras cuando nos demos cuenta del peligro, cuando no dejemos nuestra responsabilidad en manos de otros. Si nos damos cuenta del sufrimiento, si vemos la urgencia de hacer verdaderamente algo de forma inmediata, entonces la paz vendrá cuando nosotros mismos seamos pacíficos, cuando nosotros mismos estemos en paz con nuestro prójimo.

Es obvio que debemos despertar en nosotros esa capacidad de observación que nos permita conocernos a nosotros mismos y ver lo falso en lo que pensábamos era verdadero, descubrir la falsedad de lo que nos han enseñado, darnos cuenta que somos seres culturalmente condicionados y entonces seremos libres y esa libertad será la paz.

En la paz un ser humano no juzga, ni critica, ni condena, a otro ser humano porque comprende que la ignorancia de otro ser humano es su propia ignorancia.

En la paz un ser humano no compite ni lucha contra otro ser humano. En la paz un ser humano colabora con otro ser humano por el bien común, que no es mi bien o tu bien, sino el bien común.

En la paz un ser humano no se compara con otro ser humano, en la paz un ser humano no crea dolor a ningún ser vivo.

En la paz la mente tiene una cualidad de quietud, serenidad y armonía. En la paz la mente es flexible, es despierta y es creativa. En la paz la mente no vive en el pasado o en el futuro, solo vive en el instante presente.

En la paz un ser humano percibe el amor que todo lo envuelve y le da sentido.

En la paz un ser humano mira las estrellas en una noche clara, observa la naturaleza, siente el viento y el perfume de las flores y percibe la belleza de la vida en cada instante.

lunes, 20 de febrero de 2012

¿Qué es aprender?

A través de nuestra experiencia hemos aprendido a distinguir unas cosas de otras, a valorar las cosas que suceden, a repetir procesos mentales o manuales. Hemos aprendido lo que está bien y lo que no está tan bien. Hemos aprendido el valor de la amistad, la intensidad del amor apasionado, la adoración a un hijo o a una madre, la admiración a un líder, a un artista, a un escritor, a un sabio, hemos aprendido a soñar, a añorar, a desear, a ilusionarnos.

Hemos aprendido a guardar nuestros logros, nuestros éxitos, hasta tal punto que nos hemos convertido en lo que poseemos. Hemos aprendido a valorar nuestra historia con suma importancia.

Casi la totalidad de nuestro cerebro se basa en lo que hemos aprendido y es así como funcionamos con respecto a lo que surge en cada instante ya que de una forma u otra siempre tenemos una respuesta preparada para cualquier suceso que aparece delante de nosotros.

A simple vista podríamos distinguir dos tipos de aprendizaje. Hay un aprendizaje que se basa en percibir con la intención de memorizar y poder repetir un proceso en el tiempo a modo de recuerdo o capacidad, como por ejemplo tocar el piano, montar en bicicleta, o recordar un poema. Este tipo de aprendizaje es acumulativo y no tiene en sí mismo un valor más allá de repetir un proceso memorizado. Este tipo de aprendizaje puede tener como consecuencia el facilitarnos la vida cotidiana según el medio y las circunstancias en las que vivimos.

Hay otro aprender que es algo así como distinguir cual es el valor de las cosas en relación con uno mismo y se basa en ideas o conclusiones. Uno puede pensar que sin poder tocar el piano o estando invalido no merece la pena vivir. El hecho de que yo sea español puede llegar a tener un valor psicológico en mí que sea capaz de dar mi vida por mi país. Habría que preguntarse si este tipo de aprendizaje nos facilita o nos limita la vida, y también habría que preguntarse si dicho aprendizaje ha sido producto de nuestra experiencia o más bien una imposición social o cultural.

Creemos que nuestras ideas son producto de nuestra experiencia y que han sido escogidas por nosotros según nuestras inclinaciones o valoraciones personales. Pero lo cierto es que eso es otra idea más producto de una cultura que se cree libre de escoger y que en cierta medida lo que hace es enajenar al ser humano.

Hemos crecido con la idea de ir escogiendo nuestras propias ideas, de ir adquiriendo nuestra personalidad, de tener nuestra propia opinión de las cosas, nuestros valores, nuestros sueños y hemos ido adquiriendo capacidades que nos distinguen de los demás por comparación con ellos.

Desde niños nos iban tratando de meter ideas en la cabeza y cuando éramos jóvenes y ya empezábamos a escoger nuestras ideas venían otras personas que nos convencían de nuestra equivocación. Uno enseguida se podía dar cuenta que lo de menos era la idea escogida y que lo importante era la capacidad de argumentación sobre dicha elección. Las ideas son verdad o mentira según la capacidad de exponerlas.

Los gobiernos se basan en ideas de izquierdas, de derechas, de centro, ecologistas, y de una forma u otra llevan miles de años discutiendo quien lleva razón mientras hay enriquecimiento personal. Todo ello son meras ideas con las que nos sentimos obligados a identificarnos. Comparamos unas con otras y elegimos por descarte o por prejuicio. Pensamos que si no elegimos somos irresponsables o que el sistema se nos puede echar encima. Sin embargo uno deja de colaborar con ese desatino de las opciones o elecciones y se da cuenta que no pasa nada, que todo sigue igual, y uno sigue observando el juego sinfín de unas ideas contra otras.

Tenemos ideas o valoraciones sobre todo lo que nos rodea, especialmente en cuanto a la relación. La relación de uno con el mundo está predeterminada por ideas.

La relación de uno consigo mismo, la relación de uno con la pareja o con los hijos, la relación de uno con el dinero o con dios, la relación de uno con los animales o las plantas, la relación de uno con las ideas.

¿Cómo es posible que la relación de uno consigo mismo se base en ideas y no en hechos? ¿Cómo es posible que tenga un mayor peso las ideas que hemos ido adquiriendo de nosotros mismos a los hechos reales de lo que hemos ido observando en nuestra experiencia? De alguna forma eso quiere decir que las ideas no nos permiten ver los hechos, aunque esos hechos sean tan obvios como lo que uno hace. Las ideas no nos permiten percibir lo que somos por la simple razón que vemos a través de ellas.

¿Existe alguna posibilidad de ir más allá de las ideas y encontrarnos con lo que somos o estamos abocados a vivir en un mundo de ideas? ¿Qué hará o permitirá conocernos?, necesariamente eso conlleva aprender, un aprender diferente a los que hemos enunciado al principio que permita darnos cuenta de nuestras ideas y de sus consecuencias, un aprender capaz de dar luz sobre lo aprendido.

Aprender es abrir la luz a la oscuridad, es ver lo falso en lo que se pensaba verdadero, es dejar de cargar un peso que siempre se llevó encima, es dejar de decir algo que uno siempre dijo, es dejar de hacer algo que uno siempre hizo o dejar de sentir algo que uno siempre sintió.

¿Cómo puede uno aprender, como puede uno ver que algo de lo que ha aprendido es equivocado de tal forma que lo aprendido deja de existir sin necesidad de convertirse en otra idea más? En este tipo de aprender la acción va unida sin necesidad de demorarla con pensamientos o reflexiones.

Necesitamos aprender porque de lo contrario estaremos el resto de nuestra vida confundidos con todo aquello que aprendimos falsamente.

Nadie ni nada puede hacernos aprender, no existe ningún medio por el cual poder aprender y si recurrimos a alguien sabio o a un libro maravilloso lo que conseguiremos será dilatar aún más el hecho de encararnos con nosotros mismos, mirarnos cara a cara, y ver realmente lo que es sin que nadie nos lo enseñe.

domingo, 19 de febrero de 2012

Los engaños (2)

Ciertamente la naturaleza muestra una gran belleza por esos caminos entre bosques de robles, helechos, musgos, alisos y canchales redondeados por el paso del tiempo. La mente se para y observa admirada las luces y las sombras, el olor a mojado, el canto de un pájaro y el sonido del viento moviendo las últimas hojas que yacen muertas en las ramas del viejo roble.
¿Cómo descubrir que es engaño, y que no lo es, en nosotros mismos? Habría que saber que queremos significar con la palabra engaño. Si alguien me miente, o no me dice todo lo que he de saber, para conseguir algo de mí, entonces me está engañando. De la misma forma puedo mentirme a mí mismo para conseguir o poder hacer algo y de esa forma me engaño.
Si tengo un marido que me maltrata y yo digo una y otra vez que en realidad él me quiere, que no puedo dejarlo en la estacada, etc. entonces me estoy engañando. Decir que él me quiere es una mentira, es un engaño, porque el hecho es que me desprecia y por eso me maltrata y por esa razón también se desprecia así mismo.
Pero el autoengaño puede ser algo más profundo que decir ´él me quiere´ y continuar con dicha situación hasta dios sabe cuándo. Puede ser que en fondo yo me desprecie a mí misma, que no quiera verme sola, etc. y eso es lo que me hace decir ´yo también le quiero´.
El autoengaño se puede reflejar como orgullo o vanidad que es una forma de repetirse uno a si mismo que es mejor que los demás, y cómo no está nunca convencido de ello lo tiene que estar demostrando continuamente y eso demuestra que en el fondo la vanidad es una forma de complejo de inferioridad.
El autoengaño puede ser pensar que uno está ayudando a los demás cuando se está sirviendo de ellos. Uno sabe a ciencia cierta que está sacando un beneficio de los demás pero se engaña a si mismo vistiéndolo de ayuda, de preocuparse por el prójimo. Uno mismo debería mirar con objetividad y ver si realmente en que aspecto está ayudando a una persona y en que medida está siendo ayudado por dicha persona.
Cuántas veces hemos vivido una realidad que después hemos cambiado mentalmente y cuando la recordamos o se la contamos a alguien resulta curioso ver como lo que en principio era un autoengaño se ha convertido en una realidad para nosotros llegando a olvidar lo que realmente ocurrió. Solemos cambiar la realidad que vivimos ajustándola a nuestras expectativas y por eso decimos que una experiencia fue maravillosa o que una experiencia fue mala, o que una persona es de una forma determinada.
Nos engañamos, nos olvidamos del engaño, el engaño pasa de estar en la superficie consciente a estar en una profundidad inconsciente.
Pienso que podemos observar lo que hacemos, pensamos o sentimos y darnos cuenta como nos engañamos o como sacamos conclusiones de las experiencias que vivimos basándonos en el pasado, lo cual deja mucho que desear.
En lugar de mentirnos con respecto a la forma de vivir, a las relaciones que mantenemos, hemos de ser honestos y expresar ´lo que es´ sin exageraciones, sin interpretaciones, sin condicionar el futuro, simplemente expresar lo que sucede y continuar viviendo de igual forma hasta que los propios hechos produzcan una acción diferente.
No se trata de ser desconfiados y ver si nos estamos engañando o si no lo estamos haciendo. Basta con saber que existe el autoengaño, que realmente nos engañamos más de lo que parece y será a través de la observación que dicha realidad se nos mostrará, tanto en nosotros como en lo ajeno.
Para que la enseñanza o el conocimiento de uno mismo pueda ser un hecho, no podemos convertirlo en una meta o en un logro, ni incluso en algo que hay que intentar para que la cosa cambie. Tenemos que descubrir que el conocimiento de uno mismo es una forma de amar la vida a través de la observación, de hablar de lo que es observado y compartirlo con tus semejantes aunque ni siquiera te escuchen o te escupan a la cara.
Amar la vida es algo diferente a sentir la vida como algo propio y personal en donde uno tiene que decidir qué hacer con su vida en todo momento.
Amar la vida es descubrir la vida, viajar desde la diminuta luz de una gota de agua suspendida en una hoja marchita que cuelga en el viejo roble hasta las estrellas y el espacio que las rodea.

sábado, 18 de febrero de 2012

El pensamiento y la obsesión

Ayer iba sentado en un autobús y detrás de mí iban dos mujeres de mediana edad hablando sobre sus cosas.
La una le decía a la otra que no tenía buena cara, que la encontraba bastante pálida y la otra le contestó que el día anterior de repente y sin saber por qué sintió un fuerte dolor en el pecho, le empezaron a sudar las manos y los pies, tenía temblores, se ahogaba y pensaba que le estaba pasando algo muy grave como un ataque al corazón o que se estaba volviendo loca.
La una le preguntó a la otra qué estaba pensando con anterioridad para que le sucedieran todas esas sensaciones y la otra le contestó que un poco antes estaba pensando en que su madre murió de cáncer de mama y en las posibilidades de que a ella le pasara lo mismo ya que había notado un pequeñito bulto en un pecho.
Esta pequeña historia demuestra lo importante que es el pensamiento en nuestras vidas y que si no se utiliza de forma correcta el pensamiento puede hacernos pasarlo fatal.
Apenas reflexionamos sobre nuestro propio pensamiento, pensamos que no es necesario pensar lo que pensamos, que eso es más bien de entendidos o de especialistas de la mente pero lo cierto es que no hay nadie mejor que nosotros mismos para ser conscientes de nuestro pensamiento.
Queramos o no queramos siempre estamos pensando pero pocas veces pensamos acerca de lo que pensamos e incluso escasamente cuestionamos si es posible pensar de otra forma o incluso llegar a detener el pensamiento.
Sin el pensamiento sería muy difícil sostener la forma de vivir actual que llevamos ya que no sabríamos ni en la calle que vivimos, ni la persona con la que estamos casados, ni cuál es nuestra profesión o nuestro propio nombre.
El pensamiento gestiona nuestras emociones y dirige nuestra conducta, es como un intermediario entre la memoria, la experiencia pasada, y el presente o el futuro. Sin el pensamiento no habría ni pasado ni futuro.
El pensamiento útil no permite razonar con cierta lógica al respecto de poder recordar para encontrar una calle, para cocinar un plato, para hablar un idioma, para reparar una máquina y de alguna forma facilita ordenar los datos o la información contenida en la memoria para tomar decisiones de carácter práctico o manual.
El pensamiento también tiene una gran utilidad para describir lo que observamos de tal forma que nos permite percibir los hechos, lo que está sucediendo, sin necesidad de interpretarlos. Esta cualidad del pensamiento de mero observador pasivo de lo que sucede tanto interiormente o exteriormente a uno mismo nos da la posibilidad de crear un espacio impersonal, no egocéntrico, que da lugar a la comprensión.
Sin embargo existe una forma de pensamiento obsesivo que se apodera totalmente de la persona y nos hace tener conductas compulsivas. De la misma forma, pero con otra cara, este tipo de pensamiento también se muestra de apariencia maniaca y depresiva ejerciendo tal presión sobre la persona que nos mantiene fuera de la realidad en un estado de desequilibrio emocional.
Para hacer frente a este tipo de pensamiento los psicólogos han utilizado técnicas de parada de pensamiento y también de restructuración cognitiva donde es posible desmontar creencias erróneas. Ósea que debemos entender que es necesario afectar al pensamiento de una forma funcional, parándolo con otro pensamiento, o de una forma psicológica cuestionando creencias que en el fondo se muestran con este tipo de pensamiento neurótico.
¿Cuáles son nuestras obsesiones?
Hay muchísimas obsesiones en nuestras vidas y cada uno de nosotros debería echarles un vistazo pues tienen consecuencias bastante negativas en nuestro desarrollo y para empezar podríamos nombrar entre ellas la obsesión por llegar a ser, por alcanzar ser otra persona. De alguna forma hemos aprendido a desear ser mejor de lo que creemos ser, pero lo cierto es que siempre somos la misma persona. Nunca vamos a cambiar porque lo único que habría que cambiar es ese pensamiento obsesivo de desear cambiar. Eso no quiere decir que vamos a dejar de aprender y moldearnos a través del tiempo.
Basta con que nos miremos un momento al espejo o cerremos los ojos para sentirnos y enseguida aparece la obsesión de que deberíamos ser diferentes, mejores, mas esto o menos lo otro.
El deseo de cambiar que surge, entre otras cosas, por juzgar que no nos gusta como somos es un pensamiento obsesivo que no nos permite aprender.
Si soy gordo puedo tener la obsesión de querer ser delgado y todo mi empeño y energía se van a proyectar en esa imagen maravillosa de la delgadez y de lo bien que me sentaría y de lo bien que me mirarían los demás y de las cosas que podría conseguir siendo delgado. Todo eso no es más que una obsesión cuyas consecuencias para empezar es que uno va a aumentar su nivel de ansiedad y por consiguiente va a estimular el apetito y va a engordar aún más si cabe.
Por otra parte esa obsesión por ser delgado y el consiguiente desprecio de la obesidad no nos va a permitir aprender de lo que realmente es la obesidad, sus causas, su estado y sus consecuencias, y sobretodo darnos cuenta como hemos llegado a todo ello, porque en definitiva puede haber sido por otra obsesión como el placer de comer o la obsesión de sentirnos vacios. Aprender sobre algo acaba por transformarnos, pero sí de antemano rechazamos algo esa actitud no nos va a permitir mirarlo frente a frente.
Las obsesiones, como dicen los psicólogos, hay que pararlas pero sin caer en otra obsesión y sobre todo teniendo en cuenta las creencias erróneas que nos han llevado a ellas.

jueves, 16 de febrero de 2012

Viajar

Viajar es una actividad placentera que nos permite conocer lugares por nuestra tierra o por tierras lejanas, visitar sus monumentos y antigüedades, disfrutar de su gastronomía y de sus parques, hablar con sus gentes y conocer su cultura y valores.



Desde que yo recuerdo siendo niño siempre tuve ese deseo por viajar y cuando tuve oportunidad elegí mi primer trabajo en una compañía que me permitiría viajar por Europa. Para empezar la empresa me envió tres meses a Londres a aprender inglés conviviendo con una familia inglesa y asistiendo a clases prácticamente durante todo el día.

Aún recuerdo el entusiasmo con el que asistía a clases, conocía a personas de diferentes países, visitaba lugares de interés turístico y saboreaba cada minuto como un precioso regalo. Quizás en esa época fue una de las primeras veces que percibí que los deseos se cumplen y mi deseo de viajar se convirtió en una realidad y en una pasión.


A lo largo de mi vida he viajado bastante y he vivido en diferentes países. Sin embargo desde hace unos años para acá mi pasión por viajar cesó y ese entusiasmo por absorber diferencias culturales o espaciales se convirtió en percibir lo que mis ojos alcanzaban a ver, sentir a las personas con las que estaba, contemplar lo cercano, fijarme en los detalles, aspirar el aire que me rodeaba y poner los sentidos de alguna forma mirando hacia dentro.

A veces pareciera que viajamos tratando de conseguir algo y llenamos nuestra mochila de suvenires, nuestra cámara repleta de fotografías y nuestra cabeza plena de recuerdos. Tratamos de agarrar el tiempo y de pararlo en esos momentos en que viajamos y nos sentimos libres de tanta ocupación y trabajo. Pero el tiempo no para y todo lo que se trata de sostener tarde o temprano se desvanece en el aire.

La vida es un viaje, un hermoso viaje lleno de sorpresas, de imprevistos, de sinsabores, de placeres, de dolores, de momentos eternos y de momentos que desaparecen sin apenas saborearlos.

Este viaje que es la vida puede vivirse sabiendo lo que nos depara el mañana, conociendo cuales son las estaciones donde este tren en el que viajamos se detiene por momentos hasta llegar a la última estación donde definitivamente bajamos sin necesidad de preocuparnos del equipaje.

Pero este viaje que es la vida también puede vivirse con rumbo a lo desconocido, sin saber siquiera si este tren en el que viajamos se sostiene por la vía que circula. Podemos viajar en un tren sin paradas, que no se detiene en ninguna estación y que no tiene principio ni fin. En este viaje uno puede mirar por la ventana y observar ese prado verde donde pastan los caballos y sentir como el aire fresco de la mañana renueva nuestra existencia a cada instante.

Acumular

Si miramos en nuestras casas o en las casas de nuestros amigos o familiares nos podemos encontrar con un gran cúmulo de objetos que se han ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida.

Los espacios están ocupados con muebles que hemos ido comprando en el transcurrir del tiempo con ilusión para cubrir nuestras necesidades de poder estar cómodos, sentarnos, comer, ver la televisión o escuchar música.

En las librerías o en cualquier lugar se encuentran libros que representan alguna etapa de nuestra vida en la que nos identificábamos con ciertas ideas políticas, filosóficas, religiosas o románticas, o que respondían a nuestra curiosidad o a nuestra necesidad de saber sobre la vida, cocinar, dejar de fumar, construirnos una casa o algún tipo de colección.

En los muebles también encontramos álbumes fotográficos o fotografías sobre los estantes de los muebles de nuestros familiares o de nosotros mismos cuando éramos niños o adolescentes, de viajes realizados, de bodas y de un sinfín de momentos.

De una forma o de otra en las casas hay una acumulación de cosas que representan el pasado y que aunque ya no tienen ninguna utilidad e incluso algunas han dejado de tener un valor personal, aún las mantenemos.

Nos cuesta deshacernos de cosas, desprendernos de aquello que ya se le saco provecho, de aquello que adquirimos pensando que nos sería útil y quizás no se llegó ni a usar. Tenemos montones de revistas viejas, aparatos inservibles, libros obsoletos, muebles estropeados, vajillas para dar de comer a un regimiento, ropa antigua, que no tiene ningún sentido guardar.

¿Por qué no nos desprendemos de todo ello y creamos espacio a nuestro alrededor?

De igual forma nuestras mentes están atiborradas de ideas, de supersticiones, de miedos, de deseos, que proceden del pasado y que ya no tienen ningún sentido sostener o mantener.

Somos de izquierdas o de derechas desde hace tantos años que pareciera que nacimos de esa forma y aún seguimos esgrimiendo los mismos razonamientos sin darnos cuenta que somos como gramófonos rayados.

A veces uno tiene la sensación que la humanidad se extinguirá por esa torpeza de no saber renovarse o desprenderse de lo que ya caduco, de lo viejo, del pasado.

Hagamos un ejercicio consciente de lo que tenemos o más bien de lo que acumulamos y con suma sencillez, sin pensamientos, desprendámonos de todo ello creando un espacio maravilloso que permita que nuevas cosas puedan ocuparlo o simplemente poder utilizar ese espacio para sentirnos libres y percibir la vida con frescura.