miércoles, 27 de febrero de 2013

¿Cómo tomamos nuestras decisiones?


Sin lugar a dudas a veces el ser humano actúa guiado por impulsos a la hora de tomar decisiones importantes de su vida y lo que se debería haber meditado con tiempo, adquiere el carácter de urgente y, sin apenas reflexión, se decide a la ligera.

Elegir los estudios o una profesión, elegir la persona con la que casarnos, elegir tener un hijo, elegir comprar una casa, elegir divorciarse, son algunas de las decisiones más importantes que se toman en un momento y que indudablemente nos van a afectar para el resto de nuestra vida.

¿Cómo es que elegimos unos estudios o una profesión? ¿Se nos ha educado para darnos cuenta del don, de la vocación, de las aptitudes, con las que hemos nacido o por el contrario se nos ha educado para ser una proyección de nuestros padres o educadores llegando a realizar una profesión que ellos les hubiesen gustado hacer?

¿Cómo es que elegimos una persona con la que convivir? ¿Se nos ha educado para aprender a relacionarnos y compartir un proyecto común con un ser humano que al igual que nosotros tiene la pasión por relacionarse o por el contrario se nos ha educado en la búsqueda del placer, para disfrutar y sacar provecho de la relación?

¿Cómo es que elegimos la responsabilidad de tener un hijo? ¿Se nos ha educado para cuidar y respetar con afecto la vida propia de otro ser humano o por el contrario se nos ha educado para poseer y tratar de inculcar a otro ser humano nuestros valores?

¿Cómo es que elegimos comprarnos una casa? ¿Se nos ha educado para ser independientes y saber el esfuerzo que conlleva adquirir propiedades por uno mismo o por el contrario se nos ha educado en el consumo, en la adquisición sin medida, en el logro sin esfuerzo, con la ayuda y dependencia de nuestros padres o tutores?

¿Cómo es que hemos elegido divorciarnos? ¿Se nos ha educado para saber que todo lo que empieza termina, que no merece la pena sostener lo que se ha apagado y que es más importante saber terminar las cosas que empezarlas, siempre en el respeto y cuidado a la otra persona o por el contrario se nos ha educado para ser superficiales e impulsivos, poco comprensivos, buscando únicamente nuestra satisfacción personal tirando la toalla cuando apenas empiezan a surgir problemas?

De una forma u otra se nos ha educado y ahora con el tiempo somos en cierta medida un producto de esa educación. ¿Cómo es posible sin despreciar la educación recibida, dejándola a un lado,  encontrar nuestra manera genuina de entender las cosas?

Antes de tomar una decisión hemos de tener en cuenta quién está tomando dicha decisión, es decir necesitamos saber si es producto de nuestra educación o si es producto de nuestra percepción.

Es cierto que vivir según nuestra educación es fácil porque solo hemos de dejarnos llevar por las opiniones, valores y creencias que tenemos, aplicándolas a las situaciones que surgen, pero no menos cierto es que cuando actuamos movidos por nuestra educación, sea esta correcta o incorrecta, nuestro destino no es libre y siempre estaremos abocados a vivir una vida obcecada que no nos corresponde, que es de otras personas.

Vivir guiados por la percepción no es fácil porque requiere poner todos nuestros sentidos en atención y darnos cuenta cuando nuestra educación trata de interponerse entre nuestros sentidos y la realidad que observamos.

Cuando actuamos producto de nuestra percepción, sea esta correcta o incorrecta, nuestro destino es libre y siempre estaremos dispuestos a aprender tanto de nuestros errores como de nuestros aciertos.

Percibir es difícil cuando estamos tan llenos de ideas y requiere abrir los sentidos para ver en profundidad aquello que tratamos de mirar, entender o descubrir.

El ser humano ha sido educado y condicionado según unos valores y sin el conocimiento o la comprensión de uno mismo toda decisión impulsiva, o no impulsiva, será de acuerdo a su condicionamiento y no a su libertad de percibir las cosas tal cual son.

¿Qué es lo que rige tus decisiones, tu educación o tu percepción?

Cuando una persona normalmente sabe que es lo que quiere en la vida, cuáles van a ser sus metas o logros, tiene una vida planificada y poco a poco va consiguiendo lo que en términos psicológicos se define como realizarse, entonces es una persona que se rige más bien por su educación.

Cuando una persona no tiene claro las metas ni los logros, no puede planificar mucho, apenas toma decisiones, en lugar de lograr lo que sucede es que cada día sabe menos y sin embargo vive apasionada observando, se podría decir que su vida se rige más bien por la percepción.

La educación se aprende, es algo ajeno a nuestra naturaleza, mientras que la percepción es una función inherente a nuestra naturaleza que nos permite aprender y ser seres sensibles, capaces de darnos cuenta de todo aquello que está sucediendo a nuestro alrededor y en nuestro interior.

Concedamos a nuestra vida algo más de sensibilidad y menos de educación.

jueves, 21 de febrero de 2013

¿Quién tiene razón cuando discutimos?


En la sociedad, en la convivencia diaria, hay una manía generalizada de compararnos los unos con los otros y pensar que valemos más, que tenemos más razón, que somos más útiles y capaces o por el contrario llegamos a la conclusión que somos unos inútiles y que nos gustaría saber tanto como esas personas que saben de todo y que hablan con tanta facilidad.

De una forma o de otra valoramos a las personas o a nosotros mismos como si fuéramos objetos.

Desde niños o bien se nos ha dicho que éramos unos inútiles, que no sabíamos nada, o por el contrario se nos ha dicho que éramos perfectos y que este mundo estaba hecho expresamente para nosotros.

Todo ello ha influenciado sobre nosotros y los inútiles nos hemos convertido en seres acomplejados que llegamos a creer que realmente somos un poco tontos en comparación con los demás, lo que nos ha creado a su vez una actitud de indefensión que nos hace inseguros e indecisos. Por supuesto que cuando los demás nos hacen sentirnos inútiles del todo no nos queda más remedio que chillar y maldecir todo lo que hay a nuestro alcance debido al miedo que nos produce sentirnos menospreciados de forma absoluta. Después nos culpamos de la conducta anterior y volvemos a sentirnos inútiles en una rueda psicológica que nunca se resuelve.

Por otra parte los perfectos nos hemos convertido en seres vanidosos, sintiéndonos superiores a los demás, y creyendo que se puede hacer cualquier cosa con tal de conseguir lo que por naturaleza nos pertenece, y da igual que engañemos, que hagamos daño o que los demás piensen lo que quieran. En ese sentido nuestra actitud se muestra con una gran seguridad y capacidad de decisión, convirtiéndonos en seres insensibles a las equivocaciones, poco afectuosos y muy solitarios.

¿Por qué esa manía de decirles a los demás, a nuestra pareja, a nuestro hijo, a nuestra anciana madre, que no sabe hacer las cosas, que son torpes o inútiles? Parece como si gran parte de nuestra atención está dedicada a observar si los demás se equivocan y aprovechamos cualquier oportunidad para  corregirles y decirles, de una forma sibilina, que somos necesarios, que sin nosotros no sabrían llevar sus vidas.

Juzgar, criticar, despreciar, son formas de compararnos con los demás y de poner la bondad de la balanza de nuestra parte. Eso no es más que un signo del mal concepto que tenemos de nosotros mismos y de lo poco que nos sentimos queridos, razón por la cual tenemos que intentar demostrar continuamente nuestra valía y reforzar nuestra imagen.

Utilizamos mucho el concepto de razón, de tener razón, como si tener razón tuviera que ver con la verdad o la realidad. En realidad todo el mundo tiene razón, tiene su razón, porque la razón es algo personal. ¿Cómo se nos puede ocurrir pensar que la razón es algo objetivo?

La razón es producto de mi experiencia y de mis conocimientos y por lo tanto su lógica solo puede tener sentido para mí mismo y no necesariamente para los demás que tienen sus propias razones.

El hecho de que tengamos una mayor capacidad de persuasión o de convencimiento no quiere decir que tengamos más razón, puede ser sencillamente que nuestra razón tiene grandes dotes de manipulación y de astucia.

Si realmente fuéramos inteligentes utilizaríamos la razón de un modo bastante diferente dándonos la posibilidad de razonar de una forma impersonal, es decir, si hablamos de la conducta determinada de una persona hemos de dejar a la persona a un lado y considerar únicamente la conducta porque de lo contrario estaremos confundiendo una simple conducta con todo lo que pueda significar un ser humano. Y además cometemos el error intencional de hablar de la conducta para manipular a la persona, lo cual no nos permite aprender sobre la conducta.

El valor de un ser humano es igual para todos los seres humanos. Da igual que una persona haya asesinado, violado, o haya conseguido el nobel de la paz, para valer lo mismo como ser humano. El ser humano es incuestionable, lo que es cuestionable, medible o comparable es su conducta, su condicionamiento, el dinero que tiene en el banco o el número de hijos o de esposas que tiene.

Podemos decir que una persona es más alta, que pesa más, que tiene el pelo más largo o más oscuro, que aparentemente parece más introvertida o más sociable o más susceptible o más inocente, pero nunca estará bien decir que una persona es mejor porque tenga el pelo oscuro o porque aparentemente sea más inocente.

Cuando una conducta es reprochable por el daño o por los efectos negativos que tiene en la convivencia, tenemos la responsabilidad de cuestionar dicha conducta hasta que sea resuelta pero nunca sin dañar al ser humano porque de lo contrario estaremos reforzando la propia conducta.

Un gran error que cometemos cuando hablamos de la conducta de una persona que convive con nosotros es pensar que esa conducta no tiene nada que ver con nosotros, que es únicamente de la persona. Eso es completamente falso porque somos seres en relación y la responsabilidad de la conducta de un ser humano en convivencia es de todos lo que convivimos. Eso quiere decir que todos hemos hecho que esa conducta aparezca y todos hemos de hacer lo posible por remediarla.

Desgraciadamente gran parte de las relaciones sirven para cubrir carencias o están motivadas por cuestiones placenteras y haría falta ese amor por crecer y madurar juntos en la convivencia.

Desde que nacemos ya se nos dice a quien hemos salido, si nos parecemos al padre o a la madre, y aunque esa actitud de sacar parecido al bebé parezca inocente, en realidad es el principio de cómo el bebé se va a ir conformando con las proyecciones y comparaciones de las personas que lo crían o lo educan, convirtiéndolo en un ser condicionado. Casi nunca tenemos el amor para ver al bebé como es, y para dejarle ser y expresarse como él mismo.

Tenemos que liberarnos de toda esa presión que ha ejercido nuestra educación en el terreno psicológico de compararnos, de sentirnos inferiores o superiores, y encontrar esa realidad sencilla de la gran riqueza que supone ser lo que uno es, algo inimitable, incomparable, único, y a la vez universal, y sin caer en la arrogancia, vivirla y sentirla con humildad.

lunes, 18 de febrero de 2013

¿Podemos vivir sin conflicto?


Parece más bien normal que en nuestra vida cotidiana haya cierto nivel de lucha, enfrentamientos y discusiones que nos da la sensación de estar siempre viviendo en un conflicto psicológico, en un continuo enfrentamiento con nosotros mismos y con el mundo, creyendo que con esa actitud crítica y de lucha vamos a mejorar las cosas, lo cual es cuestionable.

Cuando uno está en conflicto suceden tres cosas: lo que está ocurriendo, que es un hecho, la sensación de no aceptarlo, que es una resistencia, y lo que me gustaría que ocurriera, que es una idea. Por lo tanto el conflicto es la lucha que se produce tratando de cambiar lo que está ocurriendo en lo que nos gustaría que ocurriera mientras uno se siente cabreado, molesto o disgustado.

Por ejemplo si estamos charlando con unos amigos y alguien opina diferente a nosotros, lo primero que sucede es que no aceptamos dicha opinión y a continuación  tratamos de convencer a la otra persona de que está equivocada, lo cual es no aceptar que las personas puedan opinar diferente a nosotros.

Si no aceptamos que las personas puedan opinar de forma diferente a nosotros vamos a tener que luchar con más de medio mundo para convencerlos de lo contrario y eso, aparte de ser una locura, es imposible. Lo cual demuestra que el conflicto no solo no resuelve las situaciones sino que además dificulta las relaciones.

Si en lugar de mantener esa actitud de resistencia, y enfrentamiento, nos interesamos por la opinión de los demás puede que nuestra opinión deje de tener tanta certeza, o que nos demos cuenta que estamos equivocados, o al menos nos demos la oportunidad de poder comprender el porqué de la opinión ajena.

Pero no solo no escuchamos a los demás sino que no les permitimos que opinen diferente a nosotros y además ni siquiera queremos escucharles porque, con nuestra actitud infantil, lo que queremos es que nos escuchen y nos confirmen. Sin embargo lo importante no es nuestra opinión, eso sería algo infantil, sino acercarnos al mundo y saber cómo es a través de las opiniones o sentimientos de los demás.

Cuando mostramos cierto acaloramiento, cuando hablamos con ira, cuando no aceptamos lo que nos sucede, lo que hacemos es resistirnos y entrar en conflicto con la realidad.

Si somos capaces de reflexionar un poco nos daremos cuenta que todo ese esfuerzo y resistencia es en vano, no resuelve nada, y además es absurdo.

Hay una manera diferente de mirar y de enfrentarnos a las cosas que nos hace comprender y madurar, dejando en el pasado esa actitud infantil de rabieta porque las cosas no son como uno espera.

Cuando por las mañanas suena el despertador y nos damos cinco minutillos más hasta que decidimos levantarnos, lo que hacemos es resistirnos. Cuando de nuevo suena el despertador, ya por segunda o tercera vez, es cuando tenemos que levantarnos deprisa y corriendo porque el tiempo se nos echa encima y entonces no somos conscientes del disfrute que supone asearse, vestirse y desayunar. ¿Por qué no nos levantamos con ganas, motivados, ilusionados por todo lo que el día nos va a traer? ¿Es que no queremos vivir? ¿Es que nos cuesta vivir?

Cuando vamos hacia el trabajo esperamos no tener ningún contratiempo, ya que andamos muy justos de tiempo, y si por casualidad nos encontramos con una huelga de transporte, con un accidente de tráfico, o con un tropiezo, lo que hacemos es maldecir a los que no nos permiten llegar con puntualidad y de nuevo nos resistimos a lo que sucede.

Si resulta que durante el trayecto al trabajo nos encontramos con algún mendigo o con un amigo de la infancia que no veíamos hace cuarenta años, entonces hacemos como si le hubiésemos visto. De lo que no cabe duda es que poco a poco nos vamos insensibilizando a base de programar y esperar lo que ha de suceder, en lugar de permitir a la vida que nos sorprenda y nos muestre lo siguiente con lo que lidiar o relacionarnos.

Ya en el trabajo, en lugar de mostrarnos como seres sociales, alegres, abiertos y dispuestos, lo que más abunda es el ostracismo, el individualismo y el protegernos de cualquier amenaza que ponga en entredicho el trabajo que hemos realizado o nuestra persona.

Nos gusta la comodidad y la seguridad, no nos gustan los retos ni estamos motivados para ver hasta dónde podemos dar de sí. Tenemos demasiado miedo como para disfrutar del trabajo. Si hay algo motivador en el día a día es que haya contratiempos e imprevistos, ya que de ese modo podemos ser más creativos y podemos romper con la rutina y el habito de hacer las cosas de una manera mecánica.

Hay demasiado miedo en el ambiente que se muestra cuando las personas se protegen y se defienden continuamente lanzando patadas y puñetazos por doquier, como si tuvieran miedo hasta de aire. Y también hay temor cuando las personas se adueñan del trabajo o la creatividad de los demás porque en ese miedo hay mezquindad y pobreza a no poder ser nunca uno autosuficiente. En este asunto mi madre, que es una santa y una sabia persona, me dijo un refrán que nunca olvidaré: ´más vale dar que desear´.

Vivimos resintiéndonos, vivimos defendiendo una imagen de nosotros basada en unas pobres ideas que no tienen sostenimiento real.

¿Podemos vivir sin conflicto alguno? ¿Podemos vivir sin resistirnos?

Permitamos que en nuestra vida suceda todo lo que tiene que suceder, desde un tropiezo en la escalera de casa, un accidente de tráfico, una enfermedad, un robo, una carta de hacienda, una persona querida que te desprecia o te engaña, una separación, la muerte de un familiar o incluso la muerte propia.

Lo importante no es lo que sucede sino como te lo tomas, es decir, lo importante como ser humano es como respondes ante las situaciones que te trae la vida, que a la larga son casi las mismas situaciones para todas las personas.

Vivir sin conflicto es vivir con la cabeza levantada ante cualquier situación o contratiempo, es vivir en relación con las personas y con la naturaleza sin oponer resistencia a como se muestran, y también vivir sin conflicto es vivir en contacto con la realidad.

Cuando se vive sin conflicto, no se malgasta toda esa energía de la resistencia y de querer cambiar las cosas, y por esa razón se libera una gran energía para entender, para comprender y para amar.

Si algún momento del día se sientes molesto, disgustado, cabreado, triste, temeroso, es que te estás resistiendo a lo que sucede y es en ese momento que has de hacer un ejercicio de humildad y aceptar las cosas que han sucedido para poder hacerles frente. Y en lugar de querer cambiar las cosas de una forma ideal pregúntate: ¿Cómo es que sucede esto, qué significa?, y observa sin pestañear como la vida te responde, y es entonces cuando obtendrás respuestas y cuando, no solo comprenderás, sino que todo habrá cambiado sin que apenas te des ni cuenta.

sábado, 9 de febrero de 2013

El sentido de los sentidos


¿Qué nos hace saber que la realidad existe? La realidad existe en la medida que la percibimos, es decir, que la sentimos: la vemos, la olemos, la palpamos, la saboreamos, la oímos.
La realidad no existiría si no la sintiésemos y es quizás por esa razón que las sensaciones que sentimos tengan tanto valor en la vida de todo ser humano.
Una persona puede sentir calor o puede sentirse solo y triste. Otra persona puede oír el cantar de los pajarillos o puede oír su propio pensamiento. Podemos sentir la dureza de una roca o la comodidad de una silla.
Quizás una de las cosas que determina nuestra conducta, lo que decidimos hacer, viene condicionado por lo que sentimos.
¿Qué es lo que nos hace sentir?
Cuando sentimos frio lo que nos hace sentir frio es, por una parte, nuestra percepción de la temperatura al entrar en contacto con nuestra piel y por otra parte la idea que tenemos según nuestra experiencia de frío o de calor.
Si es invierno y hace un frío espantoso, lo que nos gustaría es ir bien abrigados o estar en casa al calor de un buen fuego de chimenea o de una calefacción. En esas circunstancias el calor se soporta con agrado. Sin embargo a nadie se le ocurriría poner la calefacción en verano cuando está pasando calor.
En principio lo que sentimos a través de los sentidos viene determinado por algo objetivo: vemos la imagen de un paisaje, sentimos el tacto suave de un tejido, olemos que algo se está quemando, oímos un sonido fuerte o degustamos un alimento salado.
A nadie se le ocurriría decir que la sal sabe a dulce, que cuando hace frío siente calor y que huele a flores en una pocilga.
Un asunto diferente es cuando lo que sentimos viene determinado por lo que pensamos y no por lo que nuestros sentidos perciben.
Por ejemplo puedo estar respirando humo, lo cual es asfixiante, y sin embargo puedo estar sintiendo placer, es decir, la idea que tengo del fumar anula las sensaciones reales que están sucediendo mientras fumo (calor, sequedad, picor, ahogo, malestar…).
Esto es algo muy importante porque estamos diciendo que a una idea, que no es nuestra y que se ha instalado en nuestro cerebro, le damos más valor que a nuestros propios sentidos. En cierta manera esto puede sonar a chiste pero ciertamente es como si se hubiera metido un virus informático que no nos permite funcionar o vivir saludablemente.
Cuando ocurre ese suceso, que damos prioridad a nuestro pensamiento antes que a nuestros sentidos, es cuando perdemos todo sentido de la realidad y además ponemos en peligro nuestra vida.
¿Cómo es que una idea puede anular nuestros sentidos?
Lo cierto es que es así, es un hecho. Yo puedo estar sintiéndome molesto, mareado, bebiendo alcohol y, en lugar de parar y dejarlo, puedo seguir consumiendo hasta caer embriagado porque prevalece la idea de estar divirtiéndome.
Puedo tener una relación con alguien que abusa continuamente de mí, que me maltrata, y sin embargo no hacer nada para dejar esa relación porque tienen prioridad esas ideas mías de: me siento segura con él, me quiere, yo tengo la culpa, no valgo nada y no quiero estar sola, etc.
Cuando alguien me insulta puedo sentir un gran malestar y pensar que ha sido el insulto la causa de mi malestar, cuando en realidad es la idea que tengo del insulto y de mi mismo la que ha causa mi molestia.
¿Somos conscientes de que nuestras ideas/pensamientos no nos permiten ver las cosas con claridad y nos convierte en seres sensorialmente mutilados?
Los sentidos tienen una función vital para los seres vivos ya que a través de ellos podemos interaccionar con el medio para adaptarnos y sobrevivir.
Los sentidos nos previenen de peligros y nos hacen tomar infinidad de decisiones con el objeto de mantener unas condiciones internas y externas de equilibrio saludables. Solamente aquellas personas que por razones accidentales han perdido físicamente alguno de sus sentidos saben el valor que tienen.
Si anulamos los sentidos psicológicamente lo primero que ponemos en riesgo es nuestra salud porque ya no sabremos cuando algo tiene mal sabor, quema, huele mal, es ruidoso, duele, molesta, es peligroso, etc.
Tenemos que preguntarnos de donde surgen nuestros pensamientos y distinguir cuando vienen directamente de los sentidos a través de la observación de los hechos y cuando surgen como una reacción de las ideas que tenemos al respecto de lo que sucede. Un cosa es sentir y poderlo expresar con palabras, y otra cosa es pensar
Le hemos dado tanta importancia a las ideas, a esos virus informáticos que la sociedad de consumo y la cultura nos han metido en la cabeza, que hemos perdido el sentido de los sentidos.
Si nos queremos un poco, si realmente queremos vivir, hemos de recuperar nuestros sentidos y gozar de esa maravillosa capacidad de decirnos como son las cosas. Esos sentidos somos nosotros mismos, es nuestra naturaleza y debemos hacer todo lo que haya a nuestro alcance para no permitir que esos virus informáticos, ajenos a nuestra naturaleza, nos mutilen.
Las ideas, las creencias, los prejuicios y las opiniones son algunos de los principales virus informáticos que se meten en nuestra cabeza y nos hacen esclavos de ellos dejando inservibles a nuestros sentidos, lo que nos hace vulnerables a cualquier peligro.
Cualquier persona podemos pensar que nuestras ideas u opiniones las hemos elegido nosotros mismos libremente, lo cual es la más clara ignorancia, pero lo cierto es que nos han manipulado para elegirlas e identificarnos con ellas y que difícilmente podemos librarnos de ellas aunque deseemos hacerlo.
Necesitamos tener los sentidos despiertos para poder observar con profundidad hasta donde podemos estar corrompidos por esos virus.
Ver, oler, gustar, sentir, oír y pensar, son sentidos extraordinarios por si mismos sin necesidad de que ningún objeto o de que ningún sujeto los condicione.
Ver es una cualidad dichosa sin necesidad de poner énfasis en ver algo concreto. Cuando las personas nos olvidamos que lo importante no es, ver algo concreto, sino el propio ver, es cuando perdemos la profundidad y la belleza de lo que supone ver.
Observar, sin necesidad de nombrar o tener preferencia alguna, los colores, las sombras y las luces, las formas y su relación en el espacio, es sumamente dichoso y nos permite aprender.
Del mismo modo pensar es un sentido extraordinario que nos permite ser más adaptativos pudiendo cuestionar todo aquello que nos impide pensar y sentir con libertad.

jueves, 7 de febrero de 2013

La corrupción


De un tiempo para acá uno de los asuntos que más se habla en los medios de comunicación es la corrupción. Políticos, gobernantes, funcionarios, banqueros y empresarios no se conforman con tener una posición privilegiada sino que necesitan engañar y robar.

Actualmente el país está pasando por una crisis financiera importante cuyas consecuencias son una gran cifra de paro y un nivel de deuda injustificable. Se podría decir que miles de familias no tienen recurso alguno para alimentarse, vestirse o cobijarse y que el país ha sufrido un retroceso de tal envergadura que a duras penas uno puede imaginar que esto cambie en los próximos años.

En estas circunstancias lo que sale a la luz es la corrupción. No es que antes no hubiera corrupción es que la corrupción está tan institucionalizada que existen todo tipo de mecanismos políticos y judiciales para salir indemne a pesar de lo escandaloso que pueda ser el caso, y por esa razón nunca se le ha dado el enfoque que requiere, ya que en realidad es el sistema el que está corrompido.

A través de los medios de comunicación se nos quiere hacer ver que la corrupción solo tiene que ver con una serie de personas sin escrúpulos, cuando la realidad es que hemos creado un sistema corrupto, es decir, un sistema con la capacidad de poder corromper y ser corrompido.

¿Cómo ha sido posible que los políticos y banqueros hayan endeudado el país y no haya ningún responsable que pague por ello, salvo los ciudadanos? Eso es lo que se llama corrupción organizada de una forma institucional, es decir, que es legal e impune. Estos personajes de la política nos ha llevado a la crisis pero a ellos la crisis no les afecta en absoluto salvo para seguir ganando si cabe aún más.

La corrupción no se soluciona juzgando a unos cuantos delincuentes de guante blanco, la corrupción se soluciona primero viendo el alcance de lo que significa corrupción y después creando el ambiente propicio para vivir de una forma íntegra.

La corrupción empieza cuando una persona que vive en sociedad trata de beneficiarse a costa del esfuerzo ajeno y se relaciona buscando el beneficio personal en lugar del beneficio común.

Todos tenemos el derecho y el deber de querer mejorar nuestras condiciones personales, de aspirar a vivir con una mayor comodidad y con unos niveles de seguridad adecuados para poder desarrollarnos como seres humanos, sin embargo eso no justifica vivir en competencia, utilizar la astucia, engañar o explotar al prójimo, y estar deseando poner la mano bajo la mesa.

Si vivimos en sociedad hemos de mantener una actitud sociable donde uno pueda mejorar personalmente, si eso es lo que quiere, pero sin lastimar a nadie y siendo sensible a las condiciones de los demás.

¿De qué nos sirve vivir cómodamente, si la sirvienta de casa, que ayuda a nuestro bienestar, vive de forma penosa? Es nuestra obligación que ella viva de igual forma cómodamente. Y si no hacemos lo posible para que eso sea así es que hemos perdido toda sensibilidad y nuestra comodidad no será más que una forma vulgar e ignorante de vivir.

Tú o yo, podemos ser corruptos y ni siquiera saberlo, quizás porque pensamos que los corruptos son aquellos personajes de la televisión que se adueñan de dinero que no es suyo.

¿Cómo puedo saber si yo soy corrupto? ¿Cómo piensa un corrupto?

Una persona que no es íntegra está corrompida, en cualquier momento las circunstancias pueden convertirlo en un déspota, en alguien cruel, en un maltratador o en un corrupto. Un corrupto piensa en sí mismo, siempre está pensando en sacar beneficio de todo lo que sucede y su vida se basa en aprovecharse de los demás. En contraposición, una persona íntegra piensa de forma común, hace siempre lo correcto y cuando se equivoca lo asume y lo corrige de forma inmediata, es una persona fuerte capaz de soportar todo tipo de presiones

La vida de un corrupto es como la de un actor en una gran obra de teatro, puede hablar de la forma más políticamente correcta pero en el fondo de todo solo le mueve sacar provecho de cada circunstancia. Sin embargo una persona íntegra no necesita actuar, ni imagen, ni fama, porque en su integridad está la satisfacción de vivir en orden.

¿Qué podemos hacer frente a toda esta corrupción?

Lo primero es actuar sobre uno mismo, buscar soluciones en nuestra propia piel que nos haga madurar, no ser corrupto, uno ha de ser íntegro, pensar con libertad sin depender de ideas de segundamano, que lo único que consiguen es dividir a las personas, y uno ha de sentirse responsable por los acontecimientos para crear una sociedad también integra donde el ciudadano sea realmente su propio gobernante.

Las personas que pertenecen a partidos políticos o simplemente son simpatizantes de una ideología u otra, piensan que los suyos son los más justos y los que los otros son unos mangantes. Es curioso la falta de respeto que hay por los que son de otro partido, seguramente porque eso es lo que ven cuando sus lideres hablan de sus oponentes a base de insultos y desprecios, lo cual da una imagen vulgar y penosa al resto de la sociedad que no pertenecen a ideología alguna y que son la gran mayoría.

La corrupción también se crea con el partidismo, cuando nos creemos mejores que los otros, cuando pensamos que somos los únicos que tenemos razón y no somos capaces de comprender que la vida social hay que elaborarla entre todos y para todos. La única forma de hacer frente a la corrupción es cuando todos trabajamos juntos para solucionarla.

Después de la transición fue una alegría compartida que en este país se tuviera una sociedad con representación de todos los partidos políticos pero después de más de treinta años lo que podemos ver es que es una sociedad hecha para los partidos y no para los ciudadanos.

El ciudadano es víctima de los partidos políticos y de su corrupción, y necesita recuperar su responsabilidad para construir una sociedad basada en principios humanos y no en ideologías muertas que huelen a polvo.

Para solventar la corrupción necesitamos unos medios de comunicación independientes capaces de hacer su trabajo con profesionalidad y honestidad y necesitamos unos jueces independientes capaces de hacer justicia por igual a todos los ciudadanos.

Y sobre todo para solventar la corrupción necesitamos convertirnos en seres humanos íntegros capaces de vivir con humildad, capaces de interesarnos por el bienestar común antes que por el propio.


martes, 5 de febrero de 2013

La comunicación


¿Hasta qué punto es importante la comunicación entre las personas? Cuando las personas mantienen relaciones duraderas, bien sea porque conviven juntas desde hace años o bien sea porque se ven habitualmente, pareciera como si ya estuviera todo hablado, como si ya se conocieran tanto el uno al otro que cualquier cosa que se diga ya se sabe.

Hay personas que pierden su capacidad de sorpresa en la relación y llegan a no sentir curiosidad ni interesarse por lo que su compañero pueda pensar u opinar al respecto de las noticias del momento o incluso de cuestiones existenciales.

Estas personas cuando viajan apenas dialogan y el silencio lo llena el sonido de la radio o simplemente el ruido del motor del coche. Cuando están en casa, cada uno sabe exactamente lo que tiene que hacer y sin mediar palabras lo hacen mecánicamente. En determinadas ocasiones hay una especie de acuerdo tácito para decirse unas buenas noches o incluso darse un beso sin apenas pasión. Y si les preguntamos cómo les va en la relación su contestación suele ser que muy bien, que no tienen problemas y que se sienten seguros y estables en una relación sin sobresaltos.

En este sentido podríamos decir que la palabra comunicación se suele entender como una forma de expresarse o de mostrarse uno a otro y por consiguiente en relaciones duraderas apenas hay este tipo de comunicación, porque en definitiva ellos creen conocerse bastante bien.

El arte también es una forma de este tipo de comunicación. El artista nos expresa a través de una medio, como la pintura o la escultura, sus sentimientos hacia un aspecto de la realidad según él la ve o la percibe. El artista de alguna manera busca el reconocimiento de sí mismo a través de la aceptación y valoración que hagan los demás de su obra.

¿Qué clase de comunicación es esa que busca reconocimiento o reforzamiento personal? Es obvio que ese tipo de comunicación no es comunicación en absoluto.

Comunicar tiene el sentido de poner en común o de compartir y para eso es necesario que las personas hablen un mismo lenguaje donde las palabras tengan idéntico significado.

Parece lógico que dos personas que hablen en idiomas diferentes apenas se podrán comunicar. De la misma forma si dos personas hablan con palabras que tienen diferente significado tampoco se van a comunicar. Por ejemplo para una persona la palabra felicidad puede significa obtener todos los placeres del mundo mientras que para otra persona la palabra felicidad puede significar encontrar paz, serenidad y quietud mental, es decir, es evidente que esas dos personas hablando de felicidad no se van a comunicar ni a entender porque hablan lenguajes distintos.

También es de sentido común que si una persona habla de sí misma y otra persona hace lo mismo, entonces nunca se van a encontrar porque no están interesados en modo alguno en escuchar lo que la otra persona les quiere decir.

Para que haya comunicación tiene que haber interés y curiosidad por lo que la otra persona trata de contarnos. Eso significa que ha de haber una escucha activa donde surgen preguntas al respecto de lo que la otra persona nos expresa, con el propósito de comprender en profundidad la forma de percibir de la otra persona.

Algo que impide la comunicación es interpretar o juzgar lo que la otra persona nos cuenta. Todo lo que expresa una persona, por muy macabro que parezca, tiene una raíz común a todas las personas y la comunicación se basa en encontrar dicha raíz.

Estar de acuerdo, o en desacuerdo, con lo que se expresa no es comunicación, ya que no es una cuestión de tener ideas iguales sino más bien es cuestión de observar los mismos hechos y con la misma intensidad.

Por lo tanto los ingredientes para comunicarnos con alguien son interesarnos realmente y afectuosamente por la otra persona, hablar un mismo lenguaje donde las palabras tengan un mismo significado y encontrar los hechos que se esconden detrás de nuestras ideas.

Por último quizás no haya una verdadera comunicación si no hay pasión. Necesitamos despertar en nosotros las ganas y la energía que permita comenzar una charla para reflexionar o cuestionar al respecto de los problemas humanos de una forma abierta, sin partidismos o ideologías que nos limiten nuestra capacidad de ver, de tal forma que podamos aprender por el simple hecho de dialogar juntos.

Una de las cosas que no nos permite comunicar con las personas en general, sean conocidas o desconocidas, es pensar que esas personas no están interesadas en hablar y que quizás les molestemos con nuestra charla, lo cual es falso porque el ser humano necesita expresar y compartir, aunque le cueste hacerlo.

Otra de las cosas que no nos permite comunicar con las personas es pensar que no sabemos mucho sobre lo que queremos hablar, lo cual es falso porque el ser humano no necesita saber nada para poder comunicar y de hecho es necesario ser humilde y cuestionar lo que uno sabe para una comunicación real.

Otro de los aspectos que no nos permite comunicar es que no queremos meternos en problemas porque sabemos que de una forma u otra acabamos discutiendo. ¿Por qué discutimos, porqué sostenemos una postura personal que nos separa de las otras personas? Si yo pienso que es de día y él piensa que es de noche, ¿Por qué en lugar de intentar convencerle de que es de día trato de comprender lo que le hace pensar que es de noche? De esa forma quizás pueda descubrir que tiene un problema en la vista o que diga lo que diga quiere llevarme la contraria, etc. Discutir no es comunicar.

Otro de los inconvenientes para comunicar es el miedo. El miedo a ser rechazado, el miedo al desprecio, el miedo al daño y a ser herido, el miedo a que no te escuchen o incluso el miedo a cambiar. Sin embargo la realidad es que es el miedo quien nos rechaza y nos anula, es el miedo quien nos desprecia y quien nos hace daño y nos hiere, y es el miedo quien nos silencia y no permite que cambiemos. Parece una tontería pero el miedo nos trae lo que intentamos evitar.

No es cuestión de dejar nuestros prejuicios y no tener miedo o vergüenza a la hora de comunicar, sino de compartir nuestros prejuicios y miedos con todas esas personas con las que convivimos. Seguramente al comunicar descubramos que nuestros miedos no son muy diferentes de los miedos de los demás y que hablando sobre ello podemos aprender juntos, lo cual es el alma de la comunicación.

Anímate a compartir con tus semejantes un momento de reflexión donde puedas sentir que hay un sinfín de aspectos en común con ellos.


lunes, 4 de febrero de 2013

¿Por qué no nos sentimos queridos?


Es curioso ver como una hija se queja de la falta de cariño y atención de su madre. A lo largo de los años su madre ha tratado a sus hijos varones como a los hombres de la casa a los que había que servir y cuidar para que tuvieran todas las facilidades posibles con el propósito de ganarse el jornal y traer dinero a casa. Sin embargo esa madre a su hija, por el hecho de ser mujer, la ha tratado como una sirvienta de sus hermanos y de la casa.

Mientras que a los chicos les ha alentado para buscarse la vida fuera de casa, a ella no le ha dado ninguna confianza ni oportunidad para pensar en otra cosa que no fuera servir en casa.

A pesar de todo su hija logró independizarse del hogar materno. Sin embargo nunca ha dejado de ir a casa de la madre durante las vacaciones y fiestas importantes del año a limpiar la casa y cuidar de su madre y de sus hermanos.

La madre también se queja de que su hija no la quiere y teme que cuando ya sea muy mayor, y se ponga malita, su hija no la va a cuidar.

La vida cotidiana de las personas está llena de ese sentimiento de no ser querido o correspondido. Una esposa joven se queja que su marido no la quiere, un adolescente se queja que sus padres no le quieren, un hermano se queja de que sus hermanos no le quieren, y así un sinfín de ejemplos.

¿Por qué nos quejamos de que no nos quieren? De alguna forma nos creemos con el derecho de ser queridos o apreciados por los demás, como si los demás estuvieran en deuda con nosotros.

¿Qué hemos hecho nosotros para merecernos ser queridos? ¿Acaso nosotros mismos hemos sabido querer a los demás? Una cosa es obedecer o sentirse obligado a hacer lo que alguien o las circunstancias te exigen, quizás con la idea de ser recompensado algún día, y otra cosa es querer hacer algo por la otra persona sin ninguna necesidad ni interés de ser recompensado.

No se quiere porque te quieran, eso sería infantil. Se quiere porque se ha madurado hasta tal punto que uno encuentra en el afecto la verdadera forma de relacionarse.

El afecto es un sentimiento, y una actitud ante la vida, lleno de inteligencia. Es decir, el afecto predispone a observar a los demás y poder ver con claridad cuando es necesario actuar y dedicarles cuidado y atención. Eso puede ocurrir paseando por la calle al ver a una anciana cruzar la calle con cierta inseguridad, o ver en casa una planta con falta de riego, o unos pajarillos revolotear en la terraza esperando unas migajas.

Cuando sientas que alguien no te quiere, porque entre otras cosas siempre está pensando en si mismo, piensa que su error, no es que no te quiera a ti, es que no sabe querer y que se está perdiendo algo maravilloso que nos hace estar unidos a los demás.

Lo único que puedes hacer al respecto es quererle, relacionarte con cuidado y atención, y si es alguien que te araña o te maltrata, entonces al mismo tiempo de prestarle atención guarda una distancia de seguridad física o psicológica que te permita quererle sin perder tu integridad.

Cuando escuches a alguien quejarse de una falta de cariño, o de no ser correspondido en el querer, date cuenta que esa actitud es una prueba evidente de una persona que no sabe lo que es el cariño y lo que es querer.

Lo mejor que se puede hacer en esos casos es, aparte de relacionarte con cuidado y con respeto, intentar aclarar lo que es el querer del que tanto nos quejamos y que tanto echamos en cara. Quizás al dialogar sobre ello podamos darnos cuenta que nosotros mismos hacemos lo que estamos criticando.