sábado, 29 de junio de 2013

¿Por qué recordamos?


Recordamos porque tenemos la capacidad de memorizar y traer al presente esos sucesos, impresiones, informaciones o experiencias pasadas. Si no pudiéramos recordar no obtendríamos experiencia y siempre tendríamos que estar aprendiendo desde el principio, lo cual seguramente no nos permitiría evolucionar desde el punto de vista del conocimiento.

Recordar es una facultad extraordinaria desde el punto de vista del lenguaje, del conocimiento instrumental, de la tecnología, de utilizar las semillas para cultivar, de volver a encontrar lugares donde hemos estado, de reconocer personas o incluso de responder ante peligros.

Pero también recordar puede ser algo muy peligroso cuando nos encerramos en el pasado porque no aceptamos lo que paso o porque no queremos mirar el presente.

La vida a veces da la sensación que es muy larga y que en su transcurso desde nuestra infancia, pasando por nuestra adolescencia y por último siendo adultos, hemos dejado atrás un sinfín de cosas que ya jamás volverán y que nos da la sensación que todo ha sido un sueño.

¿Qué pasa con las cosas que pasaron, cómo las encajamos en el presente?

En este camino que es la vida tuvimos la suerte de encontrarnos con personas que fueron nuestros amigos en una época donde la amistad tenía un significado profundo, tan profundo que esas relaciones perviven en nuestra mente como un tesoro escondido que ni siquiera recordamos.

En esos momentos cuando todo a nuestro alrededor se derrumbaba, cuando nos sentíamos incomprendidos, cuando nadie nos escuchaba, encontramos en la amistad un contacto con el mundo real, una unión sincera de sentimientos y razones desde donde poder respirar para continuar en este extraño mundo de mayores.

Cuantas personas han pasado por nuestra vida y ya no están, algunas murieron, otras se perdieron en la distancia o en los cambios de domicilio, otras sencillamente desaparecieron sin decir adiós.

También hubo personas que nos hicieron daño o a las que hicimos daño y en algunos casos un daño que guardamos durante muchos años en nuestra mente mas escondida por vergüenza o por sentirnos culpables de aquella situación incomprensible. También esas personas desaparecieron, se olvidaron, ya ni siquiera tienen un rostro legible en la memoria.

Compañeros de colegio, profesores, vecinos, familiares, tenderos o comerciantes de nuestro barrio, han pasado por nuestra vida y ya forman parte del recuerdo o del olvido, aunque de alguna manera forman parte de nuestra memoria.

¿Qué es un recuerdo? ¿Es un recuerdo algo no concluido, quizás una herida aún sin curar o una experiencia aún no terminada, o es simplemente algo que terminó?

Hay muchas formas de vivir  en el pasado. Una forma que se ve a simple vista es cuando nos encontramos con personas que están hablando continuamente de su vida pasada, de que cualquier tiempo pasado fue mejor o peor, y se pasan la vida recordando porque quizás no aceptan ese movimiento en el tiempo que es la vida. Hacen del recordar una forma de vivir y ese recordar les hace volver a tener esos sentimientos que algún día tuvieron. Hay personas que se machacan con el pasado, es como si pretendieran cambiar el pasado, y también hay personas que encuentran satisfacción en los recuerdos, pero tantos los que sufren como los que gozan del ayer se olvidan que la vida es un continuo aprender.

Otra forma de vivir en el pasado es mantener todas esas ideas, opiniones, creencias, prejuicios, que algún día por las circunstancias adquirimos y que no hemos sido capaces de renovar. Al igual que no aceptamos la muerte de un familiar que continuamente tenemos presente, también intentamos mantener vivas todas esas ideas y creencias no son más que recuerdos muertos.

Otra manera de vivir en el pasado es vivir del conocimiento adquirido, enseñar lo que uno sabe, hacer de la vida de uno una especie de grabadora que se pasa la vida comunicando algo repetitivo que ni siquiera es una experiencia propia.

Repetir una y mil veces lo mismo, escuchar la misma canción, ver nuestro programa de televisión favorito, vivir con manías, ir siempre con los mismos amigos, y un sinfín de hechos que nos dicen que vivimos en el pasado.

Vivir del pasado a través del conocimiento adquirido nos permite cocinar, hablar un idioma, arreglar un coche averiado, tocar un instrumento musical o jugar al tenis. Pero ese conocimiento está limitado y no puede servirnos para observar o para saber escuchar a alguien. La observación o la escucha no viven ni en el pasado ni del pasado.

Las personas que tienen continuos conflictos y un sinfín de problemas es porque viven en el pasado, porque interpretan lo que sucede desde una perspectiva anclada en su pasado y no dejan apertura para aprender y cambiar con el movimiento de la vida. Viven en su imagen y en la imagen del otro, hablan de sentimientos como si fueran cosas fijas y los utilizan para recordar al otro su compromiso, y no se dan cuenta que no hay mayor compromiso que el presente.

También hay personas llenas de deseos, se imaginan que algún día les tocará la lotería y podrán vivir en alguna playa del Caribe, o que conseguirán el amor de su vida. Viven con ilusiones y esperanzas esperando que algún día ocurra algo que les haga cambiar su suerte. Todas esas personas viven en el pasado. El futuro no es más que una proyección mental del pasado y está tan muerto como el pasado.

Utilizar los recuerdos para resolver problemas de relación es una reacción de impotencia ante lo que tenemos delante de los ojos y no somos capaces de hacer frente. Para resolver nuestros problemas no necesitamos recordar, basta con mirarnos, escucharnos, sentirnos, y ver nuestras contradicciones.

Vivir en el pasado en una gran contradicción, pues de hecho vivimos en el presente aunque nos resistamos.

Cuando recordamos estamos interpretando y en la medida que ha pasado el tiempo la interpretación se ha vuelto más y más imprecisa. Reprocharle a alguien algo que hizo en el pasado es como escupirle a la cara. Nuestra responsabilidad como seres humanos no está en pagar por nuestros pecados sino en liberarnos del pasado y de toda influencia psicológica, vivir con una mente abierta a la realidad presente y sentir que toda esa realidad somos nosotros mismos.

La memoria está llena de recuerdos, algunos de ellos nos posibilitan a sobrevivir y tener una vida más fácil y cómoda, pero hay otros recuerdos que hacen de nuestra existencia algo sin sentido. Más allá de la memoria existe el presente, esa cualidad de la realidad que nos dice en cada momento lo que somos y que nos invita a relacionarnos con profundo afecto y armonía.




viernes, 28 de junio de 2013

¿Por qué reaccionamos continuamente?


Podríamos decir casi sin lugar a dudas que gran parte de lo que el ser humano ha comprendido hasta el día de hoy desde un punto de vista físico atiende a una ley de causa y efecto, de acción y reacción.

Esto es como decir que todo está en movimiento, en un movimiento de cambio y transformación, en un movimiento en el espacio y en el tiempo, y por esa razón sería muy difícil encontrarnos con algo que no comparta dicho movimiento, algo que sea sin causa y que por lo tanto su naturaleza no sea afectado por nada.

Teniendo en cuenta está ley que parece universal de la causa y el efecto, los seres humanos hemos intentado sacar provecho de ella y gran parte de nuestra evolución se ha basado, de una forma u otra, en la aplicación o manipulación de dicha ley mecánica.

El descubrir que una semilla enterrada produce, en un espacio de tiempo, una planta con frutos y semillas, fue el nacimiento de la agricultura, lo que supuso un tremendo cambio para la humanidad.

Desde la antigüedad hubo personas que a través de la observación se dieron cuenta de este proceso de causa y efecto, y fueron capaces de deducir y predecir acontecimientos futuros. Para ello fue necesario desarrollar herramientas de cierta precisión como las matemáticas que agilizaron nuestra capacidad de descubrir incluso aquello que no somos capaces de visualizar.

Esta vía de la observación sigue siendo un camino para que nuevos descubrimientos puedan surgir. Un día alguien puede mirar hacia algún lugar que nadie mira y descubrir algo que cambie el curso de la humanidad de una forma casi instantánea.

Socialmente no cabe duda que desde hace bastantes años la observación se rige por un paradigma científico que no solo está agotado sino que está corrompido, lo que dificulta encontrar otras formas de observación que permitan al ser humano indagar libremente.

Si observamos la forma de vivir de los seres humanos podemos ver con total claridad que formamos una especie muy compleja que se ha ido especializando cada vez más en vivir de una manera fragmentada cuya principal razón es conseguir sentirse dueño de algo. Un ejemplo de ello es como los seres humanos nos hemos dividido en naciones con la creación de fronteras ficticias que con la escusa de protegernos unos de otros lo que hacemos es sentirnos dueño de algo y tener siempre la posibilidad de apropiarnos de lo ajeno.

Y no es que la vida sea fragmentada sino que la vemos de ese modo y miremos donde miremos solo percibimos partes separadas porque interiormente estamos rotos, corrompidos, y todo lo que proyecta una mente rota es su propia corrupción.

Esta humanidad ha recorrido un largo viaje en el desarrollo de conocimientos tecnológicos y sin embargo sigue en pañales en el terreno humano, en el aspecto psicológico.

Psicológicamente somos seres que continuamente reaccionan ante cualquier suceso de una forma mecánica y con muy poca o ninguna inteligencia. Podemos ser muy astutos para conseguir cualquier cosa que nos propongamos, podemos mentir, podemos engañar, podemos fingir, podemos ser crueles, podemos ser insensibles, pero nada de ello nos aporta ni un destello de felicidad o de dicha sino más bien un placer efímero, una seguridad falsa y una realización como personas mezquinas.

Toda esa astucia que nos sirve para sacar provecho de las circunstancias no sirve en absoluto para ser libres, para tener una mente abierta capaz de comprender y compartir los problemas humanos, para sentir la belleza de la existencia o simplemente descubrir la profunda realidad en la que vivimos.

Estas reacciones psicológicas que de forma continua mostramos las personas son relativamente muy fáciles de observar, y de comprender, pero esta cultura que hemos creado no quiere verlo, se resiste como sea a no hacer consciente esta forma mecánica e irracional de proceder. Hemos nacido en una cultura donde lo que impera son los valores como el egoísmo, el sentido de poseer, el culto a la personalidad, el amor a la imagen, la adoración a los deseos, la pasión por el placer, el desprecio al dolor y la ilusión de las ideas.

Son estos valores instalados en la mente de una persona lo que hace continuamente reaccionar ante cualquier estímulo.

Las personas somos dirigidas y controladas por estos valores culturales y toda nuestra percepción de la realidad se basa en el principio de reconocer si lo que está sucediendo es algo positivo o es algo negativo para alcanzar nuestros propósitos personales, de tal forma que reaccionamos en contra de lo que sucede si la mente determina que pone en peligro nuestra imagen o nuestros intereses y reaccionamos a favor si la mente determina que puede ser placentero y apoyar nuestra imagen o deseos personales.

Las relaciones personales están continuamente intercambiando reacciones, lo que las convierte en relaciones complejas, de alguna forma se ha anulado al ser humano y este se ha convertido en una persona programada cuyo movimiento de causa y efecto no termina nunca, y en ello no hay libertad alguna.

Si alguien nos insulta, reaccionamos en contra del insulto y en contra de esa persona. Si alguien nos halaga, reaccionamos a favor del halago y a favor de esa persona. Es algo puramente mecánico, no hay nada humano en ello.

Si sucede algo negativo que no esperamos, reaccionamos con rechazo, con tristeza, con ira, con dolor. Si sucede algo positivo que no esperábamos, reaccionamos con sorpresa, con agrado, con alegría, con satisfacción.

Nos movemos en un mundo de opuestos, de bueno y malo, de positivo y negativo, de yo y tú, de placer y de dolor. Siempre vamos hacia lo positivo y siempre nos alejamos de lo negativo.

Todo esto es de una mente infantil, pues una sociedad que ha avanzado tecnológicamente hasta llegar a la Luna tiene suficiente conocimiento para saber que lo positivo y lo negativo es un movimiento continuo, es un proceso de causa y efecto. El placer engendra dolor y el dolor engendra placer. Cualquier ser humano tiene la posibilidad, con cierta facilidad, de observar en sí mismo o en los demás este principio de causalidad en la que los opuestos sobreviven uno a costa del otro.

¿Por qué mantenemos este engaño psicológico basado en ideas que nos convierten en esclavos y en desequilibrados mentales? ¿Cómo es posible que nos esté sucediendo esta situación y no hagamos algo al respecto?

¿Dónde está nuestra inteligencia? Cada ser humano puede liberarse de esos valores estúpidos con solo mirarlos con objetividad y comprender su movimiento.

Nuestra sociedad está llena de personas con un enorme conocimiento de las ciencias, de las letras, de las artes: médicos, psicólogos, ingenieros, físicos, sociólogos, historiadores, antropólogos. Todos ellos podrían estar dando conferencias sobre lo que saben durante una vida entera y sin embargo si le preguntamos sobre su egoísmo, sobre sus reacciones, sobre sus problemas familiares, entonces no saben que decir, se quedan como mudos.

No necesitamos una imagen o una idea idealizada de nosotros, lo que necesitamos es recuperar lo que realmente somos, porque esa imagen que tratamos de mostrar, de demostrar o de conseguir, no nos permite vivir la realidad que somos. Nos inculcaron desde pequeños tener una imagen y vamos como imbéciles con nuestra imagen como bandera o como carta de presentación, pero esa imagen no somos nosotros y solo nos trae conflicto tras conflicto con la realidad. Es la imagen la que se siente herida cuando nos insultan o nos desprecian, es la imagen la que siente placer cuando ostenta una posición de poder, es la imagen la que tiene miedo de perder lo que tiene y es la imagen la que reacciona.

¿Podemos vivir sin reaccionar psicológicamente? Solo es posible cuando cuestionemos esos valores que nos han impuesto y comprendamos su falsedad, entonces será cuando podamos observar, escuchar, aprender, y darnos cuenta de la realidad con inteligencia y afecto, un afecto que no tiene causa.

¿Qué es lo que hará que un ser humano sea psicológicamente libre? Es obvio que ese ser humano ha de ver la necesidad de ser libre porque de lo contrario su vida no tiene mucho sentido.

¿Si no somos libres psicológicamente, qué somos? Somos personas condicionadas, personas programadas, personas de usar y tirar.

Para ser libres no es necesario proponerse ninguna meta, ni alcanzar ningún estado ilusorio, basta con ver con total claridad las cadenas que no nos permiten movernos y darnos cuenta que toda realidad personal no es realidad alguna sino una proyección mental de esos valores falsos que hay en nuestra mente.

Ser libre no es ningún logro, ser libre no es cuestión de tiempo, ser libre no depende del pensamiento, ser libre no es algo sentimental o romántico, ser libre es una condición de la vida que hemos perdido.

La libertad no tiene causa y no es posible acceder a ella por ningún método ni con ninguna práctica, no es medible ni manipulable, no es algo subjetivo, y sin embargo está al alcance de tu mano.

En nuestro intento de entender el mundo descubrimos la ley de causa y efecto, pero nos hemos creído dioses y hemos querido controlar la vida y lo que hemos conseguido es crear nuestra propia cárcel, una cárcel de la que solo se puede salir de uno en uno y ahora es tu turno.





martes, 25 de junio de 2013

Aprendamos a colaborar


Ha llegado el verano y con él también han llegado las vacaciones. De nuevo los familiares o amigos se juntan para pasar unos días en la playa o en la montaña. Alquilan una casa donde poder convivir y disfrutar del entorno y de sus gentes, del mar, de paseos por los senderos, de tomar una cerveza mientras se degusta alguna tapa y de conocer nuevas personas con las que charlar amigablemente.

Quién diría que en años anteriores esas mismas personas tuvieron problemas de convivencia y juraron no volver a repetir dicha experiencia, pero una vez más el destino les une para pasar unas vacaciones donde se van a encontrar en un espacio común donde se duerme, se come, se limpia y, en definitiva, se convive.

¿Por qué nos juntamos las personas para hacer algo común? ¿Cuál es el sentido de hacer algo juntos? Quizás podíamos hacerlo solos, con otras personas diferentes, ir a un lugar distinto, pero lo cierto es que muchísimos familiares, amigos, compañeros de trabajo, repiten una y otra vez la misma circunstancia conflictiva.

Es curioso pero las personas no se toman un tiempo prudencial para reflexionar sobre el propósito de juntarse y nos podemos encontrar con parejas que se juntan para toda la vida sin saber para qué lo hacen, o personas que viajan con otras por el simple hecho inconsciente de no ir solos. El deseo puede más que el sentido común y la racionalidad.

¿Qué es lo que nos obliga a repetir las situaciones a pesar de los conflictos?

Parece lógico pensar que la principal causa de los conflictos es el interés personal. Si no fuera por el interés personal no tropezaríamos una y otra vez en la misma piedra. A pesar de lo conflictivo que puedan ser las situaciones, uno vuelve a ellas una y mil veces llevado por el interés y el beneficio que piensa sacar de ellas.

Mientras que unas personas están con otras porque obtienen un beneficio de carácter material o económico, otras sin embargo lo hacen porque obtienen un beneficio de carácter psicológico: seguridad, no estar solo, sentirse bien. Por esa razón podemos ver grupos de ricos y pobres, o de listos y tontos, conviviendo juntos ya que los intereses pueden ser muy diversos y sutiles.

No es de extrañar que esos encuentros acaben en disputas en la medida en que se van cumpliendo o no las expectativas de cada uno.

Esas personas no tienen en general una buena opinión de los demás pero a la hora de hacer algo juntos, donde es posible sacar beneficio personal, se olvidan momentáneamente de sus prejuicios, expresan buenas intenciones y ponen buenas caras para que pueda llevarse a cabo el encuentro. Pero cuando al cabo de un tiempo ya se ha satisfecho parte del interés personal y uno no encuentra la necesidad de seguir aparentando entonces empiezan a surgir los problemas y el conflicto que cada uno lleva en su interior.

Nunca queremos comprender que el problema no está en el otro sino en uno mismo. Si nos sentimos como seres aislados y nuestra actitud es la de buscar nuestra propia comodidad y placer sin que nadie nos moleste, y sin importarnos si molestamos a los demás, cuando tenemos la oportunidad de compartir un espacio común con otras personas deberíamos rechazarlo por coherencia y procurar no juntarnos con nadie y vivir solos, porque de lo contrario no solo creamos confusión a nuestro alrededor sino que obligamos a otras personas a estar solas. Estando completamente solos será cuando nos demos cuenta de que somos nuestra propia desgracia y quién sabe si a continuación descubramos también que somos el único que nos puede realmente ayudar a ser feliz.

Poder compartir un espacio común con otras personas es una gran oportunidad de sentirnos unidos a los demás, de conocernos a través de ellos, de aprender de la relación, de escuchar y poner atención a los problemas o preocupaciones de los demás, de sentir afecto y mostrar cuidado y respeto por nuestros semejantes, de disfrutar de las personas.

Cada persona se muestra tal y como es, y pretender cambiar a alguien es completamente absurdo y de igual modo no tiene sentido querer ayudar a alguien desde un punto de vista psicológico, porque el primero que necesita ayuda psicológica es uno mismo.

Las bases de la convivencia es el respeto y la responsabilidad, y es ahí donde surge la posibilidad de colaborar y trabajar por un bien común, sea donde sea: en el trabajo, en el hogar, en la comunidad de vecinos o en vacaciones. El respeto y la responsabilidad solo son aplicables a uno mismo y no debe nunca exigirse a otra persona porque eso sería una falta de respeto y una irresponsabilidad.

Cuando juzgamos, criticamos, aconsejamos o queremos corregir conductas ajenas, no respetamos la integridad del ser humano. Es importante permitir que el ser humano se equivoque, que encuentre su propio camino y su destino sin necesidad de presionarlo. Cuando alguien hace una conducta impropia para convivir se debería poder charlar, no para cambiarla sino para hacerla consciente y poder aprender de ella. Si nos sentimos atacados de forma personal porque alguien tiene una conducta impropia estamos haciendo nosotros mismos algo impropio, es como si estuviéramos esperando la escusa perfecta para liarla y poder justificar nuestras propias conductas impropias.

El respeto no es tolerancia, y tampoco es aceptar o amoldarse a los hechos, el respeto incluye el respeto a uno mismo, que no hay que confundir con egoísmo.

El simple hecho de poder compartir algo con otras personas es ya una hermosa excusa para sentir agradecimiento. Normalmente agradecemos aquello que nos dan y que valoramos, y sin embargo no agradecemos este precioso regalo que es la vida y el poder estar en relación con otros seres semejantes a nosotros, aunque estos no sean tan perfectos como nosotros.

Aunque en un momento determinado haya sido el interés personal lo que nos ha unido, seamos inteligentes y despertemos en nosotros ese inmenso afecto y amor por los demás que es como una fuente de vida que nunca tiene excusa alguna para dejar de sentir la belleza profunda de la existencia.

En la convivencia cada instante es plenamente hermoso, un solo gesto tiene un gran significado, una mirada que se cruza con otra y se observan con aprecio y con cariño, una palabra en el aire que sale de la mente de una persona para ir a parar a la mente de otra persona es algo tan mágico, una mano que se apoya en el hombro de otra persona y le dice te quiero con una simple caricia, ese sentimiento de estar unidos, de sentirte en el interior de otro ser es quizás el más elevado de los sentimientos.

Nos perdemos con las razones, con llevar razón, somos esclavos de nuestras razones y de una forma u otra siempre tratamos de justificar la forma absurda de vivir que tenemos, lo cual es injustificable, porque de lo contrario no necesitaríamos convencer a nadie de ello.

Otra cosa que nos pierde es el compararnos con los demás, la envidia, el desear lo que otros tienen, el despreciar lo que no podemos tener, el sentido de lo que damos y recibimos, y además lo vamos rebuznando en voz alta como si eso fuera un valor humano, cuando más bien es un valor irracional. Esa envidia nos mata y nos anula, nos hace ser clones, nos empobrece como seres humanos, y no nos permite mostrar toda esa maravillosa belleza llena de matices únicos.

A veces da la sensación que somos extremadamente sensibles y endebles cuando los demás hacen cosas que no esperábamos y eso nos colapsa y nos saca de quicio. Vivimos psicológicamente enfermos, somos extremadamente débiles mentales y basta con que alguien nos insulte para estallar de cólera. ¡Dios, que hemos hecho de nuestra vida!

Cuando vamos a comprender que no somos nada sin los demás y que cuando tenemos esa oportunidad de relacionarnos por las circunstancias que sea podemos aprovechar para observarnos, para conocernos, para madurar, para sentirnos dichosos y disfrutar de esa cualidad humana que es el afecto.

Afortunadamente los encuentros no duran toda la vida y más tarde o más temprano cada uno volverá de donde partió, quizás para seguir su camino o su lucha o quizás para descansar por fin en la eternidad de los tiempos y en la quietud del inmenso y profundo silencio de la nada. A veces no tenemos la oportunidad siquiera de decirnos adiós, lo cual vista nuestra forma de vivir dan ganas de llorar porque no sentimos afecto ni por la muerte.

No merece la pena tanta guerra, tanto acumular, tantas heridas, tanto sentimentalismo, para nada. Seamos inteligentes y dejemos a un lado nuestro condicionamiento (prejuicios, valores, creencias, verdades, temores) aunque solo sea mientras estamos juntos y aprendamos a querer al prójimo, no porque sea como a nosotros nos gusta o nos conviene, sino porque es distinto de nosotros.

La responsabilidad nos da esa fuerza que es capaz de lidiar con cualquier temporal, que es capaz de responder desde el afecto sin poner nunca en peligro la relación por encima del individuo, porque sin la relación no existe el individuo.

La vida te pide una respuesta en cada instante y si mantienes una imagen de ti mismo jamás podrás responder ante tanto desorden psicológico humano porque ante una situación concreta serás juez y parte, y tu respuesta será una forma más de desorden y corrupción.

Aprendamos a colaborar con respeto y responsabilidad mientras disfrutamos de lo que hacemos juntos.




lunes, 24 de junio de 2013

Personas valientes


Hay personas que han vivido durante muchos años enredadas en la sociedad con el trabajo, los familiares, los amigos y un montón de líos, como si la vida se tratara de una fiesta sin fin, de un carnaval, de una película del género que uno quiera, y en un momento de sus vidas han dicho ¡basta ya, ya ha sido suficiente!

Uno puede incluso pensar que todo lo que le ha sucedido ha estado bien, que todo tuvo que suceder, que si uno volviera a nacer no le importaría volver a repetirlo, pero de lo que no cabe duda es que seguir con ello es tirar la vida, acabar como un despojo humano sin darse la oportunidad de encontrarse con su propia naturaleza.

Dejar un buen trabajo es difícil pero si uno no lo deja a tiempo, entonces el buen trabajo acaba con uno. Vivir con el privilegio de tener un buen trabajo es como vivir en una cárcel donde hay macetas con hermosas flores.

Dejar unos hijos no es fácil pero si uno no los deja a tiempo, en ese tiempo cuando ellos ya pueden ser independientes, entonces te conviertes en alguien estéril que ya no puede ofrecer nada a sus hijos más que consejos, deterioro y vejez.

Dejar los amigos tampoco es fácil sobretodo porque de alguna forma son ellos quienes mantienen una buena cara de nuestra imagen, pero no dejarlos es como seguir engañándonos pensando que tenemos algo, cuando la realidad es que cada cual vive en su soledad repitiendo una y mil veces los mismos encuentros y las mismas conversaciones.

Dejar las ideas, nuestras creencias de toda la vida, los valores, nuestras opiniones, nuestra manera de hablar y gesticular, es algo aún más complicado de dejar atrás y normalmente va allá donde nosotros vamos.

Hemos hecho de nuestra vida la búsqueda de algo cómodo y seguro, y ciertamente no hay nada más muerto y sin vida que la comodidad y la seguridad. Quizás una de las cosas más hermosas que hay en la vida es ese encuentro con uno mismo en soledad donde uno aprende a quererse tal y como es.

Por esa razón la mayoría de las veces que intentamos cambiar nuestra vida estamos destinados al fracaso, quizás porque no somos conscientes del trabajo que supone estar con nosotros mismos, cara a cara, con nuestra imagen ficticia machacándonos sin cesar mientras queremos permanecer en silencio.

Necesitamos estar con nosotros mismos para escucharnos y darnos cuenta de toda nuestra estupidez. No necesitamos querer cambiar nada, lo cual es otra estupidez más, sino aprender a cuidarnos, a observarnos y a amarnos. Será entonces cuando una nueva vida pueda surgir y sin darnos cuenta estaremos fluyendo con todo lo que nos rodea.

Estas personas valientes suelen encontrar un espacio en la naturaleza, cerca de alguna aldea o pueblo, y procuran vivir con sencillez dispuestas a aprender de sí mismas en el mismo acto de sobrevivir.

La valentía de estar personas surge del miedo a desperdiciar sus vidas con más de lo mismo y se dan cuenta que de seguir de esa forma acabarán enfermando.

Ese primer encuentro con la naturaleza y con uno mismo es como un embarazo en el que algo profundamente hermoso se está gestando en su interior, algo que tarde o temprano se traducirá en sensibilidad.

Aprender a mirar los árboles sin necesidad de ponerles nombre, simplemente mirar esas redondas hojas danzando al viento, la largura de las ramas, ese musgo verde sobre la vieja corteza, el tronco con esos profundos huecos donde anidan algunos animales. Abrazar esa robustez que ha visto transcurrir cientos de años y sentir esa quietud de una vida inmóvil que ha sobrevivido únicamente agarrado con sus raíces a la tierra es una gran oportunidad para aprender.

Aprender a mirar el agua, esa transparencia que nos permite ver el fondo por donde pasa, esa agua que somos, esa agua fresca que baja de las montañas nevadas acariciando las rocas y desgastándolas hasta formar esos cantos rodados y esa arena fina como el polvo. El sonido de una cascada es como el canto de una madre cuando somos niños que nos transporta a un tiempo inexistente. El agua nos da la vida, la vida es agua, y por eso calma nuestra sed, refresca y limpia nuestra piel, y su belleza nos inunda el corazón.

Cuando uno aprende realmente no es un aprender dirigido, no es un voy a aprender de esto o de aquello, es un vivir aprendiendo, es abrir los sentidos a lo que sucede sin una dirección.

Esas personas valientes han elegido vivir con libertad, sin ninguna autoridad que les digan lo que hacer, pensar o sentir, y para ello se han dado cuenta que la libertad nace con el propio cuestionamiento, con la percepción objetiva que todos los problemas nacen en la mente de uno mismo, en esa mente que se ha formado por influencias sociales y culturales convirtiéndonos en seres egoístas e ignorantes.

Uno se va al campo con todo su egoísmo e ignorancia y es ahí en la soledad del guerrero valiente donde tiene lugar la principal batalla.

Al egoísmo y a la ignorancia no se la puede vencer o comprender con la mente porque la mente es el soporte o la casa donde habitan nuestras intenciones y falsedades.

Aprender a mirar al egoísmo y a la ignorancia es como aprender a mirar cualquier cosa, requiere cierta curiosidad y contemplación, y si uno realmente lo hace acaba viendo y ese ver es transformador. Para ver no es necesario ningún método, ningún tipo de meditación, ni ningún libro de algún sabio porque todo eso es más bien una distracción para no querer ver.

Ciertamente no es fácil venir al campo, a esta maravillosa naturaleza, y encontrarnos cara a cara con nuestro nerviosismo, con nuestros miedos, con nuestra ansiedad, con ese sentimiento profundo de soledad, con nuestra ridícula imagen, y por esa razón la mente inventa todo tipo de escapes y muchas batallas se pierden en relaciones superficiales, en actividades de entretenimiento, en acción social o política, en enseñarles a los paletos lo que no saben, en sacar provecho de las circunstancias y al final esas personas no dejan de ser cobardes y temerosas de sí mismas.

Las personas valientes necesitan estar solas, necesitan decir no cuando se les ofrece más de lo mismo en forma de amor, de amistad, de trabajo o de matar el tiempo. La vida es algo sumamente hermosa como para desperdiciarla, como para despreciarla, y cada encuentro con la realidad es como un rayo de sol en la oscuridad que colma la incertidumbre de dicha y plenitud.

Cuando una persona mira su vida y siente lo absurdo de todo, la repetición de las situaciones, el transcurrir de los años sin apenas cambios sustanciales, y sobre todo cuando una persona mira su vida y ya no le queda otra salida que enfermar, es cuando surge esa valentía de decir ¡basta ya, es hora de empezar!

Hay una gran belleza en esa valentía que permite al ser humano comprenderse a sí mismo y ser parte de esa mente que percibe sin límites la realidad que somos.



sábado, 15 de junio de 2013

¡Como escapamos de la verdad!


Vivimos en un mundo de ideas donde la verdad brilla por su ausencia. Cada cual vende su verdad y trata de influenciar en los demás para sacar provecho de ello.

¿Qué es la verdad?

La verdad es como una joya preciosa, es como una gota de rocío en el desierto, es como una delicada flor, es como un amanecer sobre el horizonte que nos anuncia la gracia de vivir un nuevo día.

Tenemos necesidad de la verdad porque vivimos engañados, manipulados hasta tal punto que no sabemos quiénes somos. Conocernos a nosotros mismos es conocer la verdad.

Nuestra manera de pensar y de sentir es producto de influencias. Confundimos las ideas con la realidad. Tratamos de convencer de ideas que nosotros mismos o no estamos convencidos o sabemos que son falsas.

Creamos continuos conflictos con las personas que nos rodean y pensamos que son los demás los culpables, y llegamos a vivir con una imagen de nosotros en lugar de vivir con el ser humano real.

Encontrarnos con la verdad es necesario para liberarnos de toda falsedad, para aclarar toda confusión, para no vivir en conflicto y para dar una respuesta a los problemas e inconvenientes que surgen en nuestra vida personal o en nuestra relación con el mundo.

Sin la verdad estaríamos sumidos en la esclavitud de las ideas, en la esclavitud de un sistema que nos va destruyendo sacando provecho de nuestro sufrimiento hasta el final de nuestros días y no tendríamos ninguna posibilidad de salir de esa paranoia psicológica.

La verdad es que mentimos, nos pasamos la vida mintiendo, y llevamos tantos miles de años mintiéndonos que vivimos en un mundo lleno de falsedades y ver la realidad se ha convertido en algo tremendamente difícil.

La verdad existe, es algo puramente objetivo, no depende de interpretaciones. Verdad y realidad pueden ser sinónimos en cierta manera pues la verdad es un instrumento de la realidad, es como la conciencia de la realidad donde puede verse a sí misma.

La verdad puede ser muy superficial y puede ser muy profunda, todo depende hasta donde uno quiera llegar. Uno mismo puede ver que es egoísta, lo cual es bastante superficial, y también puede observar e indagar en su egoísmo y ver como se muestra, como se mueve, su sutileza, su astucia, sus consecuencias, sus escapes, su causa y su sustento, entonces es cuando esa verdad superficial se hace realidad.

Después de las verdades superficiales pueden venir verdades profundas si uno tiene suficiente curiosidad y es cuando tiene sentido indagar en preguntas imposibles como si es posible terminar con el sufrimiento o cual es el origen de la vida.

La verdad no es algo intelectual. Es evidente que para comunicar cualquier aspecto de la realidad necesitamos expresarnos, hacer uso del pensamiento y del lenguaje, pero no podemos confundir la expresión con la verdad. La expresión de la verdad puede servirnos como un indicador para explorar y poder encontrar su significado vivencial, de lo contrario la simple expresión sería algo intelectual, una idea más.

¿Qué hacemos cuando vemos o escuchamos una verdad?

Encontrarnos con una verdad significa que por un momento y con cierta claridad nos hacemos conscientes que actuamos falsamente, que estábamos equivocados o engañados.

Nosotros podemos construir un castillo en el aire y pensar que es sólido, maravilloso y puede que vivamos en él durante toda nuestra vida sin que aparentemente nos cause ningún problema. La cuestión está cuando vemos por un instante con cierta claridad que el castillo está en el aire, que no se sostiene, que toda la construcción en la que habito es una invención ¿Qué sucede a partir de ahí? ¿Qué hacemos con la verdad?

Lo normal, lo lógico, lo sano, sería que todo el castillo se desvaneciera en el aire y que a partir de ahí uno comenzara a vivir en la realidad. Pero lo cierto es que la mayoría de las veces que el ser humano se encuentra con una verdad escapa de ella y se encierra aún más en su castillo.

La verdad tiene una profunda belleza y no puede sostenerse sin que nos transforme, sin que haga añicos nuestra imagen de cristal.

Por esa razón hemos inventado todo tipo de trucos y de escapes para no sostener ninguna verdad y de esa forma evitar ser libres. No queremos ser libres porque nos produce un enorme miedo sentir que a partir de ahí no tenemos control de nuestra propia vida y no tenemos ninguna capacidad de decisión, porque una persona libre no necesita tomar decisiones para actuar.

Entre las muchas formas de escapar de la verdad tenemos esa que al oírla las personas nos encerramos en que no la vemos, que no la entendemos, y queremos que nos la muestren o nos la expliquen de diferentes maneras con tal de no aceptar lo que se nos viene encima. Estas personas se quedan aturdidas, perdidas en el espacio y en el tiempo, y no pueden responder porque no saben desde donde hacerlo y lo único que se les ocurre para no desaparecer es expresar una y otra vez que no lo entienden, es decir hacernos los tontos. En realidad estas personas preferirían no saber nada de la verdad.

La forma más utilizada para escapar de la verdad es convertirla en una idea, es decir cuando oímos la verdad nos damos cuenta que es un hecho tan directo en nuestras vidas que prácticamente no tenemos nada que hacer para cambiar ya que el simple hecho de haberlo entendido ya es transformador, pero momentos después o un día después hemos dejado de sostener el hecho y lo hemos convertido en una abstracción, en una idea con la que jugar intelectualmente. De esa forma nos vamos convirtiendo en seres indolentes y vamos perdiendo sensibilidad.

Esto ha hecho que haya un ejército de personas que tengan un montón de verdades con las que juegan intelectualmente aunque ninguna de ellas forme parte de su vida. Utilizan las verdades para mantener una imagen más alternativa y van cambiando de verdades según se suceden las modas. Podríamos decir que en estas personas nos encontramos los creyentes de la verdad, de una verdad que no es más que una idea, una forma de escapar de la realidad.

Otra forma de escapar de la verdad es buscarla. ¿Cómo podemos escapar de la verdad si no la hemos encontrado?, eso es un escape, pensar que no la hemos encontrado. El ser humano lleva milenios buscando la verdad, intentado descifrar el significado de la vida, ha hecho todo tipo de sacrificios para encontrar algo que tenga un sentido propio, que no tenga causa, que sea eterno y en ese intento ha creado una gran cantidad de conocimiento que no solo no le ha servido para acercarse a la verdad sino que ha hecho aún más complejo el poder verla.

Otra forma de escapar de la verdad es pensar que necesitamos de otros para verla, que necesitamos estímulos para sentirla, que hay que leer libros o asistir a conferencias o grupos de dialogo para encontrarnos con esa verdad que los demás ven y que uno, por las razones que sea, no es capaz de ver por sí mismo. La verdad es una vivencia, no es posible verla a través de otro, lo que vemos a través de otro son simples ideas que la mayoría de las veces más que ayudarnos nos impiden hacer nuestro trabajo interior.

La verdad está delante de nuestros ojos y la podemos ver si realmente queremos mirar, pero hemos de sostener la mirada porque la verdad, como la realidad, es algo vivo, en movimiento.

La cualidad de una mente que sostiene la verdad es una cualidad silenciosa y vacía, con un profundo e inmenso espacio donde se la observación es el principio de toda relación y de cualquier acción. En dicha acción no hay elección, no hay ventajas ni inconvenientes, de la percepción directa de la verdad surge la acción y dicha acción libera al ser humano de la ignorancia.