jueves, 13 de marzo de 2014

¿Te sientes querido?


El otro día hablando con una persona me comunicaba que dos de los sentimientos que más condiciona al ser humano es la búsqueda de ser aceptado, sentirse querido y valorado por los demás, y esa necesidad de sentirse seguro, de buscar aquella situación de seguridad que mejor responda a las circunstancias presentes.

Si somos honestos con nosotros mismos podemos ver que gran parte de nuestra vida hemos estado intentando demostrar que nos merecemos el aprecio y el cariño de los demás, sentirnos valorados y queridos por todas esas personas con las que nos relacionamos, con el principal propósito de conseguir su afecto.

Quizás ese propósito de ser apreciado nos viene instintivamente por la necesidad que tuvimos de ser protegidos en ese proceso de nuestro desarrollo biológico en el útero de nuestra madre y en el nacimiento con la necesidad de ser amamantado, cuidado y protegido para poder desarrollarnos de la mejor manera posible.

Está claro que esa búsqueda del sentimiento de ser aceptado y esa búsqueda de seguridad no son más que dos aspectos de un mismo sentimiento, ya que si no somos aceptados corremos el riesgo de ser rechazados, despreciados e incluso podemos ser perseguidos y aniquilados.

En la educación que hemos recibido se nos ha dicho una y mil veces que debemos ganarnos el pan de cada día, que debemos ser buenas personas, que debemos hacer caso a nuestros mayores, porque de lo contrario no nos van a querer y van a mostrarnos su rechazo o su indiferencia, de la misma forma en el colegio si no hacíamos aquello que estaba estipulado nos castigaban, nos pegaban, nos suspendían e incluso nos ponían en ridículo delante de toda la clase e incluso ponían a nuestros padres en contra nuestra, razón por la cual teníamos miedo a llevar las notas del profesor a casa ya que sabíamos que el castigo podía ser aún mayor que haber tenido unas malas notas y sentirse uno ridículo frente a los demás.

Por consiguiente por unas u otras razones hemos aprendido muy bien y ahora lo llevamos escrito con sangre en nuestro cerebro, que la aceptación y la seguridad son sentimientos muy importantes que hemos de conseguir.

Lo curioso es que en realidad nos pasamos la vida consiguiéndolo, es decir no basta con conseguirlo una vez sino que hay que estar continuamente consiguiéndolo, lo cual se ha convertido en algo completamente neurótico y enfermizo.

Por ejemplo, cuando un atleta consigue batir el record del mundo recibe con ello la aceptación y valoración de millones de personas en el mundo, pero si en la siguiente prueba no consigue batir ese record o quedase en segunda posición, entonces se convierte en un ser depreciado lleno de frustración y aunque las personas más allegadas le consuelen y alienten con sus palabras, en el fondo no están más que reafirmando su desconsuelo para que vuelva a intentar ganar, lo cual no deja de ser un círculo vicioso con poco sentido, salvo el de ganar dinero.

A base de buscar la aceptación de los demás puede que hayamos conseguido grandes metas pero en el fondo lo que hemos conseguido ha sido nuestra infelicidad ocupando todo nuestro tiempo en demostrar algo que no es ni siquiera necesario.

Es cierto que cuando somos engendrados necesitamos de cuidados y atenciones para nuestro desarrollo pero algo que tenemos que aprender en ese desarrollo es que hemos de aprender a querernos a nosotros mismos, que hemos de darnos cuenta del valor absoluto de nuestra vida con independencia de la opinión de los demás.

Psicológicamente no necesitamos la aceptación de nadie salvo la de uno mismo. La aceptación y el aprecio son como una moneda de cambio en una relación de interés, en la que no necesitamos participar. Al igual que no necesitamos participar en el juicio o en la comparación de las personas, no necesitamos buscar la aceptación de los demás para encontrar nuestra seguridad.

¿Tú te aceptas tal cual eres? No importa si tienes un ojo desviado, si eres muy bajito, si tienes el pecho caído o un grano en la nariz, la cuestión es si tú te aceptas, si tú te quieres, si te aprecias tal y como eres sin desear cambiar nada de ti mismo: físicamente, mentalmente o emocionalmente.

Si no te aceptas tal cual eres, entonces tienes un gran problema, un problema de difícil solución, por no decir imposible. Si no aprendes a aceptarte aunque consigas que el mundo entero te acepte y ello te colme de alegría, más tarde o más temprano acabarás sintiéndote mal porque en el fondo toda esa búsqueda de la aceptación no es más que la búsqueda de tu propia aceptación a través de los demás.

No tiene importancia tener una determinada apariencia, no tiene importancia tener más o menos capacidades o destrezas, no tiene importancia que las circunstancias sean malas, regulares o buenas, lo importante es que si te aceptas totalmente entonces la vida tiene un sentido desde lo que eres, no desde lo que no eres, y de esa forma tienes en ti mismo la puerta a la felicidad porque la felicidad no es más que tu propia aceptación sincera, sin titubeos y de verdad.

Nadie puede ayudarte para que sientas tu propia aceptación. No sirven consejos ni explicaciones, no vale de nada ir a terapia o ponerse delante del espejo y decirse uno mil veces te acepto, lo primero es ser consciente de que no te aceptas, que te desprecias, que cuando separas una parte de tu cuerpo o de tu mente y dices que no la aceptas y buscas una solución para taparla o para cambiarla, en realidad no te aceptas en absoluto pues cada parte de ti eres tú totalmente. Dejando a un lado las operaciones que biológicamente son necesarias, si te operas de alguna parte de tu cuerpo porque psicológicamente no te aceptas, eso no solo no conseguirá que te aceptes sino que seguramente empeoraras tu propia imagen y aún te costarás más aceptarte. Primero uno ha de aceptarse plenamente y luego podrá con toda libertad y responsabilidad operarse de lo que estime oportuno.

De igual modo cuando nos imponemos ejercicios, cursos o actividades que tienen por objeto mejorar nuestra imagen u obtener conocimientos que nos ayuden a mejorar nuestra forma de comunicarnos y conseguir mejorar nuestras relaciones, de alguna forma partimos desde la no aceptación y de esa forma todo lo que hacemos es un sacrificio, nos imponemos una disciplina y un esfuerzo para conseguir mejorarnos, lo cual es bastante desacertado pues la realidad es que somos inmejorables.

Hay cosas en la vida que solo las puede hacer uno mismo, que deben hacerse solo, y una de ellas es aceptarse completamente y profundamente tal y cual somos. Sin esa aceptación uno no es dueño de su vida porque no ha aceptado el compromiso de vivirla según ha sido concebida y es entonces cuando uno se entrega a todo tipo de ideas, identidades, creencias, que hacen de su vida algo sin consistencia, sin una base real, que deambula de un lugar a otro buscando depender de algo o de alguien.

Sin aceptarnos no podemos descubrir quienes somos, cuáles son nuestros potenciales, hasta donde podemos llegar. Cuando nos aceptamos tal y como somos se nos abre un mundo lleno de posibilidades y es entonces cuando viajamos desde esa coherencia descubriendo ese inimaginable universo donde todo es una maravillosa relación.

Cuando uno se acepta no se compara con nadie, se siente alegre de ser quien es, no es necesario sentirse orgulloso, ni aparentar, uno disfruta de todo, sobretodo de lo sencillo, de lo que no cuesta dinero, de lo que es gratis, de la belleza de la vida y de la profundidad de la existencia.

El sentimiento de aceptación de uno mismo genera un movimiento continuo de descubrir quién es uno y de aprender que es la vida.

La aceptación propia es un movimiento, que sorprende y maravilla, donde uno pierde ese sentido de la individualidad. La aceptación se abre de tal forma a lo desconocido que no es necesario mantener un espíritu de acumular o atesorar cosas y de la misma forma que las cosas comienzan así también terminan sin necesidad de acumular experiencias ni recuerdos ni valores ni sensaciones y la aceptación se convierte en algo totalmente nuevo, algo que es pura observación sin observador.

La aceptación de uno mismo es la aceptación del otro y es la aceptación del resto. Uno en su propia aceptación ya no tiene porque reprochar o culpar a nadie de ser como es y entonces todos de los seres humanos podemos caminar juntos al comprender que la vida de los demás tiene tanto valor como la nuestra y que es tan importante velar por los intereses propios como velar por los intereses ajenos.

Es evidente que en el mundo reina la ignorancia y que dicha ignorancia empieza con la aceptación de que sean los demás quienes dirijan nuestra vida y la lleven al destino que ellos quieran. ¿Cómo es posible que en lugar de poner la confianza en nosotros mismos, y en nuestros sentidos, la pongamos en la imagen de los demás, que no es más que una bonita cara de astucia, arrogancia, soberbia, orgullo, y en definitiva ignorancia.

Aunque tus circunstancias sean muy adversas, bien porque apenas tengas tiempo o porque tus compromisos y responsabilidades te agoten, si realmente te aceptas siempre podrás convertir cualquier tiempo en algo provechoso y cualquier espacio en algo hermoso. Podemos vivir durante el día en el infierno pero solo basta un solo minuto durante la noche para sentir la vida con plenitud y tocar el cielo.

En el momento que te aceptas te conviertes en un referente para todas aquellas personas que no se aceptan a sí mismas, lo cual puede convertirse en una trampa para ti si intercambias tu propia aceptación por esa sensación ocasional de aceptación y valoración de los demás. Es bastante fácil caer, una vez que se alcanza el reconocimiento general, en la dependencia del clamor popular, en los aplausos, en las muestras de aprecio, y al final uno vive y se expresa convirtiéndose en un esclavo de dicha sensación de aceptación de los demás, quedando la aceptación propia en la nada, en la más absoluta miseria y confundiendo lo que uno hace o produce con lo que uno es.

¿Cómo puede una persona, que se cree un idiota, aceptarse? Si uno se cree, o se siente, un idiota porque se compara con los demás y se da cuenta que apenas sabe nada en relación con ellos, que no tiene ninguna cualidad que destaque, que no hay ningún aspecto que merezca la pena, que es más bien vulgar, sin valor, con poca gracia, entonces uno debe entregarse a su idiotez. Uno ha de aceptar lo que es, un idiota integral, y a partir de esa aceptación debe vivir con cariño y sin vergüenza su propia idiotez, su mediocridad, su simpleza, hasta el punto de descubrir no solo la idiotez que se muestra de forma aparente sino esa idiotez que hay en las profundidades de su ser y aprender de ella, entonces uno inevitablemente se convertirá en el ser más sabio de la tierra porque únicamente de la aceptación de la idiotez puede surgir la inteligencia y con ella la verdad y el amor. Y no hay mayor idiotez que no aceptarse uno mismo, que ponerse pegas a uno mismo. Si vieras que los demás te tiran piedras harías lo posible por esquivarlas, para que no te hagan daño, pero ¿si eres tú mismo quien se apedrea como vas a esquivarlas? Para que no ocurra eso hemos de aceptarnos, no tirar piedras sobre nosotros, y después ya nos daremos cuenta que todos aquellos que buscan nuestra aceptación lo que están haciendo psicológicamente es apedrearnos.

En la aceptación nos convertimos en artesanos de nosotros mismos y a la vez somos los propios admiradores de una obra que no cesa de crearse. No importa que los demás no entiendan tu arte, tu forma de ser, y mientras ellos se extraña de tu comportamientos tú mientras tanto estarás siendo tu propia contemplación, tu propia inspiración y tu propia creación. Incluso puedes ser tu propio predicador si eres capaz de hablar de la verdad, de esa verdad que surge de la aceptación de lo que es.

Lo que aquí se está comunicando no es un sueño, ni pertenece al campo de lo imaginativo o de las creencias, no es animar a nada que no sea posible e imprescindible para vivir. Acéptate como eres y comienza desde ahí a relacionarte, entonces podrás ser querido y podrás querer sin necesidad de convertirte en un mendigo emocional, no estarás huyendo de ti a través de los demás y encontrarás que hay una gran belleza en esas relaciones donde ambas partes se aceptan mutuamente tal y como son.

¿Cómo puedes dejarte llevar por un escaparate donde se vende bisutería, joyas, relojes, o donde se muestran maniquíes vestidos, y sin embargo esa gran obra maestra de la naturaleza que es única en el espacio y en el tiempo, que tiene vida e infinitas posibilidades de desarrollarse, a ese ni le miras, a ese que eres tú mismo, ni te importa, y siempre pensando en taparlo o vestirlo para aparentar algo que no eres y de esa forma conseguir la aceptación de los demás?

Cuando las personas no se aceptan convierten su vida en una carrera de obstáculos, en una competición, en un movimiento de llegar a ser y todo lo que consiguen en la vida no es más que engañarse con esa aceptación social y mezquina de los premios, los triunfos, los ganadores y los aplausos. Es curioso ver como las personas que no se aceptan siempre intentan vender su imagen, ponerse como ejemplos de vida, vivir a costa de la aceptación de los demás y del dinero ajeno.

¿Te sientes querido?

Sí, me siento profundamente querido.

No es que yo naciera con los cánones de la belleza y de hecho me he pasado gran parte de mi vida con grandes complejos, hasta que un buen día me di cuenta que me estaba auto engañando y que a la vez estaba jugando a vivir de las apariencias, hasta que por fin descubrí la belleza. Si, lo puedo decir con la voz alta, sin timideces, porque lo descubrí por mí mismo, descubrí la belleza que hay en todo ser, descubrí que la belleza va unida a la vida y que la fealdad no son más que prejuicios inculcados por una cultura que no nos permite ver esa belleza natural que hay en nosotros.

Cuando hemos visto esa belleza es cuando estamos en disposición de aceptarnos con plenitud y con humildad, y vivir una vida auténtica que tiene infinitas posibilidades de manifestarse en relación con todo lo que existe.

Ahora cuando me levanto por las mañanas siento que la vida me da los buenos días y que me quiere, que quiere que despierte y que me levante para ver como sale ese sol anaranjado por el horizonte mientras los pajarillos canturrean en esta mañana que anuncia una temprana primavera.

Me quiere el aire que respiro y me quiere el agua que bebo, me quiere la montaña que miro y me quieren las nubes, me quieren los pajarillos y me quiere ese águila imperial que no les quita ojo, me quiere el campo verde y me quieren los grillos con su canto, me quiere el rio que baja por la garganta entre montañas y me quieren los peces que en él nadan, me quieren las ranas, los árboles y las flores, me quiere la noche con todas sus estrellas y me quiere la luna. Y también me quieres tú, aunque tal vez se te haya olvidado.

Esta naturaleza que nos ha dado la vida nos quiere, nos cuida y nos mantiene, solo falta que nos demos cuenta de ello y que nosotros también las queramos a ella y la cuidemos.

Por todo ello he aprendido a sentirme querido y también a querer.

 


6 comentarios:

  1. Comparto tu positiva reflexión sobre el querer. Es hora de quererse, no desde una decisión y ejercicio mental, sino en la piel misma y en el presente. Es hora de que el amarse no vaya asociado a cosas externas como a ir de compras, al gimnasio o a retocarse en la peluquería porque tengo la “creencia” de que sólo si me veo bien puedo ser querida(o) y por fin aceptarme o ser aceptado.
    Si nuestra mente no estuviera de por medio con sus innumerables decretos y pensamientos engañosos, el aceptarse y amarse no tendría por qué ser algo difícil, un trabajo interior de darse cuenta; sin el barullo mental y el qué dirán, seríamos capaces de percibirnos de un modo profundo y nos daríamos cuenta que en nosotros, así como en cualquier cosa animada o no, está la presencia del todo y que en la realidad no estamos separados, a su vez somos parte de la inmensidad, que cada pequeña molécula de la que estamos formados contiene los mismos elementos del universo que conocemos y aún del más remoto. Podríamos ser sencillos como la hierba o las flores que no se preguntan nada, no tienen dudas de su belleza, no se comparan con otras, solo existen plenas, florecen y se entregan; si nos reconociésemos como parte de la maravilla que es la vida, si empezáramos a vernos como seres únicos, naturales, sin comparaciones ni competencias, referenciándonos sólo en la unidad de la que “somos”, entonces podríamos relajarnos y querernos, aceptarnos de verdad y ser plenamente humanos amorosos y responsables de nuestra propia realidad, solo entonces seríamos capaces de amar a los demás sin enredos ni apariencias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por compartir esas palabras que muestran una gran belleza. Cuando la palabras sencillamente hablan o expresan lo que es, los hechos, lo que sucede, sin necesidad que sea algo personal es cuando se produce el milagro de estar conectados con la vida, el verdadero sentido de la relación, y todo ello sucede al margen de autoridades, creencias o ideas, lo que le da ese sentimiento de hermosa realidad.

      Eliminar
  2. Goyo, un afectuoso saludo... Me asomo a tu blog para proponerte la lectura (un poco difícil) de "Vivir el cuerpo de la realidad" de Vicente Gallego, Kairós. Leyéndolo me he acordado de ti disuelto en los paisajes de La Vera. Un fuerte abrazo.

    Paco

    ResponderEliminar
  3. Un afectuoso saludo, Paco.
    Gracias por proponerme esa lectura aunque no se que razon te habra llevado a ello, si te soy sincero no me considero un buen lector ni suelo comprar libros.
    En esta reflexion sobre la aceptacion de uno mismo y el sentirse querido, pienso que las personas harian bien en aprender a leer el libro de sus vidas, ese libro que somos cada uno de nosotros, y escribir su propio destino.
    Un fuerte abrazo Paco.

    ResponderEliminar
  4. Que lindo post!!!
    Así es primero hay que quererse uno mismo y después querer a los demás por rebalse y no por carencia,, bien Goyo me gusto tu post.
    Un abrazo grande y seguir disfrutando de las cosas bellas y simples de la vida.
    mar

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias y un abrazo. Sigamos disfrutando de la hermosura que es capaz de percibir nuestros ojos cuando observan con libertad.

      Eliminar