miércoles, 4 de junio de 2014

¿Somos honestos?


En la sociedad que vivimos vemos continuamente casos de corrupción donde personas con responsabilidad pública han aprovechado su cargo para beneficio propio y mientras se suponía que estaban trabajando para el bien común en realidad estaban simulando y su verdadero interés se centraba en sacar el mayor provecho personal.

Aunque la sociedad trata por todos los medios de comunicar a la opinión pública que los casos de corrupción son casos aislados, los hechos demuestran que la corrupción es una generalidad en todas las naciones y en todas las ideologías y regímenes, en donde se incluyen la clase política, los funcionarios, los sindicatos de trabajadores e incluso las organizaciones sociales y religiosas.

Si somos honestos hemos de admitir que la cultura ha transmitido a través de la educación ese valor mezquino de llegar a tener lo más posible, quizás con ese valor de ´contra más consigas más feliz serás´ o de ´llegar a ser lo que no somos´, e inevitablemente su principal consecuencia es la imposición de una mentalidad egoísta de forma generalizada en todas y cada una de las personas.

En realidad somos más bien ciudadanos hipócritas porque mientras que estamos orgullosos de nuestra moral, a través de los valores religiosos, o de nuestra ética, a través de los valores humanos, sin lugar a dudas nuestra mente está educada de forma egoísta, lo que nos convierte en personas astutas siempre buscando su beneficio personal en las relaciones de trabajo, en la familia, en las relaciones de vecinos o en las asociaciones a las que pertenecemos.

La honestidad es una actitud o una disposición a darnos cuenta de cómo somos, mirarnos frente a frente en el espejo de los demás y despertar nuestra vulnerabilidad para poder cambiar esa manera nuestra de pensar, de sentir y de actuar que es contradictoria. Una persona honesta es una persona vulnerable y sincera, que está en continuo crecimiento personal.

La honestidad es imprescindible y una pieza clave en las relaciones humanas y es una fuente de cariño, de confianza, de amor y de sinceridad. Donde no hay honestidad hay autoengaño, falsedad, fingimiento e hipocresía.

Quizás lo que mejor describe a una persona honesta es que vive según piensa y la lógica nos dice que si no vives como piensas acabas pensando como vives y eso no es de personas honestas.

¿Si la honestidad es la base de la convivencia, cómo podemos ser honestos si vamos por la vida tratando de convencer de una imagen que no somos? Nos tatuamos el cuerpo con símbolos, nos operamos de apariencias, nos tatuamos la mente con ideologías y queremos hacer ver a los demás que somos mejor de lo que somos.

¿Si la honestidad es el principio de toda relación, cómo podemos ser honestos si vamos por la vida siendo temerosos, frágiles, hipersensibles y en un estado continuo de reacción y ansiedad?

La honestidad no es amiga de las ideas, ¿de qué sirve tener una identidad si con ello nos separamos del resto de la humanidad?

La honestidad tampoco es amiga de los fines, ¿de qué sirve crear un mundo mejor si para ello tenemos que matar a medio mundo? La honestidad es amiga y compañera de los hechos y del máximo cuidado de los medios que utilizamos para conseguir nuestros propósitos.

Si queremos vivir honestamente hemos de vivir de acuerdo a nuestra propia percepción de la vida y no ser acólitos de ideas políticas, religiosas, espirituales o filosóficas de otras personas, porque no podemos ser honestos entregando nuestra responsabilidad a otros.

La honestidad es un alto grado de auto responsabilidad, para ello hemos de admitir como somos y hemos de vivir de acuerdo con ello. La honestidad es el principio de la inteligencia cuando vivimos según pensamos y pensamos según actuamos. ¿De qué nos sirve hablar y desear la paz si estamos en continuo enfrentamiento con los demás porque piensan de forma diferente a la nuestra?

Cuando somos honestos mostramos nuestros sentimientos con sinceridad y no escondemos o disimulamos nuestras emociones, pero sin caer en el victimismo o en llamadas de atención para que los demás se ocupen de nosotros.

La honestidad no es una forma de sentimentalismo, ni una forma de pregonar nuestra intimidad y tampoco una actitud de hablar de todo con todo el mundo.

La honestidad asume la verdad, esa realidad que no depende del consenso de las personas sino de la observación de los hechos.

Normalmente nos hacemos una idea de los hechos y después nos olvidamos de los hechos y sostenemos esas ideas hasta que acabamos confundiéndolas con los hechos. Al final todo el mundo acaba discutiendo y matándose por las ideas y se olvida de los hechos. Dejamos de ser honestos cuando nos entregamos a ideas, a creencias, a valores o conocimientos que programan todas nuestras respuestas y reacciones como si fuéramos máquinas en lugar de seres humanos.

¿Qué podemos hacer para cultivar la honestidad? Quizás lo primero es entender que la honestidad es como un bisturí que nos abre por dentro en canal y pone al descubierto todas nuestras miserias, y lo segundo que hay que comprender es que la honestidad es la condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad y para la vida comunitaria.

¿Por qué no somos honestos? Seguramente desde niños comenzamos a ser deshonestos cuando tratamos de ocultar algo que hemos hecho y que no queremos que se descubra, por la vergüenza y el agravio que nos causaría. Poco a poco nos vamos convirtiendo en especialistas de ocultar en nuestra mente lo que realmente nos ha ocurrido, lo que hace que el inconsciente y el consciente se separen de tal forma que finalmente acabamos con pulsiones incapaces de controlar, con tics nerviosos, con manías, con adicciones, con hipersensibilidad y un sinfín de patologías neuróticas.

Quizás lo que más determina nuestra perdida de honestidad sean nuestros  intereses personales, porque cuando tenemos intereses todo lo que hacemos es un medio para conseguir un fin y ese es el principio del engaño.

Tenemos interés de ser lo que no somos. Tenemos interés de tener la mayor cantidad de dinero posible. Tenemos interés de que nos quieran, nos valoren y nos aprecien lo más posible. Estos intereses no nos permiten vivir con honestidad y convertimos nuestra vida en una profunda insensatez.

Para cultivar la honestidad hemos de darnos cuenta de cuáles son nuestros intereses en la relación y tener la valentía de expresarlos abiertamente. No tenemos por qué avergonzarnos de nuestros intereses si realmente son legítimos.

Si un momento de mi vida me doy cuenta de que mantengo una relación de pareja por miedo a no estar solo, en lugar de ocultar esa actitud inventándome un montón de frases sin sentido como ´te amo vida mía´ o ´te quiero más que a nada en este mundo´, lo que puedo hacer es reconocer mi miedo a estar solo y poderlo comunicar con naturalidad. Cuando reconocemos lo que somos con naturalidad surge una gran liberación, porque en el fondo somos esclavos de nuestros engaños.

De la misma forma puedo mantener una relación de pareja porque me gusta el sexo o porque me mantienen económicamente o porque me aburro o porque me gusta discutir con alguien. Debemos darnos cuenta de que es lo que nos mueve a relacionarnos y cuando lo descubrimos podemos expresarlo abiertamente y vivir con honestidad, lo cual nos va a traer equilibrio y orden a nuestra vida psicológica.

Es obvio que las personas trabajamos por dinero, me estoy refiriendo a un trabajo asalariado, y si no nos pagasen, aunque solo sea en especies, no tragaríamos. Sin embargo cuando comenzamos a identificarnos con el trabajo y comenzamos a decir todo tipo de idioteces como que trabajamos por gusto o por realizarnos, perdemos la honestidad. Si trabajamos por dinero, trabajamos por dinero, y no hay nada malo en ser honestos. El ser honestos nos permite dejar de trabajar cuando ya no necesitamos dinero, pero si no somos honestos seguiremos trabajando hasta enfermar o morir.

Todos sabemos que la política es un engaño. Han sido los políticos, cuya responsabilidad es velar por los intereses públicos, los que nos han llevado a la actual crisis económica. Hay que ser honestos y si somos honestos no podemos tener relación alguna con la política porque es como jugar con fuego, al final uno acaba oliendo a humo. La honestidad no solo es ser sincero sino actuar con sinceridad lo que significa que uno no puede colaborar con aquello que claramente es dañino, y da igual las consecuencias que ello pueda traer. Cuando comenzamos a justificarnos de alguna manera nos convertimos en seres deshonestos.

Muchos de nosotros hemos tenido hijos porque o no sabíamos lo que hacíamos o por puro egoísmo. Tener hijos, en la historia de la humanidad, nunca fue una cuestión de amor, ni de altruismo existencial, fue por necesidad de mano de obra barata y en este último siglo por pura vanidad de querer perpetuarnos en la vida a través de ellos. Por eso las relaciones entre padres e hijos son de autoridad, de educación, de protección y de intereses económicos. Si somos honestos puede que nuestras relaciones familiares tengan un camino diferente donde las personas puedan encontrarse y amarse mas allá de los roles y de las apariencias.

Cuántos de nosotros dice amar a su pareja y sin embargo sentimos celos, tenemos rencores, estamos apegados, somos dependientes o posesivos, tenemos miedo, somos empalagosos o más bien fríos y distantes, e incluso si las cosas se ponen feas podemos mostrar odio y violencia. Hay que tener una mente muy poco madura y deshonesta para que sigamos diciendo que amamos.

La honestidad es un gran camino a la verdad. Hemos llegado a tal desconcierto en la sociedad actual que ya no existe la realidad, existe la idea de realidad, y un árbol ya no es un árbol, es sencillamente una palabra y confundimos la palabra árbol con el árbol real. Por eso nos es tan fácil mutilar o cortar el árbol cuando hay algo en él que nos molesta, porque al fin y al cabo no es más que una palabra. Y lo mismo ocurre con las personas, que ya no son personas, son números en el paro, que se manejan con absoluta insensibilidad y desparpajo porque al fin y al cabo no son más que números, y finalmente lo que importa no son esas personas que sufren sino los números.

Sin honestidad no puede haber sensibilidad y sin sensibilidad nos convertimos en meros instrumentos de un sistema enfermo y despiadado.

La honestidad no nos la van a regalar nadie y tampoco la podemos comprar, es una expresión de la belleza que conduce a la sabiduría. Cuando nos admitimos y reconocemos tal y cual somos, nuestra vida se simplifica enormemente y liberamos una enorme cantidad de energía, porque ya no hay que convencer de nada, no hay nada que aparentar, ni demostrar, ni ocultar, ni mentir, ni manipular, entonces la vida se convierte en algo maravilloso.




martes, 3 de junio de 2014

Los conflictos psicológicos nos crean problemas


A veces uno se dice a si mismo que si los seres humanos supiéramos solucionar los problemas que nos van surgiendo en la vida cotidiana, quizás viviríamos realmente felices y en armonía unos con otros.

Sin embargo uno piensa que la infelicidad o la falta de armonía que reina entre las personas no son a causa de los problemas, que en si mismo tendrán una solución u otra, sino que es a causa de los conflictos psicológicos internos que tenemos cada uno de nosotros, que difícilmente tienen ninguna solución salvo comprenderlos.

Un problema es un reto que surge y que requiere una respuesta. La respuesta estará en sintonía con el problema si hemos sido capaces en primer lugar de comprender el problema y en segundo lugar en tomar medidas de acuerdo a dicha comprensión.

La mayoría de los problemas que aparecen en la cotidianidad de la vida diaria se solucionan de forma inmediata aplicando el conocimiento o la experiencia que tenemos.

Pero no todos los problemas se pueden solucionar aplicando nuestro conocimiento o experiencia, sobre todo cuando la causa de dichos problemas ha sido nuestro propio conocimiento o experiencia.

¿Cómo podemos solucionar, con nuestra experiencia, un problema creado por nuestra experiencia? En estos casos no es que tengamos un problema sino más bien lo que tenemos es un conflicto psicológico interno.

Un conflicto psicológico es cuando negamos algo que es o cuando creemos en algo que no es. Por esa razón un conflicto psicológico nos va a estar creando problemas toda la vida mientras no lo resolvamos porque es una visión de la realidad fragmentada en dos partes que están en oposición, que se niegan una a la otra.

Los seres humanos a través del tiempo hemos creado conflictos de los que surgen una infinidad de problemas y que por mucho que intentemos tomar medidas para solucionarlos siempre seguirán apareciendo nuevos problemas porque lo primero que hay que resolver es el conflicto.

Un ejemplo de claro conflicto de la humanidad es que no aceptamos la muerte. La cultura nos ha transmitido que la muerte es lo peor que nos puede pasar y nos pasamos la vida protegiéndonos y luchando porque eso no ocurra o que ocurra lo más tarde posible y que al menos la vida que vivamos sea lo más placentera posible. El conflicto es que no aceptamos la muerte y al no aceptarla todo aquello que hacemos para evitarla nos crea problemas y además finalmente sufrimos porque inevitablemente la muerte aparece.

¿Cómo es posible que los seres humanos no aceptemos la muerte cuando la muerte es parte de nuestra naturaleza? Aceptar la muerte no quiere decir que estemos a favor del suicidio colectivo, sino que la muerte no es un problema, el problema es vivir cuando no aceptamos la muerte.

Al no aceptar la muerte, vivimos en el apego, en la posesión, obteniendo placer en ello, y eso nos crea miedo a perder lo que tenemos y finalmente sufrimos cuando lo perdemos. Es una vida algo estúpida, pues si aceptamos la muerte como algo natural solucionamos el conflicto y entonces vida y muerte son una misma cosa, como un movimiento en la naturaleza, y de esa forma ya no necesitamos apegarnos a nada, ni poseer nada psicológicamente y entonces ya no tendremos esos miedos y esos sufrimientos personales.

Además ¿Cómo es posible que no aceptemos la muerte y luego se nos dé tan bien matar, matar millones de animales y peces para comer, matarnos unos a otros e incluso matar a nuestra familia? Los conflictos conllevan vivir en contradicción.

¿Quién no tiene problemas en su vida, en la vida diaria? Necesitamos darnos cuenta si el origen de esos problemas son nuestros conflictos internos o simplemente son problemas.

Cuando tenemos catalogada la vida en lo que está bien y en lo que está mal, psicológicamente hablando, entonces ya podemos decir que nuestra vida está llena de conflictos, porque cualquier cosa que nos suceda la vamos a aceptar o rechazar según nuestros valores de bien o mal.

Si planificamos nuestra vida para que todo nos vaya bien y nos sucedan la mayoría de cosas en nuestro beneficio y provecho, cada vez que eso no ocurra vamos a tener un problema, pero en realidad el problema que surja no es más que una expresión de nuestro conflicto de querer que el futuro sea de una forma concreta cuando el futuro por su naturaleza es impreciso.

Cuando una pareja nos deja, nos llenamos de dolor y odio, porque manteníamos una relación de apego, de dependencia, y como pensábamos que todo iba a ser de color de rosas, lo cual es un conflicto, cuando nos dejan se nos hunde el mundo y somos capaces incluso de matar. Pero si no tuviéramos una preconcepción de las cosas, no nos abandonaríamos en la relación y cuando alguien nos deja no lo tomaríamos de forma personal y además nos daríamos cuenta que se abren una infinidad de posibilidades de vivir algo nuevo, lo cual no deja de ser extraordinario.

Nos da rabia que las cosas no sucedan como esperamos, nos resistimos a los problemas, luchamos porque las cosas sean diferentes a como son, no aceptamos y repudiamos lo que no nos gusta, juzgamos, comparamos, criticamos, nos apegamos, deseamos, estos son algunos de los síntomas de nuestro conflicto interior.

Mientras no resolvamos nuestros conflictos internos, nuestra vida será como una fuente de problemas y no nos daremos cuenta que dichos problemas tienen su causa en nosotros mismos.

Los conflictos y los problemas van juntos de la mano. Si aprendemos a ver nuestros conflictos internos y comprendemos su naturaleza ilusoria, los conflictos desaparecerán y con ellos desaparecerán todos nuestros problemas pasados, presentes y futuros.



lunes, 2 de junio de 2014

El conocimiento de uno mismo


Es evidente que el mundo en el que vivimos tiene que cambiar, tomar otro rumbo, porque los problemas que actualmente existen de superpoblación, de pobreza y de violencia, hacen de la vida de los seres humanos un desatino y una estupidez.

¿De qué sirve que algunas personas tengamos de sobra para sobrevivir y otras personas padezcan penalidades y sufrimiento e incluso se mueran de hambre y sed? ¿De qué sirve que unas cuantas personas vivamos tranquilos en nuestra casa, en nuestro pueblo o en nuestro país, si otras personas no tienen casa o en otros países las personas están en guerra civil matándose hermanos contra hermanos?

Todos somos responsables de lo que está sucediendo en el mundo, porque el mundo no es más que el reflejo de nuestros problemas personales llevados a una escala mayor. El mundo nos ha hecho a nosotros y nosotros estamos haciendo y sosteniendo el mundo con nuestra manera de pensar y de relacionarnos.

Un ama de casa, una persona en el paro, un albañil, un estudiante, un diputado, un militante de un partido, un presidente, cualquier persona incluyéndome a mí mismo, es responsable en la misma medida porque cada persona está contribuyendo a este mundo de la misma manera con su forma de pensar y de sentir. No importa si los demás son o no son sensibles, lo que importa es que uno mismo se haga sensible y responsable por lo que está sucediendo dándose cuenta que su forma de vivir egoísta y en conflicto (con la familia, con los amigos, con los vecinos, con cualquier cosa y con todo) es la forma de vida que refleja el mundo y es desde esa comprensión que uno ha de caminar hacia un mundo sin conflicto alguno.

Crear nuevas organizaciones mundiales, inventar nuevas leyes, nuevas fronteras o valores, no va a servir de nada salvo que vamos a repetir una y otra vez soluciones que ya fracasaron en el pasado.

Hay quienes piensan aún que la derecha o la izquierda va a cambiar el mundo, que los políticos van a cambiar el mundo, que la religión va a cambiar el mundo, que la filosofía o la espiritualidad va a cambiar el mundo. ¿Hasta cuándo uno va a continuar siendo insensible a tanta barbaridad e ignorancia?

Las religiones han hecho atrocidades durante cientos de años, las ideologías han causado una infinidad de guerras cuyo coste humano y sufrimiento son incalculables, los políticos han perpetuado la pobreza a costa de sus intereses personales, la ciencia ha estado al servicio del poder y es la responsable de nuestra capacidad de destrucción y a las empresas no les importa que el ciudadano enferme si con ello obtienen un beneficio económico.

La humanidad se ha desarrollado en un movimiento de abusar y sacar provecho del prójimo, de estar unos políticos contra otros planteando soluciones mientras se llenan los bolsillos a la vez que crean un ambiente de relaciones complejas y difíciles de convivir.

Cualquier persona de izquierdas o de derechas, creyente o ateo, debería darse cuenta que la principal causa del horror humano es la posición ideológica que sustenta. Es demasiado miserable e infantil seguir desperdiciando nuestra vida con ideas de segunda mano, que ni siquiera son propias sino productos de las circunstancias, en lugar de comenzar a colaborar y contribuir con un mundo que vaya hacia la unidad de la especie, hacia la comprensión de los que opinan o piensan de diferente manera, de tal forma que el ser humano se convierta a sí mismo en un ser responsable por la humanidad entera y no por el corralito de su casa.

Sin el conocimiento de uno mismo nada de lo que hacemos tiene sentido porque no sabemos si lo que estamos haciendo es debido a influencias sociales, culturales o personales con las que nos hemos identificado, lo cual nos convierte en esclavos voluntarios de ideas ajenas a nosotros mismos.

Necesitamos despertar, no somos más que marionetas de ideas al servicio de un sistema artificial y monstruoso que hemos creado las personas en un estado de confusión e inseguridad.

El conocimiento de uno mismo es la liberación de toda influencia, es descubrir y percibir la naturaleza de nuestro condicionamiento.

Comprenderse uno mismo no tiene objetivo alguno, no es un medio para conseguir un fin, es un fin en sí mismo y por lo tanto hemos de aprender a vivir comprendiéndonos todos los días, de tal forma que sea el pan que alimenta nuestro espíritu, nuestros impulsos y nuestras relaciones.

En lugar de vivir repitiendo y reforzando siempre las mismas ideas hemos de encontrar una manera esencialmente diferente de vivir, cuestionando y observando lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos con el objeto de saber con verdadera curiosidad de dónde surgen y cómo es que pensamos de esa forma. Vivir comprendiendo a los demás en lugar de juzgarlos o medirlos según nuestras propias leyes o varas de medir.

Sin embargo el conocimiento de uno mismo tiene sus trampas, que son las trampas de la mente condicionada, y una de ellas es caer, mientras observamos, en el análisis, en la racionalización y en la interpretación de los hechos, lo cual no es más que un escape de los hechos hacia la construcción de nuevas ideas.

El análisis o la racionalización refuerzan nuestro condicionamiento, nuestra idea de nosotros mismos, nos hace sacar interpretaciones e inferir conclusiones, y después desde esas conclusiones creemos que podremos liberarnos de los hechos.

Cuando hacemos este tipo de ejercicio intelectual de analizar lo que observamos, podríamos preguntarnos ¿Quién es el que analiza? Porque el que analiza no puede ser diferente de lo que analiza y al final todo se convierte en una forma sutil de justificarnos a nosotros mismos y de no hacer frente a nuestra retorcida mente condicionada. Por lo tanto es una forma más de autoengaño y una pérdida de energía y tiempo.

Otra de las trampas del conocimiento de uno mismo es el esforzarse, el disciplinarse, el controlarse, el reprimirse, es decir ejercer una fuerza psicológica sobre uno mismo como si tuviéramos que domar a un tigre salvaje que vive en nosotros.

Esta disciplina no deja de ser una idea que la anteponemos al hecho de poder comprender como somos, en realidad esta idea se sustenta en la posibilidad de conseguir cambiar a través del esfuerzo, pero sus consecuencias se ven rápidamente porque todo lo que se vence acaba reforzándose y la próxima vez que surge se muestra aún con mayor intensidad y entonces hay que esforzarse aún más para vencerlo y al final acabamos sometidos a una lucha sin fin. Además también suele ocurrir que aquello que hemos creído vencer ha cambiado de apariencia, se sublima, y ahora nos mantiene sometidos sin nosotros saberlo, y en cierta manera es mejor tener un enemigo abierto que sabemos cómo y cuando actúa, que tener un enemigo y no saber que ni lo tenemos.

Por consiguiente en el conocimiento de uno mismo no se requiere esfuerzo alguno y el esfuerzo se ve como un conflicto entre dos partes enfrentadas, que tratan de anularse mutuamente y cuya energía es inútil. Por esa razón es inútil la lucha entre la izquierda y la derecha o entre ricos y pobres, lo cual nos impone una dualidad absurda.

Otra de las trampas es creer que el conocimiento de uno mismo es una cuestión de tiempo, de proceso personal, de conseguir determinadas experiencias de comprensión o de iluminación.

Quizás influenciados por las terapias psicológicas donde se requiere la intervención de especialistas que cuestan dinero y tiempo, creemos que el conocimiento de uno mismo también se necesita tiempo y que poco a poco llegaremos a comprender. Lo cierto es que cuanto antes uno se dé cuenta de ese engaño del tiempo, del esfuerzo, de la experiencia y del especialista, antes tomará las riendas de su propia vida sin necesidad de engañarse ni de que le engañen.

El conocimiento de uno mismo requiere de una actitud donde todo lo que puede ocurrir ha de suceder en el ahora y cualquier idea de cultivar, esperar o posponer no son más que escapes porque en el conocimiento de uno mismo el futuro es siempre ahora y lo que hagas ahora ese será tu futuro.

Otra de las trampas del conocimiento de uno mismo es crearse un mundo de relaciones superficiales, sobre todo con el mundo actual de internet, donde nos convertimos en trasmisores de toda esa propaganda que suena a psicología alternativa, a espiritualidad y a crecimiento personal, de tal forma que nos construimos una imagen semejante a la propaganda que compartimos y sin embargo nunca somos capaces ni siquiera de aportar o crear algo propio. Hablar del conocimiento de uno mismo no es conocimiento de uno mismo, el conocimiento de uno mismo es una revolución interior en el ser humano y no un juego de querer vender una bonita imagen a los demás.

Otras de las trampas es creer que el conocimiento de uno mismo es algo personal, una experiencia personal, cuando lo cierto es que el conocimiento de uno mismo es una transformación en la psique del ser humano, en donde lo personal no tiene apenas significación alguna.

En el conocimiento de uno mismo no se busca experiencia alguna salvo la que está sucediendo en cada instante, es decir que no hay mayor experiencia que el vivir experimentando, observando, percibiendo y estando atentos a lo que sucede. ¿Cómo es que hacemos el amor? ¿Por qué vamos cogidos de la mano? ¿Por qué hablamos? ¿Cómo es que tengo estos amigos? ¿Por qué escribo o canto o pinto cuadros? ¿Qué necesidad tengo de exagerar o mentir o de ocultar aspectos de mi vida?

Si buscamos una experiencia es porque nos sentimos carentes de algo, de alguna sensación y quizás no hemos comprendido que las sensaciones son creadas por nosotros mismos al reconocer algo que ya estaba en nosotros, de esa forma nunca podremos ver nada nuevo porque siempre iremos como burros tras la zanahoria.

Es fácil caer en la tentación de creer que otras personas se han iluminado y que han pasado por experiencias místicas sintiendo como su cuerpo se elevaba o se disolvía. Por esa razón vamos buscando dichas experiencias que demuestren que nos estamos iluminando. Cuando buscamos determinadas experiencias a la larga acabamos experimentándolas pero no serán más que proyecciones de nuestra mezquina y miserable mente condicionada.  ¿Cómo puede la sabiduría o la humildad saber que sabe o reconocer que es humilde?

No sé porque pero hay personas a las que les gusta relatar sus experiencias místicas, y lo cierto es que nadie puede negar que las hayan tenido, pero eso que han experimentado no es más que su propia proyección mental producto de sus deseos y de la frustración de llevar años dedicados a algo que no acaba de llegar.

El conocimiento de uno mismo no es una experiencia, no es la búsqueda de sensaciones, no es la apertura del tercer ojo, ni lucecitas en el cuerpo, es despertar la honestidad y la valentía de mirarnos en el espejo de los demás.

Otra trampa es que el conocimiento de uno mismo no es conocimiento, no es algo que pueda estudiarse, podemos pasarnos la vida leyendo libros sobre conocimiento de uno mismo y no haber dado ni un solo paso en el verdadero sentido del conocimiento de uno mismo.

El conocimiento de uno mismo no es psicología, aunque en el conocimiento de uno mismo se descubren y se perciben todos los enredos psicológicos de la mente.

Leer sobre el conocimiento de uno mismo puede ser algo entrañable si realmente uno lo toma como una forma de observar y de penetrar en el condicionamiento humano fuera de cualquier pretensión de que la lectura puede enseñarnos algo. La lectura puede señalar algo pero somos nosotros quienes pueden ver ese algo en nuestra vida cotidiana.

Otra trampa es pensar que una persona en el conocimiento de uno mismo no es una persona normal. En el conocimiento de uno mismo un ser humano puede abrir su sensibilidad pero no adquiere conocimiento o capacidad alguna que potencie su personalidad, es decir lo personal da paso a lo colectivo y a un sentido profundo y total de responsabilidad.

Otra trampa es que para que haya conocimiento de uno mismo tiene que haber primero libertad para ver, porque de lo contrario lo que uno vea será producto de su propia mente.

Cualquier persona que une se encuentre por la calle o por el campo puede estar en el conocimiento de uno mismo si es una persona que vive enamorado de la vida, que vive escuchando, que observa la belleza de los seres con admiración, que se cuestiona su manera de pensar y que no vive para conseguir y conseguir y conseguir. Es una persona que tiene problemas como cualquier otra persona pero no vive en conflicto, no alimenta el conflicto, sabe que el sufrimiento humano es su propio sufrimiento y que la ignorancia humana es su propia ignorancia.

El conocimiento de uno mismo es una forma meditativa de vivir, es una actitud de observación sin observador, sin orgullo, sin identificación, sin ansia de logro, sin futuro, estando abierto a lo desconocido que no es más que ese encuentro con la realidad y con la verdad.