miércoles, 30 de mayo de 2018

¿Quién no es generoso?

Con independencia de cómo seamos realmente, muchos de nosotros nos creemos buenas personas que se interesan por los problemas ajenos y que siempre están dispuestas a ayudar a los demás dentro de nuestras posibilidades, pues para nosotros los grandes valores de la vida son la familia, la amistad, la comunicación, la generosidad y el amor. En cualquier lugar en donde nos encontramos siempre estamos dispuestos a fijarnos en quien tiene una mayor necesidad de nosotros y no nos importa sacrificar nuestro tiempo e incluso dinero con tal de ayudar al prójimo.


Lo que acabamos de describir es una imagen idealizada, más o menos exacta, que tienen muchas personas de sí mismas. Pero si uno quiere ver que hay detrás de esa imagen lo primero que ha de cuestionar es: ¿Por qué tengo esa inclinación a ayudar? ¿Qué es lo que consigo a cambio? Y en este punto es en donde es preciso ser honestos y encontrar una forma de reflexionar objetiva que nos permita conocernos y aprender a pensar de un modo nuevo.

Cuando sentimos necesidad de ayudar a los demás es porque creemos que con esa actitud vamos a encontrar lo que necesitamos, es decir, que esas personas en agradecimiento nos van a apreciar y a mostrar su cariño. En realidad nuestra ayuda no es desinteresada sino que tiene un interés mezquino que pretende obtener amor de personas que están en situación de verdadera necesidad o dependencia. Al mismo tiempo vamos engordando nuestra imagen de buena persona que después utilizamos hablando de lo que hemos hecho, a quienes hemos ayudado, y en qué medida nos hemos sacrificado por los demás: niños pequeños, hijos en paro, padres enfermos, compañeros desvalidos o pobrecitos en el tercer mundo. Por consiguiente, esta idea de que somos buenas personas se va convirtiendo en un orgullo que nos gusta exhibir.

¿Cómo es que hemos llegado a esa situación de querer ayudar a los demás? Debido a que tenemos la idea de que ayudar al prójimo es un valor, no nos la cuestionamos, y no nos damos la oportunidad de conocer su origen. Seguramente todo comenzó cuando siendo aún muy pequeños, las circunstancias nos obligaron a ayudar a un hermanito o a una madre enferma. La cuestión es que recibimos el mensaje de que si queríamos ser amados era preciso olvidarnos de nosotros y ayudar en casa.

Esta imagen de ayudar al prójimo se suele dar en mayor medida entre familiares, religiosos, sanitarios o personas que se dedican a la asistencia social o labores humanitarias, es decir, en aquellas circunstancias en donde se requiere auxilio. Pero, ¿cuál es el problema de ayudar a otras personas aunque sea para obtener su aprecio y cariño? El problema es que nunca obtendremos dicho aprecio, ni seremos valorados, como nos gustaría o como nos merecemos. Al final llegamos a sentir frustración porque toda la dedicación y el sacrificio han sido en vano, lo que nos produce ira contra el mundo y orgullo de haber hecho las cosas bien, para que finalmente degenere en soberbia.

¿De dónde surge esa soberbia que se expresa en forma de pensamientos que demuestran un cierto sentido de orgullo y superioridad? ¿Es posible aplicar lo que hemos aprendido hasta aquí y comprender lo que es la soberbia para ver cual es efecto de ello sobre nuestro pensamiento?

Sin lugar a dudas las experiencias personales que se registran en nuestra memoria en forma de creencias, ideales, prejuicios u opiniones, no son más que puntos de vista dentro de una infinidad de posibilidades que cuando nos identificamos con ellos, y sirven para diferenciarnos de los demás, es cuando nos convertimos en seres orgullos que llegan a expresarse con soberbia si no obtienen lo que desean.

En el fondo la soberbia surge del menosprecio de uno mismo, y es una manera de expresar a los demás el gran valor que deberíamos tener para ellos.

Hay quien dice que contra la soberbia humildad, pero en este caso la humildad no es más que una idea o una ilusión opuesta a ese hecho que es la soberbia, y si intentamos ser humildes lo que estaremos haciendo es reforzar nuestra soberbia, pues mientras haya soberbia nunca podrá existir la humildad. Uno puede forzarse a ser austero o sencillo para cambiar de actitud, pero eso solo reformará superficialmente nuestra soberbia interior. Solo la comprensión de la soberbia traerá humildad.

Si realmente uno quiere hacer frente a su soberbia necesita preguntarse: ¿Por qué tengo esa necesidad de ayudar? ¿Estoy convencido de que ayudar es un valor? ¿Sería un valor si la ayuda fuera interesada? ¿Qué es lo que espero ayudando? ¿Qué pasaría si no consigo lo que espero? ¿Qué me ha llevado a sentir desengaño e ira con los demás? ¿Soy consciente de que en el mundo de quien más beneficio se obtiene es de los más necesitados? ¿Cuáles son mis necesidades psicológicas? ¿Una persona que se ama busca el amor ajeno? ¿Una persona que no se ama dónde encontrará el amor? ¿Cómo es que he perdido mi propio amor y cómo lo encontraré? ¿Soy consciente que desde pequeño he aceptado lo que creo sin haberlo cuestionado?

Sin despertar ese aspecto de la observación que se aplica a través de las preguntas que uno mismo crea, no será posible conocernos. Cuando la pregunta surge de la necesidad, entonces la respuesta está implícita y uno es capaz de sentirla en todos los poros de su piel.

Uno de los más graves problemas de la humanidad es la ayuda, porque a través de la ayuda es cómo se justifica la explotación del tercer mundo, de los trabajadores, de los enfermos y hasta de los indigentes. Nadie puede ayudar a nadie, solo uno mismo se ayuda a sí mismo o de lo contrario se dedica a explotar a los demás, sean familiares, amigos o lo que sea. Es un hecho y si uno no quiere verlo, entonces jamás sabrá cuáles son sus verdaderas necesidades que debe atender si quiere vivir con al menos cierta dignidad.

Si uno es de esas personas que tienen ese impulso de ayudar a los demás, has de dejarlo, pues no estás haciendo ningún bien a nadie y tampoco a ti misma.

¿Cuáles son las consecuencias de la soberbia? La principal consecuencia sobre uno mismo es que se aísla de los demás, y la única forma que encuentra para relacionarse es ofrecer sus servicios, su conocimiento, su trabajo, es decir su soberbia para obtener lo que nunca llegará a conseguir, pues una persona que no se aprecia a sí misma tampoco aceptará el aprecio ajeno. Lo cual suena bastante ridículo, pues una persona que se afana de mil maneras en encontrar el aprecio, en realidad nunca lo aceptará, y sin embargo, siempre estará pensando que no es apreciada por todo lo que hace. La soberbia y el orgullo son formas neuróticas del comportamiento humano. Otras de las consecuencias de los soberbios es que no saben atender sus necesidades, se han olvidado de ellas para atender las de los demás, y aunque puedan obtener todo tipo de favores ajenos, sin embargo, eso no cubre sus verdaderas carencias. Lo triste de la soberbia es que no sabe hacer nada por sí mismo sin involucrar a los demás.

La principal consecuencia de la soberbia sobre terceras personas es que no permite la participación ni el desarrollo de los demás, necesitan sentirse superiores a costa de la inferioridad de los demás, para lo cual los sobre protegerá o los criticará despreciativamente cuando intenten mejorar su condición, no dejará que se desarrollen y que sean independientes.

Cuando somos conscientes de lo que significa pensar de manera soberbia y orgullosa, y además nos damos cuenta de las consecuencias reales sobre uno mismo y sobre los demás, entonces la soberbia puede trascender y convertirse en humildad. Para ello el propio pensamiento orgulloso necesita dudar de si mismo y pensar que quizás los demás también saben hacer las cosas, que los demás también me quieren a su manera, y que en lugar de pensar en ayudar a los demás también podría pensar en mis propias necesidades. 

La soberbia se transforma en humildad cuando comprendemos que somos esclavos de nuestros propósitos y cuando nos damos cuenta de que a quien ayudamos es en realidad quien nos ayuda a nosotros o a quien enseñamos es quien nos está enseñando. En este mundo sobran personas que hacen de su vida una ayuda al prójimo mientras sacan provecho de las miserias humanas y faltan personas humildes que se ayuden a sí mismas. Desde un punto de vista psicológico la humildad no solo es la percepción de nuestra arrogancia sino que también es la visión clara de que no sabemos nada, y además es la comprensión de que no es posible saber nada, porque la vida es algo cambiante que no puede ser agarrado con simples ideas o acciones. Por tanto, sostener que sabemos o que somos alguien es de idiotas, un reflejo de nuestra ignorancia, y si uno es capaz de comprenderlo inmediatamente se desprende de todo orgullo respecto a compararse con los demás. A partir de ahí la mente es sensible para ver con claridad como sostenemos nuestros propios engaños y cuáles son las heridas psicológicas que los crearon.

La humildad no es un signo de debilidad, o sumisión, sino que es una muestra de la más profunda inteligencia, y por esa razón carece de propósitos, no se jacta de nada y reconoce incluso el valor de los errores o de la ignorancia como un paso hacia la madurez y la verdadera sabiduría.

La humildad no puede perseguirse, no puede cultivarse, cuando se cultiva estamos apostando por una forma de orgullo sibilino sin que nos demos cuenta, entonces trataremos de sostener una imagen humilde, sin pretensiones, liberada de toda creencia, y estaremos creando una expectativa de logro sobre la humildad. Ninguna virtud puede cultivarse, pues la virtud llega cuando la mente tiene espacio libre y el espacio libre se crea cuando se ha comprendido lo que no es virtud.

De la humildad, que es el desprendimiento de todo conocimiento, surge la libertad de pensamiento. Una persona que ha comprendido el significado del orgullo y cuyo pensamiento siempre estaba enredada en ayudar al prójimo para mendigar su aprecio, se ha convertido en una mente humilde y ahora su pensamiento es una clara expresión de amor. Pero ese amor no es una expresión del ego, no es algo que se puede conquistar, exigir, o que se pueda dar a alguien, porque el amor tampoco es un sentimiento. No es posible obligar a amarnos. Sólo podemos reconocer la presencia del amor si somos capaces de trascender esas actitudes como la soberbia o las creencias falsas que bloquean su expresión.