domingo, 20 de septiembre de 2020

¿Cómo seríamos si no fuéramos egoístas?

 Si no fuéramos egoístas no sabríamos qué hacer, cómo pensar o de qué manera sentirnos. Todo lo que conocemos es el egoísmo, una actitud ante la vida que no es otra cosa que vivir para uno mismo. Podemos convivir con una familia, salir con amigos, conseguir una pareja, lograr casarnos e incluso tener hijos, y nada de ello nos habrá hecho cambiar nuestra visión egocéntrica de la existencia. El mundo existe en la medida en que cada uno de nosotros existe, pues de lo contrario de qué sirve que el mundo exista si uno está muerto. Así es como hemos construido un mundo alrededor nuestro en el que somos el centro, el principio y el final de todo lo que sucede. Para que algo exista uno debe sentirlo y si no lo sentimos no existe. No importa que mueran millones de niños de hambre, que sufran infinidad de personas a causa de la ambición humana, o que no haya esperanza para una sociedad mejor, mientras uno no sea consciente nada de ello existe. Solo existen nuestras preocupaciones, los asuntos que hemos de resolver, los deseos que queremos lograr, y esa infinidad de momentos que hace evadirnos de un mundo sin sentido que ni siquiera nos interesa comprender.

Si no fuéramos egoístas no sabríamos cómo ser, nuestra vida entraría en una sensación de profundo vacío que seguramente terminaría en depresión. Es preferible ser egoístas, sentirnos a través de las sensaciones y experiencias, estar ocupados todo el tiempo en mejorar nuestra condición material o emocional, y desde luego seguir encontrando nuevas oportunidades de satisfacción a través de nuestra relación con lo que sea.

No conocemos otra cosa que el egoísmo. Seguramente todos hemos escuchado esa frase que dice “amaros los unos a los otros” o aquello que expresa “ama al prójimo como a ti mismo”, pero quien lo dijo no debía saber que el amor no es una cuestión de la voluntad y de que el ser humano aunque quisiera no sabría amar. Del egoísmo nunca surgirá el amor. El egoísmo ha inventado las historias románticas, el sentimentalismo, el idealismo, las creencias o las utopías como una forma de autoengaño que se proyecta hacia un futuro inexistente. No ser egoístas puede ser lo peor que nos puede suceder, pues sería como morir estando aún vivos.

Si no fuéramos egoístas no seríamos nadie, una persona sin personalidad, alguien sin intereses o propósitos individuales. Seguramente viviríamos para la totalidad, estaríamos ocupados en denunciar el desorden, y seriamos los únicos responsables en dar una respuesta adecuada al gran problema de la humanidad. Cuando el egoísmo se desvanece surge la sensibilidad y la inteligencia, entonces aparece un mundo nuevo en donde todo tiene un significado distinto, y es posible percibir que todo está en orden, en un orden perfecto con el que es posible danzar mientras se escucha en el viento una hermosa melodía de amor.


viernes, 18 de septiembre de 2020

¿Por qué vivimos de ideas en lugar de hechos?

Nos comunicamos expresando ideas y aunque creemos ver los hechos que expresan, no obstante la mente se queda con la idea y no procura ver el hecho.

¿Por qué preferimos sostener la idea de un determinado dios hecho a nuestra imagen y semejanza, en lugar de comprobar si realmente existe algo semejante en la vida?

¿Por qué preferimos tener una idea de amor en lugar de descubrir si existe tal cosa? El amor no es parte de una relación de pareja donde hay celos, posesión, conflicto, temor, etc.

Cuando estamos viendo la televisión y escuchamos la corrupción política, las medidas del covid-19, las reuniones internacionales contra la polución, la cantidad de asesinatos, las guerras, la violencia de género…..enseguida reaccionamos culpabilizando a los políticos, a los empresarios, a los machistas como si nosotros no tuviéramos nada que ver con todo ello. No obstante, alguien nos puede hacer ver que esa forma de reaccionar es no querer ver nuestra propia responsabilidad en el conflicto humano.

Hemos sido nosotros y estamos siendo nosotros con nuestra forma de entender las relaciones quienes están creando un mundo de seres egoístas que se sirven los unos de los otros en lugar de colaborar juntos por un mundo en armonía.

Cada uno de nosotros es egoísta y con esa actitud reaccionamos ante los problemas que vemos como si nosotros no fuéramos la verdadera causa de ellos. El egoísmo surge de la percepción que tenemos de estar separados del resto, de ser diferentes a los demás, de tenernos que buscar la vida a consta de ellos para poder sobrevivir. El egoísmo merma nuestra sensibilidad y capacidad de responder ante cualquier situación y nos programa para crear las situaciones más propicias para lograr nuestros intereses materiales y psicológicos. Prácticamente todas las relaciones que mantenemos, sean íntimas o no, se crean para satisfacernos, estar seguros, lograr nuestras necesidades y deseos, realizarnos, desahogarnos, etc.

¿Qué hacemos cuando nos damos cuenta de que somos ese mundo egoísta, miserable e insensible que vemos a cada momento en la televisión, en las calles, en las reuniones familiares o en la propia casa e incluso en nuestro interior?

Quizás nos quedamos con la idea, almacenamos una idea más en esa conciencia compuesta de miles de ideas. Pero una idea sobre nuestro egoísmo no tiene ningún efecto sobre el hecho, y además alimenta el condicionamiento. ¿Es posible sostener el hecho, observar la actitud real, conocer el propio egoísmo? Lo normal es escapar de hacernos conscientes del hecho, restarle importancia, no darle ninguna urgencia y olvidarnos que la vida nos va en ello. Es obvio que preferimos una idea al hecho porque no queremos hacer frente a nuestra ignorancia.

Nuestra relación con nosotros mismos es egoísta, pues se fundamenta en un Yo que explota al cuerpo para satisfacer sus deseos, frustraciones o aliviar sus heridas. La satisfacción psicológica del Yo es lo que importa y el cuerpo está para servirle. Mientras no veamos ese egoísmo, ese trato vejatorio de las ideas sobre el cuerpo, viviremos en nuestro interior con un conflicto.

Nuestra relación con los demás es también egoísta, pues se fundamenta en un Yo que explota al otro para satisfacer sus carencias psicológicas y físicas. Es fácil que todo ello pase desapercibido porque todo el mundo está haciendo lo mismo y se ha convertido en algo inconsciente. Pero el hecho es que las relaciones son tratos, contratos, expectativas, deseos que hay que ir midiendo cómo se cumplen, se frustran o si acabamos sintiéndonos engañados.

Hemos inventado todo tipo de ideas románticas para sostener relaciones egoístas que de hecho son miserables. En la paz de cualquier hogar en donde habitualmente se besan y se dan muestras de atención no hay más que un egoísmo vestido de paz y tranquilidad, pero basta con que alguien haga un gesto indebido, una palabra malsonante o se pase de la raya para que surja un fatal desenlace. Así de vulnerable son las relaciones egoístas. Puedes estar ayudando a alguien toda tu vida que una sola vez que dejes de hacerlo puede causarte el desprecio más absoluto, lo cual significa que incluso las relaciones de ayuda también son egoístas.

Si nuestra relación con nosotros y con los demás es egoísta, entonces nuestra relación con el mundo también lo es. Nos servimos del mundo, de las cosas que hay en él, de la naturaleza y de sus recursos. Pero el egoísmo es insensible y por tanto destructor, y de ese modo acabamos degradando el entorno y el medio ambiente en el que vivimos. Finalmente acabamos viviendo y comiendo en la misma mierda que generamos.

Vivir con el hecho es suficiente para que ello tenga un efecto sobre la mente humana. No es necesario hacer nada al respecto porque no se trata de mejorar la condición humana, de lograr nada, sino de ser conscientes de nosotros mismos, porque cualquier movimiento hacia mejorar nuestras relaciones será el cultivo del egoísmo. Esa es la trampa, queremos hacer inmediatamente algo cuando comenzamos a darnos cuenta del daño que nos ocasionamos, y a partir de ahí dejamos de observarnos y de ver el alcance de nuestro egoísmo.

El egoísmo comienza con una errónea percepción de nosotros mismos y del mundo. Nos han impuesto una idea de nosotros mismos que no es verdad y desde esa idea observamos el mundo. ¿Cómo será posible observar esa profunda falsedad de vernos separados de todo aquello que observamos? ¿Cuándo observaremos que no somos seres individuales sino relacionales?


sábado, 1 de agosto de 2020

¿Cómo respondemos ante una agresión?

Hay una gran variedad de formas de agresión. Quizá la más común es cuando insultamos a una persona porque va en contra de nuestros intereses o porque tenemos una mala imagen de ella, y también cuando somos despreciados por alguien que se ha sentido agredido por nosotros.

De algún modo hemos aprendido a responder a la violencia con violencia, al insulto con el insulto, al odio con odio, y nunca se nos ha ocurrido responder al odio con amor o a la mezquindad con bondad.

Nos educamos haciéndonos cada vez más y más sensibles a las agresiones físicas y psicológicas, y hemos llega hasta un punto que hoy en día nos sentimos ofendidos sin que nos suceda nada real. Es nuestro propio pensamiento la principal fuente de las agresiones que sufrimos, pero no parece que seamos conscientes de ello.

Vamos con la antena puesta para detectar el más pequeño movimiento de agresión sobre nosotros. Basta un gesto indiferente, una mirada fría, una palabra malsonante, una falta de consideración o un pequeño olvido, para interpretar que estamos siendo ninguneados o despreciados hasta el punto de sentir que ponen en entredicho nuestra integridad, y no encontramos otra salida que defender nuestro amor propio de la manera que nos sea posible.

Gran parte de los conflictos que se producen en la vida cotidiana se inician cuando interpretamos que estamos siendo agredidos. A partir de ahí nuestra reacción es defendernos o atacar, y restablecer nuestra imagen dolida. Quizá, si somos un poco sensibles, una vez sucedida la situación, cuando ya estamos fríos, nos damos cuenta de las reacciones desmedidas e incluso irracionales que hemos mostrado. 

¿Cómo es posible terminar con la violencia?

Para empezar habría que preguntarse para qué queremos deshacernos de la violencia. No es que no debamos deshacernos de ella sino que antes es necesario saber qué nos impulsa a resolverla. Es obvio que la violencia tiene consecuencias que no nos gustan porque nos hace pasar por situaciones emocionales estresantes en las que ponemos en riesgo la integridad física y psicológica de las personas. Asimismo, también nos genera conflictos que perduran en el tiempo en forma de enfados, separaciones, rencores e incluso odios que se expresan con una continuada crítica irracional y deseos malvados.

Ciertamente la violencia es incómoda para cualquier persona que esté en su sano juicio, pero intentar no ser violentos no parece que sea un buen modo de resolverla. Es como intentar solucionar un problema de matemáticas que aún no entendemos su enunciado. Si el problema es la violencia habría que aprender sobre ella antes que intentar erradicarla. Para comprenderla habría que preguntarse hasta qué punto está enraizada en nuestra mente para que en un momento determinado e inesperado surja con tanto ímpetu y con la urgencia de mostrarse como si la vida nos fuera en ello. Por tanto, no se trata de eliminar la violencia sino de hacerla consciente, de darnos cuenta que somos esa violencia y que no podemos hacer nada salvo observarla hasta el punto de percibir cualquier señal de la misma, ver cómo reaccionamos, qué gestos utilizamos, cómo arremetemos contra los demás, qué resolvemos con ella, o cómo afecta a las demás personas.

En realidad uno mismo es la violencia, y crear una idea de no violencia para tratar de conseguirla es también una forma de violencia y un escape. La no violencia no existe, solo es una creación o sugestión de la propia violencia. Cuando ya no tenemos una intención de eliminar la violencia y mantenemos una actitud de ser la violencia, entonces comenzamos realmente a observar la violencia y es cuando la violencia comienza a realmente a mostrarse.

Como cualquier expresión de violencia parte de nuestra mente, algo tiene que haber mal en nuestro pensamiento para que se exprese de ese modo. Eso quiere decir que en nuestro interior hay una lucha, un conflicto, que se refleja hacia el exterior. Si no somos capaces de resolver o comprender ese conflicto interior que es la fuente de donde emana nuestra susceptibilidad, entonces nunca desaparecerá la violencia.

¿Cuál es nuestro conflicto interior?

Que alguien nos diga cuál es el conflicto que hay en nuestra mente no va a tener ningún efecto, pero si llegamos a percibirlo entonces el propio conflicto comenzará a disolverse. Gran parte de los problemas psicológicos que sostenemos son a causa de que somos inconscientes  de los mismos y por el simple hecho de hacerlos conscientes ya dejan de tener influencia.

Enunciar con palabras el conflicto es relativamente fácil pero percibirlo no lo es tanto porque requiere de cierta sensibilidad y de salvar algunas barreras o resistencias que nos impiden verlo realmente.

Tratando de expresarlo de una manera sencilla podríamos decir que el conflicto de nuestra mente es una idea o creencia que aprendimos desde muy niños acerca de quiénes somos y quienes no somos. Es decir, por una parte está uno mismo y por otra el resto del mundo. El hecho de distinguirnos físicamente del mundo no tiene mayor importancia y además es útil, pero distinguirnos psicológicamente del mundo es separarnos del mismo y estaremos cometiendo un grave error de percepción, pues nosotros no somos diferentes del mundo ya que somos el aire que respiramos, la fruta que cuelga en los árboles, los animales que pastan en los prados, las relaciones que mantenemos, etc. No existe ninguna vida aislada, todo está relacionado y es la relación la que da sentido y significado a lo que somos. Sin embargo, creer que somos diferentes del resto o que estamos separados son ideas cuya principal consecuencia es entrar en conflicto con la realidad, con nosotros mismos, y mientras no se comprenda o se perciba su falsedad todo lo que pensemos, sintamos o hagamos se expresará en forma de conflicto, es decir inevitablemente conllevará miedo, violencia y sufrimiento. ¿Cuándo vamos a darnos cuenta de que hay una lucha constante en nuestra mente? No somos conscientes de que estamos siendo agredidos por nuestro propio pensamiento y que a través suyo tratamos de resolver nuestros problemas, lo cual es un desatino.

¿Cómo es posible resolver la lucha que hay en nuestro interior? ¿Es que no somos conscientes de la agresión mental que estamos padeciendo?

Podemos tratar de vivir en paz, hacer yoga todos los días o meditar durante años, pero todo ello será una forma sutil de violencia que ejerceremos sobre nosotros al forzarnos a lograr algo que en realidad no existe. No se puede imponer la paz sobre el conflicto. Únicamente de la comprensión del conflicto surgirá la verdadera paz. Hemos cultivado infinidad de ideas e ideales para resolver el conflicto, pero lo único que hemos logrado ha sido hacerlo más y más complejo.

El conflicto es nuestro Yo, una actitud egocéntrica frente al mundo que cuando intenta superarse a sí mismo o simplemente resolver sus problemas, lo que consigue es reforzar su egoísmo y aumentar su ignorancia.

La única forma de hacer frente al conflicto es darnos cuenta del mismo al igual que lo hacemos de las cosas que observamos a nuestro alrededor. Vemos unas nubes en el cielo azul, el movimiento de las hojas del árbol mecidas por el viento, los niños jugando a la pelota, y también vemos nuestra reacción al ver todo ello. Darnos cuenta de aquello que vemos fuera y dentro de uno mismo. También es posible que al darnos cuenta de nuestras reacciones las justifiquemos, las critiquemos o las reprimamos y entonces nos volvamos nuevamente inconscientes. En el darnos cuenta de lo que es hay una cualidad de la observación en donde el observador, que es el Yo, es lo observado. En dicha acción no hay violencia alguna, no hay ningún propósito, solo está la pasión por ver lo que es tal y como es, entonces esa observación tiene un profundo efecto sobre el observador y lo observado.

lunes, 20 de julio de 2020

¿Por qué somo tan violentos?

Vivimos en un mundo lleno de violencia: guerras entre naciones, religiones en conflictos, competencia comercial inmoral, terrorismo, manifestaciones o protestas agresivas, y también está la violencia más cercana, esa que nos atañe directamente a las personas y a cada uno de nosotros. Está la violencia del marido contra la esposa o la esposa contra el marido, la que ejercen los padres con los hijos o la de aquellos hijos que han aprendido a ser violentos y la ejercen con los propios padres. Está la violencia del amo sobre su perro o la agresión que ejercemos en general sobre la naturaleza o particularmente contra nuestro propio cuerpo al drogarlo, atiborrarlo de comida basura, tatuarlo o forzarlo a tener una apariencia concreta.

También hay otro tipo de violencia que no se ve a simple vista porque es sutil y enrevesada como la que se muestra cuando nos amoldamos o adaptamos a una situación o a una idea que nos esclaviza.

¿Qué es la violencia?

Es obvio que la violencia es una señal de miedo. Si no tuviéramos miedo nunca nos mostraríamos violentos, no obstante al sentir miedo psicológico quedamos bloqueados mostrando sumisión o por el contrario aparentamos rechazo con palabras o gestos violentos. Sin embargo, es posible estar atentos al miedo, hacerlo consciente y no darle continuidad con el pensamiento o el sentimiento, con lo cual la respuesta a lo que está sucediendo es absolutamente diferente.

¿Por qué tenemos miedo?

En general sentimos miedo a ser dañados física o psicológicamente, y también tenemos un miedo residual en la mente a perder aquello que nos pertenece. Somos las posesiones que tenemos porque ellas se han apoderado de nuestro ser. Cualquier cosa que ponga en riesgo lo que tenemos nos hace sentir miedo y normalmente nuestra respuesta es violenta, ya sea que nos bloqueemos o bien que nos enfrentemos a ella. Evidentemente existe la posibilidad de darnos cuenta de que nos somos lo que tenemos y que en realidad no poseemos nada, por tanto es inútil sentir miedo a perder lo que no nos pertenece. Eso no quiere decir que no le demos valor o tengamos respeto y cuidado a todo aquello que hay en nuestra vida.

Pero el miedo no solo se muestra como una reacción ante un peligro sino que también es una actitud ante la vida. Cuando vivimos deseando todo aquello que tienen otros sin pararnos a pensar si realmente lo necesitamos estamos viviendo con miedo porque la envidia es una forma de miedo. No solo envidiamos los objetos o propiedades que tienen otros sino sus capacidades físicas y mentales o incluso lo que sienten emocionalmente.

Es fácil ver que la ira es una forma de temor, quizás justificada para poner unos límites a los demás o a uno mismo a pesar de que se podrían poner sin ira alguna. Sin embargo, no vemos que en el orgullo también hay una raíz de temor. Estamos orgullosos de nosotros mismos, de lo que hemos hecho, de nuestra imagen, y ese orgullo es como un globo lleno de una ira que inevitablemente se despierta cuando nos pinchan y explotamos.

Está el miedo al fracaso y por ello nos pasamos la vida deseando éxitos. En el camino al éxito nos vamos haciendo más y más insensibles, más deshonestos, más hipócritas y en esa actitud hay una profunda violencia destructiva insensible al sufrimiento humano.

También está el miedo al miedo, el miedo a sentirse uno mismo, el miedo a no estar en paz, y todos ellos tienen su propia forma de mostrarse con un tipo de violencia u otra.

¿Es posible vivir sin miedo o el miedo es algo natural con lo que hay que vivir?

El miedo instintivo es natural. Cuando respondemos ante una araña o una culebra dando un salto o pegándola un puntapié es una respuesta instintiva que pretende protegernos de peligros que hemos grabado en nuestro ADN desde hace millones de años. Sin embargo, el miedo psicológico o aprendido en la experiencia es bastante cuestionable y sería muy saludable discernir si realmente nos protege o por el contrario supone un peligro para nuestra integridad.

¿Qué consecuencias tiene el miedo psicológico?

El miedo nos paraliza, nos hace custodiar algo que creemos que tiene valor cuando no tiene ninguno, y nos aísla del resto de las personas hasta el punto de entrar en conflicto con ellas.

Es evidente que vivimos en un mundo donde las personas se relacionan según sus miedos. Tenemos una tendencia a unirnos para protegernos de una manera más eficaz, pero no nos damos cuenta de que el miedo psicológico es individual y aunque uno crea que se está uniendo a otros para protegerse lo que realmente está sucediendo es que se está exponiendo al miedo de los demás. Es decir, el miedo psicológico es un miedo egocéntrico, egoísta, falto de toda percepción, y por consiguiente es quizás la manera más torpe e insensata de vivir. Nos hace vivir psicológicamente aislados, con un profundo sentimiento de soledad, nos hace entrar en conflicto con la realidad y con nuestra propia naturaleza física, nos hace vivir con esfuerzo y tensión, y nos perdemos todo un mundo de belleza y misterio.

Uno de los miedos más irracionales es el miedo a la muerte, un miedo que ha influido enormemente en nuestra manera de vivir. El miedo a la muerte es el miedo a perder todo lo que hemos conseguido, propiedades, conocimientos, personas, experiencias, y en ese sentido es el miedo a desaparecer, a no ser nada, a no sentirnos. No nos damos cuenta de que no hemos conseguido nada salvo vivir inconscientes e insensibles al mundo y no conocer el verdadero gozo. Nuestro Yo teme a la muerte y nosotros deberíamos tener mucho cuidado y atención con el Yo porque no nos permite vivir con sensibilidad. Por nuestro miedo a ser dañados y a morir generamos todo tipo de conflictos que provocan guerras, genocidios y holocaustos donde mueren millones de seres.

El Yo es violento, temeroso, ansioso, y como consecuencia de ello nunca entramos en contacto con las demás personas a no ser para conseguir algo. Del miedo surge el sufrimiento como una forma de orden para avisarnos que algo hay erróneo con esa forma de vivir temerosa. Pero tampoco aceptamos el sufrimiento y hacemos todo lo posible por evitarlo y de ese modo crece nuestro miedo e inevitablemente el sufrimiento.

Comprender el miedo es ver con claridad en la vida cotidiana lo que acabamos de comunicar, entonces uno no es diferente del miedo, de la violencia o del sufrimiento, no trata de volverse valiente, ni de hacerse pacifista o de buscar el placer. Pero una persona que solo ve ideas en estas palabras nunca conocerá la belleza de ir más allá del temor, del sufrimiento y de vivir con la muerte. No es necesario llegar a estar viejos y decrépitos para sentir de cerca la muerte, pues ella es parte del vivir y sin ella la vida no tiene ningún sentido. Cuando separamos la vida de la muerte nos volvemos temerosos y de ahí surge nuestra violencia. El Yo no puede morir, pues algo que no está vivo no puede morir, no obstante es posible para un ser humano comprender su ilusión y con ello vivir sin estar condicionado por ella.

domingo, 12 de julio de 2020

¿Es posible experimentar la muerte estando vivos? (parte 3)

La palabra experiencia tiene su significado en el ir hacia las cosas para entrar en contacto con ellas a través de los sentidos. En general tendemos a vivir situaciones que ya hemos sentido como placenteras, y de esta manera la experiencia no es más que la búsqueda de sensaciones, sabores, impresiones o emociones ya probadas o imaginadas. Nos gusta divertirnos con fiestas o entretenernos con juegos, disfrutar de de una buena película o de un viaje, deseamos enamorarnos o ser amados, y también anhelamos sentirnos felices y en paz. Todo ello forma parte de la experiencia de nuestro Yo que por una parte procura repetir situaciones agradables, alejarse lo más posible de experiencias desagradables e intentar experimentar nuevas sensaciones que le generen placeres desconocidos.

Experimentar la muerte no forma parte de nuestra experiencia y por tanto es algo desconocido. Además tampoco tenemos ninguna referencia directa de alguien que la haya pasado y regresado para contarnos como le fue. Normalmente hablar de la muerte es algo bastante desagradable y lo único que nos puede hacer sentir curiosidad o desear su experiencia sería ser seducidos de alguna manera con algún tipo de recompensa.

Sin duda alguna las experiencias que tuvimos durante los primeros años de nuestra vida fueron las que nos transformaron en personas y moldearon la forma de pensar, sentir y actuar.

Cuando hablamos de experimentar la muerte, el Yo se imagina que tendrá una serie de sensaciones o visiones espirituales y que en ese preciso momento uno será perfectamente consciente de lo que está sucediendo porque habrá alcanzado la comprensión de la verdad o la naturaleza sagrada de dios. A nadie se le ocurriría pensar que la experiencia de muerte del Yo no es más que un profundo dolor de cabeza que acaba con todas las tonterías que hemos defendido y mantenido durante tantos de años. Bastantes personas creen que la experiencia de muerte ha de ser similar a como lo que cuentan quienes toman drogas y pasan por experiencias sicodélicas y sienten como sus mentes se abren a la compresión de su alma y del universo, pero que curiosamente y desgraciadamente cuando despiertan nada de ello ha transformado su Yo sino que más bien lo han fortalecido para continuar deseando experimentar semejante temeridad.

Cuando el Yo muere, la vida de una persona transcurre como una experiencia continua que se va renovando a cada instante para mostrarle lo que es. Sin embargo, cuando el Yo está vivito y coleando su percepción fragmenta la realidad en experiencias agradables, desagradables e indiferentes con una multitud de matices para clasificarlas y valorarlas de forma que condiciona su futuro. El Yo se pasa la vida recordando para reforzarse a sí mismo, pues de lo contrario se extinguiría.

Desear buscar experiencias cuando la experiencia de la vida es algo tan ilimitado, hermoso y pleno más bien parece ridículo o enfermizo. De igual modo, estar continuamente hablando de lo que nos pasó es algo bastante infantil y nos hace perder lo que está pasando ahora. Cada vez que juzgamos o clasificamos estamos creando el Yo puesto que este se alimenta de juicios y comparaciones. La muerte del Yo supone la percepción clara de que la vida es una única experiencia y que si no somos conscientes de lo que está sucediendo la estaremos perdiendo, es decir, no nos daremos cuenta de la realidad que somos.

Hemos sido educados para fragmentar y valorar experiencias subjetivas, en conseguir sensaciones, y nos olvidamos que el cuerpo es una hermosa y plena experiencia capaz de crear todas las sensaciones que existen sin necesidad de ser estimuladas por el pensamiento. La muerte del Yo da lugar a un estado de indiferencia que es la más alta clase de sensibilidad, pues nos permite observar lo que sucede tal y como es sin añadir o quitar nada de nuestra propia cosecha mental. Una actitud indiferente no es insensible sino atenta y capaz de responder con diligencia cuando se requiere. No obstante, hemos sido educados para no ser indiferentes ante nada e ir ante las circunstancias como un caballo desbocado de emociones y pasiones que nos hacen diferenciarnos de aquello que observamos.

Todo lo que hemos vivido y estamos viviendo es una única experiencia que conforma nuestra conciencia. De esa experiencia se crea el Yo cuando recibimos impresiones o sacamos conclusiones que condicionan nuestro pensamiento, sentimiento y comportamiento futuro. El parloteo de la mente surge para recordarnos que debemos tener cuidado y poner atención sobre situaciones de interés. Sin embargo, la muerte del Yo supone terminar o resolver esas impresiones, prejuicios o valores que se registraron durante el proceso de la experiencia.

Si no somos capaces de resolver una discusión laboral, un enfado familiar o un recuerdo doloroso, iremos por la vida cargados de rencores, odios, culpabilidades, vergüenzas o temores que nos condicionaran el futuro y viviremos con sentimientos auto lesivos. Es necesario aprender a descargar cualquier emocionalidad de la que seamos conscientes y para ello basta con observar y comprender su inutilidad y la estupidez de su razón de ser. A la hora de intentar resolver cualquier conflicto en nuestra mente podemos hacerlo todo lo difícil o fácil que queramos, y no terminar nunca de solucionarlo o zanjarlo en un momento. Un conflicto con el que hemos convivido durante años se puede remediar en solo unos minutos y sentirnos libres psicológicamente del mismo. Eso no significa que las circunstancias hayan de cambiar sino que lo realmente extraordinario es que la mente se ha librado de la experiencia subjetiva y, por tanto, en cierta medida el Yo ha muerto. Evidentemente uno puede especular sobre esto eternamente y no resolver nada porque el Yo se resiste a morir, es decir uno mismo se niega a desaparecer. En este asunto tan sorprendente nadie nos puede decir cómo se hace, no existen métodos, es cuestión de percibir el hecho para que la mente se enfrente a la comprensión y liberación de su propio condicionamiento.


jueves, 9 de julio de 2020

¿Es posible experimentar la muerte estando vivos? (parte 2)

¿Puede morir el yo? Dentro del mundo espiritual hay una gran afición o apasionamiento en la muerte del Yo, en el despertar de la Kundalini, en parar el parloteo del pensamiento o en iluminarse. Somos unos artistas para inventar palabras cuando algo es deseable y por esa razón la muerte o comprensión del Yo adquiere tantos significados y formas. Pero son muchos los que lo intentan dedicando gran parte de su vida a lograr la mayor aspiración que se puede desear en esta vida, mayor incluso de que te toquen millones de euros en la lotería, ya que supone transcender la muerte y tener la comprensión del universo.

Intentar deshacerse del Yo no es algo baladí ni un asunto que podemos tomar a la ligera ya que estaríamos perdiendo el tiempo y a la vez reforzando justamente lo opuesto, es decir un mayor condicionamiento psicológico.

Ir más allá del Yo es un asunto muy serio y profundo que requiere un acercamiento honesto, limpio, de tal forma que prácticamente todos los demás asuntos de la vida, aparte de la subsistencia, quedan relegados a un segundo o tercer plano.

¿Es necesario prepararse para la muerte del Yo?

Todo depende de la idea que tengamos al respecto. Morir para el Yo está relacionado con dar por finiquitado el pasado que tanto nos condiciona, la experiencia con la que nos identificamos, las ideas que nos dirigen como esclavos, las creencias que nos crean esperanzas falsas, los conocimientos que nos llenan de orgullo, los logros que tanta vanidad nos proporciona, esos deseos que consumen nuestra energía inútilmente, o las reacciones que conducen a conflictos interminables.

Una forma de prepararse para morir psicológicamente es terminar cuanto antes con todos esos falsos placeres y recompensas que nos impiden vivir con austeridad sin pasar la línea que delimita nuestras verdaderas necesidades. Dicha actitud puede suponer para el Yo un profundo sacrificio ya que deberá reprimir impulsos, obsesiones o hábitos que le producen una gran satisfacción, nos obstante, semejante renuncia queda justificada para el Yo si ello supone un mayor logro. Ello suena algo bastante estúpido pero para el Yo es fácil caer en semejante insensatez si ello puede suponer el logro de algo con mayor valor.

¿Cómo deberíamos prepararnos para pasar por uno de los procesos más importante de nuestras vidas, para madurar esa mente egocéntrica e infantil, para pasar de ser una simple oruga a convertirnos en una hermosa mariposa? Mientras somos niños y adolescentes nos pasamos muchos años formándonos en la escuela e incluso en la universidad para llegar a convertirnos en abogados, ingenieros, administrativos, camareros o albañiles. Sin embargo, durante esos años en lugar de aprender a ser seres humanos nos convertimos en esclavos asalariados que solo piensan en casarse y tener una posición social. Durante nuestra crianza, formación y educación perdimos nuestra sensibilidad natural para convertirnos en seres temerosos y ansiosos. A partir de ahí y viendo el futuro que nos espera ante semejante panorama lo único que nos queda es transformarnos. Sin embargo, el Yo instalado en nuestra mente frustra todo intento de metamorfosis interior y la convierte en el deseo de cambiar, de llegar a ser, de lograr mayores metas o de conseguir lo que tienen otros. El Yo y sus escapes. Si queremos prepararnos para que el Yo se desvanezca en la nada hemos de especializarnos en las distintas formas de escape, autoengaños, contradicciones, incoherencias o mentiras.

Quizás la primera preparación es distinguir con claridad que el Yo no puede matarse a sí mismo, el Yo puede asesinar el cuerpo, lo que normalmente llamamos suicidio, o puede maltratar al propio cuerpo en una acción que supone una cruel explotación física, o incluso está en su mano matar a otra persona, lo que solemos llamar asesinato, pero aniquilarse él mismo no es posible y si lo intentara lo que estaría haciendo es jugar a algo que lo engrandecerá haciéndose cada vez más y más irracional.

Ninguna transformación vendrá como consecuencia del pensamiento, pues éste es el principal mecanismo de expresión del Yo. Nunca resolveremos un problema de relación o conflicto humano creado por el pensamiento con el mismo pensamiento. Creemos que el Yo resolverá cualquier asunto de relación pensando pero lo único que ha logrado ha sido condenar a la relación a la explotación, al uso y abuso, de uno sobre el otro. Para que el Yo se desvanezca el pensamiento ha de cesar.

El pensamiento surge de la memoria como una idea que hemos de recordar para llevar a cabo una determinada acción que está programada. Sería más bien absurdo tratar de parar el pensamiento sin poner nuestra atención en la fuente de donde surge. Por esa razón es conveniente no solo ser consciente de los pensamientos, sino que también es preciso ver su movimiento incesante y cuestionar cual es la causa, la idea o la experiencia que dio lugar a su programación. La única forma que tenemos para que el pensamiento no vuelva a surgir es cambiar su registro, la falsedad o la incongruencia de su pretensión. Aunque esta labor puede parecer que es un proceso interminable, en realidad es más simple de lo que parece pues cuando desenmascaramos o resolvemos un pensamiento, éste nos conduce a otro que también se disipa, y éste a otro, y luego a otro. En realidad el Yo solo es un conjunto enmarañado de ideas que se caen por su propio peso cuando son cuestionadas y observadas con objetividad. A partir de ahí, el parloteo del pensamiento se va extinguiendo dejando un espacio en la mente en donde sucederá el gran acontecimiento de la transformación.

Una vez que nos hemos preparado dándole la importancia que tiene enfrentarse a la muerte del Yo, que hemos despertado una actitud honesta de desprendernos de la vanidad, del orgullo, de la envidia, de la gula, de la avaricia, del poder, de la pereza, del egoísmo, de la ira y del miedo, y además nos hemos especializado en ver con claridad los engaños y escapes del Yo, y hemos creado espacio en la mente comprendiendo la causalidad del pensamiento, entonces estaremos preparados para una verdadera mutación.

¿Cómo se experimenta la transformación de la mente? Podríamos decir que es un proceso más o menos instantáneo que no depende del tiempo, pero para que todo el mundo lo entienda diremos que es muy similar al proceso que experimenta una oruga cuando llegada su hora teje su propio capullo en el que se envuelve por puro instinto para protegerse de posibles amenazas mientras el milagro de la metamorfosis tiene lugar. Después rompe su cascara, estira y seca su cuerpo, despliega sus alas y vuela. Esa es la belleza de la muerte y del renacer. Para un ser humano el proceso que da lugar a una mutación en las conexiones neuronales es quizá algo más sofisticado y complejo que el aparatoso cambio estructural que sufren los insectos, pues en este sentido hemos evolucionado bastante…

martes, 7 de julio de 2020

¿Es posible experimentar la muerte estando vivos? (parte 1)

Quizá la muerte sea uno de los aspectos que más condiciona la vida de los seres humanos. Va a depender de la manera en como interpretamos ese hecho irrevocable y certero para que nos relacionemos con nosotros mismos y con el mundo de un modo sustancialmente diferente.

Cualquier persona, con un mínimo de conciencia, se pregunta: ¿Qué sentido tiene mi vida, el esforzarme en lograr tantas y tantas cosas para que al final lo pierda todo? Pero si observamos la pregunta podemos ver que damos a entender que el sentido que le damos a la vida, antes de reflexionar sobre la muerte, es lograr; llegar a ser quienes no somos; llegar a tener lo que no tenemos; sentir lo que no sentimos, estar en un lugar o en un tiempo diferente y en definitiva agarrar lo que no tenemos. Sin embargo, es fácil ver, si al menos nos queda algo de sentido común, que la vida no se puede agarrar porque es algo vivo que se está transformando a cada instante en un movimiento incesante. Y lo más curioso del asunto es que nosotros mismos somos la vida.

¿Cómo es posible que siendo como somos la vida intentemos agarrarla, poseerla, pues eso es como aniquilarla? Si algo, cuya naturaleza es estar en movimiento, lo paramos seguramente le quitaremos su vitalidad, su energía viva, y lo mataremos como cuando pisamos una hormiga o una mosca.

Parece lógico pensar que esta manera de entender la vida en base a adquirir todo lo que se nos ocurra mientras estemos vivo: conocimientos, experiencias, ideas, propiedades, sentimientos, identidades, opiniones se debe justamente por la interpretación que le damos a la muerte.

Nos han educado para temer a la muerte, para no mirarla frente a frente y preguntarnos qué es, para hacer todo lo posible por librarnos de ella, para demonizarla y verla como un acontecimiento absolutamente cruel, injusto, despiadado, absurdo y falto de todo sentido. Quizás por esa razón, como reacción ante lo que es inevitable hemos dado un sentido a la vida basado en el apego, en las sensaciones y en las ideas que nos dan esperanza de que la muerte sea solo un paso hacia algo que no comprendemos. Hemos configurado la vida según la idea que tenemos de la muerte y por esa razón nos hemos creado y creído ideas sobre nosotros mismos y sobre el mundo tan fijas que nos dan la sensación de que son inalterables y que además nunca morirán. Pero esas imágenes entran en conflicto continuo con lo que realmente somos y con lo que es el mundo, y esa es la principal causa de que surja el deterioro, las enfermedades y la muerte como una forma de renovación de la vida.

¿Es posible comprender la muerte? Pocas personas se atreven a cuestionar semejante hecho. ¿Es posible experimentar la muerte mientras vivimos?

A la naturaleza no le preocupa la muerte porque ella misma la ha creado como un mecanismo de enriquecimiento de las distintas expresiones que tiene la existencia. Únicamente al Yo le asusta la muerte, a ese Yo que se ha pasado toda la vida acumulando experiencias, adquiriendo conocimientos y habilidades, adoptando valores sobre todas las cosas imaginables, identificándose con creencias e ideas que le impulsan a relacionarse como si fuera distinto a otros Yoes. Un Yo que solo busca satisfacción, placer o felicidad y no encuentra otra forma más adecuada conseguirlo que apoderándose de las cosas o de las personas.

Huyendo de la muerte el Yo se ha ido engrandeciendo de generación en generación, pero a pesar de inventar la ideas más sofisticadas sobre la vida después de la muerte, lo cierto es que ese Yo personal termina cuando el cuerpo por fin fallece y con ello se desmorona todo su mundo imaginario. No obstante ahí no acaba su existencia, pues ese Yo que parece ser personal no lo es tanto y en realidad es un Yo común y compartido por toda la humanidad.

La muerte se experimenta en vida cuando el Yo desaparece, cuando percibimos su ilusión y sus consecuencias, cuando comprendemos el miedo y el sufrimiento psicológicos, entonces la muerte da lugar a una nueva vida llena de compasión que actúa para liberar a la humanidad de su ignorancia, pero querer conocer esa vida sin haber muerto no tiene ningún significado. 

domingo, 5 de julio de 2020

El darse cuenta y la meditación

La observación comienza con el darse cuenta de aquello que nos rodea, de la naturaleza, de los objetos, de las personas, de los sucesos, es decir, de todo aquello que es externo a nosotros. En ese darse cuenta solo hay un constatar que ello existe, que está ahí y que uno puede verlo, sentirlo o tocarlo. Puede ser que vivamos una vida tan inconsciente que ni siquiera nos demos cuenta del mundo que nos rodea, que no seamos sensible a lo que hay a nuestro alrededor o que nuestros pensamientos con sus preocupaciones ocupe todo el campo de nuestra percepción. En ese caso estamos destinados al choque con las cosas o las personas sin darnos la oportunidad de fijarnos que aparte de nosotros también existen otros seres.

Después de darnos cuenta del mundo que nos rodea, de las paredes de la habitación y de los cuadros colgados en ellas, de la televisión, de los objetos encima de la encimera, de los muebles y del espacio que ocupan, podemos darnos cuenta de cómo miramos las cosas y de nuestra reacción al verlas. Es decir, es posible observar una silla y ver que enseguida reaccionamos expresando que necesitamos cambiar de sillas porque ya estamos hartos de las mismas, pues han pasado de moda o ya están viejas y medio rotas, o porque me gustaron unas que vi en un escaparate. Por un lado está el darse cuenta de la silla y por otro está el darse cuenta de mi gusto o disgusto de la silla, del valor y la emoción asociada a la silla. Aunque éste segundo darse cuenta parece fácil de entender no lo es tanto practicarlo o llegar a vivir con ello, dándonos cuenta de nuestras reacciones, de nuestro interior.

Darnos cuenta de una persona es algo fácil, pero darnos cuenta del sentimiento que surge al verla es algo que no es tan fácil ya que tendemos a ser inconscientes de nosotros mismos. En ese sentido cuando tenemos un problema siempre tratamos de resolverlo intentando cambiar lo exterior y nunca solemos cuestionamos a nosotros mismos para ser conscientes de los prejuicios, obsesiones o insensibilidades que mostramos al relacionarnos. Hacernos conscientes puede ser la mejor herramienta a la hora de intentar comprender o resolver un problema.

Cuando nos vamos dando cuenta de nuestro interior surge la actitud de querer cambiarlo y entonces perdemos el verdadero sentido de darnos cuenta. De igual modo que nos damos cuenta de un árbol también nos damos cuenta de que no nos gusta porque nos impide las vistas al mar y si estuviera en nuestra mano lo cortaríamos. Suele ocurrir que al darnos cuenta de nuestra insensibilidad respecto del árbol nos digamos a nosotros mismos que eso no está bien pensarlo e intentemos pensar de un modo distinto, entonces el darnos cuenta de nuestra insensibilidad se ha esfumado y hemos perdido el sentido que tiene hacernos conscientes de nuestras reacciones. Si al ser conscientes de nuestra insensibilidad tratamos de ser sensibles, sin darnos cuenta lo que conseguimos es expresar una mayor insensibilidad aunque creamos todo lo contrario. Otra actitud diferente sería preguntarnos por qué somos insensibles ante el árbol, una persona, un niño o un pensamiento. ¿Por qué somos insensibles? Insensible significa que no lo vemos, que no lo queremos tocar, ni oler, queremos que desaparezca. ¿Por qué queremos que un árbol o una persona desaparezcan? Seguramente esas cosas o personas representan un impedimento para nuestros deseos, para nuestra seguridad, para nuestra identidad y nos sentimos temerosos de no conseguir lo que queremos. En definitiva nos damos cuenta de que estamos atados a la experiencia vivida, a las influencias que hemos adquirido, a las heridas padecidas, etc. Al cuestionar nuestra insensibilidad es bastante posible que lleguemos a comprenderla, pero tratar de ser sensibles es un escape para continuar con ella e incluso reforzarla.

Por tanto, hemos visto que tenemos el darnos cuenta del mundo exterior y tenemos el darnos cuenta del mundo interior. La consecuencia de no darnos cuenta de nada es una vida insensible llena de problemas y sin posibilidad de hacer nada al respecto porque no vivimos mirando lo que nos rodea o lo que sentimos. Pero si comenzamos a damos cuenta de lo que nos rodea nos haremos sensibles a ello, y si nos damos cuenta de cómo reaccionamos nos haremos sensibles a lo que no rodea y nos conoceremos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, y de ese modo también conoceremos a las demás personas, ya que uno no es muy diferente psicológicamente del resto.

También hemos visto que si vemos algo que nos parece erróneo en nuestra forma de observar en lugar de tratar de corregirlo debemos intentar indagar en ello o simplemente dejarlo hasta que nuestra visión de ello sea más amplia.

Una persona que recorre este hermoso camino del darse cuenta inevitablemente se convierte en alguien sensible y puede llegar un momento en que se pregunte si es posible vivir sin reaccionar. Pero ¿Por qué surge esa pregunta? ¿Qué pretende la pregunta? Si no reaccionáramos ante lo que vemos es que estaríamos muertos. Un ser vivo reacciona, su reacción en su vitalidad, no obstante una persona que tiene la visión o los sentidos limitados suele reaccionar inapropiadamente porque deforma la realidad que observa. Las reacciones nos permiten darnos cuenta de nuestro interior, pero querer terminar con las reacciones es otra reacción más. El darnos cuenta de algo no tiene mayor propósito que constatar su existencia. Estamos tan cargados de valores sobre todo las cosas que nos parece extraño actuar de algún modo indiferentes ante lo que observamos. La indiferencia ante lo que vemos no significa que despreciemos o no nos demos cuenta de ello sino que no reaccionamos ni positiva ni negativamente al verlo.
La sensibilidad se adquiere como una consecuencia o efecto del darnos cuenta de lo que es, de aquello que nos rodea y también de lo que sentimos, hacemos o pensamos, pero ello no lleva implícito adquirir conocimiento o experiencia alguna. Nos hacemos sensibles en la medida que percibimos y se abre la mente para recibir lo que sucede tal y como sucede. Pretender algún propósito en el proceso de observación niega e impide la observación y el darse cuenta. En general cuando tenemos un propósito está tan dirigido a una meta que nos hace insensibles a cualquier cosa que no sea el objetivo y el camino que hemos trazado hacia el mismo.

Llegar a ser es una reacción ante la idea de que no somos, somos imperfectos, nos queda mucho por alcanzar o conseguir, y no nos permitimos descubrir cómo somos y que hay detrás de toda nuestra apariencia condicionada. Quizás no nos importa saber que nuestro cuerpo tiene una inteligencia extraordinaria que permite fluir la sangre, alimentar las células, hacer la digestión, crear emociones, pensar, y preferimos creer que es nuestra mente o espíritu quien es realmente inteligente y quien debe poner la atención allá en donde cree conveniente. Nos importa lo que piensan los demás sobre nosotros, lo que podemos lograr en el futuro, o el placer de ser apreciados a través de nuestros éxitos, pero poco nos importa el cuerpo cuando hacemos un uso del mismo bastante negligente. La inteligencia del ser humano se ha convertido en soberbia, en vanidad, se cree poseedor de experiencia y de bienes cuando nada de ello será sostenible a largo plazo. La vida de cualquier ser humano tiene una enorme carga inconsciente que se ha ido acumulando para olvidar y no darse cuenta de todo aquello que no ha sabido resolver o terminar.
Cuando nos damos cuenta del mundo que nos rodea y de nuestras reacciones al mismo observamos que ambas cosas son una misma, es decir, el mundo que vemos es uno mismo y uno mismo es el mundo. En este sentido es posible conocerse uno mismo a través de lo que observamos y en especial al observar a otras personas que como nosotros reaccionan ante lo que ven sin ser conscientes de ello.

Pero aparte de darnos cuenta de nuestras reacciones también hemos de poder observar las partes más ocultas de nuestra mente, es decir, toda esa carga inconsciente en donde residen nuestros miedos más profundos, como el miedo a la muerte, o nuestras heridas más horribles, como experiencias sufridas en la infancia. Para que el inconsciente aflore y nos hagamos conscientes del mismo antes hace falta que la mente consciente haya barrido su casa, se haya dado cuenta de sus reacciones y ahora se encuentre realmente tranquila y serena para recibir las turbulencias de las profundidades del inconsciente.

En este sentido quizás sea conveniente introducir la palabra meditación para describir una observación de naturaleza distinta a la habitual en donde la mente comienza con darse cuenta del mundo exterior e interior y comprende que cada uno de ellos es un reflejo del otro. Pero la meditación no solo es darse cuenta sino conlleva una observación desde lo más superficial hasta lo más profundo, desde lo conocido hasta lo desconocido. No obstante, es preciso dejar claro desde un principio que la meditación no puede ser un acto consciente o deliberado producto de la voluntad, pues la propia voluntad es así mismo observada y cuestionada.

Tenemos tendencia ante cualquier pregunta o suceso reaccionar con una respuesta rápida, lo cual implica que más que interesados por la pregunta estamos más interesados en nosotros mismos, en expresarnos para mostrar una imagen determinada.

Una actitud meditativa es aquella que busca la respuesta de la pregunta en la propia pregunta porque comprende que el conocimiento o la experiencia adquirida en relación con la pregunta no nos permiten aprender lo que la pregunta trata de comunicar.
En toda meditación el yo, que es el meditador, queda expuesto de tal manera que en el transcurso de la meditación el yo desaparece dando lugar a un espacio infinito de donde surge la verdad.

Normalmente tenemos tendencia a juzgar, criticar o calificar lo que vemos de tal modo que nos da la sensación que lo comprendemos, pero ello lo único que muestra son nuestros prejuicios al respecto de lo que vemos. Al calificar o juzgar nos separamos de aquello que observamos como si fuéramos diferentes y esa reacción ya no nos permite descubrir hasta qué punto eso que observamos no es más que nuestro propio reflejo, un aspecto más de nuestro carácter.

La meditación puede ser aplicada en cualquier situación de la vida cotidiana, en las relaciones humanas, en los conflictos, en las emociones, en nuestros actos o en el propio pensamiento. Pero en donde la meditación tiene un especial sentido es en aquello que no se ve a simple vista, que no es posible conocer, que está más allá del propio pensamiento. Nadie conoce nada sobre la muerte salvo que morimos, pero todo aquello que se piensa sobre ella no son más que especulaciones como reacción a nuestro miedo hacia la misma. Tampoco sabemos mucho sobre el amor, sobre la compasión, algo que solemos asociar al deseo, al sexo, al apego. De igual modo hablamos de belleza como algo aparente o de inteligencia como una capacidad intelectual, pero nada de ello es posible experimentar a través de las palabras, de las ideas adquiridas, y el único camino posible es con la meditación. La meditación es un estado de la mente en el que surge la percepción de lo que es, y por tanto la mente puede experimentar la muerte si necesidad que la persona tenga que morirse, o puede experimentar la belleza sin que le hagan una operación estética, o puede experimentar la inteligencia sin obtener ninguna capacidad extraordinaria añadida.

Aunque es absolutamente absurdo hablar de meditación como un proceso mecánico, no obstante con el objeto de comunicar su naturaleza podemos decir que comienza con el darse cuenta del mundo exterior, de la situación actual que vemos respecto de los conflictos mundiales o locales, y también por el enorme sufrimiento que pasa la humanidad. Desde ahí es posible ver, darnos cuenta de que esos mismos conflictos y sufrimientos están en las vidas personales, es decir que el mundo y el individuo son un reflejo el uno del otro. A partir de ahí es posible observar que el individuo ha intentado cambiar el mundo para cambiarse a sí mismo y nunca lo ha conseguido. Ha creado ideologías, creencias, sistemas políticos y religiosos, sociedades mercantiles, pero nada de ello ha terminado con los conflictos y el sufrimiento. Hemos creado nacionalidades, nos hemos independizado del imperio o del gobierno tirano, pero más pronto que tarde hemos vuelto a la misma tiranía o gobierno con una cara distinta. También el individuo ha intentado cambiarse a sí mismo, ha ayunado, ha estudiado, se ha esforzado de una y mil maneras, ha intentado no pensar, se ha encerrado en una cueva o en un templo, pero en esencia su mente no ha cambiado nada.

¿Qué hará posible un mundo de afecto y bondad? ¿Cómo será posible que el individuo se libere del condicionamiento psicológico?

Si al contestar estas preguntas damos respuestas rápidas es que estamos reaccionando ante de ellas desde nuestro condicionamiento. Más bien parece que no tenemos la paciencia ni la humildad suficiente para hacer frente a lo que desconocemos, siempre creemos que es nuestra experiencia o conocimiento lo que nos va a responder a cualquier pregunta. Pero es bastante erróneo creer que el pensamiento, con su experiencia, va a poder responder a preguntas que van más allá de lo mecánico y que están relacionadas con la vida y las relaciones humanas. En general en el preciso momento que observamos un problema ya sabemos conceptualmente como negarlo, pues creemos que expresar su opuesto es la solución al mismo. Cuando el problema es la violencia la solución es la no violencia, cuando es odio la respuesta es amor, cuando es miedo debemos ser atrevidos, y no nos damos cuenta que el atrevimiento es una forma de miedo. Por esa razón normalmente cualquier respuesta rápida no es más que una reacción de escape enunciando el puesto. El opuesto puede ser –yo no soy de esa manera- -yo no soy tu-, etc.

Es más importante cómo abordamos una pregunta que la contestación que ansiamos dar. Una pregunta esencial solo puede responderse cuando se percibe su naturaleza, aquello que señala, es decir cuando experimentamos la respuesta. Llegaremos a responder qué es la muerte cuando hayamos experimentado la muerte, llegaremos a responder qué es la belleza cuando experimentemos la belleza, en este sentido no hay equivocación posible, no valen las especulaciones, uno puede intentar responder preguntas que nunca llegará a experimentar porque escapa de ellas con ideas, suposiciones, conceptos o conclusiones cuando la única forma de contestarlas es viviéndolas. La única manera de responder al miedo es aceptando que uno es el propio miedo y que no puede hacer nada al respecto salvo conocerlo, observarlo y en el estado de observación se experimenta o se comprende el miedo hasta el punto que la mente ha sufrido una transformación en el miedo. Inventar la valentía o el valor no responde al miedo, y tampoco lo hace pensar que en uno también hay cierto valor ya que eso es un escape. No existen opuestos psicológicos en la mente de uno mismo. El opuesto no es más que una ilusión que nos mantiene entretenidos mientras el hecho continúa actuando. En general las personas vivimos buscando seguridad en nuestra relación con la naturaleza, las personas, las cosas o las ideas. Creemos que echándonos repelente de mosquitos o poniéndonos una determinada ropa nos protegeremos de los peligros de la naturaleza, que estando con determinadas personas nos sentiremos más protegidos, que poseyendo muchas propiedades estaremos más seguros o que compartiendo determinadas ideas o creencias nuestra vida estará más a salvo. Pero a pesar de todo, seguimos sintiéndonos inseguros como si realmente no existiera seguridad alguna. De hecho todos los políticos, leyes y normas del mundo nunca ha traído esa seguridad prometida. Sin embargo, cuando me doy cuenta del hecho de que nada de lo que hago me trae realmente seguridad porque la vida es un continuo cambio, entonces en la percepción de lo que es existe la mayor seguridad. Por el contrario cuando sostengo ideas que chocan con la realidad, tarde o temprano tendré problemas. Reconocer que uno es inseguro y que ir tras seguridad es estúpido, es una percepción inteligente. La inteligencia surge al ver lo falso como falso. Cualquier aspecto de nuestra vida que genera o fomenta la separación entre las personas crea conflicto y por tanto genera problemas, por tanto el yo es la principal fuente de todos nuestros problemas y percibir la falsedad del yo, de su seguridad, es inteligencia. Cuando la mente está atenta a lo que es, y no crea un opuesto o una ilusión, entonces está en el estado más seguro que existe.

¿Qué hará posible un mundo de afecto y bondad? ¿Cómo será posible que el individuo se libere del condicionamiento psicológico? La única respuesta posible será cuando uno mismo experimente una liberación del condicionamiento y haga con su presencia un mundo de afecto y bondad. Podemos hablar siglos pero de nada servirá si uno no ha llegado a experimentar lo que la pregunta trata de comunicar. Para experimentar la pregunta uno ha de estar con ella, vivir con ella, intimar con ella, observar todo el mundo del condicionamiento, la educación recibida, el daño recibido, el afán de poseer, la envidia, la violencia, el temor, la ansiedad, y sin necesidad de crear ningún opuesto como el no condicionamiento, la no violencia, el amor, vivir con la observación de lo que es. Entonces de ahí surgirá la percepción de lo que es sin necesidad de reaccionar, y a partir de ahí surgirá la acción correcta y la liberación del condicionamiento. Es obvio que en ese estado no tiene mucho sentido hablar de haber logrado o de ser consciente de dicho alcance, pues solo el yo utiliza el consciente como una forma de medida, de comparación, lo cual es en esencia puro condicionamiento. Uno se convierte en un ser responsable del mundo en el que vive, de las personas con las que convive, de las cuestiones que surgen, de todos los problemas y conflictos que creamos, es decir, uno se siente con la compasión de responder ante todas esas cuestiones que están relacionadas con la condición humana sin necesidad de hacer de ello algo personal. Creemos que la responsabilidad solo corresponde en el ámbito personal ya que hemos de ser responsables de nuestros hijos, de nuestros familiares, de nuestro trabajo, de nuestras ideas, pero no de los hijos o de las ideas de los demás. De esa manera nadie es responsable de nada, pues mientras estamos siendo responsables de nuestra parcela estamos siendo irresponsables de ese otro resto del mundo en donde sucede lo mismo que en mi intimidad. 

También puede suceder que la pregunta enunciada no tenga respuesta alguna porque sea una pregunta errónea. En este caso la respuesta es sencillamente experimentar la falsedad de la propia pregunta. Si Pregunto ¿Por qué la gente no me quiere, porque el mundo la ha tomado conmigo, porque tengo tan mala suerte? Está claro que más que una pregunta que intenta vislumbrar la solución de un problema, es un problema en sí mismo. Es como decir, la gente no me quiere, yo quiero que me quieran del modo en como yo entiendo el querer, está claro que yo no soy responsable de lo que me pasa, etc.

¿Es posible liberarnos del condicionamiento?

Antes siquiera de intentarlo hemos de ser honestos y ver las distintas formas que tenemos de autoengaño que impiden una liberación. La primera falsedad que sostenemos es cuando nos hacemos una idea del condicionamiento al haber odio hablar sobre el mismo, pero sin haber reflexionado objetivamente al respecto. Adquirimos la idea de que el condicionamiento es algo malo, que nos limita y nos hace la vida más difícil porque nos crea problemas, no obstante es curioso observar que casi nunca se nos ocurre pensar que el condicionamiento es uno mismo, el propio pensamiento fragmentado, el yo, las ideas y creencias que sostenemos, los deseos y la búsqueda de placer, los propósitos cotidianos en donde uno solo quiere satisfacción, etc. Es decir, oímos a alguien hablar del condicionamiento y enseguida creemos en él y en que hay que eliminarlo, pero en realidad nadie ha dicho nada al respecto de eliminarlo sino de ser consciente del mismo y de percibir que el condicionamiento es uno mismo en su totalidad. Ver el hecho de que la idea del condicionamiento nos impide percibir el condicionamiento como un hecho que es observable. El hecho observable es cuando nos hacemos conscientes de que estamos pensando, nos emocionamos, nos alegramos, nos molestamos, deseamos tener lo que otros tienen, o queremos no estar condicionados. La idea que nos hacemos sobre el condicionamiento es puro condicionamiento, por tanto si queremos realmente transformar nuestra vida hemos de distinguir con absoluta claridad que estamos tratando con el hecho y no con la idea.

Otra manera de engañarnos es creer que alguien, alguna persona inteligente y más capacitada que nosotros, va a ayudarnos a liberarnos de nuestra ignorancia. La condición de dependencia es contraria a la actitud de liberación. Cualquier persona se estaría engañando creyendo que está progresando en su liberación o comprensión de sí misma a través de una relación de dependencia con su maestro, amigo o pareja. Estar bajo el amparo de otra persona nos impide ser libres. Podemos mantener una relación afectuosa con alguien que muestra cierta sensibilidad y al escucharle hablar sobre la condición humana estimularnos para mejorar la nuestra personal, pero dicho estimulo es contrario al intento de comprender por uno mismo su propia condición humana. El estimulo, el impulso o la pasión por comprender lo que nos pasa y la necesidad real de transformarlo han de surgir en la propia mente de uno mismo. De lo contrario es como un padre que le enseña a su hijo la necesidad de enfrentarse a su independencia mientras lo está manteniendo dándole dinero continuamente. Está claro que el hijo se sentirá independiente con el dinero del padre y no necesitará plantearse su verdadera independencia.

Otra forma de engaño que no permite hacer frente al condicionamiento es creer que poco a poco lograremos comprenderlo y desprendernos del mismo. En cuestiones psicológicas no existe el tiempo, es algo inventado para posponer lo que hemos de hacer. Es obvio que tenemos una vida muy ocupada y que apenas tenemos tiempo para nada serio como plantearnos un cambio radical en nuestra forma de entender el mundo y a nosotros mismos, pero habría que pensar si toda esa ocupación no es más que un escape, un expresión del yo condicionado que se toma la posibilidad de cambiar como una ocupación más. Ni el tiempo, ni lo que hacemos, nos impiden que seamos conscientes y observar el condicionamiento, pues de hecho es en nuestra vida real, en relación con todo, como hemos de observarlo.

Otra manera de engañarnos es pensar que en la medida que nos hacemos conscientes de cómo somos, de lo que pensamos, hacemos o sentimos, vamos cambiando nuestro carácter o forma de ser. No hay nada más absurdo que intentar cambiarse uno mismo, pues lo único que nos cambiará será adquirir conciencia de nosotros. Cuando intentamos cambiarnos se potencia el propio condicionamiento ya que es el yo o condicionamiento que intentar cambiarse a sí mismo. Estamos continuamente midiéndonos, comparándonos con otros o con otros tiempos pasados, y ello en esencia es puro condicionamiento y la mayor prueba de que nuestro propósito es erróneo. La observación sostenida y profunda dará lugar a una transformación mental que nos liberará del condicionamiento, pero todo ello no será más que un efecto secundario que sucederá sin que nos demos cuenta porque en ese estado la conciencia se ha vaciado de su contenido.

¿Cómo resolvemos un problema personal?

Uno de los aspectos más comunes de las personas es hacer lo posible por resolver los problemas que van surgiendo a lo largo de nuestra vida cotidiana. Ya desde una temprana edad, cuando aún ni siquiera sabemos pensar, nos sentimos molestos y por eso comenzamos a mostrarnos inquietos hasta que rompemos a llorar como una manera de intentar resolver la situación. Es decir, es un instinto recuperar el estado de bienestar natural cuando lo perdemos, por eso cuando tenemos sed procuramos beber o cuando tenemos hambre buscamos algo para echarnos a la boca.

Cuando somos adultos la forma más común de resolver los problemas es siendo conscientes de nosotros y reflexionando objetivamente sobre los mismos. Si no fuéramos conscientes de nosotros ni siquiera sabríamos que tenemos problemas y si no reflexionamos objetivamente sobre ellos nos encontraríamos que siempre estamos resolviendo los mismos conflictos que nunca supimos solucionar.

Nuestra existencia es una experiencia continua que no siempre es todo lo agradable que nos gustaría y por ello procuramos evitar situaciones que han sido dolorosas para que no se repitan en un futuro. No obstante, de un modo u otro siempre nos quedan algunos cabos sueltos o dificultades que nunca supimos terminar y que con el paso del tiempo se acaban acumulando en nuestra mente en forma de temores, ansiedades, sufrimiento, soledad y una gran frustración de no haber sabido que hacer. Ante esta situación solemos tomar dos medidas. La primera es buscar a otras personas más capacitadas que nosotros para que nos ayuden a comprender y resolver nuestros problemas: psicólogo, sacerdote, terapeuta, amigo. Y la segunda es escapar de los problemas y buscar a otras personas que nos hagan olvidarlos y sentirnos felices: pareja, matrimonio, hijos, mascotas, grupos sociales. Pero si somos honestos nada de todo eso ha resuelto los problemas que arrastramos y tampoco nos previenen de los que vendrán.

Si realmente queremos resolver nuestros problemas personales hemos de dar un paso muy importante y decisivo antes de intentar nada: comprender que nuestros problemas personales no son personales sino comunes al resto de la humanidad. Esto puede parecer una idiotez para cualquier persona, pero hemos de tener en cuenta de que la realidad que observamos no es tan real como creemos debido a nuestros prejuicios. Quizás las circunstancias de las personas son bien distintas pero todas ellas sufren, tienen miedo, se sienten solas, están llenas de frustración, desearían ser felices y vivir en paz.

Podemos decir que el sufrimiento es propio de cada uno ya que lo siente uno mismo en su cuerpo, pero qué pasa con la causa del sufrimiento. Las emociones, los sentimientos, los pensamientos suceden en cada persona pero su causa es común y sus consecuencias las sufrimos todos.

El primer error que cometemos a la hora de relacionarnos con nuestros problemas es creer que son personales en lugar de tratarlos como algo común a todas las personas. Por esa razón no deben ser resueltos de manera individual sino de un modo compartido a través de diálogos, de observar y de pensar juntos.

Si nos damos cuenta de que las emociones, sentimientos, pensamientos y actitudes son comunes, entonces seremos conscientes de la importancia que tiene resolver cualquier problema que nos suceda, pues no es cuestión que cada cual lo entienda a su manera sino que se ha plantear como algo que atañe al resto de las demás personas. Esa percepción abre nuestra mente a una dimensión bien diferente ya que cuando uno trata de resolver o comprender un problema, por muy pequeño que sea, está siendo consciente de que está resolviendo o comprendiendo un problema de la humanidad. Es bien distinto lidiar con algo propio en donde apenas hay espacio para respirar y mirar con cierta distancia, que lidiar con algo común en donde el espacio en inmenso para observar con cierta distancia y el aire no te asfixia entre cuatro paredes.

No es lo mismo que las personas se junten porque tienen intereses comunes, un mismo egoísmo que desean satisfacer, y para ello se asocian formando parejas, organizaciones sindicales, políticas, religiosas o nacionales, que se junten para ser conscientes de lo que les sucede y lleguen a percibir la causa de la totalidad de los problemas humanos.

Nos han educado para sentirnos aislados y solos en medio de un mundo complejo, pero el mundo no es tan complejo como nos parece ya que al menos psicológicamente es como uno mismo. Los políticos, los religiosos, los artistas, los científicos, los intelectuales, los filósofos, los albañiles, o la gente corriente  somos psicológicamente idénticos y por tanto padecemos de los mismos problemas mentales.

Es un error creer que las organizaciones o los gobiernos solucionaran nuestros problemas humanos, ya que ellos mismos han surgido como consecuencia de no nuestras dificultades. La sociedad es una consecuencia de nuestros problemas y por tanto es a su vez una causa de mayores y más complejos problemas.

Una mente religiosa es aquella que se da cuenta de que psicológicamente toda la humanidad comparte un mismo conflicto y sus consecuencias. Esa mente religiosa ha dejado de ser personal y se ha transformado en compasiva al comprender que nuestra ignorancia es creer que nuestros problemas son personales cuando en realidad brotan de una fuente común que hay en nuestro cerebro en forma de conflicto y que se transmite de generación en generación hasta que seamos conscientes de ello.

Si quieres resolver tus problemas no te quedará más remedio que resolver todos los problemas de la humanidad o de lo contrario todo lo que hagas será en vano. Es mucho más fácil resolver algo real, por muy grande que sea, que intentar solucionar algo imaginario por muy pequeño que parezca, y en este sentido el primer paso es el último.

martes, 23 de junio de 2020

El estado de observación


En la vida cotidiana las personas continuamente hablamos de lo que observamos, de aquello que sucede, y lo hacemos creyendo que somos objetivos al describir los hechos y las consecuencias que conllevan. Quizás nunca hemos cuestionado nuestra objetividad o cómo reaccionamos ante lo que nos pasa. En dicho estado es difícil aprender algo, y por lo general siempre estamos dando vueltas a esa gran noria que es esta sociedad fragmentada e irracional que convivimos.

Del mismo modo ocurre en el llamado mundo espiritual o en aquellas personas que nos creemos en el camino del conocimiento de uno mismo. Es fácil caer en el error de creer que uno está en observación describiendo los hechos, lo que sucede, lo que es, y no obstante estar sencillamente en un estado de ensimismamiento. Nos pasamos la vida creyendo que hablamos de la realidad cuando lo único que hacemos es interpretarla, encasillarla según unos esquemas o propósitos personales.

Si observo mis pensamientos y los dejo fluir hasta que se extinguen, y a partir de ahí se crea un espacio en la mente que permite que la realidad, o la verdad, se manifiesta en la mente. Si tenemos en cuenta que la palabra no es la cosa, es decir si no nos dejamos seducir por las palabras es fácil ver que dicha descripción no es más que pura imaginación del observador, del propio yo, del pensamiento, ya que no está cuestionando nada y lo único que se hace es describir un proceso mecánico que libera a la mente de su condicionamiento, y ello no es posible, nunca un proceso mecánico o algo producido por la voluntad liberara a la mente de su ignorancia. Del mismo modo podemos expresar o escuchar a otras personas multitud de estas ideas maravillosas que nos dan la esperanza de que en el fondo exista un mundo maravilloso a pesar de que ellas mismas viven en uno horrible.

Cuando oímos este tipo de engaños podemos caer en la controversia o en la duda de cuestionarlo, pero si no lo hacemos acaba uno también engañándose a sí mismo.

La observación es un estado de sensibilidad en el que no se trata de describir lo que es, ya que para eso ya está el pensamiento, sino que es un proceso de exploración que invita a percibir lo que es dejando a un lado las ideas o el conocimiento que tenemos sobre ello.

Hay filósofos que repiten y repiten sus ideas, sus discursos, con gran retórica aunque es fácil sentir que en ellos no hay vida, no se está moviendo nada, son algo mortecino. En la observación todo está vivo, no se sabe que puede suceder un instante después porque se está descubriendo una realidad que está continuamente cambiando. Por ello la verdad no es posible describirla, no puede ser utilizada por el pensamiento, porque se necesita algo más rápido que el pensamiento para darle seguimiento.

Decimos que el estado de observación es un estado de la mente en el que el observador es lo observado, es decir, no hay separación entre el observador y aquello que está observando. Si uno observa su tristeza o su dolor, uno es el propio dolor o la misma tristeza, por tanto no es posible hacer nada respecto de dicha emoción o sentimiento porque sería como si el dolor pudiera hacer algo por sí mismo. En ese estado lo único que se puede hacer es observar, percibir, sentir el dolor o la tristeza. No importa si la tristeza se desvanece o continua o aumenta, porque se ha comprendido que uno es esa tristeza y por tanto no existe la posibilidad de hacer nada al respecto salvo ser ella misma. Quizás esa es la razón principal de porque es tan difícil que surja el estado de observación, ya que casi siempre tenemos una razón, intención o propósito por el que hacemos las cosas, pero en el estado de observación no existe el propósito porque el observador ya no existe, el yo ha desaparecido, no hay un alguien que quiera cambiar o lograr nada. Evidentemente cuando leemos estas palabras podemos hacernos una idea de lo que significa la observación y después tratar de llevarla a cabo, pero tratar de llevar a cabo una idea es una reacción del pensamiento. Lo único que podemos hacer es ver el hecho de cómo nos engañamos diariamente describiendo procesos mentales que nos dan la esperanza de que nuestra mente se va aclarando, que nuestros problemas se van resolviendo, que cada día vamos comprendiendo mejor la vida, cuando en realidad seguimos estando en el mismo sitio que siempre, es ese estado que pretende cambiar o llegar a ser lo que no somos.

De la misma manera ocurre con los acontecimientos que observamos en la vida diaria: guerras, conflictos, muertes o violencia. Por lo general todo eso que percibimos como amenaza nos induce una reacción que se resiste a que ello esté sucediendo. En el estado de observación uno no es diferente de aquello que sucede y por tanto se siente responsable. No culpa a nadie, no juzga, no se irrita o no se atemoriza. La observación es un estado de cuestionamiento que conduce a la comprensión o percepción de la causa de los conflictos. Es obvio que si percibimos la verdadera causa de los conflictos surgirá la acción correcta, pero hablar de la acción correcta sin percibir el origen de los problemas es como querer comerse la receta sin cocinar los ingredientes.

El estado de observación es un estado creativo en el que el yo no tiene movimiento alguno.