martes, 26 de junio de 2018

¿Qué es lo que somos?

Ante dicha pregunta es común oír respuestas como –no somos lo que pensamos-, -no somos el egoísmo-, -no somos nuestras identidades-, -no somos este cuerpo limitado-, -somos un ser maravilloso, una luz llena de energía limpia-. Con esas respuestas lo que queda claro es que no sabemos muy bien qué es lo que somos.

¿Por qué no sabemos quiénes somos? ¿Cómo hemos llegado a tal nivel de inconsciencia e insensibilidad como para no percibirnos tal y como somos?

Si nos pasamos la vida pensando y hablando de nosotros mismos, eso significa que somos egocéntricos. Si además nos relacionamos con la naturaleza y con el prójimo para sacar provecho, es que también somos egoístas. Egocentrismo y egoísmo normalmente van de la mano, mientras el primero supone un estado de percepción en donde uno se ve como el centro del universo, desde donde todo tiene sentido, el segundo es la forma en que ese centro se relaciona con el resto del mundo, y que no es otra que encontrar satisfacción. Ambos estados son habituales en los niños, no se sabe si es a causa de la herencia animal o porque son treméndamente rápidos en absorber el estado psicológico de sus progenitores.

¿Por qué el ser humano permanece prácticamente durante su vida en un estado de inmadurez egoísta? Seguramente será porque cree que es la mejor manera de relacionarse en un mundo tan conflictivo, e incluso puede que piense que es la única forma que existe de convivir.

¿Somos conscientes de las consecuencias que tiene el egoísmo sobre uno mismo? Seguramente poca gente se ha hecho esta pregunta y menos aún ha encontrado una respuesta certera, quizás porque el egoísmo no es otra cosa que un estado de inconsciencia, y hacerlo consciente terminaría con él.

El egoísmo nos genera una de las peores sensaciones que existen y que de forma recurrente necesitamos poner remedio buscando seres con los que relacionarnos. Es la sensación de la separación, del aislamiento, de la soledad. Uno puede tener todo el dinero del mundo y comprar todos los sirvientes que desee, pero no puede comprar sentir el verdadero contacto con la vida, el estar unido a algo compartiendo su naturaleza, el ver que todo tiene sentido cuando se mira en el espejo del otro. Habrá personas que piensen que no les importa sentirse solos con tal de seguir sacando provecho de la vida, y ante dicha afirmación poco se puede decir salvo que el verdadero provecho de la vida comienza cuando estamos libres de deseos.

El egoísmo nos hace vivir y convivir con toda clase de problemas y conflictos, y continuamente estamos expuestos a todo tipo de emociones como la ansiedad, el temor, la inseguridad y el sufrimiento. Por otra parte el egoísmo nos hace disfrutar de una inmensidad de placeres pasajeros que antes de que nos demos cuenta ya se han esfumado, dejándonos cierta resaca de vacío que requiere volverse a llenar. Seguro que hay personas que no darían sus placeres por todo el dolor del mundo, pues piensan que la vida sin placeres no tendría sentido alguno, y ante dicha afirmación tampoco hay mucho que decir salvo que no hay mayor gozo en esta vida que no ser esclavo de placeres.

Pero quizás la cara más curiosa del egoísmo es cuando intenta crear una imagen de sí mismo no egoísta, entonces se inventa la treta de separarse psicológicamente de lo que es y sostiene la certeza de que existe un ser, un alma, un espíritu o un estado diferente del egoísmo, con lo cual se olvida del egoísmo para poner su ilusión en alguna energía transcendental.



Mientras no seamos capaces de observar, cuestionar y comprender el egoísmo, no surgirá ningún otro estado en nuestra mente que no sea el propio egoísmo, y hasta que suceda ese preciso momento lo que somos está claro, si es que no queremos engañarnos. Sin embargo, hay quien dice que más allá del egoísmo hay todo un universo por descubrir que nos está esperando. ¿Y tú qué piensas?

lunes, 11 de junio de 2018

¿Cuál es el sentido de las relaciones?

En el mundo todo está relacionado. El mar y la tierra, el aire y el fuego, son como amigos entrañables que necesitan convivir juntos para poder existir. Los seres vivos coexisten gracias a su relación entre ellos, lo que ha hecho posible que la vida se exprese con una enorme diversidad de especies. De alguna forma, la vida está concebida para enriquece a sí misma y por esa razón la muerte es el alimento de la vida.

Sin embargo, da la sensación que los seres humanos actuamos en contra de la vida, pues con la forma de relacionarnos estamos degradando el medio ambiente y somos la causa de la desaparición de muchas especies. Está claro que hasta el presente el ser humano no ha sabido salir de su temor, ansiedad y sufrimiento.

Es evidente que una persona que se siente separada del resto, aislada del mundo, tiene la urgente necesidad de sentirse unida a lo que sea, aunque solo sea por mera protección. Pero una persona cuya mentalidad es individualista difícilmente conseguirá relacionarse verdaderamente con otra persona a no ser que sea para su propio provecho. De ahí vienen los conflictos y esa lucha eterna entre personas que tratan de relacionarse.
¿Cómo nos relacionamos? Hemos aprendido que la relación es un medio para conseguir lo que necesitamos y lo que deseamos, y por esa razón, hemos convertido la relación es un intercambio de intereses.

¿Qué buscamos en la relación?

En principio buscamos lo que necesitamos. Desde un punto de vista material, cada día precisamos de alimentos como el pan, los huevos o la fruta, que compramos en mercados o comercios. Y del mismo necesitamos atención sanitaria, trabajar, estudiar, viajar, y sin relación nada de ello sería posible. Pero desde un punto de vista psicológico, ciertamente lo que buscamos es seguridad y sentirnos valorados. La relación se ha convertido en una forma de huir de nosotros mismos, de nuestro aburrimiento existencial, de nuestra soledad y desesperación, y encontramos en la relación un forma de placer y de poder.

Está claro que cuando sentimos carencias psicológicas, es que hemos perdido la relación con nosotros mismos, y por esa razón, pretendemos encontrarla en la relación con los demás, lo cual es imposible, porque sería como buscar un objeto en un lugar distinto de donde lo hemos perdido.

 Cuando hemos perdido la confianza en nosotros mismos y nos sentimos temerosos ante lo que nos puede suceder, lo que hacemos es buscar una relación en la que apoyarnos para sentirnos seguros, caminar juntos y hacer frente a los inconvenientes que trae la vida de un modo compartido. Pero los hechos demuestran que cuando buscamos seguridad en una relación lo que acabamos encontrando es ser abusados y explotados, lo que nos conduce a una situación de verdadera inseguridad. Por esa razón la verdadera relación es aquella en la que uno recupera la confianza en uno mismo.

Cuando sentimos una profunda soledad y creemos que para vivir es preciso estar en compañía, entonces procuramos encontrar una relación que ahogue ese sentimiento de separación y podamos hablar de los acontecimientos de la vida diaria y reírnos juntos de todo. Sin embargo, los hechos señalan que las relaciones que huyen de la soledad acaban aislándose del mundo y por consiguiente refuerzan aún más su soledad, pues la relación se convierte en una especie de refugio en donde protegerse del resto del mundo. Curiosamente es en ese aislamiento de la relaciones en donde suceden todo tipo de atrocidades. Por tanto, la verdadera relación es la que nos hace sentir unidos a todos los seres de este mundo.

Lo que buscamos en la relación es gratificación, cualquier forma de bienestar o placer, y cuando la relación no nos brinda dicha satisfacción, entonces la dejamos por otra que sea más interesante. Lo que significa que no estamos interesados en el otro sino en nosotros mismos, lo que tiene como consecuencia un mundo lleno de injusticias, desigualdad e insensibilidad para con el prójimo. Somos como mendigos de afectos y usureros de mercancías que deambulan dormidos sin ser conscientes de sí mismos. Queremos ser queridos, sin darnos cuenta que lo único que puede hacer un uno es amar a los demás, deseamos ser apreciados, sin darnos cuenta del valor de los demás, atesoramos posesiones sin comprender que son ellas las que se adueñan de nosotros. ¿Qué necesidad hay de buscar en otro lo que uno ya tiene? Ninguna.

Creemos que lo mejor que podemos aportar a la relación es nuestra experiencia, nuestras capacidades, pero en el fondo lo que deseamos es poder sobre la otra persona. Las relaciones entre personas que están continuamente midiendo lo que saben o no saben, enfrentando sus opiniones, comparando diferentes sensibilidades, son relaciones que buscan el poder de uno sobre el otro, y evidentemente nunca encontraran la verdadera relación entre ellos.

¿Es posible relacionarse sin buscar nada, sin propósito alguno? Mientras tengamos una imagen de nosotros y de los demás difícilmente vamos a relacionarnos directamente salvo a través de las imágenes, cada cual intentando aparentar y lograr lo que su imagen le solicita.

¿Podemos relacionarnos sin imágenes? Lo cual no significa que nos volvamos indiferentes en la relación. Cuando no tenemos una imagen de los demás necesitamos estar atentos, observar de manera fresca y escuchar con curiosidad y sin prejuicios para comprender lo que tratan de comunicarnos, y para sentir cuál es el significado de la relación.

A partir de ahí es cuando uno tiene realmente interés en la otra persona, en lo que dice, en lo que siente o en lo que piensa, de tal forma que surge un profundo sentimiento de responsabilidad en el que es posible compartir los problemas y conflictos humanos.

Queremos cambiar la sociedad, lo hemos intentado de mil maneras, pero lo que hemos de cambiar es al ser humano, pues la relación de un ser humano con otro crea la sociedad. Comer, vestir, tener cobijo son necesidades básicas, pero por encima de ellas está la necesidad profunda de sentirnos en relación, pues sin relación la vida no es posible.