martes, 23 de junio de 2020

El estado de observación


En la vida cotidiana las personas continuamente hablamos de lo que observamos, de aquello que sucede, y lo hacemos creyendo que somos objetivos al describir los hechos y las consecuencias que conllevan. Quizás nunca hemos cuestionado nuestra objetividad o cómo reaccionamos ante lo que nos pasa. En dicho estado es difícil aprender algo, y por lo general siempre estamos dando vueltas a esa gran noria que es esta sociedad fragmentada e irracional que convivimos.

Del mismo modo ocurre en el llamado mundo espiritual o en aquellas personas que nos creemos en el camino del conocimiento de uno mismo. Es fácil caer en el error de creer que uno está en observación describiendo los hechos, lo que sucede, lo que es, y no obstante estar sencillamente en un estado de ensimismamiento. Nos pasamos la vida creyendo que hablamos de la realidad cuando lo único que hacemos es interpretarla, encasillarla según unos esquemas o propósitos personales.

Si observo mis pensamientos y los dejo fluir hasta que se extinguen, y a partir de ahí se crea un espacio en la mente que permite que la realidad, o la verdad, se manifiesta en la mente. Si tenemos en cuenta que la palabra no es la cosa, es decir si no nos dejamos seducir por las palabras es fácil ver que dicha descripción no es más que pura imaginación del observador, del propio yo, del pensamiento, ya que no está cuestionando nada y lo único que se hace es describir un proceso mecánico que libera a la mente de su condicionamiento, y ello no es posible, nunca un proceso mecánico o algo producido por la voluntad liberara a la mente de su ignorancia. Del mismo modo podemos expresar o escuchar a otras personas multitud de estas ideas maravillosas que nos dan la esperanza de que en el fondo exista un mundo maravilloso a pesar de que ellas mismas viven en uno horrible.

Cuando oímos este tipo de engaños podemos caer en la controversia o en la duda de cuestionarlo, pero si no lo hacemos acaba uno también engañándose a sí mismo.

La observación es un estado de sensibilidad en el que no se trata de describir lo que es, ya que para eso ya está el pensamiento, sino que es un proceso de exploración que invita a percibir lo que es dejando a un lado las ideas o el conocimiento que tenemos sobre ello.

Hay filósofos que repiten y repiten sus ideas, sus discursos, con gran retórica aunque es fácil sentir que en ellos no hay vida, no se está moviendo nada, son algo mortecino. En la observación todo está vivo, no se sabe que puede suceder un instante después porque se está descubriendo una realidad que está continuamente cambiando. Por ello la verdad no es posible describirla, no puede ser utilizada por el pensamiento, porque se necesita algo más rápido que el pensamiento para darle seguimiento.

Decimos que el estado de observación es un estado de la mente en el que el observador es lo observado, es decir, no hay separación entre el observador y aquello que está observando. Si uno observa su tristeza o su dolor, uno es el propio dolor o la misma tristeza, por tanto no es posible hacer nada respecto de dicha emoción o sentimiento porque sería como si el dolor pudiera hacer algo por sí mismo. En ese estado lo único que se puede hacer es observar, percibir, sentir el dolor o la tristeza. No importa si la tristeza se desvanece o continua o aumenta, porque se ha comprendido que uno es esa tristeza y por tanto no existe la posibilidad de hacer nada al respecto salvo ser ella misma. Quizás esa es la razón principal de porque es tan difícil que surja el estado de observación, ya que casi siempre tenemos una razón, intención o propósito por el que hacemos las cosas, pero en el estado de observación no existe el propósito porque el observador ya no existe, el yo ha desaparecido, no hay un alguien que quiera cambiar o lograr nada. Evidentemente cuando leemos estas palabras podemos hacernos una idea de lo que significa la observación y después tratar de llevarla a cabo, pero tratar de llevar a cabo una idea es una reacción del pensamiento. Lo único que podemos hacer es ver el hecho de cómo nos engañamos diariamente describiendo procesos mentales que nos dan la esperanza de que nuestra mente se va aclarando, que nuestros problemas se van resolviendo, que cada día vamos comprendiendo mejor la vida, cuando en realidad seguimos estando en el mismo sitio que siempre, es ese estado que pretende cambiar o llegar a ser lo que no somos.

De la misma manera ocurre con los acontecimientos que observamos en la vida diaria: guerras, conflictos, muertes o violencia. Por lo general todo eso que percibimos como amenaza nos induce una reacción que se resiste a que ello esté sucediendo. En el estado de observación uno no es diferente de aquello que sucede y por tanto se siente responsable. No culpa a nadie, no juzga, no se irrita o no se atemoriza. La observación es un estado de cuestionamiento que conduce a la comprensión o percepción de la causa de los conflictos. Es obvio que si percibimos la verdadera causa de los conflictos surgirá la acción correcta, pero hablar de la acción correcta sin percibir el origen de los problemas es como querer comerse la receta sin cocinar los ingredientes.

El estado de observación es un estado creativo en el que el yo no tiene movimiento alguno.