En la vida cotidiana
las personas continuamente hablamos de lo que observamos, de aquello que
sucede, y lo hacemos creyendo que somos objetivos al describir los hechos y las
consecuencias que conllevan. Quizás nunca hemos cuestionado nuestra objetividad
o cómo reaccionamos ante lo que nos pasa. En dicho estado es difícil aprender
algo, y por lo general siempre estamos dando vueltas a esa gran noria que es
esta sociedad fragmentada e irracional que convivimos.
Del mismo modo ocurre
en el llamado mundo espiritual o en aquellas personas que nos creemos en el
camino del conocimiento de uno mismo. Es fácil caer en el error de creer que
uno está en observación describiendo los hechos, lo que sucede, lo que es, y no
obstante estar sencillamente en un estado de ensimismamiento. Nos pasamos la
vida creyendo que hablamos de la realidad cuando lo único que hacemos es
interpretarla, encasillarla según unos esquemas o propósitos personales.
Si observo mis pensamientos
y los dejo fluir hasta que se extinguen, y a partir de ahí se crea un espacio
en la mente que permite que la realidad, o la verdad, se manifiesta en la
mente. Si tenemos en cuenta que la palabra no es la cosa, es decir si no nos
dejamos seducir por las palabras es fácil ver que dicha descripción no es más
que pura imaginación del observador, del propio yo, del pensamiento, ya que no
está cuestionando nada y lo único que se hace es describir un proceso mecánico
que libera a la mente de su condicionamiento, y ello no es posible, nunca un
proceso mecánico o algo producido por la voluntad liberara a la mente de su
ignorancia. Del mismo modo podemos expresar o escuchar a otras personas
multitud de estas ideas maravillosas que nos dan la esperanza de que en el
fondo exista un mundo maravilloso a pesar de que ellas mismas viven en uno
horrible.
Cuando oímos este tipo
de engaños podemos caer en la controversia o en la duda de cuestionarlo, pero
si no lo hacemos acaba uno también engañándose a sí mismo.
La observación es un
estado de sensibilidad en el que no se trata de describir lo que es, ya que
para eso ya está el pensamiento, sino que es un proceso de exploración que
invita a percibir lo que es dejando a un lado las ideas o el conocimiento que
tenemos sobre ello.
Hay filósofos que
repiten y repiten sus ideas, sus discursos, con gran retórica aunque es fácil
sentir que en ellos no hay vida, no se está moviendo nada, son algo mortecino.
En la observación todo está vivo, no se sabe que puede suceder un instante
después porque se está descubriendo una realidad que está continuamente
cambiando. Por ello la verdad no es posible describirla, no puede ser utilizada
por el pensamiento, porque se necesita algo más rápido que el pensamiento para
darle seguimiento.
Decimos que el estado
de observación es un estado de la mente en el que el observador es lo
observado, es decir, no hay separación entre el observador y aquello que está
observando. Si uno observa su tristeza o su dolor, uno es el propio dolor o la
misma tristeza, por tanto no es posible hacer nada respecto de dicha emoción o
sentimiento porque sería como si el dolor pudiera hacer algo por sí mismo. En
ese estado lo único que se puede hacer es observar, percibir, sentir el dolor o
la tristeza. No importa si la tristeza se desvanece o continua o aumenta,
porque se ha comprendido que uno es esa tristeza y por tanto no existe la
posibilidad de hacer nada al respecto salvo ser ella misma. Quizás esa es la
razón principal de porque es tan difícil que surja el estado de observación, ya
que casi siempre tenemos una razón, intención o propósito por el que hacemos
las cosas, pero en el estado de observación no existe el propósito porque el
observador ya no existe, el yo ha desaparecido, no hay un alguien que quiera
cambiar o lograr nada. Evidentemente cuando leemos estas palabras podemos
hacernos una idea de lo que significa la observación y después tratar de
llevarla a cabo, pero tratar de llevar a cabo una idea es una reacción del
pensamiento. Lo único que podemos hacer es ver el hecho de cómo nos engañamos
diariamente describiendo procesos mentales que nos dan la esperanza de que
nuestra mente se va aclarando, que nuestros problemas se van resolviendo, que
cada día vamos comprendiendo mejor la vida, cuando en realidad seguimos estando
en el mismo sitio que siempre, es ese estado que pretende cambiar o llegar a
ser lo que no somos.
De la misma manera
ocurre con los acontecimientos que observamos en la vida diaria: guerras,
conflictos, muertes o violencia. Por lo general todo eso que percibimos como
amenaza nos induce una reacción que se resiste a que ello esté sucediendo. En
el estado de observación uno no es diferente de aquello que sucede y por tanto
se siente responsable. No culpa a nadie, no juzga, no se irrita o no se atemoriza.
La observación es un estado de cuestionamiento que conduce a la comprensión o
percepción de la causa de los conflictos. Es obvio que si percibimos la
verdadera causa de los conflictos surgirá la acción correcta, pero hablar de la
acción correcta sin percibir el origen de los problemas es como querer comerse
la receta sin cocinar los ingredientes.
El estado de observación
es un estado creativo en el que el yo no tiene movimiento alguno.