miércoles, 30 de noviembre de 2011

La vida es un misterio

Miremos como miremos la vida, desde cualquier punto de vista, vemos que todo cuanto podemos observar está inmerso en un gran misterio.

Si miramos la vida desde un punto de vista científico, lo cual abarca una gran variedad de disciplinas, observamos las galaxias, la no materia, el espacio infinito, las partículas subatómicas, las proteínas, las células, las células madre, los neurotransmisores, los genes y un sin fin de realidades que hemos encontrado que nos hacen sentir que queda un gran camino por recorrer para poder encontrar el gran misterio de la vida. Cada vez que el ser humano cree haber visto o encontrado algo nuevo eso ha generado nuevos retos con nuevos horizontes que nos hace sentir que el misterio de la vida es más grandioso de lo que pensábamos. Una cuestión interesante sería saber a dónde vamos, qué queremos encontrar y para qué queremos encontrarlo.

Si miramos la vida desde un punto de vista espiritual, con todos los dioses y diosas, maestros y gurús, mitos y ritos, libros sagrados, todo sigue más o menos como empezó y no parece que en este sentido hayamos hecho avances significativos. El asunto de dios o de la autoridad espiritual sigue siendo una cuestión de fe y el saber para que hemos surgido a la vida sigue siendo una incógnita.

Si miramos la vida desde un punto de vista humano, con la familia, el trabajo, los amigos, los deseos, los problemas, las enfermedades, la felicidad observamos cómo puede ser la vida por una parte tan frágil y vulnerable, y sin embargo por otra parte parece como si todo se ajustara a un mecanismo preciso difícilmente cambiable. Es en este aspecto humano donde cobra un mayor sentido el espíritu por conocer y poder resolver los problemas con los que convive la humanidad.

Ciertamente nuestra forma de vida ha cambiado en estos últimos cinco mil años pasando de ser seres que vestían con pieles a ser personas que visten con marcas, hemos pasado de vivir en cuevas a vivir en rascacielos, de ir con lanza a ir con misiles intercontinentales. Eso quiere decir que hemos hecho un gran avance tecnológico, que el conocimiento tiene una utilidad enorme que puede facilitarnos el vivir de una forma cómoda y segura. Sin embargo no podemos perder de vista que espiritualmente seguimos siendo unos cavernícolas al utilizar los avances tecnológicos en contra de nosotros mismos.

Nos lanzamos misiles, nos disparamos, nos aniquilamos, cometemos genocidios, nos explotamos, nos esclavizamos, nos insultamos, nos despreciamos y todo ello porque no hemos encontrado psicológicamente o espiritualmente la cordura y la armonía suficiente. Hemos pasado de hacer uso del conocimiento a que sea el conocimiento el que haga uso de nosotros.

No sirve de nada avanzar tecnológicamente si no somos capaces de hacer un uso de ello racional. Las crisis que sufre la humanidad son producto del egoísmo humano y en cierta manera es ese mismo egoísmo el que está haciendo posible el avance tecnológico.

Una de las razones que mueve la actividad humana en cualquier terreno es el interés o el beneficio económico que se consigue. La cuestión está en que cuando el beneficio o el interés es particular, ello va en contra del beneficio colectivo. ¿Puede el interés particular estar relacionado con el interés colectivo? Pienso que aquí subyace una de las grandes falsedades de la sociedad. El interés particular se separa del interés colectivo para servirse de él, debilitarlo, engañarlo y vivir a costa suya.

Cuando la sociedad persigue el crecimiento económico en realidad lo que persigue es el beneficio de unos sobre otros. ¿Cómo se puede vivir a costa del sudor ajeno? ¿Qué moralidad o ética tiene una conciencia que permite la explotación humana para su propio beneficio y comodidad? Necesariamente tiene que ser una conciencia rota, hecha trizas, ignorante del sentido y del significado sagrado de la vida.

Dejando a un lado que hemos de sobrevivir, obtener el sustento, para lo cual hemos de hacer todo el esfuerzo que sea necesario, más allá de eso no tiene sentido buscar el beneficio.

Hemos de parar de buscar el beneficio personal, si ya tenemos una situación social que nos permite sobrevivir, y ayudar a otros a sobrevivir. Sin embargo los que ya tenemos una situación social asegurada a lo que nos dedicamos es a seguir incrementando nuestro poder adquisitivo, lo cual ni ético ni moral ni inteligente. Además también nos dedicamos a consumir todo tipo de extravagancias y alardear de hacer cosas que otros no pueden hacer.

Somos nosotros mismos lo que tenemos que darnos cuenta de nuestra forma de vivir tan mezquina y temerosa, y poder optar por una forma de vivir más sana y afectuosa con tintes de creatividad e inteligencia.

Hemos de crecer humanamente para poder hacer uso de todos aquellos avances tecnológicos que hemos logrado, hemos de encontrar cual es nuestra posición en la vida, en la naturaleza, en la relación, para poder seguir desarrollando conocimiento.

¿Qué puede hacer cualquier ser humano frente a este gran misterio que es la vida?

El gran misterio que es la vida no está en todos esos libros e inventos que ha desarrollado la humanidad sino más bien en uno mismo, en lo que vemos y en lo que sentimos.

Basta con despertar en nosotros sensibilidad para ser conscientes de que el gran misterio de la vida es uno mismo.

Si ponemos una mano en el microscopio mientras con la otra mano enfocamos, veremos que todo ese misterio que queremos descubrir y que está delante de nuestros ojos somos nosotros mismos.

Tenemos una idea de que para descubrir el universo necesitamos de grandes telescopios o naves espaciales que viajen a la velocidad de la luz y no nos damos cuenta que contra más espacio podamos ver en el universo más grande se hace el universo. De igual forma creemos que necesitamos de microscopios más potentes que puedan mostrarnos la cosa más pequeña que existe y de la que todo parte. En el fondo no tenemos conciencia del significado de lo infinito y tampoco tenemos mucha conciencia de lo factual.
El hecho es que nosotros mismos somos el gran misterio que tratamos de descubrir y no creo que necesitemos de nada para darnos cuenta de ello. Cualquier cosa que inventemos es insignificante en comparación con nuestro propio potencial, con nuestra naturaleza, pero hemos optado por olvidarnos de lo que somos y crear conocimiento que nos acerque a nosotros mismos. Más bien parece una gran estupidez sin lógica alguna, una irracionalidad. 

La felicidad o el gozo de vivir no están en nuestros logros sino en nosotros mismos, al alcance de la mano de cada uno de nosotros. Seguramente que basta con dar un pequeño giro a nuestra vida para disfrutar de ella con plenitud, sencillez, alegría y belleza, con independencia de que tengamos más o menos dinero o cultura. Con ello no quiero decir que el gran misterio de la vida sea la felicidad o el gozo de vivir, porque ello es algo tan inmenso como el cosmos y tan simple como la nada, tan claro como la transparencia, tan hermoso como la vida y tan efímero y eterno como el tiempo: eso somos cada uno de nosotros y si uno quiere lo puede observar.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿Qué actitudes crean una relación de ayuda mutua?




Cuántos de nosotros vivimos en continuos conflictos con los demás y con nosotros mismos y para poder salir de tantos atolladeros muchas veces buscamos la ayuda de algún especialista, o el desahogo con algún amigo o familiar.
De la misma forma, con independencia de nuestros conflictos personales, vemos a nuestro alrededor personas que se encuentran inmersas en problemas de relación, en conflicto con otras personas, frustradas, descorazonadas, tristes, sufriendo, y de alguna forma en ese momento es como si la relación nos demandara escuchar a esas personas o incluso ayudarlas.
Es decir, por una parte tenemos nuestros conflictos personales y por otra parte las personas que nos rodean de igual forma tienen sus propios problemas y por esa razón hemos de encontrar una forma de relacionarnos que sea de ayuda mutua.
Si fuéramos capaces de mantener relaciones que motivaran o ayudaran a nuestro desarrollo humano nuestra vida resultaría no solo más fácil sino que cobraría un sentido más profundo.
¿Cómo podemos crear relaciones que puedan ser utilizadas para nuestro propio desarrollo humano? Entiendo por relación cualquier tipo de relación entre familiares, parejas, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.
¿Qué conocimientos o actitudes tiene uno mismo para que facilite de alguna forma el desarrollo en la otra persona y a la misma vez esté sirviendo como desarrollo propio?
Quizás habría que empezar por darnos cuenta de aquellos conocimientos o actitudes que no ayudan para nada a nuestro desarrollo sino que más bien refuerza nuestro condicionamiento y nuestra ignorancia.
Creer que nuestros conocimientos o experiencia van a ayudar en la relación es el error que más cometemos. Dar consejos, dar opiniones u orientaciones, ponernos como ejemplo, repetir o reiterar demandas o dar explicaciones como si el cambiar se tratara de un proceso intelectual o de un entrenamiento, todo ello no solo no ayuda en la relación sino que la convierte en algo aún más frustrante. Las relaciones de autoridad no son propicias para el crecimiento humano.
El ser humano tiene una capacidad de aprender que es inherente en sí mismo, de tal forma que nadie puede enseñarle. Quizás esto suene contradictorio o peligroso pero seguramente es porque no distinguimos entre dos tipos de aprendizaje: uno que se basa en repetir un proceso más o menos manual y otro que es una experiencia directa. Podemos memorizar o producir multitud de aspectos de la vida o actitudes que no hemos experimentado por nosotros mismos pero ello no es un verdadero aprendizaje sino que toda esa experiencia de segunda mano nos va a impedir obtener una autentica vivencia o experiencia directa. Como ejemplo de ello basta decir que cuando somos niños aprendemos bastante más viendo lo que hacen nuestros padres que escuchándoles lo que tratan de enseñarnos y lo que realmente aprendemos es lo que ellos son y no tanto lo que ellos pretende que aprendamos. Aprender psicológicamente es más un acto de percepción de uno mismo sobre la realidad que un acto propiamente intelectual o producto de la voluntad y el esfuerzo.
Otro error que cometemos las personas que queremos ser ayudadas en la relación es la confianza o la aceptación incondicional que depositamos en la propia relación. Las relaciones de apego no son propicias para el desarrollo libre de la persona.
El desarrollo o crecimiento humano no pasa por hacer o no hacer algo determinado o por poner confianza en alguien que sabe lo que tenemos que hacer sino más bien en crear un ambiente de comunicación y confianza en la relación que permita hacernos más sensibles a nosotros mismos.
Un gran error que cometemos es interpretar la palabra desarrollo o crecimiento como pensar que tenemos que adquirir algo nuevo, que conseguir algo diferente, que lograr alguna meta, cuando en realidad la palabra desarrollo o crecimiento humano se refiere a encontrar nuestra propia armonía en el camino de la comprensión de nosotros mismos.
Quizás el error más profundo que cometemos es creer que somos seres individuales que se relacionan con otros seres individuales cuando, sin lugar a dudas, somos la propia relación y sin la relación no somos nadie, es decir, nuestra individualidad tiene sentido en la relación pero no aparte de ella. La individualidad o el egoísmo son un problema o patología de la relación y no son un problema o patología personal. Por esa razón es la relación la que ha de solucionar cualquier aspecto personal y para ello se ha de crear relaciones de afecto donde seamos capaces de sentir que la otra persona y uno mismo somos una misma entidad.
Si nos sentimos separados, diferentes, mejores o peores, que la otra persona entonces no hay relación de afecto y donde no hay relación de afecto se cometen todos esos errores que se han enunciado anteriormente.
Para que exista la relación de afecto uno tiene que comprender que en esencia uno es igual a la otra persona, que ambos somos producto del mundo, que el mundo nos ha hecho, y de igual forma nosotros estamos haciendo el mundo con nuestra relación. Cualquier cosa que suceda en la relación afecta al mundo porque nosotros somos el mundo. Si nosotros hacemos de nuestra relación algo puramente mercantil pues hacemos que el mundo sea mercantil, si hacemos de nuestra relación una guerra, una pelea, una discusión, pues eso mismo hacemos del mundo, pero si hacemos una relación de afecto donde poder desarrollarnos y crecer humanamente entonces el mundo será un lugar donde poder vivir en relación.
El afecto es un sentimiento de aceptación y agrado hacia el ser humano con independencia de su condicionamiento, sentimientos o conducta, lo cual no quiere decir en absoluto que uno se identifique, valore o potencie el condicionamiento. Tampoco se trata de eliminar el condicionamiento sino de hacerlo consciente y aprender de él.
El afecto es un sentimiento que discierne o distingue al ser humano de su condicionamiento o de sus limitaciones psicológicas y pone el énfasis en la potencialidad del ser humano de desarrollarse y crecer más allá de su condicionamiento.
Una relación de afecto requiere un sentimiento de independencia y madurez que permita que cada persona dé sus propios pasos de comunicación y comprensión sin interferir en la independencia de la otra persona. Es necesario distinguir entre independencia e individualidad, mientras la independencia supone que solo uno mismo es el que tiene en su mano la posibilidad de crecer, en la individualidad uno crece a costa del otro lo cual le hace dependiente del otro y por consiguiente no hay desarrollo humano sino explotación o manipulación.
Por esa razón uno ha de permitir que el otro sea como es, aceptar que el otro es y que uno no debe cambiarlo. Con esa actitud de otorgarle la libertad de ser al otro nos posibilita a escucharlo y poder aprender a través de su expresión y al otro le permite sentirse cómodo y libre en la relación como para poder expresarse sin que reciba juicios o evaluaciones.
No es fácil en esta cultura que vivimos relacionarnos sin juicios o evaluaciones porque la base de todo juicio o evaluación es la comparación, el más y el menos, lo bueno y lo malo, lo mejor y lo peor, y si bien ello es necesario en el mundo material o físico, sin embargo es un grave error comparar, calificar o evaluar en el mundo psicológico o en el mundo de las relaciones. Toda comparación nos hace caer en la envidia.
Para mantener una relación de afecto es necesario no caer en juicios o evaluaciones y por ello hemos de experimentar y comprender la diferencia entre las ideas y los hechos, de tal forma que podamos hablar de hechos, de percibir hechos, sin necesidad de evaluarlos, ya que la propia evaluación de un hecho es una idea que invalida su percepción.
Una relación de afecto es una relación donde se invita a la observación, al conocimiento de uno mismo, y por ello no es una relación que tenga por objeto potenciar las ideas, opiniones o creencias de las personas sino de que se den cuenta hasta qué punto las ideas, opiniones, creencias, valores, prejuicios, limitan su desarrollo humano.
Por consiguiente en una relación de afecto no ha de haber acuerdo o desacuerdo en el terreno de las ideas sino poder distinguir lo que es una idea de lo que es algo real y darle a la idea su justo valor. Al no basarse la relación de afecto en acuerdos o desacuerdos, juicios positivos o negativos, halagos o desprecios,  no hay ningún tipo de enfrentamiento que suponga una amenaza para nuestras ideas u opiniones.
Para que exista una relación de afecto ha de surgir una actitud de escucha incondicional que es la raíz o la base de la comunicación, donde las personas pueden expresar con autenticidad los sentimientos o actitudes que existan en ellas. Las personas han de sentir que pueden mostrarse tal y cual son sin necesidad de cambiar absolutamente nada. Las personas hemos de entender que tenemos un valor intrínseco profundo incuestionable y que nuestro condicionamiento, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestra conducta es un aspecto secundario que es modificable según cambien las circunstancias o cambie nuestra forma de entenderlas.
La escucha incondicional es una actitud de aprender, de ser sensible, de captar, de darse cuenta y en definitiva de percibir los sentimientos, las actitudes, las conductas, los deseos, los pensamientos y todo aquello que la otra persona muestre en la relación con el objeto de comprender. Hay que tener en cuenta que este sentido de comprensión se refiere a lo que ambas personas comparten. En esa escucha no hay juicio, ni interpretación, ni aceptación ni rechazo, sin embargo es una escucha activa donde se cuestiona lo que se oye con el fin de poder indagar y percibir en profundidad.
En una relación de afecto las personas podemos experimentar y comprender aspectos de nosotros mismos que antes estaban reprimidos como por ejemplo actitudes de defensa por considerar que ciertos aspectos dejan en entredicho nuestra posición social. Si ni yo ni el otro ocultamos sentimientos importantes en la relación, no cabe duda de que podremos establecer una adecuada relación de afecto. Interactuar abiertamente con otra persona permite dejar un poco de lado nuestro mundo subjetivo para acercarnos al mundo de lo real a través del otro. Si la persona que nos escucha no se sobresalta, ni se asusta, ni se horroriza, por lo que expresamos con cierto reparo o emocionalidad, entonces nosotros mismos podremos escucharnos, aceptarnos, comprendernos, y posiblemente cambiar o crecer.
En una relación de afecto uno siente que se está escuchando a sí mismo a través del otro y en la medida que el otro se expone en la relación, en realidad todo ello es un reto para uno mismo.
Una relación de afecto requiere honestidad y sinceridad, poder expresar los sentimientos respecto de la relación sin reprimirlos, esconderlos o deformarlos de tal forma que pueda ser cuestionada la relación al objeto de ser encauzada con vistas al desarrollo y crecimiento humano. Es fácil pasar de una relación de afecto a otro tipo de relación como un escape para no hacer frente a la oportunidad que supone una relación tan estrecha y entrañable con otro ser humano.
Para que se dé una relación de afecto es imprescindible una actitud de vulnerabilidad, de poder ser afectado por la relación. El ser afectado por la relación implica que las personas pueden pasar por situaciones o diálogos que causen emociones de temor, ansiedad, dolor, sorpresa, etc. y es interesante aprovechar dichas emociones para aceptarlas, expresarlas, y poder comprenderlas más allá de lo meramente intelectual.
Hemos de comprender que el mundo de las relaciones tiene grandes misterios que resolver desde un punto de vista psicológico y algunos de esos misterios demuestran que gran parte del comportamiento del otro se debe a una actitud nuestra sobre el otro que le hace comportarse según lo que nosotros le proyectamos. Por ejemplo queda demostrado que en la relación el afecto incondicional hacia el otro hace que la otra persona se acepte a si misma tal y como es, y asimismo afecte a la posibilidad de aceptar a otras personas que piensan o sienten de forma diferente a uno mismo.
Otro de los grandes misterios es que lo que vemos en el otro habla más de nosotros mismos que de la persona que miramos. En realidad a veces estamos librando una batalla interior y utilizamos a los demás como campo de batalla llegando a pelearnos con ellos cuando en realidad la verdadera pelea es con nosotros mismos.
Por todo ello deberíamos darle suma importancia a la relación y tomarla como, sino el único, quizás sea uno de los caminos más importantes para nuestro crecimiento humano.
Para realizar una relación de afecto no es necesario que dos personas se pongan de acuerdo en todo lo que aquí se ha tratado. Una relación de afecto es algo que uno tiene que hacer con independencia de los demás, es una actitud inteligente y madura que permite crecer en la relación a la vez que permite a otros su propio desarrollo.

jueves, 11 de agosto de 2011

El Ahora

El ahora es el momento presente. La verdad es que solo existe el momento presente porque cualquier otro momento pasado o futuro solo tiene existencia en el pensamiento.

Sin embargo nuestras actitudes ante la vida cotidiana muestran que tanto el pasado como el futuro tienen una gran relevancia y hasta tal punto que prácticamente el presente solo es un paso, o un medio, entre ese pasado que nos dejó una impresión y ese futuro donde la impresión ha de disolverse.

Podemos decir que solo existe el ahora pero lo cierto es que vivimos sin ni siquiera saberlo, sin darnos cuenta de su importancia, sin percibir lo que está sucediendo.

¿Por qué tiene tanta importancia el pasado?, quizás porque ocurrió algo que nos dejó una impresión, una marca, una señal, una herida, una imagen, con el propósito de volverla a experimentar o con el propósito de no volver a encontrarnos con ella. Ese movimiento de querer encontrarnos de nuevo con la sensación es lo que determina el futuro.

En este sentido el ahora solo tiene importancia en el hecho de poder reconocer aquello tras lo cual voy o tras lo cual huyo, es como una ventana que me indica la dirección hacia donde me dirijo. Cuando lo que me está diciendo es lo que voy a cocinar, o al trabajo donde he de ir, o si tengo que ir a buscar a los niños al colegio, entonces ese tiempo tiene una importancia vital, muy diferente sería que me dijera que busque el placer, el poder, la felicidad o el amor.

Somos como máquinas programadas, apenas tenemos posibilidad de pararnos a percibir el paisaje, el entorno en el que vivimos, ser conscientes del aire que respiramos, mirar a las gentes con curiosidad, gozar de esa sensación de ser seres vivos en relación, sentir que formamos parte de un todo indivisible de inmensa belleza.

En el ahora se despliega la existencia, la vida se muestra con toda su profundidad, es ´lo que es´ en movimiento.

Cualquier cosa que tengamos que resolver, cualquier peligro o problema ha de ser visto y resuelto en el ahora. Uno puede posponer las cosas para otro momento más propicio pero eso lo único que consigue es matar el tiempo, engañarse a sí mismo, huir de hacer frente a lo que irremediablemente uno tiene que hacer frente.

Si nos fijamos en las respuestas que damos, en relación con lo cotidiano, podemos ver si tienen o no tiene continuidad en el tiempo. Por ejemplo invertir en bolsa tiene una continuidad en el tiempo, insultar a alguien lo mismo, hacer algo con un fin o la búsqueda de algo son maneras de vivir en el tiempo.

Tener creencias, opiniones, conclusiones, ideas, son formas de vivir en un tiempo psicológico donde queda determinada la respuesta futura por todas esas ideas que hemos acumulado en el pasado.

Uno puede decir que solo existe el ahora pero si su vida es una vida basada en el tiempo psicológico, entonces dicha afirmación no tiene ningún sentido. Es como decir que la libertad es hermosa cuando se vive esclavo o que el amor es la unión con todo mientras uno está separado de todo.

La única forma de contactar con el ahora es la observación. Dicha observación no puede ser dirigida ni utilizarse como un medio para conseguir un fin y por consiguiente no hay deseo, no hay juicio. En dicha observación no hay separación alguna.

¿De qué sirve afirmar que solo existe el ahora si uno no vive en ese ahora?

¿Qué sentido tiene afirmar cosas que no vivimos?, es como jugar con ideas que nunca alcanzarán a tocar la verdad.


lunes, 8 de agosto de 2011

Relación médico paciente

A veces uno se pregunta si esto del conocimiento de uno mismo, del camino espiritual, es aplicable a la vida cotidiana o simplemente es algo utópico, una idea romántica de lo que debería ser el ser humano y sus relaciones.

Una de las facetas que rigen nuestra vida es la salud. La mayoría de nosotros nacemos en hospitales o nacemos en casa ayudados por algún personal sanitario, luego vienen las revisiones, las vacunas, los catarros, los empachos, las alergias, los accidentes, etc. A lo largo de nuestra vida vamos a tener que tratar nuestras enfermedades con algún médico. Médicos de cabecera, médicos especialistas, médicos naturistas, psiquiatras, nos van a atender con el propósito de curarnos, mitigar nuestras dolencias o hacer mas llevaderos nuestros problemas.

¿Cómo es la relación médico paciente? ¿Se puede aplicar el conocimiento de uno mismo o el camino espiritual a este aspecto de la vida cotidiana que es nuestra relación con los médicos? ¿Es la relación médico paciente una relación de autoridad? ¿Qué busca el médico y qué busca el paciente en la relación?, quizás la respuesta puede ser curar y ser curado... por dinero.

¿Qué es la salud? La salud ha de ser algo así como el estado natural del individuo, entendiendo por individuo algo indivisible cuyo corazón, cuerpo y mente están en armonía.

La salud es una tremenda energía innata en el ser que tiende siempre y sin descanso a restablecer cualquier perturbación del estado natural. De esa forma si nos hacemos un corte, la salud tiende a restablecer la herida y si tenemos un agente extraño en nuestro organismo, la salud tiende a rechazarlo.

La salud no es un estado estático sino más bien es un estado dinámico, es un movimiento continuo hacia el equilibrio interno y externo.

¿Qué es la enfermedad? Culturalmente la enfermedad es lo opuesto a la salud pero uno duda que eso sea así realmente. La fiebre no es una enfermedad sino un síntoma, un aviso, de que algo nos está sucediendo en el cuerpo. La obesidad más que una enfermedad pudiera ser un aviso de que estamos alimentándonos de una forma poco natural. La ansiedad quizás no sea una enfermedad psicológica sino más bien un síntoma de salud y si la eliminamos con ansiolíticos estaremos eliminando o cuestionando nuestra propia salud.

La enfermedad es aquello que origina el desequilibrio, que perturba o distorsiona el estado natural, es la causa que desencadena un síntoma antes que suceda un daño o deterioro irreversible.

La enfermedad del ser humano es su individualidad, es su condicionamiento, es su egoísmo, y dicha enfermedad se ha apoderado del cerebro y desde ahí gobierna nuestro comportamiento en relación con todo, tanto internamente como externamente.

El condicionamiento obliga al cuerpo a tener hábitos como el fumar, beber alcohol, tomar café, sobrealimentarnos, etc. todo lo cual va deteriorando el cuerpo poco a poco a pesar de tener la salud que tenemos y que día a día limpia y regenera en ese movimiento de alcanzar el estado natural del cuerpo. Pero qué duda cabe que una persona que se fuma dos cajetillas de tabaco al día en lugar de respirar aire lo que respira es humo y tarde o temprano tendrá problemas, entre otras cosas, con el aparato respiratorio (enfisema pulmonar, bronquitis crónica, cáncer de pulmón, etc.). Y uno se pregunta ¿es el enfisema pulmonar la enfermedad, es el hábito del tabaco la enfermedad o más bien es el condicionamiento la enfermedad?

El condicionamiento obliga al corazón a buscar y sentir pasiones, sentimentalismos, emociones que le saquen a uno de la rutina diaria, todo lo cual va poco a poco insensibilizando nuestra capacidad de sentir la vida, de sentir la naturaleza, de ser sensibles al dolor ajeno. Y no cabe duda que una persona que está 8 horas delante del televisor viendo programas de continuas discusiones o de sucesos, o un niño que se tira tres o cuatro horas diarias con juegos electrónicos violentos, o personas que consumen como un entretenimiento películas de sexo, de miedo o de guerra, tarde o temprano mostrarán un carácter a imagen y semejanza de lo que consumen dando lugar a una falta total de percepción de la realidad.

El condicionamiento obliga a la mente, a la conciencia, a estar continuamente ocupada con ideas, opiniones, creencias, ilusiones, esperanzas, valores que hacen de la vida algo completamente mecánico donde no hay lugar para la percepción ni para el amor. El condicionamiento crea los problemas de relación con los demás y con el medio ambiente y cuando uno intenta solucionar dichos problemas lo que realmente hace es crear conflictos, es decir, perpetuar los problemas.

El condicionamiento psicológico no es algo personal sino más bien es algo común y profundo en la cultura que vivimos y que se muestra en cada persona de una forma más o menos similar, pero lo importante no es su apariencia sino su profundidad.

¿Qué busca el médico en relación al paciente? En principio un médico lo que trata es de ganarse la vida y en segundo lugar curar al paciente en base al conocimiento que posee. ¿Qué busca un paciente en relación con el médico? En principio un paciente lo que trata es de ser curado por el médico en base a las molestias que tiene. ¿Cómo puede un médico curar el condicionamiento si él mismo está condicionado y ni siquiera lo sabe? No parece posible que dicho médico sea de gran ayuda para ningún paciente si no es consciente de que ambos comparten la misma enfermedad y que en el paciente en estos momentos se está mostrando con unos síntomas determinados. No cabe duda que el conocimiento del médico puede ayudar al organismo del paciente, es decir, puede ayudar a la salud del organismo del paciente a realizar su propio trabajo, pero tampoco hay que perder de vista que aplicar el conocimiento por si solo sin tener en cuenta o comprender la salud del organismo puede ser causa de un mayor daño.

El organismo es diferente del yo. El yo es un producto del pensamiento. El yo es la enfermedad que incide en el organismo. El organismo debe cuidarse y desarrollarse en base al instinto natural de nuestras sensaciones y en base al conocimiento adquirido por el ser humano a través de los años y que actualmente tiene su máximo exponente en las medicinas llamadas naturistas, alternativas, holísticas, sistémicas, integradas, etc.

En cuanto al organismo se refiere existen los procesos evolutivos, es decir existe el tiempo, existe la evolución de un tratamiento sobre el cuerpo y su incidencia específica sobre una determinada parte del mismo, pero en lo referente al yo, al condicionamiento, no existe tal evolución, es decir, no existe el tiempo, solo existe la posibilidad de percepción, lo cual significa que la comprensión sobre la verdadera causa del deterioro del cuerpo es la única medicina posible.

Un paciente ha de saber que su mal es él mismo, que su mal es el de todos, que es un mal compartido, que el mal radica en el conocimiento y la experiencia adquirida a lo largo de los años de vida y que para curarse ha de comprenderse, ha de conocerse a sí mismo, de tal forma que al comprenderse a si mismo cambiará los hábitos, las relaciones, las ideas, la forma de ver y entender la vida y la muerte.

Médico y paciente han de encontrar una forma de compartir en el momento de la consulta. No es que uno entrega y el otro recibe. Médico y paciente tratan de ver hechos cada vez con mayor nitidez, tratan de aprender de los problemas dejando en un segundo plano la intención de solucionarlos salvo en el caso del organismo donde el médico ha de poner su conocimiento al servicio de la salud.

La relación médico paciente debe tener algo que ver con una relación verdadera, con la compasión. El médico debe descubrir la verdadera relación con el paciente, aquella que no se basa en el interés, en el prestigio, en el conseguir experiencias o conocimientos. El concepto o la idea de alcanzar una mejoría en el paciente deben implicar un movimiento del paciente y del médico en la capacidad de amar, de vivir en el instante y de estar libres del temor.

El paciente ha de comprender que su intención de ser curado es una limitación para su propia cura. El paciente ha de comprender que tiene que aprender de su enfermedad.

La relación médico paciente no ha de basarse en una comunicación a través del pensar como conocimiento, memoria, conceptos y teorías ya que es una comunicación sin vida y sin realidad. Solo en la comunicación basada en el ver, en el aprender, en la percepción sin opción que es compasión, es posible la relación.

Todo paciente anhela que el médico le cure, que el médico le diga lo que tiene que hacer y lo que no tiene que hacer. El paciente tiene confianza en que haciendo lo que el médico le diga solucionará su problema o su enfermedad. De la misma forma el médico cree saber lo que hay que hacer con cada problema o enfermedad, bien sea por su propia experiencia o por el conocimiento escrito en los libros, de tal manera que lo que espera de cada paciente es la descripción de algo conocido y si no es así tratará de asemejar el caso del paciente a un caso similar conocido, con lo cual el médico no está en actitud de ver algo nuevo con el paciente. Lo que hace el médico con el paciente es un reconocimiento, lo cual invalida el aprender.

Cada paciente es un único caso irrepetible. Incluso un paciente que pasa consulta un día y vuelve al mes siguiente, es una persona diferente. El médico ha de ver sin imágenes.

Un médico no debe tener una actitud de decir al paciente como solucionar sus problemas, salvo la parte que corresponde al organismo. Un médico ha de señalar lo que es el aprender y cómo aprender, y entonces el paciente descubrirá que el aprender sobre sus problemas estos terminan. Pero si un paciente espera que su médico le resuelva sus problemas, entonces no solo sus problemas no serán resueltos sino que además tendrá el problema de la dependencia y el apego.

De la falta de madurez nace el uso del conocimiento. Solo hay madurez en el proceso de aprender.

El simple deseo de querer curar una enfermedad es eludir la propia enfermedad. Si uno no ha penetrado en ella, no la ha observado, no la ha estudiado, no la ha explorado, no la ha comprendido, no ha visto su belleza o su fealdad o su profundidad ¿cómo puede uno saber cómo curarla? El impulso de querer resolver la enfermedad le hace a uno reconocerla aún sin verla, le hace a uno concluir sin aprender, le hace a uno equivocarse sin opción a mirar y entonces uno se evade de la enfermedad y dicha evasión no resuelve la enfermedad y además seguramente la agrava.

Médico y paciente deben aprender a estar en comunión con la enfermedad. Para ello el pensamiento egocéntrico ha de estar ausente. No puede haber identificación o no identificación con la enfermedad ya que cualquier conjetura personal con la enfermedad es una separación de la misma con respecto a uno. Uno ha de comprender que la enfermedad es uno mismo. En el caso del organismo está claro que el organismo y el paciente es lo mismo, es decir, si no hay organismo no hay paciente, pero el paciente no puede pensar en términos de que el organismo es suyo porque entonces el organismo y él estarían separados y justamente esa es la verdadera y profunda enfermedad. En el caso del médico también ha de aprender que la enfermedad es él mismo, que el observador es lo observado, para que surja la observación.

Si el médico no percibe que él es también participe del origen de la enfermedad al igual que el paciente entonces está separado de la realidad y por consiguiente cualquier acción será conflictiva y creará desorden.

La percepción alerta, ver sin el observador, es la autentica prevención de la enfermedad mental, es de una energía total donde existe la posibilidad de amor y de libertad con respecto al miedo.

En el estado de comunión, no se busca un medio de expresión determinado, no hay un modo o una forma intencionada de decir las cosas, es de muy escasa importancia el que se exprese esa comunión en palabras. Comprender una enfermedad por completo es estar en comunión con ella. Entonces podemos ver que la enfermedad no es nada importante y que lo que importa es el estado de la mente que se haya en comunión con la enfermedad.

Lo importante es aprender a estar en comunión con nosotros mismos de un modo agradable, feliz, para que podamos seguir todos los pequeños movimientos del pensar, del sentir, sin tratar de corregirlos, sin decir que son buenos o malos. Observar sin identificarse con ningún pensamiento o sentimiento es estar en comunión con nosotros mismos.

Un médico no debe abordar un síntoma o una serie de síntomas por separado, debe abordar la totalidad del ser y del condicionamiento, no dando especial interés por el síntoma sino por tratar de percibir la raíz de la enfermedad.

Un médico ha de comprender que el dolor psicológico de una persona es producto de la autocompasión, es resultado de un proceso material del pensamiento. También un médico ha de comprender que muchas de las dolencias físicas han sido somatizadas por el dolor psicológico y por tanto requieren de una observación minuciosa. Pero el médico ha de ir más allá del dolor individual producido por el pensamiento y debe comprender el dolor humano en su totalidad porque de esa comprensión surge la compasión, surge el verdadero afecto y con ello nace la posibilidad de relación con el paciente en un movimiento que va más allá de las palabras.






martes, 2 de agosto de 2011

¿Qué hacemos con nuestra vida? (4)

La noche transcurre tranquila como de costumbre. Un espectáculo de sonidos naturales llena el espacio de la mente mientras ese silencio sagrado envuelve todo el universo. Es una noche fresca y uno siente como una leve y suave corriente de aire acaricia su cuerpo desnudo mientras concilia el sueño. Cuando despierto en mitad de la noche los sueños son tan claros como la vigilia.

Los sueños son una continuidad de nuestra vida diaria, de nuestras impresiones, preocupaciones y motivaciones. Recreamos la realidad para poner orden o destensar aquello que estaba en desorden o en tensión.

Es curioso lo que podemos aprender de los sueños sin necesidad de que nadie nos lo enseñe, pero pocas veces, por no decir ninguna, nos adentramos en nuestra mente, preferimos ser parte de toda esta orquesta social donde se determina lo que podemos elegir.

¿Por qué no nos dan la opción de elegir estudiar en nosotros mismos, ver como somos, aprender de nuestros sueños o de nuestra conducta? Podemos estudiar carreras, una tras otra, pero olvidamos lo imprescindible que es conocernos.

Me despierto poco antes de las seis cuando aún no se percibe ninguna claridad del nuevo día. Es curioso sentir como la noche tiene su luz propia, una luz que llega de los planetas y de esa mancha enorme de estrellas que cruza el firmamento de lado a lado.

No solemos mirar aquello que de antemano sabemos que no hay nada que ver, pero lo cierto es que si miramos en ello nos daremos cuenta que es ahí donde más encontramos.

La noche está llena de luz, llena de música, llena de paz, llena de uno mismo entre las sombras. Uno siente al caminar por el monte, cuando apenas distingue las siluetas de los árboles, de las plantas o de las rocas, que es más real esa visión que te hace poner atención para no tropezar, que cuando por el día hay como una especie de exceso de confianza e insensibilidad hacia lo que te rodea.

Por esa razón y por puro instinto, me suelo levantar en esta época del año tan temprano. Mientras me afeito y doy de comer a los animales la luz del nuevo día surge de entre las montañas y es un buen momento para caminar despacio, sin ir a ningún lado, sintiendo todo lo que sucede y existe alrededor de uno. Es algo así como confirmar que uno está vivo.

Cuando salgo de casa, el horizonte resurge de la noche con un color violeta claro con tintes de anaranjado y un cielo azul turquesa oscuro que se va aclarando con el paso del tiempo anuncia un hermoso día de verano.

Las gallinas cantan a coro de una forma escandalosa como si algún zorro estuviera merodeando por la zona. Los caballos tranquilos en su nueva finca me miran sin temor y como muestra de ello mueven sus colas dibujando pequeños círculos en el aire.

Desde donde uno mira puede divisar un gran valle que duerme esperando el canto del gallo o el sonido del despertador para comenzar la faena del nuevo día. Aunque yo no trabajo siento un gran respeto por la gente que ha de trabajar para subsistir y siento su cansancio como si fuera propio.

La yerba seca, de color amarillo pálido, forma mantos en los descampados y uno se queda absorto en su belleza acariciando con la vista su textura.

Subo a una colina donde hay naranjos y limoneros y cojo unas naranjas que aún quedan del año pasado mientras las nuevas de un verde intenso maduran con la lentitud del verano y el otoño. Al pelar una naranja y comérmela siento un sabor dulcemente exquisito y agradezco a la vida por tan bonito regalo.

Mientras camino alzo la mano para coger higos maduros y me paro durante un instante a los lados del camino para coger unas moras que saboreo con lentitud.

Cruzo un bosque de robles y al llegar a un descampado me siento en una roca plana a observar un hermoso valle de olivos, naranjos, eucaliptos, castaños y una extensa agricultura basada en el tabaco y el pimiento. Al valle lo atraviesa un rio y en el horizonte, cuando la vista ya se pierde, se divisa una cadena montañosa de contornos difusos.

De vuelta a casa la luz del día ya es clara. Camino por un lugar donde hay naranjos y palmeras, y al pasar junto a un gallinero cojo un par de huevos que al llegar a casa me los hago con pimientos fritos acompañados de una infusión de anís, hinojo y otras yerbas.

Aún el sol no ha salido y me siento en el poyete de la casa durante un instante a recibir los primeros rayos de sol. En ese momento recuerdo a esas civilizaciones que han valorado al sol como una fuente de divinidad.

Por la mañana escribo algo que tenía pendiente en la cabeza y que ha necesitado de cierto reposo y maduración para exponerlo. En realidad cuando escribo no sé lo que voy a decir porque no es tanto una cuestión de conocimiento como de describir lo que uno es capaz de observar.

La observación es algo imprescindible para la vida y es un gran misterio incluso para mí, sin ella uno estaría aislado en mitad de una multitud. Es la observación lo que permite que dos seres se unan, se relacionen, se toquen y puedan compartir.

Después paseo durante un buen rato por un bosque de robles sintiendo todo ese trasfondo que encierra el sonido de la naturaleza y me he sentido parte de todo ello. Caminar por veredas, saltar charcos, ir de piedra en piedra, pisar las hojas secas, ver a las lagartijas corriendo y al halcón peregrino inmóvil en las alturas, tiene un sentido profundo.

Al llegar a la garganta veo a una pareja de chicos de mi edad y por un instante pienso en que sería mejor irme a otra poza para no molestar, pero al darme cuenta que están como en una esquina intima de la poza me quedo en el lado opuesto.

Quizás sea imaginación mía pero he sentido de una forma clara y sin necesidad de mirarles que en el sitio donde estaban ellos se respiraba amor, un sentimiento de cariño y respeto mutuo. Es como si el ruido, el sonido y los movimientos hablaran… cuando uno está atento todo se expresa no suma claridad.

Salto al agua y encuentro su frescura a una temperatura que no dan ganas de salir. Juego como un crio, buceo y me fijo en los colores borrosos, en las luces y las sombras, y en el sonido, mientras nado entre las aguas. Me dejo arrastrar por las corrientes y acaricio el agua con las palmas de las manos a la vez que doy giros como una peonza.

Me siento en las rocas y acaricio sus contornos por debajo del agua sintiendo el leve musgo que las cubre, mientras un sinfín de pececillos más pequeños que alfileres me mordisquean los dedos de los pies. Eso me recuerda la inocencia del nacer y como se va perdiendo al crecer, convirtiéndose en temor. Ese temor que no permite que volvamos a ser niños y poder descubrir la vida una vez más.