lunes, 29 de octubre de 2018

Vivir en Orden

¿A quién no le gustaría poner orden en su vida? Pasamos por momentos de gloria, o de pura satisfacción, que cruzan nuestra mente como si fueran estrellas fugaces. Otras veces nos encontramos perdidos e incluso desesperados, sintiendo que el tiempo se ha detenido mientras nos desgarramos por dentro. Durante la mayor parte de nuestra vida estamos ocupados tratando de lograr, con mayor o menor ilusión, aquello que nos hemos propuesto, con lo que nos hemos comprometido o nos sentimos responsables.

No hemos descubierto una forma de vivir estable, madura y equilibrada. Somos como un corcho flotando en el mar que, llevado por la marea, no puede hacer nada para cambiar su destino.

No es difícil comprender que somos seres condicionados a vivir sintiéndonos separados los unos de los otros. Esa realidad subjetiva nos hace sentir psicológicamente solos y ello nos impulsa a juntarnos con los demás, a depender de ellos con desesperación, lo cual tiene como consecuencia el llegar a convivir en eternos conflictos que no tienen solución.

Tampoco es difícil comprender que el conflicto está en la propia mente de uno mismo y que a partir de ahí se proyecta a nuestras relaciones. Quizás la vida tiene su dureza y por eso necesitamos tener los sentidos sanos y bien despiertos, pero lo más duro es cuando uno se machaca a sí mismo debido a la frustración, a la culpabilidad, o a la impotencia de haber intentado, una y mil veces, poner orden y no conseguirlo.

Tenemos la idea de que la comprensión es un proceso de maduración, es una consecuencia del esfuerzo de la razón al intentar encontrar sentido a los problemas en los que estamos inmersos. Pero la comprensión no tiene la naturaleza del conocimiento, no es memorizar una idea maravillosa que solucionará todas las situaciones y nos hará vivir en un mundo en armonía.

¿Realmente quiere uno vivir en orden, tener una vida extraordinaria en donde nada en este mundo ni en el otro le mueva ni un milímetro de su extraordinaria belleza? ¿Está deseando uno vivir de la forma más excelente posible o quizás uno solo está mendigando migajas, deseos terrenales que en realidad no son mas engaños sociales y culturales? Si somos estrellas del cielo no podemos vivir en la tierra, lo que significa que si quieres vivir como una estrella tienes que estar sola, en mitad de la enorme oscuridad del espacio infinito, y sacar de tu interior esa luz que viajará directamente hacia el corazón de aquellas persona que, con lágrimas en los ojos, te observen al alzar su vista al cielo durante su noche oscura del alma.

No hemos nacido para mendigar, somos creadores, magos, seres maravillosos capaces de llenar el universo de amor. No se entiende por qué nos resistimos a vivir lo que somos.

jueves, 25 de octubre de 2018

¿Te gustaría preguntar algo?


¿Te gustaría preguntar algo? ¿Por qué iba a querer preguntar algo? ¿No piensas que hay muchas cosas que no sabes? ¿Acaso es preciso saber para vivir? ¿Cómo sabrás qué pensar cuando dudes qué hacer? ¿Pero si dudo y pregunto, quién me va a oír y a responder? ¿Acaso no puedes tú mismo oírte y responderte? ¿De qué sirve responderse uno mismo cuando no se sabe? ¿Pero puedes seguir preguntándote? ¿Qué sentido tiene preguntar una y otra vez sin saber qué responderme? ¿Acaso una pregunta no es la respuesta más acertada? ¿Quieres decir que en la respuesta no hay certeza alguna?...

¿Te gustaría preguntar algo? ¿Por qué insistes en preguntar? ¿Acaso hay alguien más a quien preguntar lo que no sé? ¿Qué es lo que no sabes? ¿Puedes tu contestarme lo que no sé? ¿Por qué dudas de mí? ¿Acaso tú no eres un espejo de mi mismo, mi propia voz en el espacio? ¿Quién mejor para responder a tus preguntas que tú mismo? ¿Cómo voy a aprender de mi mismo? ¿No es la pregunta el principio de todo aprender? ¿Pero, entonces de donde vienen las respuestas? ¿Acaso las respuestas no están en lo que vemos?...

¿Te gustaría preguntar algo? ¿Para qué voy a preguntar si puedo observar? ¿Acaso comprendes todo lo que observas? ¿No es el observador lo observado? ¿Qué te hace pensar que eres lo observado? ¿Acaso no me estoy observando a mi mismo en el acto de preguntar? ¿Qué es lo que hace observarte? ¿Te conoces tú a ti mismo? ¿Qué es el conocer? ¿Acaso el conocer no es más que una respuesta a la pregunta? ¿Pero cuál es la pregunta?...

¿Te gustaría preguntar algo? ¿Quién eres tú? ¿Acaso yo no soy una simple pregunta? ¿De dónde surge la pregunta? ¿No es la duda, la curiosidad, la incertidumbre, la desesperación, el impulso de cualquier pregunta? ¿Pero, porque insistes si me gustaría preguntar algo? ¿No sientes algo que te provoque una pregunta? ¿Acaso no es el pensador quien nos hace sentir mientras pensamos? ¿Quién es tu pensador? ¿No es mi pensador el mismo de cualquier persona, es decir, el conjunto de respuestas que hemos acumulado en la experiencia?...¿Te gustaría preguntar algo?

viernes, 19 de octubre de 2018

Las gafas oscuras de la experiencia

Es un hecho que las personas tenemos opiniones y puntos de vista bastante diferentes. Quizás por tal motivo hay tantas disputas y conflictos con consecuencias imprevistas. Pero, ¿qué es lo que nos hace discrepar? ¿Por qué nos vemos en la actitud de defender nuestra opinión? Al final, viendo que no conseguimos convencer, encontramos la manera de imponer nuestra visión, a los demás, por la fuerza, lo cual es causa de sufrimiento. Puede que nunca nos hayamos preguntado seriamente sobre las diferentes formas que mostramos de ver y entender el mundo.

Lo cierto es que no tiene mucho sentido negar o estar en contra de las opiniones o puntos de vista de los demás. Ha de ser lícito que cada cual vea a su manera, y negarlo es absurdo. Es como si hubiera dos personas viendo una misma realidad, pero una de ellas la ve directamente desde sus ojos y la otra mira a través de unas gafas oscuras que distorsionan la realidad de un modo más sombrío e impreciso. Cuando ambas personas describen lo que ven, lo hacen de una forma bien distinta, mientras la primera describe los objetos, el lugar que ocupan o el movimiento que realizan, la otra persona describe objetos con apariencia bien distinta, lo que no significa que sus ojos no estén viendo la realidad.

Es evidente que cuando estas personas tratan de comunicarse, se encuentran con el dilema que ven una realidad diferente y la primera reacción que pueden tener es tratar de corregirse mutuamente, lo que les llevaría a una discusión bizantina en donde cada una está segura de su posición y lo único que es admisible es que la otra ceda. Sin embargo, existe una actitud bien distinta si ambas personas, o cualquiera de ellas, pregunta: ¿cómo es que vemos realidades distintas? ¿Por qué donde uno ve un molino de viento, el otro ve un gigante? ¿Por qué cuando uno ve saber disfrutar de los placeres de la vida, el otro ve la ignorancia de despilfarrarla? ¿Por qué uno siente libertad en la soledad y, sin embargo, el otro siente temor? ¿Por qué donde uno ve fanatismo dogmático o ideológico, el otro ve una forma de sentirse responsable ante los problemas humanos? ¿Por qué uno ve en la identidad un modo inconsciente de vivir y, sin embargo, el otro encuentra la razón de su vida? ¿Cómo es que uno ve en el otro su espejo y, sin embargo, el otro ve a alguien distinto de sí mismo? Está claro que si la realidad es la misma y los ojos también lo son, algo se interpone entre los ojos y la realidad. Y a partir de ahí es fácil darnos cuenta que una de las personas usa gafas oscuras que no permiten ver la realidad directamente.

Estas gafas oscuras, que deforman los hechos que suceden en la vida cotidiana, no son fácil de ver a simple vista, pues sus lentes, hechas con la experiencia personal acumulada, se encuentran dentro de nuestro cerebro. Sin embargo, los seres humanos hemos sido concebidos con una mente capaz de percibir con total claridad la realidad, de la que formamos parte, sin el uso de gafas. Por todo ello, no es extraño que cualquier persona que utilice este tipo de gafas se pase la vida tropezando y discutiendo con todo el mundo. Y no es cuestión de graduarlas en la medida que envejecemos, sino de desprendernos de ellas dejándolas perdidas en algún cajón.

lunes, 15 de octubre de 2018

¿Podemos abrir la mente?

Desde que nacimos se nos condicionó a usar una mente personal. Esa idea de la cultura que entiende la existencia de todos los seres como si estuvieran separados unos de otros, fue inculcada en nuestros padres y éstos a su vez nos la transmitieron a nosotros.

Hemos grabado en nuestra memoria que somos seres individuales, separados del resto de la humanidad, y a partir de ahí nos vemos a nosotros mismos y observamos el mundo a través de esa idea como si fuera una verdad absoluta e incuestionable. No nos damos cuenta que vemos a través de las ideas o creencias que hay en la memoria.

Además al nacer se nos inculca la idea de que tenemos que llegar a ser, pues en realidad no somos nadie y necesitamos ser educados para adquirir una personalidad que determinará nuestro verdadero ser.

Nuestra vida comienza con dos grandes creencias. La primera que somos seres aislados, solos, separados de cualquier cosa, y la segunda que no somos nadie, necesitamos llegar a ser. Es como si al nacer nos aniquilaran, no nos reconocieran, no admitieran nuestra naturaleza y proyectaran sobre nosotros su propia esclavitud, su dolor y su ignorancia. Si tenemos en cuenta que al nacer somos seres inocentes y vulnerables, que necesitan adaptarse al mundo al que han venido, admitiremos dichas creencias y eso nos generará un ego que intentará por todos los medios apegarse a lo que sea con tal de no verse solo y desamparado. Es decir, nos volvemos egoístas debido a las creencias que nos inculcan y de nada va a servir no ser egoístas o moldear nuestro egoísmo si no cuestionamos firmemente las raíces que lo sostienen y vemos su falsedad, lo cual no significa tomar nuevas ideas.

Nuestra mente personal es una red compleja de ideas que mantienen una gran actividad para satisfacer sus carencias psicológicas y apenas hay espacio para ver la realidad. Su realidad es una lucha continua entre el placer, la dependencia, el temor, y el sufrimiento. ¿Puede una mente personal darse cuenta de su propio condicionamiento? ¿Qué hará posible que una mente personal tenga algo de espacio para ver su propia realidad condicionada? Realmente es un misterio, pero si una persona realmente está interesada encontrará la forma de hacerlo, no sin antes darse cuenta que hay bastantes trampas en ello, pues es muy fácil autoengañarse y tirarse años creyendo conocerse mientras refuerza su astuto ego.

Una mente abierta, con espacio, goza de cierta percepción y en consecuencia de ciertas libertades. Observar la locura humana con todo su circo y no participar de ella ya es un enorme cambio en la vida de una persona, y ello supone un desahogo y una cierta capacidad de respuesta frente a situaciones estúpidas: como son conflictos y disputas personales.

Abrir la mente puede significar la acción más inteligente que puede realizar el ser humano y tiene su importancia porque sin una mente abierta no somos más que seres presos, insensibles, egoístas, sin ninguna capacidad de relación, aunque creamos lo contrario. Al nacer nos cerraron la mente, no permitieron el desarrollo natural de nuestras facultades mentales, y ahora estamos avocados a transmitir nuestro dolor e ignorancia. Pero abrir la mente no tiene por qué suponer un trauma ni algo trágico, más bien todo lo contrario, pues de alguna forma uno vuelve a nacer y todo nacimiento es una alegría y una celebración.

La realidad del mundo, del universo, solo puede ser percibida con una mente abierta. Es el espacio libre que hay en la mente lo que nos permite recibir lo desconocido, aquello que está más allá de nuestro pensamiento y experiencia.


¿Es posible percibir la totalidad de la existencia? ¿Puede una mente abierta tener espacio suficiente para recibir en su interior la totalidad de la vida, sus misterios, sus profundos enigmas, su propósito? Para responder está hermosa pregunta, primero uno ha de abrir un poquito su mente para conocerse a sí mismo y después permitir que su propia naturaleza, que reside en el silencio del espacio, haga lo demás.