domingo, 20 de septiembre de 2020

¿Cómo seríamos si no fuéramos egoístas?

 Si no fuéramos egoístas no sabríamos qué hacer, cómo pensar o de qué manera sentirnos. Todo lo que conocemos es el egoísmo, una actitud ante la vida que no es otra cosa que vivir para uno mismo. Podemos convivir con una familia, salir con amigos, conseguir una pareja, lograr casarnos e incluso tener hijos, y nada de ello nos habrá hecho cambiar nuestra visión egocéntrica de la existencia. El mundo existe en la medida en que cada uno de nosotros existe, pues de lo contrario de qué sirve que el mundo exista si uno está muerto. Así es como hemos construido un mundo alrededor nuestro en el que somos el centro, el principio y el final de todo lo que sucede. Para que algo exista uno debe sentirlo y si no lo sentimos no existe. No importa que mueran millones de niños de hambre, que sufran infinidad de personas a causa de la ambición humana, o que no haya esperanza para una sociedad mejor, mientras uno no sea consciente nada de ello existe. Solo existen nuestras preocupaciones, los asuntos que hemos de resolver, los deseos que queremos lograr, y esa infinidad de momentos que hace evadirnos de un mundo sin sentido que ni siquiera nos interesa comprender.

Si no fuéramos egoístas no sabríamos cómo ser, nuestra vida entraría en una sensación de profundo vacío que seguramente terminaría en depresión. Es preferible ser egoístas, sentirnos a través de las sensaciones y experiencias, estar ocupados todo el tiempo en mejorar nuestra condición material o emocional, y desde luego seguir encontrando nuevas oportunidades de satisfacción a través de nuestra relación con lo que sea.

No conocemos otra cosa que el egoísmo. Seguramente todos hemos escuchado esa frase que dice “amaros los unos a los otros” o aquello que expresa “ama al prójimo como a ti mismo”, pero quien lo dijo no debía saber que el amor no es una cuestión de la voluntad y de que el ser humano aunque quisiera no sabría amar. Del egoísmo nunca surgirá el amor. El egoísmo ha inventado las historias románticas, el sentimentalismo, el idealismo, las creencias o las utopías como una forma de autoengaño que se proyecta hacia un futuro inexistente. No ser egoístas puede ser lo peor que nos puede suceder, pues sería como morir estando aún vivos.

Si no fuéramos egoístas no seríamos nadie, una persona sin personalidad, alguien sin intereses o propósitos individuales. Seguramente viviríamos para la totalidad, estaríamos ocupados en denunciar el desorden, y seriamos los únicos responsables en dar una respuesta adecuada al gran problema de la humanidad. Cuando el egoísmo se desvanece surge la sensibilidad y la inteligencia, entonces aparece un mundo nuevo en donde todo tiene un significado distinto, y es posible percibir que todo está en orden, en un orden perfecto con el que es posible danzar mientras se escucha en el viento una hermosa melodía de amor.


viernes, 18 de septiembre de 2020

¿Por qué vivimos de ideas en lugar de hechos?

Nos comunicamos expresando ideas y aunque creemos ver los hechos que expresan, no obstante la mente se queda con la idea y no procura ver el hecho.

¿Por qué preferimos sostener la idea de un determinado dios hecho a nuestra imagen y semejanza, en lugar de comprobar si realmente existe algo semejante en la vida?

¿Por qué preferimos tener una idea de amor en lugar de descubrir si existe tal cosa? El amor no es parte de una relación de pareja donde hay celos, posesión, conflicto, temor, etc.

Cuando estamos viendo la televisión y escuchamos la corrupción política, las medidas del covid-19, las reuniones internacionales contra la polución, la cantidad de asesinatos, las guerras, la violencia de género…..enseguida reaccionamos culpabilizando a los políticos, a los empresarios, a los machistas como si nosotros no tuviéramos nada que ver con todo ello. No obstante, alguien nos puede hacer ver que esa forma de reaccionar es no querer ver nuestra propia responsabilidad en el conflicto humano.

Hemos sido nosotros y estamos siendo nosotros con nuestra forma de entender las relaciones quienes están creando un mundo de seres egoístas que se sirven los unos de los otros en lugar de colaborar juntos por un mundo en armonía.

Cada uno de nosotros es egoísta y con esa actitud reaccionamos ante los problemas que vemos como si nosotros no fuéramos la verdadera causa de ellos. El egoísmo surge de la percepción que tenemos de estar separados del resto, de ser diferentes a los demás, de tenernos que buscar la vida a consta de ellos para poder sobrevivir. El egoísmo merma nuestra sensibilidad y capacidad de responder ante cualquier situación y nos programa para crear las situaciones más propicias para lograr nuestros intereses materiales y psicológicos. Prácticamente todas las relaciones que mantenemos, sean íntimas o no, se crean para satisfacernos, estar seguros, lograr nuestras necesidades y deseos, realizarnos, desahogarnos, etc.

¿Qué hacemos cuando nos damos cuenta de que somos ese mundo egoísta, miserable e insensible que vemos a cada momento en la televisión, en las calles, en las reuniones familiares o en la propia casa e incluso en nuestro interior?

Quizás nos quedamos con la idea, almacenamos una idea más en esa conciencia compuesta de miles de ideas. Pero una idea sobre nuestro egoísmo no tiene ningún efecto sobre el hecho, y además alimenta el condicionamiento. ¿Es posible sostener el hecho, observar la actitud real, conocer el propio egoísmo? Lo normal es escapar de hacernos conscientes del hecho, restarle importancia, no darle ninguna urgencia y olvidarnos que la vida nos va en ello. Es obvio que preferimos una idea al hecho porque no queremos hacer frente a nuestra ignorancia.

Nuestra relación con nosotros mismos es egoísta, pues se fundamenta en un Yo que explota al cuerpo para satisfacer sus deseos, frustraciones o aliviar sus heridas. La satisfacción psicológica del Yo es lo que importa y el cuerpo está para servirle. Mientras no veamos ese egoísmo, ese trato vejatorio de las ideas sobre el cuerpo, viviremos en nuestro interior con un conflicto.

Nuestra relación con los demás es también egoísta, pues se fundamenta en un Yo que explota al otro para satisfacer sus carencias psicológicas y físicas. Es fácil que todo ello pase desapercibido porque todo el mundo está haciendo lo mismo y se ha convertido en algo inconsciente. Pero el hecho es que las relaciones son tratos, contratos, expectativas, deseos que hay que ir midiendo cómo se cumplen, se frustran o si acabamos sintiéndonos engañados.

Hemos inventado todo tipo de ideas románticas para sostener relaciones egoístas que de hecho son miserables. En la paz de cualquier hogar en donde habitualmente se besan y se dan muestras de atención no hay más que un egoísmo vestido de paz y tranquilidad, pero basta con que alguien haga un gesto indebido, una palabra malsonante o se pase de la raya para que surja un fatal desenlace. Así de vulnerable son las relaciones egoístas. Puedes estar ayudando a alguien toda tu vida que una sola vez que dejes de hacerlo puede causarte el desprecio más absoluto, lo cual significa que incluso las relaciones de ayuda también son egoístas.

Si nuestra relación con nosotros y con los demás es egoísta, entonces nuestra relación con el mundo también lo es. Nos servimos del mundo, de las cosas que hay en él, de la naturaleza y de sus recursos. Pero el egoísmo es insensible y por tanto destructor, y de ese modo acabamos degradando el entorno y el medio ambiente en el que vivimos. Finalmente acabamos viviendo y comiendo en la misma mierda que generamos.

Vivir con el hecho es suficiente para que ello tenga un efecto sobre la mente humana. No es necesario hacer nada al respecto porque no se trata de mejorar la condición humana, de lograr nada, sino de ser conscientes de nosotros mismos, porque cualquier movimiento hacia mejorar nuestras relaciones será el cultivo del egoísmo. Esa es la trampa, queremos hacer inmediatamente algo cuando comenzamos a darnos cuenta del daño que nos ocasionamos, y a partir de ahí dejamos de observarnos y de ver el alcance de nuestro egoísmo.

El egoísmo comienza con una errónea percepción de nosotros mismos y del mundo. Nos han impuesto una idea de nosotros mismos que no es verdad y desde esa idea observamos el mundo. ¿Cómo será posible observar esa profunda falsedad de vernos separados de todo aquello que observamos? ¿Cuándo observaremos que no somos seres individuales sino relacionales?