sábado, 1 de agosto de 2020

¿Cómo respondemos ante una agresión?

Hay una gran variedad de formas de agresión. Quizá la más común es cuando insultamos a una persona porque va en contra de nuestros intereses o porque tenemos una mala imagen de ella, y también cuando somos despreciados por alguien que se ha sentido agredido por nosotros.

De algún modo hemos aprendido a responder a la violencia con violencia, al insulto con el insulto, al odio con odio, y nunca se nos ha ocurrido responder al odio con amor o a la mezquindad con bondad.

Nos educamos haciéndonos cada vez más y más sensibles a las agresiones físicas y psicológicas, y hemos llega hasta un punto que hoy en día nos sentimos ofendidos sin que nos suceda nada real. Es nuestro propio pensamiento la principal fuente de las agresiones que sufrimos, pero no parece que seamos conscientes de ello.

Vamos con la antena puesta para detectar el más pequeño movimiento de agresión sobre nosotros. Basta un gesto indiferente, una mirada fría, una palabra malsonante, una falta de consideración o un pequeño olvido, para interpretar que estamos siendo ninguneados o despreciados hasta el punto de sentir que ponen en entredicho nuestra integridad, y no encontramos otra salida que defender nuestro amor propio de la manera que nos sea posible.

Gran parte de los conflictos que se producen en la vida cotidiana se inician cuando interpretamos que estamos siendo agredidos. A partir de ahí nuestra reacción es defendernos o atacar, y restablecer nuestra imagen dolida. Quizá, si somos un poco sensibles, una vez sucedida la situación, cuando ya estamos fríos, nos damos cuenta de las reacciones desmedidas e incluso irracionales que hemos mostrado. 

¿Cómo es posible terminar con la violencia?

Para empezar habría que preguntarse para qué queremos deshacernos de la violencia. No es que no debamos deshacernos de ella sino que antes es necesario saber qué nos impulsa a resolverla. Es obvio que la violencia tiene consecuencias que no nos gustan porque nos hace pasar por situaciones emocionales estresantes en las que ponemos en riesgo la integridad física y psicológica de las personas. Asimismo, también nos genera conflictos que perduran en el tiempo en forma de enfados, separaciones, rencores e incluso odios que se expresan con una continuada crítica irracional y deseos malvados.

Ciertamente la violencia es incómoda para cualquier persona que esté en su sano juicio, pero intentar no ser violentos no parece que sea un buen modo de resolverla. Es como intentar solucionar un problema de matemáticas que aún no entendemos su enunciado. Si el problema es la violencia habría que aprender sobre ella antes que intentar erradicarla. Para comprenderla habría que preguntarse hasta qué punto está enraizada en nuestra mente para que en un momento determinado e inesperado surja con tanto ímpetu y con la urgencia de mostrarse como si la vida nos fuera en ello. Por tanto, no se trata de eliminar la violencia sino de hacerla consciente, de darnos cuenta que somos esa violencia y que no podemos hacer nada salvo observarla hasta el punto de percibir cualquier señal de la misma, ver cómo reaccionamos, qué gestos utilizamos, cómo arremetemos contra los demás, qué resolvemos con ella, o cómo afecta a las demás personas.

En realidad uno mismo es la violencia, y crear una idea de no violencia para tratar de conseguirla es también una forma de violencia y un escape. La no violencia no existe, solo es una creación o sugestión de la propia violencia. Cuando ya no tenemos una intención de eliminar la violencia y mantenemos una actitud de ser la violencia, entonces comenzamos realmente a observar la violencia y es cuando la violencia comienza a realmente a mostrarse.

Como cualquier expresión de violencia parte de nuestra mente, algo tiene que haber mal en nuestro pensamiento para que se exprese de ese modo. Eso quiere decir que en nuestro interior hay una lucha, un conflicto, que se refleja hacia el exterior. Si no somos capaces de resolver o comprender ese conflicto interior que es la fuente de donde emana nuestra susceptibilidad, entonces nunca desaparecerá la violencia.

¿Cuál es nuestro conflicto interior?

Que alguien nos diga cuál es el conflicto que hay en nuestra mente no va a tener ningún efecto, pero si llegamos a percibirlo entonces el propio conflicto comenzará a disolverse. Gran parte de los problemas psicológicos que sostenemos son a causa de que somos inconscientes  de los mismos y por el simple hecho de hacerlos conscientes ya dejan de tener influencia.

Enunciar con palabras el conflicto es relativamente fácil pero percibirlo no lo es tanto porque requiere de cierta sensibilidad y de salvar algunas barreras o resistencias que nos impiden verlo realmente.

Tratando de expresarlo de una manera sencilla podríamos decir que el conflicto de nuestra mente es una idea o creencia que aprendimos desde muy niños acerca de quiénes somos y quienes no somos. Es decir, por una parte está uno mismo y por otra el resto del mundo. El hecho de distinguirnos físicamente del mundo no tiene mayor importancia y además es útil, pero distinguirnos psicológicamente del mundo es separarnos del mismo y estaremos cometiendo un grave error de percepción, pues nosotros no somos diferentes del mundo ya que somos el aire que respiramos, la fruta que cuelga en los árboles, los animales que pastan en los prados, las relaciones que mantenemos, etc. No existe ninguna vida aislada, todo está relacionado y es la relación la que da sentido y significado a lo que somos. Sin embargo, creer que somos diferentes del resto o que estamos separados son ideas cuya principal consecuencia es entrar en conflicto con la realidad, con nosotros mismos, y mientras no se comprenda o se perciba su falsedad todo lo que pensemos, sintamos o hagamos se expresará en forma de conflicto, es decir inevitablemente conllevará miedo, violencia y sufrimiento. ¿Cuándo vamos a darnos cuenta de que hay una lucha constante en nuestra mente? No somos conscientes de que estamos siendo agredidos por nuestro propio pensamiento y que a través suyo tratamos de resolver nuestros problemas, lo cual es un desatino.

¿Cómo es posible resolver la lucha que hay en nuestro interior? ¿Es que no somos conscientes de la agresión mental que estamos padeciendo?

Podemos tratar de vivir en paz, hacer yoga todos los días o meditar durante años, pero todo ello será una forma sutil de violencia que ejerceremos sobre nosotros al forzarnos a lograr algo que en realidad no existe. No se puede imponer la paz sobre el conflicto. Únicamente de la comprensión del conflicto surgirá la verdadera paz. Hemos cultivado infinidad de ideas e ideales para resolver el conflicto, pero lo único que hemos logrado ha sido hacerlo más y más complejo.

El conflicto es nuestro Yo, una actitud egocéntrica frente al mundo que cuando intenta superarse a sí mismo o simplemente resolver sus problemas, lo que consigue es reforzar su egoísmo y aumentar su ignorancia.

La única forma de hacer frente al conflicto es darnos cuenta del mismo al igual que lo hacemos de las cosas que observamos a nuestro alrededor. Vemos unas nubes en el cielo azul, el movimiento de las hojas del árbol mecidas por el viento, los niños jugando a la pelota, y también vemos nuestra reacción al ver todo ello. Darnos cuenta de aquello que vemos fuera y dentro de uno mismo. También es posible que al darnos cuenta de nuestras reacciones las justifiquemos, las critiquemos o las reprimamos y entonces nos volvamos nuevamente inconscientes. En el darnos cuenta de lo que es hay una cualidad de la observación en donde el observador, que es el Yo, es lo observado. En dicha acción no hay violencia alguna, no hay ningún propósito, solo está la pasión por ver lo que es tal y como es, entonces esa observación tiene un profundo efecto sobre el observador y lo observado.