¿Cómo puede uno mismo darse cuenta de su
experiencia?
Es fácil saber las capacidades y destrezas que
hemos logrado a través de los años: hablar un idioma, saber conducir, cocinar,
tocar un instrumento musical, jugar a las cartas, etc. Es evidente que esta
experiencia en forma de capacidades o destrezas nos hace la vida más fácil y
adaptativa.
Sin embargo no parece nada fácil saber si hay una
parte de nuestra experiencia que nos dificulte la vida y que en definitiva no
nos permita adaptarnos de una forma equilibrada y armoniosa con nuestros
semejantes y con el entorno en el que vivimos.
Cuando surgen problemas de relación difícilmente
ponemos en entredicho o cuestionamos nuestra propia experiencia y casi siempre,
de una forma u otra, despreciamos aquella experiencia que cuestiona la nuestra.
De alguna forma, igual que necesitamos respirar,
alimentarnos o dormir, también necesitamos poder mirar con una mente nueva y
fresca capaz de darnos cuenta si esa experiencia vieja no es acaso la causante
de todos nuestros conflictos e ignorancia.
Aprender es como respirar, meter aire en
nuestros pulmones y permitir que todos nuestros sentidos perciban la fragancia
de la vida. Sin aprender la vida tiene un escaso significado.
¿Es posible aprender si nuestra vieja
experiencia nos está complicando la vida? ¿Cómo vamos a poder hacerlo sin
utilizar para ello nuestra vieja experiencia?
Necesitamos una mente nueva y fresca capaz de
mirar sin juzgar, sin reprimir, sin necesidad de evaluar o sacar conclusiones,
con esa energía inocente de la curiosidad que siempre está aprendiendo.
Pero para despertar una mente nueva y fresca no
necesitamos matar o despreciar a la vieja experiencia, más bien necesitamos
mirarla sin distancia alguna, con afecto, y darnos cuenta que ella no es más
que un producto de influencias de segunda mano que nos tiene maniatados al
pasado.
Esa mente nueva y fresca no es personal, no es
acumulativa, es una ventana a la realidad tal cual es y cuando ella actúa las
nuevas experiencias no dejan huella. Es entonces cuando buscar experiencias no
tiene sentido alguno.
Continuamente estamos experimentando y desde que
nos levantamos de la cama hasta que nos acostamos estamos experimentando.
Incluso por la noche pasamos por situaciones en que no podemos dormir, en que
estamos inquietos, o sencillamente tranquilos o soñadores, todo ello es
experimentar. No podemos evitar experimentar, lo contrario sería como estar
muertos.
La cuestión es si al tener dichas experiencias
podemos acabar con ellas de modo inmediato de tal forma que la siguiente
experiencia pueda ser recibida de manera plena, sin prejuicios y sin heridas.
De ese modo descubriremos un estado nuevo de vivir continuamente experimentando
donde no tendrá sentido hablar de experiencias individuales.
¿Por qué buscamos experiencias? puede ser porque
buscamos placer, satisfacción, entretenimiento, emociones, a las que nos
apegados sin ser conscientes de sus consecuencias al encontrar miedo, dolor,
insatisfacción, aburrimiento e insensibilidad, lo cual nos induce a seguir
buscando más de lo mismo en una rueda sin fin.
El placer crea dolor y el dolor crea la búsqueda de placer. ¿Qué le sucede a la mente cuando ha visto esa estrecha relación entre el placer y el dolor? Una mente así ya no busca placer y ya no huye del dolor, no se mueve en el tiempo psicológico y habita en un presente continuo, no malgasta energía interpretando los hechos sino que está con lo que sucede mirándolo frente a frente.
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