miércoles, 28 de mayo de 2014

¿Sabemos cuidar de nosotros mismos?


De alguna forma nos pasamos la vida maltratándonos. Cuando somos aún niños nos encanta jugar, aprender jugando, y de esa forma vamos desarrollándonos físicamente y psicológicamente. Sin embargo pronto comenzamos a convertirnos en consumidores y todo ese consumo que solo sirve para el beneficio económico de algunas personas, poco a poco nos va convirtiendo en adictos del consumo, un consumo que hace maltratarnos, enfermar e incluso puede acabar matándonos.

Cuidar no significa conseguir cosas para nuestro beneficio o bienestar, cuidar tiene más bien un sentido de no permitir que algo nos dañe. El alcohol, el tabaco, las drogas, los excesos, los esfuerzos, las disputas, los conflictos, las pasiones, las creencias, las modas, son algunas formas de maltrato personal.

¿Cuántas de las cosas que hacemos al cabo de día termina haciéndonos daño física o psicológicamente?

Por una parte nos maltratamos a base de excesos y por otra parte tratamos de solventar ese maltrato con alguna fórmula rápida como injiriendo pastillas, haciendo dietas o sometiéndonos a operaciones estéticas, que son otras forma de maltrato.

¿Cuántas veces para desahogar nuestra frustración de tener un trabajo agotador encontramos escapes realizando actividades que son autolesivas?

Nos pasamos la vida pensando en cómo disfrutar y sacar provecho lo mejor posible de ella, todo lo cual nos lleva inevitablemente al consumo o a la experiencia de algo, y por otra parte nos pasamos la vida tratando de arreglar los desajustes que han producido dichos consumos o experiencias.

Creemos que nuestra mente es la que va a cuidar de nosotros y sin embargo es nuestra propia mente individual, la que nos expone a todo tipo de experiencias que nos producen daño físico y psicológico.

Si fuéramos capaces de dejar por un momento, o por unos días, todo eso que somos psicológicamente, permitirnos descansar de nosotros mismos, de nuestro yo, dejar de darnos órdenes, parar de decirnos lo que tenemos o no tenemos que hacer y preguntarnos: ¿hay algo más en esta vida, aparte de mi propio yo, de toda esa actividad cerebral que me ocupa casi todo el tiempo?

Estamos tan inmersos en nosotros mismos que pareciera que solo existe nuestro pensamiento, ese pensamiento que trata por todos medios de resolver los múltiples problemas que tenemos, de conseguir nuevas oportunidades, de sentir el mayor placer posible, de sentirnos seguros evitando todo aquello que nos desagrada y es justamente ese pensamiento el que nos enferma a través del esfuerzo, la obsesión, la voluntad y el deseo. Porque en el fondo es un pensamiento condicionado o influenciado por una sociedad de consumo y una cultura basada en el pasado.

Hemos crecido aprendiendo de los demás en menoscabo de nuestra propia percepción, lo que ha dado como resultado una mente de segundamano, condicionada y fragmentada, que no solo no cuida de su cuerpo sino que lo explota y lo maltrata.

Una de esas ideas culturales es la idea del Yo, ese yo que somos cada uno de nosotros y que tenemos la convicción de que es propio de cada uno, cuando la realidad es que solo hay un Yo único instalado en todos los cerebros de los seres humanos que actúa de igual modo condicionando egocéntricamente nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestra conducta.

Hemos confundido el orden de las cosas al poner al cuerpo al servicio de la mente, cuando es la mente la que ha de estar al servicio del cuerpo. La mente con su intelecto se ha separado psicológicamente del cuerpo y se ha adueñado de él y se ha adueñado de todo lo que pilla a su alcance. Donde hay posesión hay explotación y maltrato. Quizás no comprendemos que el cuerpo es una expresión de esa mente universal.

Por un momento o por una semana, hagamos algo diferente y dejemos a un lado ese Yo, que actúa en cada uno de nosotros, y permitámonos mirar a nuestro alrededor, seguramente veremos que aparte de nosotros hay otras cosas, que no solo existimos nosotros.

Además de nosotros existen árboles y nubes, hay ríos y montañas, flores, insectos, plantas, todo un despliegue de naturaleza llena de diversidad y riqueza.

Cuando estamos sumidos en nuestras preocupaciones pareciera que solo existieran nuestros pensamientos, pero si nos olvidamos un poco de nosotros y observamos podremos ver y aprender que eso que estamos viendo es lo que nos da la vida y nos mantiene vivos: el aire, el agua, las plantas que crecen en los campos, las frutas de los árboles.

Es justamente lo que existe aparte de nosotros lo que nos cuida y nos alimenta. La naturaleza es una gran madre con una profunda inteligencia y se nos ha olvidado que tenemos que hacer muy poco para permitir que la naturaleza nos cuide en condiciones sencillas y naturales.

Nuestro propio cuerpo es esa naturaleza que sabe cuidarse y sanarse, pero nuestra mente egocéntrica y consumista, con sus ideas de cuidado y bienestar, es la que nos daña y nos envenena continuamente.

Si realmente queremos cuidarnos hemos de comprender y abandonar toda idea de cuidado, toda idea de responsabilidad, toda idea de consumo que dice: compra, piensa o haz no se qué porque viene bien para ti. Todo eso es falso porque si dejamos de querer obtener un beneficio determinado de las cosas nos volveremos sencillos y naturales, y por tanto saludables.

Físicamente necesitamos muy poco, bastante menos de lo que creemos, nos hemos acostumbrado a comer de una forma que solo atiende a intereses comerciales y no tiene nada que ver con nuestro cuidado. Descubrir una forma de comer natural no tiene porque ser un problema y no creo que nadie ni ningún libro tengan que enseñarnos el camino.

Psicológicamente también necesitamos muy poco, vivimos un mundo obligado de relaciones complejas y nunca nos permitimos estar solos y madurar interiormente.

Toda la sabiduría que necesitamos para cuidar de nosotros está en nosotros mismos, está en cada célula de nuestro cuerpo y en su interrelación con las demás células, y también toda esa sabiduría está ahí delante de nuestros ojos en esa agua que surge de la fuente, en ese aire que viene de las montañas, en esa lechuga o en esa espiga que surge de la tierra, en esas estrellas que lucen por la noche en el firmamento.

Si queremos despertar esa sabiduría que vive en nosotros, hemos de hacerlo dejando a un lado nuestro conocimiento y nuestro parloteo mental y permitirnos observar que cualquier cosa en la naturaleza por muy pequeña que sea tiene una inteligencia que la hace plena, bella y estar unida al resto de la vida en un movimiento de cuidado y de admiración.

No somos nosotros quienes tienen que observar sino más bien quienes tienen que dejarse ser observados y no somos nosotros quienes tienen que encontrar el cuidado que precisamos sino que sencillamente y naturalmente hemos de dejarnos cuidar.

Psicológicamente hemos de dejar de cuidarnos y de ser responsables de nosotros y de otras personas, y permitir que esa inteligencia, esa belleza y ese amor que hay en la esencia de todo ser se manifieste y nos cuide.

No hay comentarios:

Publicar un comentario