miércoles, 4 de junio de 2014

¿Somos honestos?


En la sociedad que vivimos vemos continuamente casos de corrupción donde personas con responsabilidad pública han aprovechado su cargo para beneficio propio y mientras se suponía que estaban trabajando para el bien común en realidad estaban simulando y su verdadero interés se centraba en sacar el mayor provecho personal.

Aunque la sociedad trata por todos los medios de comunicar a la opinión pública que los casos de corrupción son casos aislados, los hechos demuestran que la corrupción es una generalidad en todas las naciones y en todas las ideologías y regímenes, en donde se incluyen la clase política, los funcionarios, los sindicatos de trabajadores e incluso las organizaciones sociales y religiosas.

Si somos honestos hemos de admitir que la cultura ha transmitido a través de la educación ese valor mezquino de llegar a tener lo más posible, quizás con ese valor de ´contra más consigas más feliz serás´ o de ´llegar a ser lo que no somos´, e inevitablemente su principal consecuencia es la imposición de una mentalidad egoísta de forma generalizada en todas y cada una de las personas.

En realidad somos más bien ciudadanos hipócritas porque mientras que estamos orgullosos de nuestra moral, a través de los valores religiosos, o de nuestra ética, a través de los valores humanos, sin lugar a dudas nuestra mente está educada de forma egoísta, lo que nos convierte en personas astutas siempre buscando su beneficio personal en las relaciones de trabajo, en la familia, en las relaciones de vecinos o en las asociaciones a las que pertenecemos.

La honestidad es una actitud o una disposición a darnos cuenta de cómo somos, mirarnos frente a frente en el espejo de los demás y despertar nuestra vulnerabilidad para poder cambiar esa manera nuestra de pensar, de sentir y de actuar que es contradictoria. Una persona honesta es una persona vulnerable y sincera, que está en continuo crecimiento personal.

La honestidad es imprescindible y una pieza clave en las relaciones humanas y es una fuente de cariño, de confianza, de amor y de sinceridad. Donde no hay honestidad hay autoengaño, falsedad, fingimiento e hipocresía.

Quizás lo que mejor describe a una persona honesta es que vive según piensa y la lógica nos dice que si no vives como piensas acabas pensando como vives y eso no es de personas honestas.

¿Si la honestidad es la base de la convivencia, cómo podemos ser honestos si vamos por la vida tratando de convencer de una imagen que no somos? Nos tatuamos el cuerpo con símbolos, nos operamos de apariencias, nos tatuamos la mente con ideologías y queremos hacer ver a los demás que somos mejor de lo que somos.

¿Si la honestidad es el principio de toda relación, cómo podemos ser honestos si vamos por la vida siendo temerosos, frágiles, hipersensibles y en un estado continuo de reacción y ansiedad?

La honestidad no es amiga de las ideas, ¿de qué sirve tener una identidad si con ello nos separamos del resto de la humanidad?

La honestidad tampoco es amiga de los fines, ¿de qué sirve crear un mundo mejor si para ello tenemos que matar a medio mundo? La honestidad es amiga y compañera de los hechos y del máximo cuidado de los medios que utilizamos para conseguir nuestros propósitos.

Si queremos vivir honestamente hemos de vivir de acuerdo a nuestra propia percepción de la vida y no ser acólitos de ideas políticas, religiosas, espirituales o filosóficas de otras personas, porque no podemos ser honestos entregando nuestra responsabilidad a otros.

La honestidad es un alto grado de auto responsabilidad, para ello hemos de admitir como somos y hemos de vivir de acuerdo con ello. La honestidad es el principio de la inteligencia cuando vivimos según pensamos y pensamos según actuamos. ¿De qué nos sirve hablar y desear la paz si estamos en continuo enfrentamiento con los demás porque piensan de forma diferente a la nuestra?

Cuando somos honestos mostramos nuestros sentimientos con sinceridad y no escondemos o disimulamos nuestras emociones, pero sin caer en el victimismo o en llamadas de atención para que los demás se ocupen de nosotros.

La honestidad no es una forma de sentimentalismo, ni una forma de pregonar nuestra intimidad y tampoco una actitud de hablar de todo con todo el mundo.

La honestidad asume la verdad, esa realidad que no depende del consenso de las personas sino de la observación de los hechos.

Normalmente nos hacemos una idea de los hechos y después nos olvidamos de los hechos y sostenemos esas ideas hasta que acabamos confundiéndolas con los hechos. Al final todo el mundo acaba discutiendo y matándose por las ideas y se olvida de los hechos. Dejamos de ser honestos cuando nos entregamos a ideas, a creencias, a valores o conocimientos que programan todas nuestras respuestas y reacciones como si fuéramos máquinas en lugar de seres humanos.

¿Qué podemos hacer para cultivar la honestidad? Quizás lo primero es entender que la honestidad es como un bisturí que nos abre por dentro en canal y pone al descubierto todas nuestras miserias, y lo segundo que hay que comprender es que la honestidad es la condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad y para la vida comunitaria.

¿Por qué no somos honestos? Seguramente desde niños comenzamos a ser deshonestos cuando tratamos de ocultar algo que hemos hecho y que no queremos que se descubra, por la vergüenza y el agravio que nos causaría. Poco a poco nos vamos convirtiendo en especialistas de ocultar en nuestra mente lo que realmente nos ha ocurrido, lo que hace que el inconsciente y el consciente se separen de tal forma que finalmente acabamos con pulsiones incapaces de controlar, con tics nerviosos, con manías, con adicciones, con hipersensibilidad y un sinfín de patologías neuróticas.

Quizás lo que más determina nuestra perdida de honestidad sean nuestros  intereses personales, porque cuando tenemos intereses todo lo que hacemos es un medio para conseguir un fin y ese es el principio del engaño.

Tenemos interés de ser lo que no somos. Tenemos interés de tener la mayor cantidad de dinero posible. Tenemos interés de que nos quieran, nos valoren y nos aprecien lo más posible. Estos intereses no nos permiten vivir con honestidad y convertimos nuestra vida en una profunda insensatez.

Para cultivar la honestidad hemos de darnos cuenta de cuáles son nuestros intereses en la relación y tener la valentía de expresarlos abiertamente. No tenemos por qué avergonzarnos de nuestros intereses si realmente son legítimos.

Si un momento de mi vida me doy cuenta de que mantengo una relación de pareja por miedo a no estar solo, en lugar de ocultar esa actitud inventándome un montón de frases sin sentido como ´te amo vida mía´ o ´te quiero más que a nada en este mundo´, lo que puedo hacer es reconocer mi miedo a estar solo y poderlo comunicar con naturalidad. Cuando reconocemos lo que somos con naturalidad surge una gran liberación, porque en el fondo somos esclavos de nuestros engaños.

De la misma forma puedo mantener una relación de pareja porque me gusta el sexo o porque me mantienen económicamente o porque me aburro o porque me gusta discutir con alguien. Debemos darnos cuenta de que es lo que nos mueve a relacionarnos y cuando lo descubrimos podemos expresarlo abiertamente y vivir con honestidad, lo cual nos va a traer equilibrio y orden a nuestra vida psicológica.

Es obvio que las personas trabajamos por dinero, me estoy refiriendo a un trabajo asalariado, y si no nos pagasen, aunque solo sea en especies, no tragaríamos. Sin embargo cuando comenzamos a identificarnos con el trabajo y comenzamos a decir todo tipo de idioteces como que trabajamos por gusto o por realizarnos, perdemos la honestidad. Si trabajamos por dinero, trabajamos por dinero, y no hay nada malo en ser honestos. El ser honestos nos permite dejar de trabajar cuando ya no necesitamos dinero, pero si no somos honestos seguiremos trabajando hasta enfermar o morir.

Todos sabemos que la política es un engaño. Han sido los políticos, cuya responsabilidad es velar por los intereses públicos, los que nos han llevado a la actual crisis económica. Hay que ser honestos y si somos honestos no podemos tener relación alguna con la política porque es como jugar con fuego, al final uno acaba oliendo a humo. La honestidad no solo es ser sincero sino actuar con sinceridad lo que significa que uno no puede colaborar con aquello que claramente es dañino, y da igual las consecuencias que ello pueda traer. Cuando comenzamos a justificarnos de alguna manera nos convertimos en seres deshonestos.

Muchos de nosotros hemos tenido hijos porque o no sabíamos lo que hacíamos o por puro egoísmo. Tener hijos, en la historia de la humanidad, nunca fue una cuestión de amor, ni de altruismo existencial, fue por necesidad de mano de obra barata y en este último siglo por pura vanidad de querer perpetuarnos en la vida a través de ellos. Por eso las relaciones entre padres e hijos son de autoridad, de educación, de protección y de intereses económicos. Si somos honestos puede que nuestras relaciones familiares tengan un camino diferente donde las personas puedan encontrarse y amarse mas allá de los roles y de las apariencias.

Cuántos de nosotros dice amar a su pareja y sin embargo sentimos celos, tenemos rencores, estamos apegados, somos dependientes o posesivos, tenemos miedo, somos empalagosos o más bien fríos y distantes, e incluso si las cosas se ponen feas podemos mostrar odio y violencia. Hay que tener una mente muy poco madura y deshonesta para que sigamos diciendo que amamos.

La honestidad es un gran camino a la verdad. Hemos llegado a tal desconcierto en la sociedad actual que ya no existe la realidad, existe la idea de realidad, y un árbol ya no es un árbol, es sencillamente una palabra y confundimos la palabra árbol con el árbol real. Por eso nos es tan fácil mutilar o cortar el árbol cuando hay algo en él que nos molesta, porque al fin y al cabo no es más que una palabra. Y lo mismo ocurre con las personas, que ya no son personas, son números en el paro, que se manejan con absoluta insensibilidad y desparpajo porque al fin y al cabo no son más que números, y finalmente lo que importa no son esas personas que sufren sino los números.

Sin honestidad no puede haber sensibilidad y sin sensibilidad nos convertimos en meros instrumentos de un sistema enfermo y despiadado.

La honestidad no nos la van a regalar nadie y tampoco la podemos comprar, es una expresión de la belleza que conduce a la sabiduría. Cuando nos admitimos y reconocemos tal y cual somos, nuestra vida se simplifica enormemente y liberamos una enorme cantidad de energía, porque ya no hay que convencer de nada, no hay nada que aparentar, ni demostrar, ni ocultar, ni mentir, ni manipular, entonces la vida se convierte en algo maravilloso.




4 comentarios:

  1. Una exposición profunda con un remate final bello y verdadero.
    Abrir en canal, dices. Abrirnos cada uno. Es una demanda fuerte. Imagino que habrá que dar algunos pasos antes para adquirir esa sensibilidad que nos lo haga necesario, ineludible, aunque sea doloroso.
    Gracias.
    Un fuerte abrazo Goyo.

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    1. Si, desde luego algo tenemos que hacer para ser sensibles, darnos cuenta de esta forma en que vivimos.
      Creo que empezar con la honestidad es un gran acierto y aunque en principio pudiera parece doloroso, pienso que mas pronto que tarde nos despejara de conflictos, de miedos y de sufrimiento.
      Para ser honestos y abrirse en canal, no es necesario remover el pasado o hacer algun tipo de psicoanalisis, creo que bastaria con observar nuestra forma de vivir, de donde surgen nuestra decisiones, como es que tenemos determinadas situaciones, como nos sentimos y empezar a ser sinceros, s dejar de ser aparentes, y darnos cuenta en definitiva que la honestidad nos devolvera quienes somos, una vida autentica, sencilla, grata y gozosa.
      Un abrazo, caminante.

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  2. Cuando sentimos que algo en nosotros no está en orden, algo que juzgamos negativo o vergonzoso una de las reacciones más comunes es tratar de ocultarlo.
    Empleamos todas nuestras fuerzas y conocimiento en mantener la imagen impecable que deseamos que los demás tengan de nosotros, en función de un fin. Es un movimiento de carácter arrogante que choca frontalmente con la realidad de lo que somos. Esta actitud sostenida en el tiempo inicia un proceso que produce ansiedad, la cual deriva en temor y este, a su vez, ineludiblemente nos lleva a comportamientos, cuando menos, absurdos llegando a ser inmaduros, conflictivos, agresivos, entre otros muchos. Hace de la vida una cárcel de barrotes de miedo que nos limita, impidiendo que sea plena y libre.
    Necesitamos la humildad necesaria para vernos expuestos, capaces de mirarnos, entrar en contacto con lo que sucede en nuestro interior, comprender su naturaleza, descubrir que es, cómo se muestra, de qué manera afecta nuestra vida, a la de aquellos que nos rodean y desde ahí expandiéndose como una onda, afectando al mundo. El sosiego, la paz, la serenidad, la calma de la honestidad pasa por el camino de la humildad, en mayúsculas.
    Un beso

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    1. Pienso que tienes mucha razon en lo que dices pero permiteme puntualizar varios aspectos.
      Cualquier sentimiento de vergüenza o de miedo surge siempre que haya un sentido de posesion respecto a algo (una relacion, la propia imagen) y por esa razin ocultamos el hecho vergonzoso que pone en riesgo el poder perder esa relacion o esa imagen nuestra. De esa forma vamos acumulando experiencias en el inconsciente o vamos ocultando vidas paralelas, infidelidades, etc.
      El tic de la cuestion esta en la posesion y no esta en el hecho vergonzoso, porwue en realidad no hay nada vergonzoso salvo la imagen que queremos sostener y la mentira. Por eso hemos de comprender que poseer no nos permite ser libres, ser honestos y vivir con soltura y sencillrz.
      Cuando dejos de poseer porque comprendemos sus consecuencias, entonces surge la verdadera relavcion, surge la libertad y aparece la humildad.
      Un beso

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