domingo, 29 de mayo de 2011

La belleza

Gran parte de nosotros nos hemos sentido molestos porque pensábamos que éramos feos, o que no éramos guapos, que teníamos una nariz torcida, un ojo extraviado, unas orejas grandes, unos pechos pequeños, una estatura baja o demasiado alta, que éramos gordos, o que éramos tontos.

El caso es que hemos sufrido muchísimo pensando que no éramos normales, que los demás se reían de nosotros o nos despreciaban porque habíamos nacido con algún tipo de defecto o particularidad.

Hemos soportado comentarios crueles acerca de nuestros defectos y todo ello nos ha creado de alguna forma nuestro propio auto desprecio. Por esa razón nos hemos operado o hemos ocultado de la manera que fuese eso que pensábamos nos hacia inferiores frente a los demás. Incluso nosotros mismos nos hemos reído de los demás por su apariencia sin darnos cuenta que lo estábamos sufriendo en nuestras propias carnes.

Hoy en día todo ese sufrimiento forma parte de nosotros y aunque la vida nos ha demostrado de una y mil maneras que nada de ello tenía realmente la importancia que le dimos, vivimos inmersos en vidas que se basan en apariencias, imágenes y escaparates de lo que creemos ser.

¿Qué es la belleza? ¿Es la belleza algo superficial y aparente? La belleza está en los ojos que la ven o en los sentidos que la sienten. Una persona que sabe lo que es feo y lo que es bonito no es capaz de ver la belleza, porque la belleza no es clasificable, no es una moda, es algo profundo que surge de la misma naturaleza de los seres.

¿Unos pechos son pequeños en relación con unos grandes, pero si no los comparamos como sabríamos que son pequeños? La belleza de unos pechos estriba en que son únicos y no comparables. La belleza de unos ojos, aunque sean ciegos, está en que son como son. La fealdad está en despreciar a esos ojos o a esos pechos y con ello a esas personas que los tienen. La fealdad está en juzgar, clasificar, valorar a las personas por su apariencia, en hacer de la apariencia lo profundo y en hacer de lo profundo una simple apariencia.

Cuando tenemos un hijo lo primero que nos preocupa es saber si es normal, si viene con algún defecto o particularidad, porque sabemos cuál es el peso psicológico para él y para nosotros el tener que soportar tanto comentario cruel, despectivo o compasivo.

Cuando buscamos un novio o una novia, nos gustaría que tuviera la mejor apariencia posible y poder decir al mundo lo guapo que es mi novio. Cuando tenemos un trabajo lo medimos según el dinero que ganamos y no según el beneficio social que hace. Cuando hablamos de nuestra casa lo hacemos describiendo lo aparente y personal como si nosotros fuéramos esa apariencia.

El identificarnos con unas cosas más que con otras, el sentido de posesión que tenemos, todo aquello que intentamos conseguir, son actitudes que van tras lo aparente, tras lo superficial, manipulados por la gran ensalada de ideas que nos ofrece la sociedad.

Nos hemos creído que la apariencia o la imagen es lo importante y vivimos inmersos en esa idea que no nos permite descubrir esa profunda belleza que emana de todos los seres y de todas las cosas.

Somos seres de una gran hermosura, de una gran belleza, con independencia de nuestra apariencia cuando nuestra vida no se rige por lo aparente, cuando somos capaces de vivir la relación según es.

Hemos de darnos cuenta que no tenemos nada que ocultar, que la fealdad no está en nosotros sino en aquel que la ve o la juzga, y hemos de comprender que somos nosotros mismos los primeros que colaboramos con esa forma de ver y de juzgar.

Cuando surge la belleza uno queda prendado y maravillado de toda apariencia sintiendo que ello es un reflejo de la profunda belleza que hay en su interior y es ahí donde cobra sentido y significado la relación.



miércoles, 25 de mayo de 2011

¿Escuchamos alguna vez?

Uno se pregunta si escuchamos alguna vez a alguien, si dejamos a un lado nuestros prejuicios y opiniones, si miramos sus ojos, el entorno de su rostro, sus gestos, si observamos la repetición de sus palabras, el énfasis y el sentimiento de su voz sintiendo su respiración y comprendiendo lo que intenta decirnos.

Uno se pregunta si cuando escuchamos a alguien hay en nosotros algún tipo de afecto, de cuidado, de respeto o si por el contrario mientras le oímos hablar estamos esperando nuestro turno para replicar o para soltar nuestro rollo siendo insensibles a lo que esa persona nos está mostrando.

Hay un escuchar que es una especie de compadreo. Tú hablas de tus cosas y yo hablo de las mías y ambos nos desahogamos y reforzamos nuestras ideas a través del otro. Es una experiencia placentera pues para eso estamos los amigos. Tú me cuentas tus penas y yo te cuentas mías, o tu me cuentas tus alegrías, tus sueños, tus frustraciones y yo te cuento las mías. Tú me hablas de tus hijos mientras yo te hablo de los míos.

Hay un escuchar que es como un acto hipócrita. Mientras uno habla el otro piensa que no está para nada de acuerdo con lo que está escuchando esperando su turno para expresar sus ideas u opiniones. Esta forma de escuchar es bastante educada e incluso refinada y uno trata de decir de la forma más retórica posible sus ideas siendo escuchadas únicamente por él mismo ya que el otro de la misma manera solo se escucha a sí mismo.

Hay un escuchar donde uno puede estar de acuerdo o en descuerdo con lo que oye. En este tipo de escucha lo que se hace es poner atención para saber si lo que uno está escuchando coincide con lo que uno piensa y entonces expresar su acuerdo o su desacuerdo. En general las personas tenemos tendencia a hablar con personas que coinciden con nuestras opiniones y de esa forma reforzamos nuestra seguridad y también tenemos tendencia a evitamos hablar con personas que no coinciden con nuestras apreciaciones porque ello nos produce inseguridad.

En estos casos que hemos expuesto de compadreo, de hipocresía, de estar de acuerdo o en desacuerdo en realidad no hay una escucha verdadera sino que se escucha con un fin determinado que limita la relación.

Hay una escucha de una cualidad profunda que une a las personas. Hay una escucha donde se pierde el sentido de individualidad de cada persona y donde ambas personas forman algo indivisible. Cuando una persona habla, la otra persona está sintiendo que está hablando uno mismo, es un pensar juntos, es un sentir juntos y es un hacer juntos.

Para que haya escucha se requiere espacio interior, un espacio lleno de silencio, sin preocupaciones, sin propósitos.

Observar nuestras preocupaciones, nuestras ocupaciones, nuestras actitudes, nuestro pensamiento, es escucharnos a nosotros mismos, y en esa observación no hay una separación entre uno mismo y lo que observa, entonces uno es enteramente esa preocupación o ese pensamiento.

Uno escucha el cantar de los pajarillos, uno siente la brisa del viento acariciar su cuerpo desnudo en la gran piedra que hay junto al rio, uno mira el águila dar círculos precisos, uno huele el aroma entremezclado de las flores silvestres, uno escucha el aleteo de las abejas mientras van de flor en flor recogiendo el néctar, y todo ello es uno mismo, y hay un sentimiento de plenitud, de gozo, de asombro, de respeto, de atención, de cuidado y de afecto.

Lo importante no es lo que uno escucha…. sino la escucha.
Lo importante no es si uno mira esto o lo otro sino el mirar.
Lo importante no es si uno se siente bien o mal sino el propio sentir.


miércoles, 18 de mayo de 2011

Despierta siendo una luz para ti mismo

¿Qué crees que pasaría si de repente no tuvieras deseos de nada, no quisieras cambiar nada de lo que está sucediendo en tu propia vida o en el mundo, y permanecieras atento a lo que ocurre?

En nuestro cerebro hay un ser que nos está diciendo continuamente lo que tenemos o no tenemos que hacer, lo que nos gusta y lo que no nos gusta tanto, lo que perseguimos y lo que no queremos encontrar, y vamos por la vida buscando cosas, esperando que sucedan cosas, deseando que se cumplan nuestras ilusiones y encontremos paz y felicidad.

En el supuesto caso que no tengamos trabajo, que es principalmente una cuestión de supervivencia,  la actividad del cerebro es todavía mayor en cuanto a lo que tenemos o no tenemos que hacer, y surgen temores, y vamos por la vida tratando de encontrar una oportunidad en cualquier situación que surge.

Quizás nunca se nos ha ocurrido hacer el ejercicio de pararnos mentalmente o psicológicamente. Hay personas que hacen meditación, se van una hora a una sala donde no se sabe muy bien que hay que hacer aunque no haya que hacer nada y creen estar haciendo algo diferente a lo que normalmente hacen. En ese contexto meditar es una actividad más, es un deseo más con un aspecto diferente, es una ocupación.

De repente uno se sienta en el sillón de casa, en el poyete del patio, en una piedra en el monte o al lado del río, y deja mentalmente que sucedan las cosas. Eso significa que en lugar de decirle a la vida lo que hay que hacer uno se deja llevar hasta que la vida le dice a uno lo que hay que hacer. Esto puede sonar un poco ridículo o con cierta falta de sensatez, pero si no intentamos hacer algo creativo quizás nuestro destino ya esté escrito hace mucho tiempo.

Cuando los deseos se paran, se esfuman en el aire, surge algo que está más allá del tiempo. Ahora no se trata de eliminar los deseos ni nada por el estilo, simplemente se está proponiendo hacer el ejercicio de imaginar por un momento, que puede ser más o menos largo dependiendo de lo que uno quiera probar, que no hay deseos, que todo está como debe estar y que uno no tiene nada que hacer en esta vida salvo observar esperando que la vida te diga lo que has de hacer y en esa espera simplemente mirar lo que sucede o lo que se siente o lo que pase sin pensar que tiene que pasar algo concreto o que se debe mirar de una forma determinada.

Este ejercicio o actitud se podría expresar como movimiento psicológico cero, o libertad de movimiento total, es decir, no hay deseo y por consiguiente lo que uno haga está bien hecho siempre que no sea por deseo personal.

Si uno se acuerda que tiene que ir al médico pues va al médico, si uno recibe una llamada por teléfono pues coge el teléfono, si es la hora de comer y uno tiene que hacer la comida pues la hace. No se trata de no hacer lo que inevitablemente hay que hacer sino de no hacer lo que queremos hacer, de dejar a un lado nuestra identificación, nuestros intereses, y dar pie a crear un espacio de observación amplio y ver como transcurre la vida sin nuestro protagonismo.

¿Quién sería capaz de realizar este pequeño e inocente ejercicio y ver qué sucede en un rato, en un día o en una semana? A veces da la sensación que comprendemos cosas pero que nunca damos un paso en firme que nos haga transformarnos. Podemos llegar a ver hechos que estaban ocultos para nuestros ojos y en lugar de permanecer con ellos lo que hacemos es convertirlos en ideas y desde ahí nos conducimos. La observación de los hechos, el encuentro con la realidad, debería transformar nuestras vidas pero lo cierto es que no es así.

Necesitamos liberar energía que está ocupada en nuestra vida personal a través de las responsabilidades, ocupaciones o a través de los deseos y dejar que dicha energía libre tenga su efecto sobre nosotros.

Supongo que no es fácil compartir con otra persona un espacio de libertad donde ambas confluyen y se encuentran sin un propósito determinado más allá de crear el momento que un instante antes no existía.

Crear es una bella palabra cuyo significado es nacer. No solo nacen bebes, también nacen momentos, y también nacen palabras en el aire que pueden viajar más allá del tiempo y el espacio. Crear también es morir, dejar de existir para siempre, y ello encierra una hermosura indescriptible como un sueño eterno de donde jamás se regresará.

No somos creadores y a lo sumo somos creativos o imitadores. Estamos como acomplejados, sin inocencia, y no nos permitimos crear un instante, volar como palomas, flotar en el aire, atravesar con la mirada a otro ser humano y llegar a su alma perdida en un rincón del universo. A veces siento el viento acariciar mi piel desnuda y de repente soy el mismo viento cursando los cielos, atravesando bosques, acariciando las hojas mientras se precipitan al suelo y silbar entre las ramas del viejo roble.

Una cosa es la imaginación y otra muy diferente es la creación. Imaginando que un día cambiarán las cosas vamos envejeciendo, pero cuando creamos vivimos y somos la expresión de la vida en movimiento.

¿No te gustaría crear algo, crearte a ti mismo y surgir de la nada como una luz verde esmeralda capaz de tocar el corazón humano sin que la vieran y sin que supieran de su existencia?

Cada trocito de vida puede ser una preciosa joya si tú mismo eres el creador de ella, pero para que ello suceda no puede haber deseos, ni complejos, ni imaginaciones y no perder de vista que eres ese movimiento donde la relación nace.

¿Qué más te puedo ofrecer que sea limpio y sincero? He ido hasta los confines del universo para encontrar esta invisible luz que se ha derramado en forma de palabras y para que en esta vida de sueños despertemos siendo una luz para nosotros mismos.

domingo, 15 de mayo de 2011

¿Cómo hacemos frente a las enfermedades?

No nos gusta que nos pase nada malo, no nos gustan las enfermedades, de ningún modo aceptamos que nuestro cuerpo sufra algún percance que le haga ser inválido y por supuesto lo que peor llevamos es el pensar que podemos morir.

Somos seres muy contradictorios pues por una parte nos disgustan las enfermedades y por otra parte hacemos lo posible por enfermar.

De alguna forma hemos aprendido a resistirnos y no aceptar las enfermedades. Nos entristece cuando nos dan una mala noticia sobre una enfermedad de algún familiar y enseguida nos compadecemos de las personas enfermas.

¿Qué es lo que nos impide aceptar lo que es, según ha venido, y hacer lo mejor de nosotros mismos para continuar viviendo y gozando de la vida?

¿Ayuda en algo el entristecernos o deprimirnos cuando tenemos una enfermedad?, lo que normalmente ocurre es que empeoramos la situación. Sin embargo sintiéndonos dichosos de todo lo que la vida nos ofrece puede que afecte a nuestra enfermedad de una forma sanadora.

Esta vida es para aprender todo aquello que se nos presenta y no es para aprender lo que a uno le dé la gana. El aprender, la atención o la observación no pueden ser dirigidas hacia algo sino hacia lo que sucede en cada instante y en ese sentido no existe la distracción.

Nuestra forma de vivir maltrata de forma continua al cuerpo. Consumimos por placer o por gusto y no lo hacemos por nuestro bienestar. Nos agujereamos las orejas o la nariz, nos tatuamos, nos teñimos el pelo, nos pintamos las uñas, porque queremos tener una imagen frente a los demás, queremos distinguirnos, sentirnos diferentes y contra más cosas hacemos para distinguirnos aún más nos parecemos a los demás.

Nos operamos del pecho, hacemos dietas de adelgazamiento, comemos y bebemos en exceso, vestimos de forma poco cómoda, y todo ello porque queremos mostrar una imagen de nosotros mismos.

Nosotros no somos una imagen, no necesitamos de una imagen, no necesitamos vendernos. Necesitamos sentirnos tal y como somos y gozar de toda la belleza que ello encierra.

Tenemos una mente, un pensamiento, que esclaviza al cuerpo y hace con él todo tipo de abusos. El cuerpo siempre está intentando restablecerse, siempre trata de estar sano y en equilibrio, es su inteligencia propia, es su naturaleza.

¿Por qué no permitimos que el cuerpo se exprese sin necesidad de nuestra intervención psicológica de cómo han de ser las cosas?

Pensamos que el cuerpo es tonto, que no es nada sin una mente que lo dirija, y de esa forma llega un momento en que el cuerpo se deteriora e irremediablemente es dañado.

El cuerpo no entiende de enfermedades, él solo sabe que cuando algo no está en el orden natural establecido, lo que hace es poner todo su empeño y energía en restablecer dicho orden. La verdadera enfermedad es una actitud psicológica de uso del cuerpo sin respeto y sin permitir que sea él quien determine lo que comer, lo que pensar, lo que sentir o lo que hacer.

Nosotros no somos otra cosa más que el cuerpo y cualquier idea al respecto de nosotros mismos no forma parte de nosotros sino que es algo ajeno que se nos ha impuesto a través de la educación y de todos los medios de explotación de la sociedad.

¿Quién soy yo? Al cuerpo le da igual todas esas elucubraciones mentales y lo que realmente le importa es su armonía. En ese sentido hemos de comprender que no somos diferentes de la enfermedad misma, que no podemos tratar a la enfermedad como si se tratara de algo separado de nosotros.

La armonía del cuerpo está relacionada con el medio en el que vive, con la naturaleza, y si pierde su relación con ella entonces se pierde a sí mismo.

El pensamiento no puede dirigir nuestra vida. Hoy en día el pensamiento decide si reír o llorar, alegrarse o entristecerse, según interpreta la realidad. El pensamiento decide si matar al vecino por venganza o ayudar al tercer mundo en una ONG, decide seguir atesorando dinero toda una vida o deprimirse porque las cosas no han salido como él esperaba.

Esta dictadura del pensamiento es lo que nos enferma y es lo que no permite que sanemos por mucho que el cuerpo hace todo lo posible e imposible por curarse. En este sentido nos gusta ser víctimas y reclamar ayuda ajena o nos gusta ser arrogantes e ir ayudando a los demás.

El sentimentalismo también dirige nuestra vida haciendo de nuestras relaciones un derroche de energía donde las emociones poco a poco nos van enfermando. En esta actitud surge el apego, la dependencia y la consecuente explotación.

Otra cosa que dirige nuestra vida es esa actitud de estar siempre haciendo algo, siempre con el temor de no poder ganarnos la vida que nos hace atesorar de una forma burguesa o siempre llenando espacios mentales con nuevas ilusiones, deseos o entretenimientos.

El pensamiento, el sentimiento y la acción han de caminar juntos de la mano de la profunda inteligencia del cuerpo y de esa forma surgirá esa armonía con la que relacionarse con el resto de la humanidad y con la naturaleza.

La inteligencia del cuerpo es percepción de lo que es sin nombrarlo, sin juzgarlo, aprendiendo el lenguaje de los hechos y dejando a un lado cualquier idea que no permita tocar la realidad tal y como es, entonces el cuerpo se sana y no hay enfermedad que se resista, incluso aquella que el ser humano padece con el nombre de condicionamiento egocéntrico y que origina un sinfín de otras enfermedades.

sábado, 14 de mayo de 2011

El Placer

No podemos negar que hay muchos placeres en nuestra vida: el sexo, la comida, los amigos, el aprecio de los demás, la posesión de las cosas o el poder, el placer de los recuerdos y de las capacidades aprendidas, el placer de ser alguien con una casa preciosa y unos muebles cómodos, el placer de tener experiencias sensoriales en relación con los sentidos.

No sé si nos habremos parado a pensar alguna vez sobre el significado del placer. ¿Es el placer una sensación, quizás es una experiencia o más bien es una idea?

Cuando buscamos el placer vamos tras una experiencia sensorial vivida con anterioridad que nos has sido grata o satisfactoria o buscando un nuevo placer que sea graro, perdurable o pleno.

La búsqueda del placer y huir del dolor es en realidad nuestra búsqueda de la felicidad. Cuando sufrimos, por lo general, no queremos comprender ese sufrimiento sino evitarlo a toda costa y cuando no sufrimos, por lo general, tratamos de encontrar esos momentos en que uno se siente estar pasándolo bien, divirtiéndose, cómodo, seguro, unido a alguien, lejos de toda preocupación y absorto en nuestros sentidos.

También la búsqueda del placer es poder encontrar estabilidad emocional, seguridad plena en lo material y en lo psicológico, un sentimiento de amor que nos inunde, poder percibir con toda claridad y poder llegar a ser inteligentes.

Una de las maneras en que surge la búsqueda del placer es cuando nos enseñan a creer en algo beneficioso que podemos conseguir. Si nos han dicho de mil formas, bien sea por televisión o viendo y escuchando a nuestros mayores, que fumar es maravilloso, que uno se siente feliz cuando después de comer se fuma uno un puro, o cuando después de hacer el amor uno se fuma un cigarrillo en la cama, o que el fumar tranquiliza los nervios, o que fumando uno liga más, etc., entonces hacemos todo lo posible por fumar aunque en realidad tenga un sabor desagradable.

El fumar no es ningún placer y más bien es algo horroroso y molesto, aparte de ser perjudicial para la salud, pero millones de personas dirían que fumar es uno de los grandes placeres de esta vida. El fumar es un ejemplo pero podríamos poner un sinfín de ejemplos sobre el placer donde la experiencia real es igual de horrorosa, molesta y perjudicial para la salud.

¿Por qué se ha impuesto el placer de fumar a la población? Porque lo que interesa es generar beneficios económicos y no importa si con ello enfermamos al ciudadano. ¡Hay tantas cosas, actitudes, ideas, que enferman al ciudadano para que otros se beneficien!

Un ejemplo simple de lo anterios es cuando regalamos a un niño el día de Reyes Magos un sinfin de regalos. ¿Será porque le queremos al niño o será porque lo que interesa es generar beneficios sin importar el daño que ocasionamos al niño?.

Otra de las maneras en que surge la búsqueda de placer es cuando hemos pasado por una experiencia satisfactoria y la queremos repetir, es decir, vamos tras lo que sentimos en aquella ocasión. Entonces las personas o las cosas se convierten en un medio para conseguir aquella sensación pasada.

El verdadero placer es aprender, descubrir en el presente, en el ahora ¿qué es el gozo de vivir? y si es necesario de un medio o de un objeto para sentirlo o si el gozo de vivir es inherente a la propia vida y basta con ser conscientes de ello.

A la sociedad, a esta máquina infernal que todos hemos inventado, no le interesa que aprendas a gozar sin necesidad de adquirir nada, porque si eso ocurriera y las personas empezaran a ser felices por si mismos esta máquina infernal se iría al traste y quizás se transformaría en un ser vivo maravilloso.


Creemos que lo mejor que podemos hacer en esta vida es tener un momento de placer, de satisfacción, sentir un orgasmo, sentir una comida exquisita, sentirnos queridos por alguien, sentirnos capaces de algo, sentirnos seguros, en lugar de sentir un momento de paz, de quietud, de serenidad, de silencio y en definitiva de suma belleza y de amor.

miércoles, 11 de mayo de 2011

¿Cuál es la verdadera senda espiritual?

Hay seres humanos que no estando conformes o satisfechos con sus vidas personales intentan caminar por el sendero de la espiritualidad, encontrar su verdadero ser, abrir su conciencia universal, iluminarse o simplemente comprender lo que son de tal forma que dicha comprensión sea ya de por sí una liberación a tanto conflicto, confusión e ignorancia.

Parece obvio a simple vista que el camino de la espiritualidad no va a ser un camino de conocimiento porque si así fuera entonces se podría enseñar cómo se enseña a freír un huevo, a tocar el piano o a hablar un idioma. De hecho dicho camino no se sabe a dónde conduce, no se sabe que hay al final del mismo, y por lo tanto no puede ser un logro como tal. Si nosotros sabemos lo que hay al final y tratamos de conseguirlo, entonces ese no es un camino espiritual sino un camino egocéntrico.

Sin embargo y siendo honestos deberíamos decir que gran parte, por no decir casi todo, de los movimientos o escuelas espirituales se basan en el camino hacia un logro, en el conocimiento de dogmas, rituales, oraciones, mantras, formas de vestir, lugares donde reunirse, libros que leer, personas con las que juntarse, etc.

Las personas intentan tener una experiencia espiritual a través de las palabras que otros les han indicado o intentan conseguir algún tipo de estado mental a través de alguna práctica como el yoga, la meditación, la oración o la lectura de libros. Todo ello (experiencia, práctica, disciplina, dedicación, logro) suena a puro conocimiento, aunque en este caso se llame espiritual, y debemos ser claros y precisos en este asunto tan delicado pues el camino espiritual no es un camino de conocimiento, aunque también se llame del conocimiento de uno mismo, sino que es más bien un camino de percepción y un camino de observación.

Solo hay un camino espiritual, solo hay un espíritu, solo hay una verdad. Cada ser humano puede caminar por una única senda espiritual que le conduce a la verdad y dicha senda espiritual está impregnada de soledad, de una soledad que va siendo más y más profunda en la medida en que se observa. Existen multitud de sendas que fluyen en un único camino espiritual que es el espíritu mismo del amor a la verdad.

Hay millones de formas de escapar de nuestra senda espiritual y solo una forma autentica de encararla. Es una senda que requiere libertad para ser andada y en este caso la libertad no se encuentra al final o en mitad del camino sino al principio del mismo, porque si no se es libre para mirar entonces siempre estaremos viendo lo que proyectamos. Libres para mirar nuestras cadenas, libres para cuestionar nuestras verdades u opiniones, libres para cuestionar nuestros temores y más profundos deseos, libres para ser honestos. La libertad ya es el principio de la soledad, y ello a su vez es una manifestación de la belleza.

Para caminar por nuestra senda espiritual no es necesario pertenecer a un grupo determinado, no es necesario conocer o visitar lugares santos, no es necesario orar o alabar a seres espirituales, no es necesario dejar lo que estamos haciendo o renunciar a nuestras relaciones, cambiar nuestra forma de vivir y empezar en un nuevo lugar de una forma nueva. Todo ello son formas de autoengaño.

Para caminar por nuestra senda espiritual es necesario comprender lo que somos en el espejo de la relación. Por ello la observación o la meditación han de ser vividas desde lo cotidiano, en el seno familiar, con los vecinos, en el trabajo o caminando solos por el monte y no es exclusivo de lugares preciosos con olor a incienso y cómodos cojines donde más bien se dificulta la verdadera meditación.

Si queremos caminar por esa senda espiritual hemos de desprendernos de todo conocimiento espiritual o psicológico y dar lugar a percibir todo aquello que la vida nos muestra en el camino a la verdad.

La verdadera senda espiritual comienza cuando el discípulo encuentra a su maestro, a ese maestro que hay en uno mismo.

lunes, 9 de mayo de 2011

¿Cómo sabemos cuando hemos de tener un hijo?

Los seres vivos en general tienen descendencia según sus instintos naturales. Toda especie tiende a sobrevivir y, de alguna forma, evolucionar adaptativamente al medio en el que vive. Eso quiere decir que una especie limitaría su población si ello pone en peligro su propia existencia.

Los seres humanos, que también somos animales, hemos perdido gran parte de nuestro instinto al potenciar o dar importancia a nuestra memoria, a nuestra experiencia y en definitiva a esa capacidad de razonar a través del pensamiento.

Nuestra especie trae hijos al mundo por descuido, por interés o por amor/instinto.

Traer hijos al mundo por descuido es cuando una mujer se queda embarazada sin que los progenitores lo deseen o porque deseen no tenerlo. Algo que es cierto, por mucho que la sociedad diga lo contrario, es que cuando los seres humanos llegamos a ser fértiles apenas sabemos nada de lo que eso supone.

Normalmente se traen hijos al mundo por puro interés y por esa razón pasamos en la antigüedad de ser grupos pequeños y estables de cazadores/recolectores a ser grupos grandes e inestables de explotadores y expoliadores. Quizás esto nunca lo admitamos y sigamos creciendo hasta nuestra extinción.

Hoy en día las personas en general quieren tener hijos porque desean realizarse como padres, tener descendencia que herede sus propiedades y valores, y de alguna forma perpetuarse a través de los hijos. Queremos hijos perfectos según una idea de perfección totalmente superficial basada en el aspecto y en la capacidad intelectual, y que por supuesto se parezcan a uno mismo.

¿Qué sería traer un hijo por amor? El amor no es un descuido ni es interés personal y surge cuando hay cuidado y afecto por los demás. Y ese cuidado y afecto empieza por uno mismo.

Una persona descuidada, propensa a la enfermedad, con hábitos poco saludables, con problemas de relación y conflictos con lo que es no puede percibir el amor por mucho que se lo imagine.

Sin embargo si esa persona se da cuenta que todo ello es un desatino inmaduro, que está matándose, que su forma de vivir es deprimente, entonces podrá dar a luz al menos a un hijo, a ese que lleva dentro desde que nació. Será entonces cuando se dé cuenta que ha de crear su propio hijo.

Nacer significa aprender, pasión por aprender, una inmensa curiosidad que le transforma a uno en cada instante de una forma tan veloz que da vértigo. Entonces tener un hijo es parte de esa corriente que barre todo condicionamiento y descubre la vida como algo puramente gozoso.

Somos seres con una tremenda ternura que no necesita poseer para estar unido a los demás y que puede afectar a su propia existencia y a la de los demás si permitimos ser una expresión de esa belleza en libertad que supone el amor.


Criar un hijo es criar el mundo, no es aislarse en un sentimiento mezquino y protector de algo nuestro. Besar a un hijo, cuidar a un hijo, hablar a un hijo es hablar a todos los hijos del mundo sin contradicción alguna, entonces surgirá en nosotros un sentido de responsabilidad que todo lo abarca y lo comprende.

jueves, 5 de mayo de 2011

¿Que sostiene nuestra vida?


El ser humano se mueve en la vida según sus razones, sus valores, sus creencias o según sus ideales. A simple vista pareciera que cualquier energía que nos impulsa a relacionarnos se basa en algún propósito, interés o idea.

He conocido personas que tiraron la toalla y solo les queda morir, que poco a poco van muriendo o se van matando porque no han encontrado razón alguna que sostenga su vida. Ellos mismos van enfermando y consumiendo toda esa belleza que hay en su ser.

Todo ello me hace cuestionar sobre las razones que nos impulsan a vivir y relacionarnos con el mundo. Hablando con un amigo me decía que había miles de razones por las que merece la pena vivir y entre ellas estaban: sentirnos felices, saborear los placeres de la vida, llegar a realizarnos, encontrar la paz o la iluminación, alcanzar las metas que uno se proponga, etc.

De alguna forma encontramos una gran energía en las ilusiones, en los deseos o en la esperanza y por otra parte perdemos toda esa energía en las desilusiones, en las frustraciones y en el sufrimiento.

Da la sensación que cualquier razón que impulsa nuestra vida hacia un logro lo que está consiguiendo es perder lo que se está dando durante el transcurso que se consigue el deseado logro, es decir, puede ser que las ilusiones, los deseos y las esperanzas más que impulsarnos a vivir puede que estén impulsándonos a morir, que no nos estén permitiendo vivir y nosotros no nos estemos dando ni cuenta.

Quizás lo que esté diciendo sea una burrada pero siento que la vida no se sustenta ni en las razones, ni en los deseos, creencias, ideas, etc. De hecho por mucho que el ser humano ha intentado crear la vida a través de su conocimiento lo único que ha conseguido es complicarse la vida aún más.

A pesar de la torpeza del ser humano, a pesar de su arrogancia, a pesar de su egoísmo, la vida se sigue sosteniendo. Pero ¿qué es lo que permite que la vida sea?

¿Qué es la vida?

No necesitamos que ningún entendido especialista en alguna rama del conocimiento nos explique o nos enseñe lo que nosotros mismos somos, porque estaremos todos de acuerdo que nosotros somos la propia vida en toda su expresión. Lo único que necesitamos es mirarnos o sentirnos y descubrir aquello que está tan cerca de nosotros mismos.

¿Qué somos y como se sostiene?

Mientras me hacía esta pregunta he dejado de escribir, he salido de casa y me he puesto a caminar por la finca donde vivo sintiendo el cantar insistente de los pájaros, he visto a las lagartijas corretear al encuentro con mis pasos, he sentido todo ese manto de colores que todo lo impregna con una hermosura única en cada lugar, he visitado a un vecino que vive inmerso e integrado en su finca como si se tratara de una planta o de un animal mas y hemos hablado un rato sobre ¿qué es lo que hace que la viva se sostenga?, mientras acariciábamos a un joven caballo que comía yerba, dos gatos jugueteaban, unas gallinas con sus respectivos gallos picoteaban la tierra y la fruta que yacía en el suelo, y unas cabras mordisqueaban las ramas bajas de un olivo viejo.

Jesús, que es el nombre de mi vecino, enseguida ha contestado que lo que sostiene la vida es la relación porque si no fuera por él y por su dedicación ninguno de los animales que nos rodeaban existirían. Entonces yo le he recordado cuantas veces me ha dicho que los animales le dan con creces todo el esfuerzo que les dedica y que con ellos se siente unido a la naturaleza y a la vida.

La vida es relación. No somos seres aislados que se relacionan. Los seres que se sienten separados, que se identifican consigo mismos, que creen ser seres únicos, no están relacionados si no que más bien utilizan la relación para aprovecharse, para poseer, para aislarse aún más.

Las razones para vivir surgen de nuestro pasado, de nuestra memoria, del interior de nuestro cerebro y se muestren como se muestren nunca percibirán que la verdadera razón que sostiene la vida está fuera de ese limitado y ciego cerebro personal, que la razón de vivir está en el otro y no en uno mismo.

Nosotros somos la relación misma con cada expresión de la vida porque en definitiva somos la vida misma y lo que sostiene esa vida es la compasión, la pasión que surge de la relación como una fuente de afecto y respeto.

domingo, 1 de mayo de 2011

Dios

No sé hasta qué punto uno puede tener la osadía de preguntarse seriamente acerca de Dios. ¿Qué es Dios o cual es el significado de esa palabra tan intencionadamente utilizada a lo largo de la historia de la humanidad? ¿Existe algo sagrado en este mundo en el que vivimos?

Para empezar uno debe darse cuenta que Dios no necesita del ser humano para expresarse, o dicho de otra manera, que la palabra del ser humano no es la palabra de Dios. Hablar en nombre de Dios no solo es una tremenda osadía sino que a su vez es muestra de una gran arrogancia e ignorancia.

¿Qué relación hay entre Dios y el ser humano?

Las personas solemos dirigirnos a Dios para rezar, suplicar, alabar, agradecer, maldecir, pero uno duda si ese dios al que rezamos o maldecimos sea realmente Dios o es más bien una invención hecha a nuestra imagen y semejanza o ajustada a nuestra necesidad de implorar, jurar, o maldecir y en ese sentido el ser humano no tiene relación alguna con Dios.

¿Cuál es la cualidad de una mente que se pregunta acerca de Dios?

Una mente condicionada por la creencia, por el sufrimiento, por el temor, por el deseo, por el logro de metas satisfactorias o placenteras, no se pregunta seriamente acerca de Dios sino que dios es un escape de su pobreza psicológica y de su desesperación.

Cuando la mente ha encontrado su limitación, cuando el pensamiento ocupa el lugar que le corresponde, y solo queda lo que es sin movimiento alguno, es entonces cuando surge esa belleza que da lugar a una inteligencia que es pura percepción y acción. De ahí nace el amor como ese vínculo que todo lo une y lo relaciona en una única verdad. Y esa mente se pregunta ¿es este amor lo que brota de la fuente de todas las cosas o es el amor la propia fuente?