domingo, 15 de mayo de 2011

¿Cómo hacemos frente a las enfermedades?

No nos gusta que nos pase nada malo, no nos gustan las enfermedades, de ningún modo aceptamos que nuestro cuerpo sufra algún percance que le haga ser inválido y por supuesto lo que peor llevamos es el pensar que podemos morir.

Somos seres muy contradictorios pues por una parte nos disgustan las enfermedades y por otra parte hacemos lo posible por enfermar.

De alguna forma hemos aprendido a resistirnos y no aceptar las enfermedades. Nos entristece cuando nos dan una mala noticia sobre una enfermedad de algún familiar y enseguida nos compadecemos de las personas enfermas.

¿Qué es lo que nos impide aceptar lo que es, según ha venido, y hacer lo mejor de nosotros mismos para continuar viviendo y gozando de la vida?

¿Ayuda en algo el entristecernos o deprimirnos cuando tenemos una enfermedad?, lo que normalmente ocurre es que empeoramos la situación. Sin embargo sintiéndonos dichosos de todo lo que la vida nos ofrece puede que afecte a nuestra enfermedad de una forma sanadora.

Esta vida es para aprender todo aquello que se nos presenta y no es para aprender lo que a uno le dé la gana. El aprender, la atención o la observación no pueden ser dirigidas hacia algo sino hacia lo que sucede en cada instante y en ese sentido no existe la distracción.

Nuestra forma de vivir maltrata de forma continua al cuerpo. Consumimos por placer o por gusto y no lo hacemos por nuestro bienestar. Nos agujereamos las orejas o la nariz, nos tatuamos, nos teñimos el pelo, nos pintamos las uñas, porque queremos tener una imagen frente a los demás, queremos distinguirnos, sentirnos diferentes y contra más cosas hacemos para distinguirnos aún más nos parecemos a los demás.

Nos operamos del pecho, hacemos dietas de adelgazamiento, comemos y bebemos en exceso, vestimos de forma poco cómoda, y todo ello porque queremos mostrar una imagen de nosotros mismos.

Nosotros no somos una imagen, no necesitamos de una imagen, no necesitamos vendernos. Necesitamos sentirnos tal y como somos y gozar de toda la belleza que ello encierra.

Tenemos una mente, un pensamiento, que esclaviza al cuerpo y hace con él todo tipo de abusos. El cuerpo siempre está intentando restablecerse, siempre trata de estar sano y en equilibrio, es su inteligencia propia, es su naturaleza.

¿Por qué no permitimos que el cuerpo se exprese sin necesidad de nuestra intervención psicológica de cómo han de ser las cosas?

Pensamos que el cuerpo es tonto, que no es nada sin una mente que lo dirija, y de esa forma llega un momento en que el cuerpo se deteriora e irremediablemente es dañado.

El cuerpo no entiende de enfermedades, él solo sabe que cuando algo no está en el orden natural establecido, lo que hace es poner todo su empeño y energía en restablecer dicho orden. La verdadera enfermedad es una actitud psicológica de uso del cuerpo sin respeto y sin permitir que sea él quien determine lo que comer, lo que pensar, lo que sentir o lo que hacer.

Nosotros no somos otra cosa más que el cuerpo y cualquier idea al respecto de nosotros mismos no forma parte de nosotros sino que es algo ajeno que se nos ha impuesto a través de la educación y de todos los medios de explotación de la sociedad.

¿Quién soy yo? Al cuerpo le da igual todas esas elucubraciones mentales y lo que realmente le importa es su armonía. En ese sentido hemos de comprender que no somos diferentes de la enfermedad misma, que no podemos tratar a la enfermedad como si se tratara de algo separado de nosotros.

La armonía del cuerpo está relacionada con el medio en el que vive, con la naturaleza, y si pierde su relación con ella entonces se pierde a sí mismo.

El pensamiento no puede dirigir nuestra vida. Hoy en día el pensamiento decide si reír o llorar, alegrarse o entristecerse, según interpreta la realidad. El pensamiento decide si matar al vecino por venganza o ayudar al tercer mundo en una ONG, decide seguir atesorando dinero toda una vida o deprimirse porque las cosas no han salido como él esperaba.

Esta dictadura del pensamiento es lo que nos enferma y es lo que no permite que sanemos por mucho que el cuerpo hace todo lo posible e imposible por curarse. En este sentido nos gusta ser víctimas y reclamar ayuda ajena o nos gusta ser arrogantes e ir ayudando a los demás.

El sentimentalismo también dirige nuestra vida haciendo de nuestras relaciones un derroche de energía donde las emociones poco a poco nos van enfermando. En esta actitud surge el apego, la dependencia y la consecuente explotación.

Otra cosa que dirige nuestra vida es esa actitud de estar siempre haciendo algo, siempre con el temor de no poder ganarnos la vida que nos hace atesorar de una forma burguesa o siempre llenando espacios mentales con nuevas ilusiones, deseos o entretenimientos.

El pensamiento, el sentimiento y la acción han de caminar juntos de la mano de la profunda inteligencia del cuerpo y de esa forma surgirá esa armonía con la que relacionarse con el resto de la humanidad y con la naturaleza.

La inteligencia del cuerpo es percepción de lo que es sin nombrarlo, sin juzgarlo, aprendiendo el lenguaje de los hechos y dejando a un lado cualquier idea que no permita tocar la realidad tal y como es, entonces el cuerpo se sana y no hay enfermedad que se resista, incluso aquella que el ser humano padece con el nombre de condicionamiento egocéntrico y que origina un sinfín de otras enfermedades.

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