lunes, 9 de mayo de 2011

¿Cómo sabemos cuando hemos de tener un hijo?

Los seres vivos en general tienen descendencia según sus instintos naturales. Toda especie tiende a sobrevivir y, de alguna forma, evolucionar adaptativamente al medio en el que vive. Eso quiere decir que una especie limitaría su población si ello pone en peligro su propia existencia.

Los seres humanos, que también somos animales, hemos perdido gran parte de nuestro instinto al potenciar o dar importancia a nuestra memoria, a nuestra experiencia y en definitiva a esa capacidad de razonar a través del pensamiento.

Nuestra especie trae hijos al mundo por descuido, por interés o por amor/instinto.

Traer hijos al mundo por descuido es cuando una mujer se queda embarazada sin que los progenitores lo deseen o porque deseen no tenerlo. Algo que es cierto, por mucho que la sociedad diga lo contrario, es que cuando los seres humanos llegamos a ser fértiles apenas sabemos nada de lo que eso supone.

Normalmente se traen hijos al mundo por puro interés y por esa razón pasamos en la antigüedad de ser grupos pequeños y estables de cazadores/recolectores a ser grupos grandes e inestables de explotadores y expoliadores. Quizás esto nunca lo admitamos y sigamos creciendo hasta nuestra extinción.

Hoy en día las personas en general quieren tener hijos porque desean realizarse como padres, tener descendencia que herede sus propiedades y valores, y de alguna forma perpetuarse a través de los hijos. Queremos hijos perfectos según una idea de perfección totalmente superficial basada en el aspecto y en la capacidad intelectual, y que por supuesto se parezcan a uno mismo.

¿Qué sería traer un hijo por amor? El amor no es un descuido ni es interés personal y surge cuando hay cuidado y afecto por los demás. Y ese cuidado y afecto empieza por uno mismo.

Una persona descuidada, propensa a la enfermedad, con hábitos poco saludables, con problemas de relación y conflictos con lo que es no puede percibir el amor por mucho que se lo imagine.

Sin embargo si esa persona se da cuenta que todo ello es un desatino inmaduro, que está matándose, que su forma de vivir es deprimente, entonces podrá dar a luz al menos a un hijo, a ese que lleva dentro desde que nació. Será entonces cuando se dé cuenta que ha de crear su propio hijo.

Nacer significa aprender, pasión por aprender, una inmensa curiosidad que le transforma a uno en cada instante de una forma tan veloz que da vértigo. Entonces tener un hijo es parte de esa corriente que barre todo condicionamiento y descubre la vida como algo puramente gozoso.

Somos seres con una tremenda ternura que no necesita poseer para estar unido a los demás y que puede afectar a su propia existencia y a la de los demás si permitimos ser una expresión de esa belleza en libertad que supone el amor.


Criar un hijo es criar el mundo, no es aislarse en un sentimiento mezquino y protector de algo nuestro. Besar a un hijo, cuidar a un hijo, hablar a un hijo es hablar a todos los hijos del mundo sin contradicción alguna, entonces surgirá en nosotros un sentido de responsabilidad que todo lo abarca y lo comprende.

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