La vida está llena de hermosura. Ver cómo surge
ese sol anaranjado por entre las brumas en el horizonte, sentir el olor a mar
mientras la brisa de la mañana acaricia tu rostro, mirar como brotan esos
diminutos brotes blanquecinos con tintes rosáceos en las ramas secas del viejo
roble, sentir los reflejos ondulados de la luna sobre el lago mientras una
estrella fugaz atraviesa el firmamento.
Cuando un niño nace, nace la vida. Es algo
profundamente hermoso que la vida resurja de sus propias entrañas y nos muestre
toda su expresión con el propósito vital de sostenerse, de desarrollarse, de
vivir.
También es parte de esa hermosura ver a esos
padres entregados, absortos en el cuidado del recién nacido, llenos de ternura
y afecto, con una gran pasión por cumplir ese cometido que la vida les ha ofrecido.
Y es tal el nivel de responsabilidad que adquieren los padres que llegan a dudar
de si sabrán hacerlo bien a pesar de poner todo su empeño.
En ese tipo de relación no se distingue muy bien
donde termina uno y donde empieza el otro porque en definitiva el recién nacido
es parte de sus padres. Parece lógico, o producto del más profundo instinto,
que lo que nace de uno es uno mismo. A partir de ese momento uno tiene la
oportunidad clara de sentirse más allá de los límites de su piel y perder ese
sentimiento de individualidad que nos separa de cualquier otra persona.
Es una gran belleza ver a esos padres como
disfrutan y gozan con sus pequeños bebes mientras interactúan con ellos con
caricias, palabras, juegos y miradas llenas de ternura, ofreciéndole lo mejor
de ellos mismos.
De la misma forma el recién nacido les entrega
lo mejor de él, su vulnerabilidad, su inocencia, su hermosura, su fuerza y su
sabiduría. Él les enseñará todo lo que ellos estén dispuestos a aprender si
saben escuchar porque ese recién nacido es como espejo donde ellos pueden
verse. Es una gran oportunidad para aprender y madurar, distinguiendo lo
importante de lo superfluo. Es él quien nos está enseñando a amar.
¿Por qué no mantenemos relaciones tan verdaderas
y profundas con el resto de los humanos? ¿Qué nos impide tratar a las demás
personas de igual modo, con cuidado, con afecto, con entrega y con
responsabilidad? Nada ni nadie nos impide que ese amor que sentimos por nuestro
hijo lo sintamos por las demás personas.
No convirtamos el amor en algo posesivo y en
lugar de relacionarnos con un hijo nos relacionemos con un objeto de nuestra
posesión donde proyectemos nuestras carencias, ansiedades, neuras e ignorancia.
El amor no es patrimonio de padres e hijos ni
tampoco es algo efímero que se desvanece en unos meses de crianza. El amor es
eterno, no depende del tiempo, es una muestra de belleza y una expresión de esa
inteligencia que está más allá de lo personal. El amor nos hace estar unidos,
tener una visión de nosotros mismos sin límites y construir una vida llena de
creatividad y compasión.
jajaj ke bobada necesitaba una tarea no un verso.
ResponderEliminarno es verdad pues un verso no sirve para tareas si no para lo mas importante que es la vida
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