domingo, 5 de julio de 2020

El darse cuenta y la meditación

La observación comienza con el darse cuenta de aquello que nos rodea, de la naturaleza, de los objetos, de las personas, de los sucesos, es decir, de todo aquello que es externo a nosotros. En ese darse cuenta solo hay un constatar que ello existe, que está ahí y que uno puede verlo, sentirlo o tocarlo. Puede ser que vivamos una vida tan inconsciente que ni siquiera nos demos cuenta del mundo que nos rodea, que no seamos sensible a lo que hay a nuestro alrededor o que nuestros pensamientos con sus preocupaciones ocupe todo el campo de nuestra percepción. En ese caso estamos destinados al choque con las cosas o las personas sin darnos la oportunidad de fijarnos que aparte de nosotros también existen otros seres.

Después de darnos cuenta del mundo que nos rodea, de las paredes de la habitación y de los cuadros colgados en ellas, de la televisión, de los objetos encima de la encimera, de los muebles y del espacio que ocupan, podemos darnos cuenta de cómo miramos las cosas y de nuestra reacción al verlas. Es decir, es posible observar una silla y ver que enseguida reaccionamos expresando que necesitamos cambiar de sillas porque ya estamos hartos de las mismas, pues han pasado de moda o ya están viejas y medio rotas, o porque me gustaron unas que vi en un escaparate. Por un lado está el darse cuenta de la silla y por otro está el darse cuenta de mi gusto o disgusto de la silla, del valor y la emoción asociada a la silla. Aunque éste segundo darse cuenta parece fácil de entender no lo es tanto practicarlo o llegar a vivir con ello, dándonos cuenta de nuestras reacciones, de nuestro interior.

Darnos cuenta de una persona es algo fácil, pero darnos cuenta del sentimiento que surge al verla es algo que no es tan fácil ya que tendemos a ser inconscientes de nosotros mismos. En ese sentido cuando tenemos un problema siempre tratamos de resolverlo intentando cambiar lo exterior y nunca solemos cuestionamos a nosotros mismos para ser conscientes de los prejuicios, obsesiones o insensibilidades que mostramos al relacionarnos. Hacernos conscientes puede ser la mejor herramienta a la hora de intentar comprender o resolver un problema.

Cuando nos vamos dando cuenta de nuestro interior surge la actitud de querer cambiarlo y entonces perdemos el verdadero sentido de darnos cuenta. De igual modo que nos damos cuenta de un árbol también nos damos cuenta de que no nos gusta porque nos impide las vistas al mar y si estuviera en nuestra mano lo cortaríamos. Suele ocurrir que al darnos cuenta de nuestra insensibilidad respecto del árbol nos digamos a nosotros mismos que eso no está bien pensarlo e intentemos pensar de un modo distinto, entonces el darnos cuenta de nuestra insensibilidad se ha esfumado y hemos perdido el sentido que tiene hacernos conscientes de nuestras reacciones. Si al ser conscientes de nuestra insensibilidad tratamos de ser sensibles, sin darnos cuenta lo que conseguimos es expresar una mayor insensibilidad aunque creamos todo lo contrario. Otra actitud diferente sería preguntarnos por qué somos insensibles ante el árbol, una persona, un niño o un pensamiento. ¿Por qué somos insensibles? Insensible significa que no lo vemos, que no lo queremos tocar, ni oler, queremos que desaparezca. ¿Por qué queremos que un árbol o una persona desaparezcan? Seguramente esas cosas o personas representan un impedimento para nuestros deseos, para nuestra seguridad, para nuestra identidad y nos sentimos temerosos de no conseguir lo que queremos. En definitiva nos damos cuenta de que estamos atados a la experiencia vivida, a las influencias que hemos adquirido, a las heridas padecidas, etc. Al cuestionar nuestra insensibilidad es bastante posible que lleguemos a comprenderla, pero tratar de ser sensibles es un escape para continuar con ella e incluso reforzarla.

Por tanto, hemos visto que tenemos el darnos cuenta del mundo exterior y tenemos el darnos cuenta del mundo interior. La consecuencia de no darnos cuenta de nada es una vida insensible llena de problemas y sin posibilidad de hacer nada al respecto porque no vivimos mirando lo que nos rodea o lo que sentimos. Pero si comenzamos a damos cuenta de lo que nos rodea nos haremos sensibles a ello, y si nos damos cuenta de cómo reaccionamos nos haremos sensibles a lo que no rodea y nos conoceremos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, y de ese modo también conoceremos a las demás personas, ya que uno no es muy diferente psicológicamente del resto.

También hemos visto que si vemos algo que nos parece erróneo en nuestra forma de observar en lugar de tratar de corregirlo debemos intentar indagar en ello o simplemente dejarlo hasta que nuestra visión de ello sea más amplia.

Una persona que recorre este hermoso camino del darse cuenta inevitablemente se convierte en alguien sensible y puede llegar un momento en que se pregunte si es posible vivir sin reaccionar. Pero ¿Por qué surge esa pregunta? ¿Qué pretende la pregunta? Si no reaccionáramos ante lo que vemos es que estaríamos muertos. Un ser vivo reacciona, su reacción en su vitalidad, no obstante una persona que tiene la visión o los sentidos limitados suele reaccionar inapropiadamente porque deforma la realidad que observa. Las reacciones nos permiten darnos cuenta de nuestro interior, pero querer terminar con las reacciones es otra reacción más. El darnos cuenta de algo no tiene mayor propósito que constatar su existencia. Estamos tan cargados de valores sobre todo las cosas que nos parece extraño actuar de algún modo indiferentes ante lo que observamos. La indiferencia ante lo que vemos no significa que despreciemos o no nos demos cuenta de ello sino que no reaccionamos ni positiva ni negativamente al verlo.
La sensibilidad se adquiere como una consecuencia o efecto del darnos cuenta de lo que es, de aquello que nos rodea y también de lo que sentimos, hacemos o pensamos, pero ello no lleva implícito adquirir conocimiento o experiencia alguna. Nos hacemos sensibles en la medida que percibimos y se abre la mente para recibir lo que sucede tal y como sucede. Pretender algún propósito en el proceso de observación niega e impide la observación y el darse cuenta. En general cuando tenemos un propósito está tan dirigido a una meta que nos hace insensibles a cualquier cosa que no sea el objetivo y el camino que hemos trazado hacia el mismo.

Llegar a ser es una reacción ante la idea de que no somos, somos imperfectos, nos queda mucho por alcanzar o conseguir, y no nos permitimos descubrir cómo somos y que hay detrás de toda nuestra apariencia condicionada. Quizás no nos importa saber que nuestro cuerpo tiene una inteligencia extraordinaria que permite fluir la sangre, alimentar las células, hacer la digestión, crear emociones, pensar, y preferimos creer que es nuestra mente o espíritu quien es realmente inteligente y quien debe poner la atención allá en donde cree conveniente. Nos importa lo que piensan los demás sobre nosotros, lo que podemos lograr en el futuro, o el placer de ser apreciados a través de nuestros éxitos, pero poco nos importa el cuerpo cuando hacemos un uso del mismo bastante negligente. La inteligencia del ser humano se ha convertido en soberbia, en vanidad, se cree poseedor de experiencia y de bienes cuando nada de ello será sostenible a largo plazo. La vida de cualquier ser humano tiene una enorme carga inconsciente que se ha ido acumulando para olvidar y no darse cuenta de todo aquello que no ha sabido resolver o terminar.
Cuando nos damos cuenta del mundo que nos rodea y de nuestras reacciones al mismo observamos que ambas cosas son una misma, es decir, el mundo que vemos es uno mismo y uno mismo es el mundo. En este sentido es posible conocerse uno mismo a través de lo que observamos y en especial al observar a otras personas que como nosotros reaccionan ante lo que ven sin ser conscientes de ello.

Pero aparte de darnos cuenta de nuestras reacciones también hemos de poder observar las partes más ocultas de nuestra mente, es decir, toda esa carga inconsciente en donde residen nuestros miedos más profundos, como el miedo a la muerte, o nuestras heridas más horribles, como experiencias sufridas en la infancia. Para que el inconsciente aflore y nos hagamos conscientes del mismo antes hace falta que la mente consciente haya barrido su casa, se haya dado cuenta de sus reacciones y ahora se encuentre realmente tranquila y serena para recibir las turbulencias de las profundidades del inconsciente.

En este sentido quizás sea conveniente introducir la palabra meditación para describir una observación de naturaleza distinta a la habitual en donde la mente comienza con darse cuenta del mundo exterior e interior y comprende que cada uno de ellos es un reflejo del otro. Pero la meditación no solo es darse cuenta sino conlleva una observación desde lo más superficial hasta lo más profundo, desde lo conocido hasta lo desconocido. No obstante, es preciso dejar claro desde un principio que la meditación no puede ser un acto consciente o deliberado producto de la voluntad, pues la propia voluntad es así mismo observada y cuestionada.

Tenemos tendencia ante cualquier pregunta o suceso reaccionar con una respuesta rápida, lo cual implica que más que interesados por la pregunta estamos más interesados en nosotros mismos, en expresarnos para mostrar una imagen determinada.

Una actitud meditativa es aquella que busca la respuesta de la pregunta en la propia pregunta porque comprende que el conocimiento o la experiencia adquirida en relación con la pregunta no nos permiten aprender lo que la pregunta trata de comunicar.
En toda meditación el yo, que es el meditador, queda expuesto de tal manera que en el transcurso de la meditación el yo desaparece dando lugar a un espacio infinito de donde surge la verdad.

Normalmente tenemos tendencia a juzgar, criticar o calificar lo que vemos de tal modo que nos da la sensación que lo comprendemos, pero ello lo único que muestra son nuestros prejuicios al respecto de lo que vemos. Al calificar o juzgar nos separamos de aquello que observamos como si fuéramos diferentes y esa reacción ya no nos permite descubrir hasta qué punto eso que observamos no es más que nuestro propio reflejo, un aspecto más de nuestro carácter.

La meditación puede ser aplicada en cualquier situación de la vida cotidiana, en las relaciones humanas, en los conflictos, en las emociones, en nuestros actos o en el propio pensamiento. Pero en donde la meditación tiene un especial sentido es en aquello que no se ve a simple vista, que no es posible conocer, que está más allá del propio pensamiento. Nadie conoce nada sobre la muerte salvo que morimos, pero todo aquello que se piensa sobre ella no son más que especulaciones como reacción a nuestro miedo hacia la misma. Tampoco sabemos mucho sobre el amor, sobre la compasión, algo que solemos asociar al deseo, al sexo, al apego. De igual modo hablamos de belleza como algo aparente o de inteligencia como una capacidad intelectual, pero nada de ello es posible experimentar a través de las palabras, de las ideas adquiridas, y el único camino posible es con la meditación. La meditación es un estado de la mente en el que surge la percepción de lo que es, y por tanto la mente puede experimentar la muerte si necesidad que la persona tenga que morirse, o puede experimentar la belleza sin que le hagan una operación estética, o puede experimentar la inteligencia sin obtener ninguna capacidad extraordinaria añadida.

Aunque es absolutamente absurdo hablar de meditación como un proceso mecánico, no obstante con el objeto de comunicar su naturaleza podemos decir que comienza con el darse cuenta del mundo exterior, de la situación actual que vemos respecto de los conflictos mundiales o locales, y también por el enorme sufrimiento que pasa la humanidad. Desde ahí es posible ver, darnos cuenta de que esos mismos conflictos y sufrimientos están en las vidas personales, es decir que el mundo y el individuo son un reflejo el uno del otro. A partir de ahí es posible observar que el individuo ha intentado cambiar el mundo para cambiarse a sí mismo y nunca lo ha conseguido. Ha creado ideologías, creencias, sistemas políticos y religiosos, sociedades mercantiles, pero nada de ello ha terminado con los conflictos y el sufrimiento. Hemos creado nacionalidades, nos hemos independizado del imperio o del gobierno tirano, pero más pronto que tarde hemos vuelto a la misma tiranía o gobierno con una cara distinta. También el individuo ha intentado cambiarse a sí mismo, ha ayunado, ha estudiado, se ha esforzado de una y mil maneras, ha intentado no pensar, se ha encerrado en una cueva o en un templo, pero en esencia su mente no ha cambiado nada.

¿Qué hará posible un mundo de afecto y bondad? ¿Cómo será posible que el individuo se libere del condicionamiento psicológico?

Si al contestar estas preguntas damos respuestas rápidas es que estamos reaccionando ante de ellas desde nuestro condicionamiento. Más bien parece que no tenemos la paciencia ni la humildad suficiente para hacer frente a lo que desconocemos, siempre creemos que es nuestra experiencia o conocimiento lo que nos va a responder a cualquier pregunta. Pero es bastante erróneo creer que el pensamiento, con su experiencia, va a poder responder a preguntas que van más allá de lo mecánico y que están relacionadas con la vida y las relaciones humanas. En general en el preciso momento que observamos un problema ya sabemos conceptualmente como negarlo, pues creemos que expresar su opuesto es la solución al mismo. Cuando el problema es la violencia la solución es la no violencia, cuando es odio la respuesta es amor, cuando es miedo debemos ser atrevidos, y no nos damos cuenta que el atrevimiento es una forma de miedo. Por esa razón normalmente cualquier respuesta rápida no es más que una reacción de escape enunciando el puesto. El opuesto puede ser –yo no soy de esa manera- -yo no soy tu-, etc.

Es más importante cómo abordamos una pregunta que la contestación que ansiamos dar. Una pregunta esencial solo puede responderse cuando se percibe su naturaleza, aquello que señala, es decir cuando experimentamos la respuesta. Llegaremos a responder qué es la muerte cuando hayamos experimentado la muerte, llegaremos a responder qué es la belleza cuando experimentemos la belleza, en este sentido no hay equivocación posible, no valen las especulaciones, uno puede intentar responder preguntas que nunca llegará a experimentar porque escapa de ellas con ideas, suposiciones, conceptos o conclusiones cuando la única forma de contestarlas es viviéndolas. La única manera de responder al miedo es aceptando que uno es el propio miedo y que no puede hacer nada al respecto salvo conocerlo, observarlo y en el estado de observación se experimenta o se comprende el miedo hasta el punto que la mente ha sufrido una transformación en el miedo. Inventar la valentía o el valor no responde al miedo, y tampoco lo hace pensar que en uno también hay cierto valor ya que eso es un escape. No existen opuestos psicológicos en la mente de uno mismo. El opuesto no es más que una ilusión que nos mantiene entretenidos mientras el hecho continúa actuando. En general las personas vivimos buscando seguridad en nuestra relación con la naturaleza, las personas, las cosas o las ideas. Creemos que echándonos repelente de mosquitos o poniéndonos una determinada ropa nos protegeremos de los peligros de la naturaleza, que estando con determinadas personas nos sentiremos más protegidos, que poseyendo muchas propiedades estaremos más seguros o que compartiendo determinadas ideas o creencias nuestra vida estará más a salvo. Pero a pesar de todo, seguimos sintiéndonos inseguros como si realmente no existiera seguridad alguna. De hecho todos los políticos, leyes y normas del mundo nunca ha traído esa seguridad prometida. Sin embargo, cuando me doy cuenta del hecho de que nada de lo que hago me trae realmente seguridad porque la vida es un continuo cambio, entonces en la percepción de lo que es existe la mayor seguridad. Por el contrario cuando sostengo ideas que chocan con la realidad, tarde o temprano tendré problemas. Reconocer que uno es inseguro y que ir tras seguridad es estúpido, es una percepción inteligente. La inteligencia surge al ver lo falso como falso. Cualquier aspecto de nuestra vida que genera o fomenta la separación entre las personas crea conflicto y por tanto genera problemas, por tanto el yo es la principal fuente de todos nuestros problemas y percibir la falsedad del yo, de su seguridad, es inteligencia. Cuando la mente está atenta a lo que es, y no crea un opuesto o una ilusión, entonces está en el estado más seguro que existe.

¿Qué hará posible un mundo de afecto y bondad? ¿Cómo será posible que el individuo se libere del condicionamiento psicológico? La única respuesta posible será cuando uno mismo experimente una liberación del condicionamiento y haga con su presencia un mundo de afecto y bondad. Podemos hablar siglos pero de nada servirá si uno no ha llegado a experimentar lo que la pregunta trata de comunicar. Para experimentar la pregunta uno ha de estar con ella, vivir con ella, intimar con ella, observar todo el mundo del condicionamiento, la educación recibida, el daño recibido, el afán de poseer, la envidia, la violencia, el temor, la ansiedad, y sin necesidad de crear ningún opuesto como el no condicionamiento, la no violencia, el amor, vivir con la observación de lo que es. Entonces de ahí surgirá la percepción de lo que es sin necesidad de reaccionar, y a partir de ahí surgirá la acción correcta y la liberación del condicionamiento. Es obvio que en ese estado no tiene mucho sentido hablar de haber logrado o de ser consciente de dicho alcance, pues solo el yo utiliza el consciente como una forma de medida, de comparación, lo cual es en esencia puro condicionamiento. Uno se convierte en un ser responsable del mundo en el que vive, de las personas con las que convive, de las cuestiones que surgen, de todos los problemas y conflictos que creamos, es decir, uno se siente con la compasión de responder ante todas esas cuestiones que están relacionadas con la condición humana sin necesidad de hacer de ello algo personal. Creemos que la responsabilidad solo corresponde en el ámbito personal ya que hemos de ser responsables de nuestros hijos, de nuestros familiares, de nuestro trabajo, de nuestras ideas, pero no de los hijos o de las ideas de los demás. De esa manera nadie es responsable de nada, pues mientras estamos siendo responsables de nuestra parcela estamos siendo irresponsables de ese otro resto del mundo en donde sucede lo mismo que en mi intimidad. 

También puede suceder que la pregunta enunciada no tenga respuesta alguna porque sea una pregunta errónea. En este caso la respuesta es sencillamente experimentar la falsedad de la propia pregunta. Si Pregunto ¿Por qué la gente no me quiere, porque el mundo la ha tomado conmigo, porque tengo tan mala suerte? Está claro que más que una pregunta que intenta vislumbrar la solución de un problema, es un problema en sí mismo. Es como decir, la gente no me quiere, yo quiero que me quieran del modo en como yo entiendo el querer, está claro que yo no soy responsable de lo que me pasa, etc.

¿Es posible liberarnos del condicionamiento?

Antes siquiera de intentarlo hemos de ser honestos y ver las distintas formas que tenemos de autoengaño que impiden una liberación. La primera falsedad que sostenemos es cuando nos hacemos una idea del condicionamiento al haber odio hablar sobre el mismo, pero sin haber reflexionado objetivamente al respecto. Adquirimos la idea de que el condicionamiento es algo malo, que nos limita y nos hace la vida más difícil porque nos crea problemas, no obstante es curioso observar que casi nunca se nos ocurre pensar que el condicionamiento es uno mismo, el propio pensamiento fragmentado, el yo, las ideas y creencias que sostenemos, los deseos y la búsqueda de placer, los propósitos cotidianos en donde uno solo quiere satisfacción, etc. Es decir, oímos a alguien hablar del condicionamiento y enseguida creemos en él y en que hay que eliminarlo, pero en realidad nadie ha dicho nada al respecto de eliminarlo sino de ser consciente del mismo y de percibir que el condicionamiento es uno mismo en su totalidad. Ver el hecho de que la idea del condicionamiento nos impide percibir el condicionamiento como un hecho que es observable. El hecho observable es cuando nos hacemos conscientes de que estamos pensando, nos emocionamos, nos alegramos, nos molestamos, deseamos tener lo que otros tienen, o queremos no estar condicionados. La idea que nos hacemos sobre el condicionamiento es puro condicionamiento, por tanto si queremos realmente transformar nuestra vida hemos de distinguir con absoluta claridad que estamos tratando con el hecho y no con la idea.

Otra manera de engañarnos es creer que alguien, alguna persona inteligente y más capacitada que nosotros, va a ayudarnos a liberarnos de nuestra ignorancia. La condición de dependencia es contraria a la actitud de liberación. Cualquier persona se estaría engañando creyendo que está progresando en su liberación o comprensión de sí misma a través de una relación de dependencia con su maestro, amigo o pareja. Estar bajo el amparo de otra persona nos impide ser libres. Podemos mantener una relación afectuosa con alguien que muestra cierta sensibilidad y al escucharle hablar sobre la condición humana estimularnos para mejorar la nuestra personal, pero dicho estimulo es contrario al intento de comprender por uno mismo su propia condición humana. El estimulo, el impulso o la pasión por comprender lo que nos pasa y la necesidad real de transformarlo han de surgir en la propia mente de uno mismo. De lo contrario es como un padre que le enseña a su hijo la necesidad de enfrentarse a su independencia mientras lo está manteniendo dándole dinero continuamente. Está claro que el hijo se sentirá independiente con el dinero del padre y no necesitará plantearse su verdadera independencia.

Otra forma de engaño que no permite hacer frente al condicionamiento es creer que poco a poco lograremos comprenderlo y desprendernos del mismo. En cuestiones psicológicas no existe el tiempo, es algo inventado para posponer lo que hemos de hacer. Es obvio que tenemos una vida muy ocupada y que apenas tenemos tiempo para nada serio como plantearnos un cambio radical en nuestra forma de entender el mundo y a nosotros mismos, pero habría que pensar si toda esa ocupación no es más que un escape, un expresión del yo condicionado que se toma la posibilidad de cambiar como una ocupación más. Ni el tiempo, ni lo que hacemos, nos impiden que seamos conscientes y observar el condicionamiento, pues de hecho es en nuestra vida real, en relación con todo, como hemos de observarlo.

Otra manera de engañarnos es pensar que en la medida que nos hacemos conscientes de cómo somos, de lo que pensamos, hacemos o sentimos, vamos cambiando nuestro carácter o forma de ser. No hay nada más absurdo que intentar cambiarse uno mismo, pues lo único que nos cambiará será adquirir conciencia de nosotros. Cuando intentamos cambiarnos se potencia el propio condicionamiento ya que es el yo o condicionamiento que intentar cambiarse a sí mismo. Estamos continuamente midiéndonos, comparándonos con otros o con otros tiempos pasados, y ello en esencia es puro condicionamiento y la mayor prueba de que nuestro propósito es erróneo. La observación sostenida y profunda dará lugar a una transformación mental que nos liberará del condicionamiento, pero todo ello no será más que un efecto secundario que sucederá sin que nos demos cuenta porque en ese estado la conciencia se ha vaciado de su contenido.

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