jueves, 21 de febrero de 2013

¿Quién tiene razón cuando discutimos?


En la sociedad, en la convivencia diaria, hay una manía generalizada de compararnos los unos con los otros y pensar que valemos más, que tenemos más razón, que somos más útiles y capaces o por el contrario llegamos a la conclusión que somos unos inútiles y que nos gustaría saber tanto como esas personas que saben de todo y que hablan con tanta facilidad.

De una forma o de otra valoramos a las personas o a nosotros mismos como si fuéramos objetos.

Desde niños o bien se nos ha dicho que éramos unos inútiles, que no sabíamos nada, o por el contrario se nos ha dicho que éramos perfectos y que este mundo estaba hecho expresamente para nosotros.

Todo ello ha influenciado sobre nosotros y los inútiles nos hemos convertido en seres acomplejados que llegamos a creer que realmente somos un poco tontos en comparación con los demás, lo que nos ha creado a su vez una actitud de indefensión que nos hace inseguros e indecisos. Por supuesto que cuando los demás nos hacen sentirnos inútiles del todo no nos queda más remedio que chillar y maldecir todo lo que hay a nuestro alcance debido al miedo que nos produce sentirnos menospreciados de forma absoluta. Después nos culpamos de la conducta anterior y volvemos a sentirnos inútiles en una rueda psicológica que nunca se resuelve.

Por otra parte los perfectos nos hemos convertido en seres vanidosos, sintiéndonos superiores a los demás, y creyendo que se puede hacer cualquier cosa con tal de conseguir lo que por naturaleza nos pertenece, y da igual que engañemos, que hagamos daño o que los demás piensen lo que quieran. En ese sentido nuestra actitud se muestra con una gran seguridad y capacidad de decisión, convirtiéndonos en seres insensibles a las equivocaciones, poco afectuosos y muy solitarios.

¿Por qué esa manía de decirles a los demás, a nuestra pareja, a nuestro hijo, a nuestra anciana madre, que no sabe hacer las cosas, que son torpes o inútiles? Parece como si gran parte de nuestra atención está dedicada a observar si los demás se equivocan y aprovechamos cualquier oportunidad para  corregirles y decirles, de una forma sibilina, que somos necesarios, que sin nosotros no sabrían llevar sus vidas.

Juzgar, criticar, despreciar, son formas de compararnos con los demás y de poner la bondad de la balanza de nuestra parte. Eso no es más que un signo del mal concepto que tenemos de nosotros mismos y de lo poco que nos sentimos queridos, razón por la cual tenemos que intentar demostrar continuamente nuestra valía y reforzar nuestra imagen.

Utilizamos mucho el concepto de razón, de tener razón, como si tener razón tuviera que ver con la verdad o la realidad. En realidad todo el mundo tiene razón, tiene su razón, porque la razón es algo personal. ¿Cómo se nos puede ocurrir pensar que la razón es algo objetivo?

La razón es producto de mi experiencia y de mis conocimientos y por lo tanto su lógica solo puede tener sentido para mí mismo y no necesariamente para los demás que tienen sus propias razones.

El hecho de que tengamos una mayor capacidad de persuasión o de convencimiento no quiere decir que tengamos más razón, puede ser sencillamente que nuestra razón tiene grandes dotes de manipulación y de astucia.

Si realmente fuéramos inteligentes utilizaríamos la razón de un modo bastante diferente dándonos la posibilidad de razonar de una forma impersonal, es decir, si hablamos de la conducta determinada de una persona hemos de dejar a la persona a un lado y considerar únicamente la conducta porque de lo contrario estaremos confundiendo una simple conducta con todo lo que pueda significar un ser humano. Y además cometemos el error intencional de hablar de la conducta para manipular a la persona, lo cual no nos permite aprender sobre la conducta.

El valor de un ser humano es igual para todos los seres humanos. Da igual que una persona haya asesinado, violado, o haya conseguido el nobel de la paz, para valer lo mismo como ser humano. El ser humano es incuestionable, lo que es cuestionable, medible o comparable es su conducta, su condicionamiento, el dinero que tiene en el banco o el número de hijos o de esposas que tiene.

Podemos decir que una persona es más alta, que pesa más, que tiene el pelo más largo o más oscuro, que aparentemente parece más introvertida o más sociable o más susceptible o más inocente, pero nunca estará bien decir que una persona es mejor porque tenga el pelo oscuro o porque aparentemente sea más inocente.

Cuando una conducta es reprochable por el daño o por los efectos negativos que tiene en la convivencia, tenemos la responsabilidad de cuestionar dicha conducta hasta que sea resuelta pero nunca sin dañar al ser humano porque de lo contrario estaremos reforzando la propia conducta.

Un gran error que cometemos cuando hablamos de la conducta de una persona que convive con nosotros es pensar que esa conducta no tiene nada que ver con nosotros, que es únicamente de la persona. Eso es completamente falso porque somos seres en relación y la responsabilidad de la conducta de un ser humano en convivencia es de todos lo que convivimos. Eso quiere decir que todos hemos hecho que esa conducta aparezca y todos hemos de hacer lo posible por remediarla.

Desgraciadamente gran parte de las relaciones sirven para cubrir carencias o están motivadas por cuestiones placenteras y haría falta ese amor por crecer y madurar juntos en la convivencia.

Desde que nacemos ya se nos dice a quien hemos salido, si nos parecemos al padre o a la madre, y aunque esa actitud de sacar parecido al bebé parezca inocente, en realidad es el principio de cómo el bebé se va a ir conformando con las proyecciones y comparaciones de las personas que lo crían o lo educan, convirtiéndolo en un ser condicionado. Casi nunca tenemos el amor para ver al bebé como es, y para dejarle ser y expresarse como él mismo.

Tenemos que liberarnos de toda esa presión que ha ejercido nuestra educación en el terreno psicológico de compararnos, de sentirnos inferiores o superiores, y encontrar esa realidad sencilla de la gran riqueza que supone ser lo que uno es, algo inimitable, incomparable, único, y a la vez universal, y sin caer en la arrogancia, vivirla y sentirla con humildad.

2 comentarios:

  1. Evidentemente, tengo razón YO. Lo no YO no puede tener razón, no puede tener nada
    Un saludo
    Paco

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    1. El Yo y la razon es la misma entidad. Un abrazo Paco.

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