viernes, 17 de mayo de 2013

¿Qué nos impide actuar con inteligencia?


Una mente inteligente no es una mente centrada en sí misma, no es una mente personal que se está mirando todo el día el ombligo, no es una mente que está continuamente al acecho sacando provecho de las circunstancias, no es una mente que se halaga y critica a los demás, no es una mente que se justifica a si misma o que se engaña o no es una mente continuamente ocupada.

¿Cómo puede surgir la inteligencia en una persona común que tiene un sinfín de responsabilidades y ocupaciones que la sociedad y ella misma se ha impuesto?

Para empezar habría que preguntarse ¿Qué necesidad tiene una persona común de ser más inteligente o de despertar una cualidad de la inteligencia diferente, que sea creativa y por tanto liberadora?

Si somos honestos y seguramente no lo somos, tenemos que decirnos a nosotros mismos que nuestra vida no es precisamente de color de rosas, que pasamos por situaciones profundamente dolorosas, que vivimos sumidos entre disputas y conflictos, que aparte de disfrutar de momentos de placer o de matar el tiempo con entretenimientos casi todo lo demás es más bien hastío y un cierto sentimiento de frustración y de profunda soledad.

Esa es la situación de una persona común y desde luego estamos dejando a un lado a todas esa parte de la humanidad que vive en el más absoluto sufrimiento y desesperación debatiéndose día a día entre la vida y la muerte, ya que en esos casos, que son la mayoría, la mente solo tiene espacio para prestar atención a la supervivencia.

Sin embargo si las personas comunes, entre las que también se encuentran los ricos y los burgueses, los funcionarios y personas bien colocadas, los intelectuales y personas cultas, los políticos y personas que viven a costa de engañar a los demás, fueran honestos seguro que afirmarían que sus vidas dejan mucho que desear, que en el fondo son esclavos de lo que aparentemente parece ser una posición social aventajada y por esa razón la honestidad es el principio del cuestionamiento y a su vez es la primera muestra de inteligencia.

Si uno es honesto y se da cuenta que, a pesar de tener una gran experiencia y de haber obtenido una situación social ventajosa, no ha conseguido vivir en paz y armonía consigo mismo y con los demás, acaba preguntándose ¿Qué puedo hacer, que sea radicalmente diferente, para vivir con pasión, con belleza, con amor?

Si uno sigue siendo honesto, al menos consigo mismo, uno se da cuenta que todo lo que ha intentado a lo largo de su vida no le ha hecho conseguir la tan deseada felicidad, lo cual es una señal de escasa inteligencia: hacer una carrera, tener un buen trabajo, tener una familia de cine, tener un sinfín de conocimientos y experiencias, hacer yoga, meditación, trabajo social, hacerse vegetariano, cambiar de hábitos, etc.

Para despertar la inteligencia uno tiene que darse cuenta que creer en lo que sea es un engaño, que nadie ni nada ha de decirme en lo que creer porque eso me convierte en un ser de segundamano y porque es uno mismo en su propia percepción quien tiene que descubrir lo verdadero o falso de las cosas.

Entonces lo primero es dejar de hacer, dejar de intentar encontrar, dejar de intentar solucionar, dejar de escapar y darse cuenta que uno es aquello de lo que intenta escapar.

Comprender el miedo, la frustración, el sufrimiento, la ansiedad, es comprenderse uno mismo. Para ello no es necesario estudiar psicología o leer libros que describen de una forma analítica todas esas emociones, porque nadie mejor que uno mismo para percibir y ver en profundidad lo que uno siente.

Muchos de esos libros de psicoterapia y de autoayuda, intentan mejorar nuestra condición psicológica con palabras o con consejos, lo cual no es más que otra forma de escapar y de eludir la realidad, creando si cabe una mayor frustración en el ser humano que se interesa por su bienestar. Quizás ahí estriba el error de las personas en general y de los psicólogos en particular, que en lugar de interesarse por comprender el malestar, lo que hacen es interesarse por el bienestar y tratar de alcanzar un estado más o menos adaptativo al medio en que vivimos, lo que se traduce en el logro de ideas y no en la comprensión de realidades.

La inteligencia surge en la medida que no creamos un conflicto con nosotros mismos o con las cosas que percibimos. Porque donde hay conflicto, enfrentamiento, tratar de convencer o influenciar, no puede haber inteligencia.

El conflicto surge en el momento en que nos posicionamos con respecto a lo que percibimos o con quienes nos relacionamos. Puedo estar de acuerdo o en descuerdo con lo que escucho, me puede gustar o disgustar o incluso me puede resultar indiferente lo que veo, pero todo ello no son más que muestras de conflicto.

Nos han enseñado desde niños que tenemos que posicionarnos, que hemos de tener una identidad, saber lo que pensamos acerca de las cosas, y todo ello que parece tan imprescindible para convivir niega la posibilidad de actuar con inteligencia y garantiza el enfrentamiento.

Si por ejemplo una persona con la que hablas dijera una burrada, algo que a los ojos de uno es completamente falso, ¿de qué sirve estar en desacuerdo o rechazar dicho argumento?, eso lo primero que genera es un conflicto, una rivalidad entre dos personas que se niegan mutuamente. Sin embargo, podemos junto con la otra persona indagar sobre la bondad o falsedad de dicho argumento, lo cual sería una muestra de inteligencia.

Por lo tanto lo que nos impide actuar con inteligencia es la falta de honestidad y el conflicto. La inteligencia solo puede surgir cuando uno hace frente a lo que sucede sin conflicto alguno.



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