domingo, 5 de mayo de 2013

La correcta educación


Si realmente amaramos a nuestros hijos desearíamos para ellos una correcta educación, una educación que les permitiera desarrollarse como seres íntegros, con un cerebro funcionando holísticamente, capaces de hacer frente con pasión a los grandes retos de la humanidad.

Sin embargo, y en parte debido a esta gran crisis económica por la que estamos pasando, la mayoría de los padres desean que sus hijos se eduquen para tener mayores posibilidades en conseguir un buen trabajo estable desde el que poder aspirar a ser seres respetables viviendo con comodidad y seguridad.

Socialmente educar tiene un sentido instrumental de convertir a los niños en personas adultas capaces de desarrollar un trabajo en la sociedad.

La educación de los niños comienza en la relación que mantienen con sus padres, familiares y con el entorno en el que viven.

Los niños cuando nacen tienen todos sus sentidos despiertos al cien por ciento, y mantienen una gran capacidad de aprender, de percibir, de darse cuenta de todo aquello que sucede tanto internamente, en su cuerpo, como externamente, en el ambiente que les rodea. Los niños nacen plenos de vitalidad para aprender, para desarrollarse, para crecer, y en definitiva para vivir.

Los niños al nacer no tienen conocimientos, no tienen experiencias, no saben ni siquiera llevar control de los movimientos de su cuerpo para levantarse o andar. Sin embargo tienen instintos de supervivencia y en pocas horas desarrollan su capacidad de sentir, mamar, evacuar, llorar, sonreír, etc.

Lo primero en que va a ser educado el niño es en la idea que los padres tienen de su niño, porque el comportamiento de los padres respecto del niño se realiza según lo que representa el niño para ellos. Parece mentira que una simple idea como esa en la mente de unos padres pueda tener tanta trascendencia en la vida de su hijo.

Es la idea que tengan sobre su hijo lo que va a determinar cómo se van a comportar con él, como van a hacer frente: a esas noches sin dormir, a esas enfermedades imprevistas, a esos momentos en que el niño demanda atención o cariño. Es evidente que el niño va a percibir la vida a través del comportamiento de sus padres, tutores o educadores.

Los niños cuando nacen no tienen un conocimiento experimental pero eso no quiere decir que sean tontos, ya que poseen una inmensa capacidad de percibir que es donde radica la verdadera inteligencia del ser humano. Dicha inteligencia le permitirá al niño aprender, memorizar y obtener entre otras cosas un conocimiento experimental que le capacitará para repetir procesos.

Actualmente se entiende que la educación o el proceso del niño en convertirse en adulto, aparte del desarrollo físico, es conseguir conocimiento a costa de perder percepción, lo que nos ha convertido en seres prácticamente tontos que se rigen por experiencias pasadas sin darnos cuenta y sin tener capacidad de respuesta realmente a lo que sucede a nuestro alrededor.

Desde nuestra infancia somos educados en los colegios, institutos y universidades en la adquisición de conocimientos, en la práctica de memorizar y repetir, hasta tal punto que la inteligencia se mide como una destreza del conocimiento. Por esa razón apreciamos las capacidades o destrezas de las personas sin darnos cuenta que no son más que procesos mecánicos repetitivos con escasa o nula creatividad, lo cual es bastante estúpido pasarnos o ganarnos la vida repitiendo algo que hemos memorizado.

Esa educación ha tenido graves consecuencias para el ser humano. La primera de ellas es que ha perdido percepción de la realidad y ha puesto su seguridad en prejuicios, ideas o supersticiones, perdiendo incluso la percepción de sí mismo.

La segunda es que apenas tiene capacidad para pensar libremente y todo su pensamiento está enmarcado en lo que ha memorizado,  y se ha convertido en un ser competitivo tratando de mostrar que sabe más que los demás, con lo que puede obtener posiciones de poder.

La tercera consecuencia es un ser emocionalmente inestable, lleno de contradicciones, sin rumbo, perdido en la existencia. Y por último se ha convertido en un ser esclavo del trabajo, esclavo del placer y del poder, esclavo de los ideales, esclavo de sus opiniones y creencias.

La correcta educación ha de ser aquella que nos permita obtener conocimiento sin menoscabo de percibir con plena claridad. Para ello es necesario enfocar la educación del niño de tal forma que el niño explore y desarrolle la totalidad de su cerebro y no una pequeña e ínfima parte del mismo.

El niño necesita ser educado en obtener el conocimiento del medio y a la misma vez en la comprensión de su naturaleza psicológica. De la misma forma que aprende la vida de las abejas, también puede aprender la naturaleza del deseo y su relación con el miedo, el placer y el dolor, así mismo puede aprender sobre la belleza de la vida y encontrar el aspecto sagrado de la existencia.

La educación ha hecho de la búsqueda de la verdad o de la realidad un imposible, nos han hecho creer que es algo únicamente para seres con un conocimiento superior, lo cual es hipócrita porque a la verdad o a la realidad no se llega con el conocimiento sino con la sensibilidad y la honestidad.

En la sociedad actual los profesores han perdido todo respeto, son despreciados como elementos importantes de la educación y están rebajados a impartir conocimientos cada día más y más limitados. Pero toda sociedad necesita de profesores íntegros con una gran capacidad de aprender continuamente y de enseñar a cada generación que surge, nuevas y frescas percepciones de la existencia.

Si realmente amaramos a nuestros hijos desearíamos para ellos una correcta educación y para ello sería necesario que nosotros mismos seamos íntegros, con un cerebro funcionando holísticamente, no mutilados por determinadas creencias, capaces de hacer frente con pasión a esa ignorancia que nos mantiene anclados en un conocimiento psicológico que solo nos conduce al dolor y a la frustración.

Volvamos a dar importancia a nuestros propios sentidos, a confiar en nosotros mismos, aprendamos de nosotros mismos sin necesidad de que nadie nos influencie, dejemos todo tipo de autoridad psicológica, liberemos energía ocupada en entretenimientos o hábitos, y permitámonos vivir con una gran energía libre capaz de pensar y amar al mismo tiempo.

Si realmente amaramos a nuestros hijos haríamos todo lo posible para prevenirles del engaño social en el que estamos inmersos. Es responsabilidad de cada uno de nosotros dar una respuesta objetiva, que no sea conflictiva o partidaria, para caminar por una educación correcta.



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