Si realmente amaramos a nuestros hijos
desearíamos para ellos una correcta educación, una educación que les permitiera
desarrollarse como seres íntegros, con un cerebro funcionando holísticamente,
capaces de hacer frente con pasión a los grandes retos de la humanidad.
Sin embargo, y en parte debido a esta gran
crisis económica por la que estamos pasando, la mayoría de los padres desean
que sus hijos se eduquen para tener mayores posibilidades en conseguir un buen
trabajo estable desde el que poder aspirar a ser seres respetables viviendo con
comodidad y seguridad.
Socialmente educar tiene un sentido instrumental
de convertir a los niños en personas adultas capaces de desarrollar un trabajo
en la sociedad.
La educación de los niños comienza en la
relación que mantienen con sus padres, familiares y con el entorno en el que
viven.
Los niños cuando nacen tienen todos sus sentidos
despiertos al cien por ciento, y mantienen una gran capacidad de aprender, de
percibir, de darse cuenta de todo aquello que sucede tanto internamente, en su
cuerpo, como externamente, en el ambiente que les rodea. Los niños nacen plenos
de vitalidad para aprender, para desarrollarse, para crecer, y en definitiva
para vivir.
Los niños al nacer no tienen conocimientos, no
tienen experiencias, no saben ni siquiera llevar control de los movimientos de
su cuerpo para levantarse o andar. Sin embargo tienen instintos de supervivencia
y en pocas horas desarrollan su capacidad de sentir, mamar, evacuar, llorar,
sonreír, etc.
Lo primero en que va a ser educado el niño es en
la idea que los padres tienen de su niño, porque el comportamiento de los
padres respecto del niño se realiza según lo que representa el niño para ellos.
Parece mentira que una simple idea como esa en la mente de unos padres pueda tener
tanta trascendencia en la vida de su hijo.
Es la idea que tengan sobre su hijo lo que va a determinar
cómo se van a comportar con él, como van a hacer frente: a esas noches sin dormir,
a esas enfermedades imprevistas, a esos momentos en que el niño demanda atención
o cariño. Es evidente que el niño va a percibir la vida a través del comportamiento
de sus padres, tutores o educadores.
Los niños cuando nacen no tienen un conocimiento
experimental pero eso no quiere decir que sean tontos, ya que poseen una
inmensa capacidad de percibir que es donde radica la verdadera inteligencia del
ser humano. Dicha inteligencia le permitirá al niño aprender, memorizar y
obtener entre otras cosas un conocimiento experimental que le capacitará para
repetir procesos.
Actualmente se entiende que la educación o el
proceso del niño en convertirse en adulto, aparte del desarrollo físico, es
conseguir conocimiento a costa de perder percepción, lo que nos ha convertido
en seres prácticamente tontos que se rigen por experiencias pasadas sin darnos
cuenta y sin tener capacidad de respuesta realmente a lo que sucede a nuestro
alrededor.
Desde nuestra infancia somos educados en los
colegios, institutos y universidades en la adquisición de conocimientos, en la práctica
de memorizar y repetir, hasta tal punto que la inteligencia se mide como una
destreza del conocimiento. Por esa razón apreciamos las capacidades o destrezas
de las personas sin darnos cuenta que no son más que procesos mecánicos
repetitivos con escasa o nula creatividad, lo cual es bastante estúpido pasarnos
o ganarnos la vida repitiendo algo que hemos memorizado.
Esa educación ha tenido graves consecuencias
para el ser humano. La primera de ellas es que ha perdido percepción de la
realidad y ha puesto su seguridad en prejuicios, ideas o supersticiones,
perdiendo incluso la percepción de sí mismo.
La segunda es que apenas tiene capacidad para
pensar libremente y todo su pensamiento está enmarcado en lo que ha memorizado,
y se ha convertido en un ser competitivo
tratando de mostrar que sabe más que los demás, con lo que puede obtener
posiciones de poder.
La tercera consecuencia es un ser emocionalmente
inestable, lleno de contradicciones, sin rumbo, perdido en la existencia. Y por
último se ha convertido en un ser esclavo del trabajo, esclavo del placer y del
poder, esclavo de los ideales, esclavo de sus opiniones y creencias.
La correcta educación ha de ser aquella que nos
permita obtener conocimiento sin menoscabo de percibir con plena claridad. Para
ello es necesario enfocar la educación del niño de tal forma que el niño
explore y desarrolle la totalidad de su cerebro y no una pequeña e ínfima parte
del mismo.
El niño necesita ser educado en obtener el
conocimiento del medio y a la misma vez en la comprensión de su naturaleza
psicológica. De la misma forma que aprende la vida de las abejas, también puede
aprender la naturaleza del deseo y su relación con el miedo, el placer y el
dolor, así mismo puede aprender sobre la belleza de la vida y encontrar el
aspecto sagrado de la existencia.
La educación ha hecho de la búsqueda de la
verdad o de la realidad un imposible, nos han hecho creer que es algo
únicamente para seres con un conocimiento superior, lo cual es hipócrita porque
a la verdad o a la realidad no se llega con el conocimiento sino con la
sensibilidad y la honestidad.
En la sociedad actual los profesores han perdido
todo respeto, son despreciados como elementos importantes de la educación y
están rebajados a impartir conocimientos cada día más y más limitados. Pero
toda sociedad necesita de profesores íntegros con una gran capacidad de
aprender continuamente y de enseñar a cada generación que surge, nuevas y
frescas percepciones de la existencia.
Si realmente amaramos a nuestros hijos
desearíamos para ellos una correcta educación y para ello sería necesario que
nosotros mismos seamos íntegros, con un cerebro funcionando holísticamente, no
mutilados por determinadas creencias, capaces de hacer frente con pasión a esa
ignorancia que nos mantiene anclados en un conocimiento psicológico que solo
nos conduce al dolor y a la frustración.
Volvamos a dar importancia a nuestros propios
sentidos, a confiar en nosotros mismos, aprendamos de nosotros mismos sin
necesidad de que nadie nos influencie, dejemos todo tipo de autoridad
psicológica, liberemos energía ocupada en entretenimientos o hábitos, y
permitámonos vivir con una gran energía libre capaz de pensar y amar al mismo
tiempo.
Si realmente amaramos a nuestros hijos haríamos
todo lo posible para prevenirles del engaño social en el que estamos inmersos.
Es responsabilidad de cada uno de nosotros dar una respuesta objetiva, que no
sea conflictiva o partidaria, para caminar por una educación correcta.
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