lunes, 24 de junio de 2013

Personas valientes


Hay personas que han vivido durante muchos años enredadas en la sociedad con el trabajo, los familiares, los amigos y un montón de líos, como si la vida se tratara de una fiesta sin fin, de un carnaval, de una película del género que uno quiera, y en un momento de sus vidas han dicho ¡basta ya, ya ha sido suficiente!

Uno puede incluso pensar que todo lo que le ha sucedido ha estado bien, que todo tuvo que suceder, que si uno volviera a nacer no le importaría volver a repetirlo, pero de lo que no cabe duda es que seguir con ello es tirar la vida, acabar como un despojo humano sin darse la oportunidad de encontrarse con su propia naturaleza.

Dejar un buen trabajo es difícil pero si uno no lo deja a tiempo, entonces el buen trabajo acaba con uno. Vivir con el privilegio de tener un buen trabajo es como vivir en una cárcel donde hay macetas con hermosas flores.

Dejar unos hijos no es fácil pero si uno no los deja a tiempo, en ese tiempo cuando ellos ya pueden ser independientes, entonces te conviertes en alguien estéril que ya no puede ofrecer nada a sus hijos más que consejos, deterioro y vejez.

Dejar los amigos tampoco es fácil sobretodo porque de alguna forma son ellos quienes mantienen una buena cara de nuestra imagen, pero no dejarlos es como seguir engañándonos pensando que tenemos algo, cuando la realidad es que cada cual vive en su soledad repitiendo una y mil veces los mismos encuentros y las mismas conversaciones.

Dejar las ideas, nuestras creencias de toda la vida, los valores, nuestras opiniones, nuestra manera de hablar y gesticular, es algo aún más complicado de dejar atrás y normalmente va allá donde nosotros vamos.

Hemos hecho de nuestra vida la búsqueda de algo cómodo y seguro, y ciertamente no hay nada más muerto y sin vida que la comodidad y la seguridad. Quizás una de las cosas más hermosas que hay en la vida es ese encuentro con uno mismo en soledad donde uno aprende a quererse tal y como es.

Por esa razón la mayoría de las veces que intentamos cambiar nuestra vida estamos destinados al fracaso, quizás porque no somos conscientes del trabajo que supone estar con nosotros mismos, cara a cara, con nuestra imagen ficticia machacándonos sin cesar mientras queremos permanecer en silencio.

Necesitamos estar con nosotros mismos para escucharnos y darnos cuenta de toda nuestra estupidez. No necesitamos querer cambiar nada, lo cual es otra estupidez más, sino aprender a cuidarnos, a observarnos y a amarnos. Será entonces cuando una nueva vida pueda surgir y sin darnos cuenta estaremos fluyendo con todo lo que nos rodea.

Estas personas valientes suelen encontrar un espacio en la naturaleza, cerca de alguna aldea o pueblo, y procuran vivir con sencillez dispuestas a aprender de sí mismas en el mismo acto de sobrevivir.

La valentía de estar personas surge del miedo a desperdiciar sus vidas con más de lo mismo y se dan cuenta que de seguir de esa forma acabarán enfermando.

Ese primer encuentro con la naturaleza y con uno mismo es como un embarazo en el que algo profundamente hermoso se está gestando en su interior, algo que tarde o temprano se traducirá en sensibilidad.

Aprender a mirar los árboles sin necesidad de ponerles nombre, simplemente mirar esas redondas hojas danzando al viento, la largura de las ramas, ese musgo verde sobre la vieja corteza, el tronco con esos profundos huecos donde anidan algunos animales. Abrazar esa robustez que ha visto transcurrir cientos de años y sentir esa quietud de una vida inmóvil que ha sobrevivido únicamente agarrado con sus raíces a la tierra es una gran oportunidad para aprender.

Aprender a mirar el agua, esa transparencia que nos permite ver el fondo por donde pasa, esa agua que somos, esa agua fresca que baja de las montañas nevadas acariciando las rocas y desgastándolas hasta formar esos cantos rodados y esa arena fina como el polvo. El sonido de una cascada es como el canto de una madre cuando somos niños que nos transporta a un tiempo inexistente. El agua nos da la vida, la vida es agua, y por eso calma nuestra sed, refresca y limpia nuestra piel, y su belleza nos inunda el corazón.

Cuando uno aprende realmente no es un aprender dirigido, no es un voy a aprender de esto o de aquello, es un vivir aprendiendo, es abrir los sentidos a lo que sucede sin una dirección.

Esas personas valientes han elegido vivir con libertad, sin ninguna autoridad que les digan lo que hacer, pensar o sentir, y para ello se han dado cuenta que la libertad nace con el propio cuestionamiento, con la percepción objetiva que todos los problemas nacen en la mente de uno mismo, en esa mente que se ha formado por influencias sociales y culturales convirtiéndonos en seres egoístas e ignorantes.

Uno se va al campo con todo su egoísmo e ignorancia y es ahí en la soledad del guerrero valiente donde tiene lugar la principal batalla.

Al egoísmo y a la ignorancia no se la puede vencer o comprender con la mente porque la mente es el soporte o la casa donde habitan nuestras intenciones y falsedades.

Aprender a mirar al egoísmo y a la ignorancia es como aprender a mirar cualquier cosa, requiere cierta curiosidad y contemplación, y si uno realmente lo hace acaba viendo y ese ver es transformador. Para ver no es necesario ningún método, ningún tipo de meditación, ni ningún libro de algún sabio porque todo eso es más bien una distracción para no querer ver.

Ciertamente no es fácil venir al campo, a esta maravillosa naturaleza, y encontrarnos cara a cara con nuestro nerviosismo, con nuestros miedos, con nuestra ansiedad, con ese sentimiento profundo de soledad, con nuestra ridícula imagen, y por esa razón la mente inventa todo tipo de escapes y muchas batallas se pierden en relaciones superficiales, en actividades de entretenimiento, en acción social o política, en enseñarles a los paletos lo que no saben, en sacar provecho de las circunstancias y al final esas personas no dejan de ser cobardes y temerosas de sí mismas.

Las personas valientes necesitan estar solas, necesitan decir no cuando se les ofrece más de lo mismo en forma de amor, de amistad, de trabajo o de matar el tiempo. La vida es algo sumamente hermosa como para desperdiciarla, como para despreciarla, y cada encuentro con la realidad es como un rayo de sol en la oscuridad que colma la incertidumbre de dicha y plenitud.

Cuando una persona mira su vida y siente lo absurdo de todo, la repetición de las situaciones, el transcurrir de los años sin apenas cambios sustanciales, y sobre todo cuando una persona mira su vida y ya no le queda otra salida que enfermar, es cuando surge esa valentía de decir ¡basta ya, es hora de empezar!

Hay una gran belleza en esa valentía que permite al ser humano comprenderse a sí mismo y ser parte de esa mente que percibe sin límites la realidad que somos.



2 comentarios:

  1. Muchas gracias , Goyo.
    Me ha gustado muchísimo tu post. He sentido entre líneas,el Silencio sagrado de la Vida que se manifiesta en la Naturaleza; en esa soledad en que te pierdes, y a la vez te encuentras más vivo que nunca.

    Saludos Cordiales

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a ti, por compartir ese silencio del que todo surge, incluso la vida.

      Un saludo afectuoso.

      Eliminar