Hay personas que han vivido durante muchos años enredadas
en la sociedad con el trabajo, los familiares, los amigos y un montón de líos,
como si la vida se tratara de una fiesta sin fin, de un carnaval, de una
película del género que uno quiera, y en un momento de sus vidas han dicho
¡basta ya, ya ha sido suficiente!
Uno puede incluso pensar que todo lo que le ha
sucedido ha estado bien, que todo tuvo que suceder, que si uno volviera a nacer
no le importaría volver a repetirlo, pero de lo que no cabe duda es que seguir
con ello es tirar la vida, acabar como un despojo humano sin darse la
oportunidad de encontrarse con su propia naturaleza.
Dejar un buen trabajo es difícil pero si uno no
lo deja a tiempo, entonces el buen trabajo acaba con uno. Vivir con el
privilegio de tener un buen trabajo es como vivir en una cárcel donde hay
macetas con hermosas flores.
Dejar unos hijos no es fácil pero si uno no los
deja a tiempo, en ese tiempo cuando ellos ya pueden ser independientes,
entonces te conviertes en alguien estéril que ya no puede ofrecer nada a sus
hijos más que consejos, deterioro y vejez.
Dejar los amigos tampoco es fácil sobretodo
porque de alguna forma son ellos quienes mantienen una buena cara de nuestra
imagen, pero no dejarlos es como seguir engañándonos pensando que tenemos algo,
cuando la realidad es que cada cual vive en su soledad repitiendo una y mil
veces los mismos encuentros y las mismas conversaciones.
Dejar las ideas, nuestras creencias de toda la
vida, los valores, nuestras opiniones, nuestra manera de hablar y gesticular,
es algo aún más complicado de dejar atrás y normalmente va allá donde nosotros
vamos.
Hemos hecho de nuestra vida la búsqueda de algo
cómodo y seguro, y ciertamente no hay nada más muerto y sin vida que la
comodidad y la seguridad. Quizás una de las cosas más hermosas que hay en la
vida es ese encuentro con uno mismo en soledad donde uno aprende a quererse tal
y como es.
Por esa razón la mayoría de las veces que intentamos
cambiar nuestra vida estamos destinados al fracaso, quizás porque no somos
conscientes del trabajo que supone estar con nosotros mismos, cara a cara, con
nuestra imagen ficticia machacándonos sin cesar mientras queremos permanecer en
silencio.
Necesitamos estar con nosotros mismos para
escucharnos y darnos cuenta de toda nuestra estupidez. No necesitamos querer
cambiar nada, lo cual es otra estupidez más, sino aprender a cuidarnos, a
observarnos y a amarnos. Será entonces cuando una nueva vida pueda surgir y sin
darnos cuenta estaremos fluyendo con todo lo que nos rodea.
Estas personas valientes suelen encontrar un
espacio en la naturaleza, cerca de alguna aldea o pueblo, y procuran vivir con
sencillez dispuestas a aprender de sí mismas en el mismo acto de sobrevivir.
La valentía de estar personas surge del miedo a
desperdiciar sus vidas con más de lo mismo y se dan cuenta que de seguir de esa
forma acabarán enfermando.
Ese primer encuentro con la naturaleza y con uno
mismo es como un embarazo en el que algo profundamente hermoso se está gestando
en su interior, algo que tarde o temprano se traducirá en sensibilidad.
Aprender a mirar los árboles sin necesidad de
ponerles nombre, simplemente mirar esas redondas hojas danzando al viento, la
largura de las ramas, ese musgo verde sobre la vieja corteza, el tronco con
esos profundos huecos donde anidan algunos animales. Abrazar esa robustez que
ha visto transcurrir cientos de años y sentir esa quietud de una vida inmóvil
que ha sobrevivido únicamente agarrado con sus raíces a la tierra es una gran
oportunidad para aprender.
Aprender a mirar el agua, esa transparencia que
nos permite ver el fondo por donde pasa, esa agua que somos, esa agua fresca que
baja de las montañas nevadas acariciando las rocas y desgastándolas hasta
formar esos cantos rodados y esa arena fina como el polvo. El sonido de una
cascada es como el canto de una madre cuando somos niños que nos transporta a
un tiempo inexistente. El agua nos da la vida, la vida es agua, y por eso calma
nuestra sed, refresca y limpia nuestra piel, y su belleza nos inunda el
corazón.
Cuando uno aprende realmente no es un aprender
dirigido, no es un voy a aprender de esto o de aquello, es un vivir
aprendiendo, es abrir los sentidos a lo que sucede sin una dirección.
Esas personas valientes han elegido vivir con
libertad, sin ninguna autoridad que les digan lo que hacer, pensar o sentir, y
para ello se han dado cuenta que la libertad nace con el propio
cuestionamiento, con la percepción objetiva que todos los problemas nacen en la
mente de uno mismo, en esa mente que se ha formado por influencias sociales y
culturales convirtiéndonos en seres egoístas e ignorantes.
Uno se va al campo con todo su egoísmo e
ignorancia y es ahí en la soledad del guerrero valiente donde tiene lugar la
principal batalla.
Al egoísmo y a la ignorancia no se la puede
vencer o comprender con la mente porque la mente es el soporte o la casa donde
habitan nuestras intenciones y falsedades.
Aprender a mirar al egoísmo y a la ignorancia es
como aprender a mirar cualquier cosa, requiere cierta curiosidad y
contemplación, y si uno realmente lo hace acaba viendo y ese ver es
transformador. Para ver no es necesario ningún método, ningún tipo de meditación,
ni ningún libro de algún sabio porque todo eso es más bien una distracción para
no querer ver.
Ciertamente no es fácil venir al campo, a esta
maravillosa naturaleza, y encontrarnos cara a cara con nuestro nerviosismo, con
nuestros miedos, con nuestra ansiedad, con ese sentimiento profundo de soledad,
con nuestra ridícula imagen, y por esa razón la mente inventa todo tipo de
escapes y muchas batallas se pierden en relaciones superficiales, en
actividades de entretenimiento, en acción social o política, en enseñarles a
los paletos lo que no saben, en sacar provecho de las circunstancias y al final
esas personas no dejan de ser cobardes y temerosas de sí mismas.
Las personas valientes necesitan estar solas,
necesitan decir no cuando se les ofrece más de lo mismo en forma de amor, de
amistad, de trabajo o de matar el tiempo. La vida es algo sumamente hermosa
como para desperdiciarla, como para despreciarla, y cada encuentro con la
realidad es como un rayo de sol en la oscuridad que colma la incertidumbre de
dicha y plenitud.
Cuando una persona mira su vida y siente lo
absurdo de todo, la repetición de las situaciones, el transcurrir de los años
sin apenas cambios sustanciales, y sobre todo cuando una persona mira su vida y
ya no le queda otra salida que enfermar, es cuando surge esa valentía de decir ¡basta
ya, es hora de empezar!
Hay una gran belleza en esa valentía que permite
al ser humano comprenderse a sí mismo y ser parte de esa mente que percibe sin límites
la realidad que somos.
Muchas gracias , Goyo.
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo tu post. He sentido entre líneas,el Silencio sagrado de la Vida que se manifiesta en la Naturaleza; en esa soledad en que te pierdes, y a la vez te encuentras más vivo que nunca.
Saludos Cordiales
Gracias a ti, por compartir ese silencio del que todo surge, incluso la vida.
EliminarUn saludo afectuoso.