miércoles, 15 de febrero de 2012

La belleza de la soledad

De alguna forma siendo un niño aprendí a través de los mayores que no debía estar a solas conmigo mismo, que el estar solo era algo malo, aburrido, triste, y que debía evitarlo siempre que pudiera.

Toda mi experiencia está ligada a las personas con las que he convivido y he de admitir que casi todo lo que he pensado, sentido o hecho no ha sido algo que haya surgido de mi mismo sino más bien inducido por las influencias de los demás.

El ser humano que soy se ha ido formando de ideas o valores ajenos a mí mismo. No he sido yo mismo el que ha descubierto la vida sino que han sido mis educadores los que la descubrieron por mí y me convencieron de ello imponiéndome por las buenas o por las malas lo que ellos pensaron que era en mi beneficio.

Hoy en día puedo decir con una cierta sonrisa en los labios que he aprendido a vivir solo, solo entre montañas, entre ríos, junto con el viento, con la mirada de la luna y las caricias del sol, al abrigo de la hoguera y con la firmeza de la tierra.

¿Qué necesidad tenemos de lograr cosas? Tenemos la cabeza llena de necesidades que nos han impuesto para beneficio de terceros y para perjuicio de nosotros mismos. La mayoría de nuestras relaciones se basan en poder conseguir dichas necesidades: afecto, aprecio, seguridad, placer.

Desde un punto de vista psicológico no tenemos ninguna necesidad porque hemos nacido con total plenitud y desde esa plenitud podemos relacionarnos con naturalidad y compartir, con todo lo que nos rodea, el gozo de vivir. Esto es para mí la verdadera soledad, aquella que no aspira a nada, que no envidia nada, y que no está separada de nada.

Sobrevivir con dignidad y sin penurias es relativamente sencillo en esta sociedad en la que vivimos, pero para ello es necesario encontrarnos solos, sin necesidad de entretenimientos, sin ideas utópicas, sin futuro, sin aspiraciones de amigos o amores, sin apegos ni desapegos, con la única compañía de esta hermosa y bella naturaleza que se nos ha entregado. Entonces y solo entonces, es cuando uno está unido a todo, esa es la verdadera relación, y eso tiene una inmensa belleza.

Quizás uno a pesar de haber aprendido a vivir en mitad de estas montañas también pertenezca a ese sistema de valores de la búsqueda de la comodidad y del progreso pero es evidente que de alguna forma uno ha dejado de colaborar con aspectos que, aún siendo pequeños, tienen una enorme importancia.

Si una persona deja de envenenarse con el tabaco, con la bebida, con un nivel de consumo excesivo, con la matanza de animales, con los periódicos, con las medicinas, con las identificaciones políticas o religiosas, con las ideas de logro y competencia… o con lo que sea, eso quiere decir que de alguna forma un rayo de luz de libertad ha surgido en su vida y eso de ninguna de las maneras puede ser negativo para la sociedad sino que está invitando de una forma real a que las cosas pueden cambiar objetivamente.

Puede que haya personas que esta forma de vivir la vean como un estado de irresponsabilidad, de enajenación mental, de falta de compromiso y de realismo, y de alguna manera culpan a la actitud de este tipo de ermitaños del sistema de la imposibilidad de progreso social.

Si no permitimos que el ser humano encuentre diferentes caminos de comprender la vida puede que caigamos una vez más en el abismo del juicio, la censura o en el aniquilamiento de seres humanos que piensan diferentes a nosotros o a nuestro grupo.

¿Por qué cuesta tanto desligarse del grupo, dejar esas viejas ideas de pertenecer a un grupo, a un partido, a una nación? ¿Por qué no encontramos una forma de vivir única y sola, aunque estemos en mitad de una multitud?

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