lunes, 20 de febrero de 2012

¿Qué es aprender?

A través de nuestra experiencia hemos aprendido a distinguir unas cosas de otras, a valorar las cosas que suceden, a repetir procesos mentales o manuales. Hemos aprendido lo que está bien y lo que no está tan bien. Hemos aprendido el valor de la amistad, la intensidad del amor apasionado, la adoración a un hijo o a una madre, la admiración a un líder, a un artista, a un escritor, a un sabio, hemos aprendido a soñar, a añorar, a desear, a ilusionarnos.

Hemos aprendido a guardar nuestros logros, nuestros éxitos, hasta tal punto que nos hemos convertido en lo que poseemos. Hemos aprendido a valorar nuestra historia con suma importancia.

Casi la totalidad de nuestro cerebro se basa en lo que hemos aprendido y es así como funcionamos con respecto a lo que surge en cada instante ya que de una forma u otra siempre tenemos una respuesta preparada para cualquier suceso que aparece delante de nosotros.

A simple vista podríamos distinguir dos tipos de aprendizaje. Hay un aprendizaje que se basa en percibir con la intención de memorizar y poder repetir un proceso en el tiempo a modo de recuerdo o capacidad, como por ejemplo tocar el piano, montar en bicicleta, o recordar un poema. Este tipo de aprendizaje es acumulativo y no tiene en sí mismo un valor más allá de repetir un proceso memorizado. Este tipo de aprendizaje puede tener como consecuencia el facilitarnos la vida cotidiana según el medio y las circunstancias en las que vivimos.

Hay otro aprender que es algo así como distinguir cual es el valor de las cosas en relación con uno mismo y se basa en ideas o conclusiones. Uno puede pensar que sin poder tocar el piano o estando invalido no merece la pena vivir. El hecho de que yo sea español puede llegar a tener un valor psicológico en mí que sea capaz de dar mi vida por mi país. Habría que preguntarse si este tipo de aprendizaje nos facilita o nos limita la vida, y también habría que preguntarse si dicho aprendizaje ha sido producto de nuestra experiencia o más bien una imposición social o cultural.

Creemos que nuestras ideas son producto de nuestra experiencia y que han sido escogidas por nosotros según nuestras inclinaciones o valoraciones personales. Pero lo cierto es que eso es otra idea más producto de una cultura que se cree libre de escoger y que en cierta medida lo que hace es enajenar al ser humano.

Hemos crecido con la idea de ir escogiendo nuestras propias ideas, de ir adquiriendo nuestra personalidad, de tener nuestra propia opinión de las cosas, nuestros valores, nuestros sueños y hemos ido adquiriendo capacidades que nos distinguen de los demás por comparación con ellos.

Desde niños nos iban tratando de meter ideas en la cabeza y cuando éramos jóvenes y ya empezábamos a escoger nuestras ideas venían otras personas que nos convencían de nuestra equivocación. Uno enseguida se podía dar cuenta que lo de menos era la idea escogida y que lo importante era la capacidad de argumentación sobre dicha elección. Las ideas son verdad o mentira según la capacidad de exponerlas.

Los gobiernos se basan en ideas de izquierdas, de derechas, de centro, ecologistas, y de una forma u otra llevan miles de años discutiendo quien lleva razón mientras hay enriquecimiento personal. Todo ello son meras ideas con las que nos sentimos obligados a identificarnos. Comparamos unas con otras y elegimos por descarte o por prejuicio. Pensamos que si no elegimos somos irresponsables o que el sistema se nos puede echar encima. Sin embargo uno deja de colaborar con ese desatino de las opciones o elecciones y se da cuenta que no pasa nada, que todo sigue igual, y uno sigue observando el juego sinfín de unas ideas contra otras.

Tenemos ideas o valoraciones sobre todo lo que nos rodea, especialmente en cuanto a la relación. La relación de uno con el mundo está predeterminada por ideas.

La relación de uno consigo mismo, la relación de uno con la pareja o con los hijos, la relación de uno con el dinero o con dios, la relación de uno con los animales o las plantas, la relación de uno con las ideas.

¿Cómo es posible que la relación de uno consigo mismo se base en ideas y no en hechos? ¿Cómo es posible que tenga un mayor peso las ideas que hemos ido adquiriendo de nosotros mismos a los hechos reales de lo que hemos ido observando en nuestra experiencia? De alguna forma eso quiere decir que las ideas no nos permiten ver los hechos, aunque esos hechos sean tan obvios como lo que uno hace. Las ideas no nos permiten percibir lo que somos por la simple razón que vemos a través de ellas.

¿Existe alguna posibilidad de ir más allá de las ideas y encontrarnos con lo que somos o estamos abocados a vivir en un mundo de ideas? ¿Qué hará o permitirá conocernos?, necesariamente eso conlleva aprender, un aprender diferente a los que hemos enunciado al principio que permita darnos cuenta de nuestras ideas y de sus consecuencias, un aprender capaz de dar luz sobre lo aprendido.

Aprender es abrir la luz a la oscuridad, es ver lo falso en lo que se pensaba verdadero, es dejar de cargar un peso que siempre se llevó encima, es dejar de decir algo que uno siempre dijo, es dejar de hacer algo que uno siempre hizo o dejar de sentir algo que uno siempre sintió.

¿Cómo puede uno aprender, como puede uno ver que algo de lo que ha aprendido es equivocado de tal forma que lo aprendido deja de existir sin necesidad de convertirse en otra idea más? En este tipo de aprender la acción va unida sin necesidad de demorarla con pensamientos o reflexiones.

Necesitamos aprender porque de lo contrario estaremos el resto de nuestra vida confundidos con todo aquello que aprendimos falsamente.

Nadie ni nada puede hacernos aprender, no existe ningún medio por el cual poder aprender y si recurrimos a alguien sabio o a un libro maravilloso lo que conseguiremos será dilatar aún más el hecho de encararnos con nosotros mismos, mirarnos cara a cara, y ver realmente lo que es sin que nadie nos lo enseñe.

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