
Desde que yo recuerdo siendo niño siempre tuve ese deseo por viajar y cuando tuve oportunidad elegí mi primer trabajo en una compañía que me permitiría viajar por Europa. Para empezar la empresa me envió tres meses a Londres a aprender inglés conviviendo con una familia inglesa y asistiendo a clases prácticamente durante todo el día.
Aún recuerdo el entusiasmo con el que asistía a clases, conocía a personas de diferentes países, visitaba lugares de interés turístico y saboreaba cada minuto como un precioso regalo. Quizás en esa época fue una de las primeras veces que percibí que los deseos se cumplen y mi deseo de viajar se convirtió en una realidad y en una pasión.

A veces pareciera que viajamos tratando de conseguir algo y llenamos nuestra mochila de suvenires, nuestra cámara repleta de fotografías y nuestra cabeza plena de recuerdos. Tratamos de agarrar el tiempo y de pararlo en esos momentos en que viajamos y nos sentimos libres de tanta ocupación y trabajo. Pero el tiempo no para y todo lo que se trata de sostener tarde o temprano se desvanece en el aire.
La vida es un viaje, un hermoso viaje lleno de sorpresas, de imprevistos, de sinsabores, de placeres, de dolores, de momentos eternos y de momentos que desaparecen sin apenas saborearlos.
Este viaje que es la vida puede vivirse sabiendo lo que nos depara el mañana, conociendo cuales son las estaciones donde este tren en el que viajamos se detiene por momentos hasta llegar a la última estación donde definitivamente bajamos sin necesidad de preocuparnos del equipaje.

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